Griesemer (2007) sugiere una revisión de las narrativas convencionales que describen la evo-devo como una ''unión'' entre la genética y el desarrollo, cuyo estudio fue supuestamente abandonado desde los años 30 (Gilbert et al. 1996). Para Griesemer, esta separación entre campos es artificial: la embriología y la genética han sido siempre “como los segmentos de un ciempiés: se mueven juntos con autonomía limitada” (376). Griesemer construye la idea de que la genética y la embriología son nada más que estilos de investigación. En este sentido, la separación entre genes y desarrollo deja de ser considerada como una división ontológica: “No se sigue de la divergencia de estilos de investigación y prácticas representacionales en genética y embriología que la naturaleza está dividida en procesos separados de herencia y desarrollo” (414). Griesemer analiza los experimentos de Mendel, y describe a Mendel -universalmente considerado como el padre fundador de la genética- como un desarrollista. Las diferentes y sucesivas notas que aparecen en los escritos de Mendel son representaciones secuencialmente ideadas por Mendel para seguir lo que le interesaba, es decir, el proceso de desarrollo de los híbridos. Por lo tanto, desde esta óptica, Mendel fue un desarrollista que ofreció representaciones duraderas que, a su vez, ayudaron a algunos de sus seguidores a centrarse en los patrones de trasmisión intergeneracional, antecedentes del desarrollo. La consolidación de estilos de investigación ocultó directamente su unidad: “las teorías de la herencia implican metodologías de desarrollo, y viceversa” (414); “la genética trae aparejado un relato idealizado y abstracto del desarrollo y el desarrollo conlleva un recuento idealizado y abstracto de la herencia” (417); y “la teoría de los genes no sólo tenía un origen embriológico, sino que nunca realmente dejó la embriología” (414). Por lo tanto, el progreso lineal sugerido desde la embriología a la genética hasta la evo-devo sería una construcción histórica: no existe una “progresión histórica de campos o líneas de trabajo que adopten a su vez el centro de la atención científica” (417).
La relevancia explicativa del organismo como contexto para sus células y partes es innegable en la investigación del cáncer (Bertolaso 2016). Por mucho tiempo, las culturas ''in vitro'' continuaron siendo un sistema experimental privilegiado, en cierta medida favorecido por la imposibilididad imposibilidad de estudiar largamente las células individuales y por las dificultades para tratar con el organismo entero. Posteriormente, se acumuló evidencia de que las líneas celulares, establecidas ''in vitro'', no ofrecen un modelo experimental adecuado, ya que reducen la complejidad de los fenómenos observados ''in vivo''. La equivalencia entre los resultados del cultivo celular y los obtenidos en los animales en crecimiento resultó en gran medida incorrecta. Por el contrario, la ''dependencia contextual'' del fenotipo de las células tumorales forzó una consideración de la relevancia de algunas dinámicas establecidas que asumen el control del comportamiento de las células tumorales. Se hizo evidente que la reconstrucción del contexto funcional del microambiente del tejido constituye una condición clave para el estudio de cualquier especificidad causal. Progresivamente, los factores contextuales -que incluyen interacciones a largo alcance y factores topológicos- fueron reconocidos en su función de estabilizar las propiedades estructurales y funcionales de las partes moleculares. Por el contrario, la destrucción de gradientes morfogenéticos fue suficiente para proporcionar el fenotipo celular aberrante en muchos casos. La posibilidad de que la célula se libere del control basado en el gradiente es independiente de la presencia (o ausencia) de mutaciones genéticas durante el proceso neoplásico inicial. La arquitectura de un tejido normal es un sistema de organización tridimensional que, como los campos morfogenéticos, lleva información posicional e histórica. Es importante destacar que, a medida que se forman tejidos y órganos, cambian tanto los patrones de asociación como los tipos de células.
La importancia de volver a crear, en la investigación experimental, más dimensiones del entorno interno del organismo se ejemplifica por el actual desarrollo de la micro-ingeniería de cultivos celulares (De Ninno et al. 2010; Huh et al. 2011; Kim et al. 2012; Pampaloni et al. 2007). Los cultivos convencionales de células bidimensionales (2D) se desarrollaron hace casi un siglo, en la primera década del siglo XIX (Maienschein 2010). Una de las principales deficiencias de los cultivos 2D es que en ellos las células no mantienen su identidad funcional (la diferenciación, así como otras habilidades como la biosíntesis enzimática, es crucial para los ensayos de toxicidad). Esto se debe a que carecen de señales 3D necesarias para inducir y estabilizar los fenotipos. Diferentes autores (De Ninno et al. 2010) destacan la importancia de adaptar el microambiente celular a la resolución celular: pasando de la macro-escala a cultivos de micro-escala, nos movemos de conjuntos promedios a la manipulación de células individuales y un control fino de señales microambientales.