Argumento ontológico

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Durante el período precrítico Kant realizó dos objeciones al argumento ontológico: La primera, se encuentra mayormente en la ''Nueva elucidación de los primeros principios del conocimiento de la metafísica'' –su tesis doctoral de 1755, también conocida simplemente como ''Nova dilucidatio''– y es muy similar a la objeción tomista, según la cual del hecho de que en el concepto de Dios esté incluida la noción de su existencia no se sigue que Dios exista en la realidad. Según el pensamiento de Kant en esta época -basado principalmente en las tesis de Crusius- es cierto que el hecho de que a la idea del ente perfectísimo le corresponda también la existencia tiene su razón suficiente en que éste contiene todas las realidades, dado que ésta es una realidad. Sin embargo, lo que objeta es que esa es la ''razón suficiente del conocer ''–es decir, la razón por la que nosotros conocemos que a esa idea le corresponde la existencia–, pero no es la ''razón suficiente del ser'' –es decir, la causa por la que el ente perfectísimo existe realmente–. Por lo que si bien, por un lado, puede sostenerse que el concepto del ente que tiene todas las perfecciones o “la omnitud de las realidades” –expresión tomada de los argumentos ontológicos de Wolff y Baumgarten– es la razón suficiente de su propia existencia en el plano ideal; por otro lado, no puede sostenerse que de ello se sigue su existencia real. Esto se debe a que nada puede ser la razón suficiente de su propia existencia en el plano real, por la misma razón por la que nada puede ser causa de sí mismo (Kant 1974, 394-396). De esta crítica se desprende que Kant aquí todavía considera a la existencia como una perfección de la esencia.
Sin embargo, en ''El único fundamento posible de una demostración de la existencia de Dios'' de 1763 –también conocido por la abreviatura de su nombre en alemán como ''Beweisgrund''- Kant basa su segunda objeción del período precrítico precisamente en el principio de que la existencia no es un atributo real de los entes (Kant 1989, 72-73). Esto es así dado que, según Kant: “<em>No “No puede ser el caso, pues, de que el hecho de existir añada a esas cosas un nuevo atributo, pues en la posibilidad de una cosa plenamente determinada no puede faltar ningún atributo” (Kant 1989, 71). <em>Por ello, dado que la existencia no es un predicado, nunca puede haber contradicción en un concepto a partir de la afirmación de su no existencia. Sólo puede haber contradicción en un concepto si en él se pone y se quita un predicado simultáneamente. </em>En conclusión, dado que la existencia no puede incluirse en el concepto de Dios, su no existencia nunca puede implicar una contradicción. Por lo que es imposible deducir la existencia de Dios a partir su concepto.
Esta misma crítica se convertirá en la objeción kantiana contra el argumento ontológico más conocida al repetirse casi idénticamente en la ''Crítica de la Razón Pura'' de 1781. Allí, Kant vuelve a sostener que el ser no es un predicado real de la esencia, sino el nexo entre dos predicados o la posición absoluta de una cosa. Es decir, por un lado, en su uso lógico “ser” es sólo la cópula de un juicio. Por ejemplo, en la proposición «Dios es omnipotente» hoy dos conceptos: «Dios» y «omnipotencia». Pero, la partícula «es» no es un predicado, sino aquello que relaciona sujeto «Dios» con el predicado «omnipotente». Por otro lado, en la proposición «Dios es» o «Hay un Dios», no se añade nada nuevo al concepto de Dios, sino que se pone el sujeto en sí mismo con todos sus predicados al relacionar el ''objeto'' con el ''concepto''. Kant ilustra su crítica a la prueba anselmiana con el famoso ejemplo de los táleros: “lo real no contiene más que lo posible. Cien táleros reales no poseen en absoluto mayor contenido que cien táleros posibles. En efecto, si los primeros contuvieran más que los últimos y tenemos, además, en cuenta que los últimos significan el concepto, mientras que los primeros indican el objeto y su posición, entonces mi concepto no expresaría el objeto entero ni sería, consiguientemente, el concepto adecuado del mismo” (Kant 1781, A598-599). Por esta razón, Kant acepta la necesidad sólo en la esfera de la razón pura como la relación entre un sujeto y un predicado. Si se pone el sujeto, necesariamente se pone el predicado. De lo contrario, surgiría una contradicción. Mas si se quita el sujeto, también se quita el predicado sin que haya contradicción, por lo que sería absurdo hablar de un sujeto necesario cuya necesidad haga referencia a su posición en la realidad. Por ejemplo, si se pone un triángulo, pero se suprimen sus tres ángulos, entonces surge una contradicción. Sin embargo, si se suprime el triángulo junto con sus tres ángulos no hay ninguna contradicción. Eso mismo es lo que ocurre con el la idea del ente necesario: “Si se suprime su existencia, se suprime la cosa misma con todos sus predicados; ¿de dónde puede provenir entonces la contradicción? (...) Dios es todopoderoso; esto es un juicio necesario. La omnipotencia no puede suprimirse si ponéis una divinidad, es decir, un ente infinito a cuyo concepto es idéntico aquél. Pero si decís: ''Dios no es'', no se da la omnipotencia ni ningún otro predicado de él, pues todos ellos se han suprimido junto con el sujeto, y en este pensamiento no hay la menor contradicción” (Kant 1781, A 592). De este modo, Kant rechaza la posibilidad de concebir la noción de “existente necesario”, es decir, del ente cuya esencia implica su existencia, piedra de toque del argumento ontológico del racionalismo alemán de Leibniz, Wolff y Baumgarten. Si esto es así, no hay ningún concepto de cosa alguna cuya no existencia implique contradicción. Por lo tanto, es imposible probar la existencia de Dios ''a priori'', es decir, a partir de puros conceptos, tal como pretende el argumento ontológico.
La fascinación que la prueba de San Anselmo ha causado en prácticamente todos los más grandes filósofos que la conocieron se debe, en gran medida, a que tanto en las formulaciones y defensas de sus múltiples versiones cuanto en la presentación de las no menos diversas críticas que ha recibido se ponen en juego las cuestiones más importantes de la filosofía: “Ciertamente, llevada a sus últimos extremos, la discusión de las objeciones contra la tesis de que la verdad de la proposición «Dios existe» es de evidencia inmediata no puede por menos de sacar a la luz la necesidad de examinar ciertas cuestiones y ciertas tesis filosóficas generales. Esas cuestiones son, en verdad, los problemas más graves y centrales de la Metafísica: el problema de los universales, el problema de la predicación del ser, el problema del origen del conocimiento de las esencias, el problema de los sentidos del ser y, en fin, el problema de la división del ser en finito e infinito” (Rovira 1991, 18-19). Por esta razón, tanto los defensores del argumento ontológico como sus objetores se ven obligados a fijar, durante el desarrollo de su defensa de la prueba o de su objeción contra ella, cuál es su posición con respecto a cada una de estas cuestiones. De esta manera, el análisis necesario para sostener o rechazar la prueba de San Anselmo la convierte en la ocasión ideal para que salgan a flote los principales temas de la metafísica. A causa de ello, el argumento ontológico se ha convertido, sin dudas, en uno de los grandes temas clásicos a lo largo de gran parte de la historia de la filosofía.
 
 
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