Argumento ontológico

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Luego de varias reformulaciones, la distinción conceptual entre grandeza y excelencia permite a Plantinga presentar la versión definitiva de su argumento ontológico modal: “(25) Es posible que haya un ser que tenga máxima grandeza.
<em>(26) Entonces hay un ser posible que en un mundo posible W tiene máxima grandeza.</em>
<em>(27) Un ser tiene máxima grandeza en un mundo dado sólo si tiene máxima excelencia en  todos los mundos.</em>
<em>(28) Un ser tiene máxima excelencia en un mundo dado sólo si tiene omnisciencia, omnipotencia, y perfección moral en ese mundo”</em> (Plantinga 1974, 107).<em> O sea que, si W fuera actual, existiría un ser que tendría omnisciencia, omnipotencia, y perfección moral en el mundo actual y también en todos los mundos posibles. Por lo tanto, si W fuera actual, habría sido imposible que no existiera un ser con omnisciencia, omnipotencia, y perfección moral. Pero, mientras que las verdades contingentes varían de un mundo a otro, lo que es lógicamente imposible, no. En consecuencia, en todos los mundos posibles es imposible que no exista un ser de estas características. Y como el mundo actual es uno de los mundos posibles, es imposible en el mundo actual que no exista un ser que tenga máxima excelencia. Finalmente, en el mundo actual existe un ser de grandeza insuperable y que existe y tiene esta propiedad en todos los mundos posibles, es decir, necesariamente.</em>
La semántica de los mundos posibles permite a Plantinga elaborar una noción de ''necesidad'' que, además de ser funcional al argumento ontológico, también es significativamente más cercana a la noción clásica de necesidad que la defendida por Hartshorne y Malcolm. Mientras que para los segundos que la existencia de Dios sea necesaria significa que ''si Dios existe, entonces no puede dejar de existir'', para el primero afirmar que la existencia de Dios es necesaria significa que Dios existe en todos los mundos posibles, es decir, que es imposible que no exista o que no puede no existir, trascendiendo así el plano meramente lógico-lingüístico del concepto de necesidad tan común en la tradición analítica en la que se encuentra inserto.
La fascinación que la prueba de San Anselmo ha causado en prácticamente todos los más grandes filósofos que la conocieron se debe, en gran medida, a que tanto en las formulaciones y defensas de sus múltiples versiones cuanto en la presentación de las no menos diversas críticas que ha recibido se ponen en juego las cuestiones más importantes de la filosofía: “Ciertamente, llevada a sus últimos extremos, la discusión de las objeciones contra la tesis de que la verdad de la proposición «Dios existe» es de evidencia inmediata no puede por menos de sacar a la luz la necesidad de examinar ciertas cuestiones y ciertas tesis filosóficas generales. Esas cuestiones son, en verdad, los problemas más graves y centrales de la Metafísica: el problema de los universales, el problema de la predicación del ser, el problema del origen del conocimiento de las esencias, el problema de los sentidos del ser y, en fin, el problema de la división del ser en finito e infinito” (Rovira 1991, 18-19). Por esta razón, tanto los defensores del argumento ontológico como sus objetores se ven obligados a fijar, durante el desarrollo de su defensa de la prueba o de su objeción contra ella, cuál es su posición con respecto a cada una de estas cuestiones. De esta manera, el análisis necesario para sostener o rechazar la prueba de San Anselmo la convierte en la ocasión ideal para que salgan a flote los principales temas de la metafísica. A causa de ello, el argumento ontológico se ha convertido, sin dudas, en uno de los grandes temas clásicos a lo largo de gran parte de la historia de la filosofía.
 
 
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