Filosofía de la economía

Ricardo Crespo
Universidad Austral - CONICET

De DIA
Revisión de 17:30 4 abr 2018 por Rcrespo (Discusión | contribuciones)

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A oídos contemporáneos la filosofía y la economía suenan como disciplinas muy lejanas entre sí. La filosofía parece ocuparse de algo muy inmaterial y etéreo mientras que la economía de algo bien material y concreto. Sin embargo, la economía nació y permaneció unida a la filosofía. Ya Platón y Aristóteles se ocuparon de hacer filosofía de la economía. Adam Smith, el padre de la economía, era profesor de filosofía moral en la Universidad de Glasgow y su Riqueza de las Naciones es parte de su sistema filosófico. Su amigo, David Hume, escribió interesantes y bien lúcidos ensayos económicos. John Stuart Mill fue un gran filósofo político, lógico, epistemólogo y economista. También Karl Marx era filósofo y escribió nada menos que El Capital. Los grandes economistas han sido grandes humanistas con una fuerte carga filosófica: por ejemplo, Carl Menger, John Neville Keynes, Ludwig von Mises, John Maynard Keynes, Alfred Marshall, Frank Knight, Friedrich von Hayek, Joseph Schumpeter, Ludwig Lachmann, Herbert Simon y Amartya Sen. El economista Robert Heilbronner escribió en 1953 su libro Economists as Worldly Philosophers, un verdadero best-seller con 4 millones de ejemplares vendidos. Pero desde mediados del siglo XX hasta hoy día, pocos economistas han sido o son filósofos. Quizá por eso esta combinación resulta extraña. Y quizá por esto también, la economía contemporánea no encuentre un rumbo claro.

En efecto, y en consecuencia, las recurrentes crisis económicas dieron origen a un renacer de la filosofía de la economía en la década de los 80 del siglo pasado. Un hito de este resurgimiento es el libro de Mark Blaug de 1980, Methodology of Economics, or How Economists Explain. Blaug es un historiador y metodólogo de la economía holandés recientemente fallecido, que pasó la mayor parte de su vida entre Estados Unidos e Inglaterra. A partir de entonces, se desarrolló una profusa bibliografía sobre el tema. Para quien desee internarse más en la literatura correspondiente, al final consta una lista de obras de filosofía de la economía.

En esta voz primero se desarrollará una perspectiva histórica, muy útil para entender la evolución de la concepción epistemológica de la ciencia económica, junto al concepto de racionalidad subyacente en ésta. Posteriormente, se presentará una perspectiva analítica en la que se describirán los temas en que se ha enfocado la disciplina de la filosofía de la economía. Es decir, la primera perspectiva se refiere más bien a la misma ciencia económica mientras que la segunda a la reflexión filosófica sobre sus elementos. La voz acabará con una breve conclusión.


1 Perspectiva histórica1  

Se pueden distinguir –con todas las limitaciones que acompañan a cualquier periodización– cuatro etapas en la concepción epistemológica de la economía. En la primera, la economía forma parte del elenco de las ciencias prácticas clásicas, bajo la égida de la política. En la segunda, la economía, después de la absorción moderna de la razón práctica en la razón instrumental, se emancipa de la política, la que se transforma, al igual que la economía, en una técnica con algunos residuos prácticos. En la tercera etapa deja de ser autónoma para ser dominante de otras ciencias sociales, el proceso que se llamó “imperialismo científico de la economía”. Hoy día, en una cuarta etapa, se está dando el proceso inverso, la “importación” de lógicas de otras ciencias sociales a la economía.


1.1 La economía subordinada a la política  

La historia de las relaciones entre estas disciplinas se remonta a los tiempos de la Antigua Grecia. Los filósofos presocráticos aplicaron el logos especialmente a la physis. Desde Sócrates en adelante, los filósofos buscaron también descubrir la racionalidad de la acción humana. Advirtieron que en el orden de los actos humanos, esa racionalidad no estaba necesariamente dada, sino encomendada. Por tanto, esa racionalidad no era sólo descriptiva o explicativa, sino también y principalmente normativa.

Hay referencias a políticas y hechos económicos en escritos de Jenofonte y propuestas de organización económico-política en Platón. Pero el primer tratamiento sistemático de lo económico lo encontramos en Aristóteles: en el Libro I de la Política y el Libro V, sobre la justicia, de la Ética Nicomaquea, de donde se infiere que el ámbito propio de la economía es el moral y político. Aristóteles señala que el fin de la economía es el eu zen, la vida buena del hombre, cuyo ámbito es la polis. Por ello, la economía está subordinada a la ciencia directiva de la comunidad civil, la política. Son muchos los autores que señalan esta sumisión de lo económico a los criterios políticos aristotélicos (por ejemplo, Barker 1952, iv, en su comentario a la traducción de la Política; Sen 1987, 3-4, 10; Koslowski 1985, 1ss.; Koslowski 1996, 22ss.). Entre ellos, Karl Polanyi señala de modo enfático la inmersión social de la economía aristoté­lica (Polanyi 1971, 67ss.).

Aristóteles se refiere habitualmente a la oikonomiké, económica, que es un adjetivo substantivado. Para él, es en primera instancia la administración doméstica, el gobierno de la casa. El Estagirita sostiene que hay una prioridad temporal de la casa respecto a la polis, de la que es parte. Esa prioridad no es de naturaleza, la cual corresponde a la polis. Al inicio de la Ética Nicomaquea señala la subordinación de la económica a la política (I, 1, 1094a 1-18). Los capítulos 3 a 11 del libro I de la Política contienen su concepción de la económica. La casa griega se compone de personas y posesiones. Entre las primeras están el dueño de casa, su mujer y sus hijos. Entre las segundas, los esclavos –“posesiones animadas”– y las riquezas. Estas partes dan origen a tres relaciones reguladas por la económica: “la heril [despotike, donde hay que incluir también la que llama crematística], la conyugal (...) y la procreadora” (Política I, 3, 1253b 9-10); “el gobierno de los hijos, de la mujer y de toda la casa, que llamamos administración doméstica [oikonomiken]” (Política III, 6, 1278b 37-8.).

Pero hay otro sentido de la económica más dilatado. Ésta no es sólo administración de la casa, sino también de la polis. En este ámbito la económica se ciñe a su relación con las riquezas. Posee una parte por la que “tiene a mano, afirma Aristóteles, o se procura para tener a mano, los recursos almacenables necesarios para la vida y útiles para la comunidad civil [koinonian poleos] o doméstica” (Política I, 8, 1256b 12-4). “Ambos [el administrador de la casa y el político], dice el Estagirita, tienen que contar con recursos” (Política I, 10, 1258a 19-21). Agrega: “el conocimiento de estas cosas [las gestiones económicas] es útil también para los políticos, pues muchas ciudades están tan necesitadas de recursos y de negociar para procurárselos como una casa o más todavía” (Política I, 11, 1259a 33-6.).

La económica es para Aristóteles el uso de lo necesario para la vida y la vida buena en la casa y la ciudad, mientras que la crematística es la adquisición de esas cosas, “ya que sin las cosas necesarias son imposibles la vida y el bienestar [eu zen]” (Política I, 4, 1253b 24-25). La económica sólo puede estar orientada al bien: no es económica si no es moral. En cambio, la “crematística” tanto puede ser parte de la económica –una crematística limitada–, como puede buscar como fin las mismas riquezas de modo ilimitado, sin referencia alguna a la vida buena. La primera es, según citaba antes, “aquélla en virtud de la cual la economía tiene a mano, o se procura para tener a mano los recursos almacenables necesarios para la vida y útiles para la comunidad civil o doméstica” (Política I, 8, 1256b 27-30) y la segunda aquélla “para la cual no parece haber límite alguno de la riqueza y la propiedad” (Política I, 9,1257a 1). De lo dicho surge que la económica está comprendida en el campo de la prâxis aristotélica, mientras que la crematística en el de la poiesis. Consecuentemente, el hábito de los actos propios de la económica, es una virtud, mientras que el de la crematística una techne; a su vez, el saber acerca de la económica es ciencia práctica, y el de la crematística, en cambio, poiética.

La techne, dice Aristóteles, tiene un número limitado de instrumentos o medios; en cambio, es ilimitada respecto a su fin: “se proponen conseguirlo en el más alto grado posible” (Política I, 9, 1257b 26-7). Cuando el fin, en vez de ser la vida buena de la persona y de la polis, es el dinero y los recur­sos, el arte crematístico se independiza de la económica y se convierte en “censurado”. La crematística subordinada es natural, limitada y necesaria. La censurada, en cambio, es fruto de cierta experiencia y técnica, ilimitada e innecesaria. La primera persigue su fin a través de los recur­sos o riquezas, mientras que la segunda sólo busca el aumento de esos instrumen­tos. Como ambas usan el mismo medio (el dinero), advierte Aristóteles, es muy fácil confundirse y transformar ese medio en fin. La búsqueda de lo necesario, un criterio de necesidad, queda supera­do por un criterio de maximización, que será típico de la economía neoclásica. Sin embargo, sigue el Filósofo, los bienes externos tienen un límite, como todo instrumento, y “todas las cosas son de tal índole que su exceso perjudica necesariamente” (Cfr. Política, I, 9, 1257a 4-5).

¿Cuál es la causa de esta confusión? La ilimitación [apeiron] del apetito en la búsqueda de los medios, responde el Estagirita. La insubordinación de la crematística respecto a la económica responde a la del apetito respecto a la razón. Los que no buscan vivir bien, sino sólo vivir, se dejan guiar por el deseo de los placeres corporales, que parecen depender de la posesión de bienes, y se dedican por completo a los negocios. Se confunde la bús­que­da de la mayor felicidad, con la de las mayores riquezas. Esto conduce, como señala Polan­yi, a una escisión entre un principio de uso (el económico en sentido clásico) y uno de ganancia (económico en sentido moderno y crematístico en sentido clásico), que ocasiona un divorcio entre los móviles económicos y los fines sociales (Cfr. Polanyi 1983, 85). “Aristóteles”, afirma Polanyi, “intuyó en el germen el espécimen completa­mente desarrollado” (Polanyi 1971, 67-68). Agrega: “la famosa distinción, que [Aristóteles] observa en el capítulo introductorio de La Política entre la economía pro­piamente dicha y la adquisi­ción de dinero o crematística es probable­mente la indicación más profética que se haya hecho nunca en el campo de las ciencias sociales” (Polanyi 1983, 84). En realidad, Aristóteles tenía motivos para esta intuición, pues fue lo que pudo observar en su época. En efecto, después de la guerra del Peloponeso sobrevino una crisis política y económica en Atenas en la que pudo ver a la crematística censurada en acción. Sin esa experiencia no pudo haber hecho la siguiente afirmación en la Política: “Así ha surgido la segunda forma de crematística porque al perseguir el placer excesivo procuran también lo que pueda proporcionar ese placer y si no pueden procurárselo por medio de la crematística, es decir, por medio del dinero, lo intentan por otro medio usando todas sus facultades de un modo antinatural; lo propio de la valentía no es producir dinero sino confianza, ni tampoco es lo propio de la estrategia ni de la medicina cuyos fines respectivos son la victoria y la salud. No obstante algunos convierten en crematística todas las facultades como si el producir dinero fuera el fin de todas ellas y todo tuviera que encaminarse a ese fin” (Política I, 9, 1258a 6-14). Es decir, a pesar de que lo propio de la medicina es la salud, la medicina se convierte también en una forma de crematística; a pesar de que lo propio de la estrategia sea la victoria, también la guerra se convierte en un instrumento. Es decir, todo se tiñe de la intención de “producir dinero”.

La concepción de Aristóteles ha perdurado muchos siglos. Durante toda la Edad Media, las referencias a lo económico acuden con frecuencia a estos textos de Aristóteles. Es el caso de Santo Tomás de Aquino y de autores de la tradición franciscana, la Segunda Escolástica y la Escuela de Salamanca. En cualquier caso, la economía sigue estando subordinada a la política. Ya entrada la Edad Moderna, Adam Smith, considerado el fundador de la economía, la trata como ciencia práctica: “una rama de la ciencia del político o del legislador” (Smith 1952, 182). De hecho, el tratamiento de Smith es sumamente ecléctico: considera que las acciones y decisiones económicas están influidas por factores históricos, sociológicos, culturales y psicológicos, además de los estrictamente económicos. Cuando comenzó a delimitar más claramente su ámbito, recibió el nombre de “economía política”, lo que denota la esencial inmersión de lo económico en el ámbito de lo político, tal como fue concebida en aquellos comienzos. Según afirman los historiadores, quien primero usó el término “economía política” fue el francés Antoine de Montchrétien, en su Traité de l’Économie Politique de 1615. De allí en más y hasta el siglo XIX, la economía política fue la disciplina que estudiaba la economía de una nación, formando parte aún de ese conjunto más amplio de ciencias de la sociedad y el gobierno, antecesoras de las modernas ciencias sociales y políticas. Éste fue, en efecto, el sentido habitual de la “economía política” en la mayoría de los economistas clásicos ingleses. En esta etapa, entonces, las racionalidades política y económica convergen. Se da un predominio de la racionalidad práctica sobre la racionalidad técnica: mandan los fines sobre los medios. Sin embargo, ya se estaba gestando desde hacía tiempo un proceso más profundo que terminaría por llegar a la economía. Es materia de la próxima sección.

1.2 La emancipación de la economía  

La expresión “un proceso más profundo” con que se acaba la sección previa, se refiere a la reducción de la razón práctica o moral a la razón técnica operada a partir del siglo XVII. Para David Hume la razón no puede ser razón práctica sino sólo técnica. La virtud y el vicio son objetos del sentimiento (feeling), no de la razón. Según él, la razón no puede producir acción alguna. Es la pasión la que mueve a actuar. Por tanto: “La razón es y sólo debe ser la esclava de las pasiones, y no puede pretender otro oficio que el de servirlas y obedecerlas” (Hume 1968, 415). La pasión determina los fines y la actividad racional consiste en acomodar los medios a esos fines; es decir, la razón es sólo razón instrumental.

La tradición inglesa registra antecedentes previos a Hume en este sentido. Por ejemplo, para Francis Hutcheson (1694-1746), los fines de nuestros actos nacen de una serie de inclinaciones. La razón sólo interviene luego; es la “sagacidad” para seguir un fin. Dice Hutcheson: “Todo aquello que es deseable en última instancia o bien es propuesto por algún sentido inmediato, o por algún instinto o impulso natural, anterior a todo razonamiento. Es tarea de la razón hallar los medios para obtener lo que deseamos (…) Esta facultad (el intelecto) juzga acerca de los medios o fines subordinados: pero acerca de los fines últimos no hay razonamiento, pues ninguna opinión o juicio puede mover a la acción, allí donde no hay un deseo anterior de algún fin” (Hutcheson 1999, 20-21).

Para Adam Smith, amigo de Hume, el contenido del bien o el mal se conoce por un sentimiento moral. Escribe Smith: “La razón sólo puede mostrar que este objeto es el medio para obtener algo que es naturalmente placentero o desagradable”, pero “si la virtud, pues, es deseable por sí misma, y si, del mismo modo, el vicio es objeto de aversión, no puede ser la razón la que originalmente distinga esas diferentes cualidades, sino el sentido inmediato y el sentimiento” (Smith 1984, 320). Es decir, a pesar de que en Smith la economía siga siendo parte de la política, se trata de una política cuyos fines ya no son descubiertos y argumentados por una razón práctica.

El primer economista en sostener claramente la necesidad de separación entre la economía y lo político fue Nassau William Senior, primer profesor de Economía Política de Oxford, desde 1825. Senior pronuncia en 1860 su conferencia presidencial de la Sección F (“Ciencia Económica y Estadística”) de la British Association for the Advancement of Science. Como explica Terence W. Hutchison, “la Sección F tenía que confirmar su respetabilidad científica, y sus merecimientos para formar parte de las materias establecidas como ciencias naturales” (Hutchison 1962, 9). Hutchison dice que Senior “brindó una breve reformulación de su visión ultra-estrecha de la “Ciencia Económica” y de las funciones del economista, según las cuales su materia quedaba confinada dentro de los límites de la ciencia estrictamente “positiva”, con un estrecho objeto de estudio económico [la riqueza]” (Hutchison 1962, 13). Es decir, presionada por la ciencia natural, y siguiendo la tendencia de la reducción de la razón práctica a razón técnica, la economía no es más ciencia práctica y, de este modo, se desvincula de la política y deja de lado características humanas esenciales presentes en el campo económico. Esta escisión de ambas disciplinas y la pérdida del carácter práctico de la economía se consolida en las obras de John Stuart Mill y John E. Cairnes. La economía política, para Cairnes, sólo es explicativa o expositiva de las leyes de los fenómenos relacionados con la riqueza; y es neutra respecto a los sistemas políticos y sus fines: aporta sólo herramientas para valorar dichos sistemas y fines desde un punto de vista limitado (Cfr. Cairnes 1912, 29.31-32).

Cairnes estamos en los albores de la revolución marginalista en economía y de la teoría económica neoclásica. Al llegar esta última, ya se ha configurado un tipo de razonamiento económico que corresponde a este modelo: se ha instalado una economía cuya única racionalidad es la instrumental maximizadora. En 1875, el hoy casi olvidado economista H.D. MacLeod, sugirió bautizar la economía con el nombre de economics (Cfr. Collison Black 1983, 56). Aún John Neville Keynes, el padre de John Maynard, conserva el nombre de “Political Economy” en su libro sobre su método y alcance en el que trata de conjugar ambas concepciones. Los economistas neoclásicos Stanley W. Jevons y Alfred Marshall consolidan el uso de “economics”. Los principales motivos de este cambio fueron imitar los métodos exactos y precisos de la Física (Physics) y dejar clara la neutralidad valorativa de la ciencia económica. Economics, este nuevo nombre de la ciencia económica, es un término que queda ligado al nacimiento de la teoría neoclásica. Así llegamos a una ciencia económica emancipada de la política que mira como ideal de método y exactitud a las ciencias naturales y que se ocupa sólo de la asignación de medios entre fines dados. Esta es la visión de Lionel Robbins cuyo tratado sobre La naturaleza y significación de la ciencia económica (1932-1935) marcó el rumbo y los conceptos fundamentales de la economía de allí en adelante. Volveremos sobre él en la próxima sección.

El célebre economista de Chicago Milton Friedman –premio Nobel de economía– es un caso paradigmático de esta postura y ha influido poderosamente en la concepción epistemológica de la economía. En el año 1953 publicó su célebre ensayo sobre el papel y alcance de la ciencia económica, “The Methodology of Positive Economics”. En este trabajo Friedman establece como criterio de cientificidad la capacidad predictiva, y presenta a la economía como una ciencia a imagen de una ciencia natural. Este escrito fue, probablemente, el documento más influyente del siglo XX en materia de metodología de la economía. Los economistas se han sentido atraídos e identificados con su propuesta metodológica y la han practicado. Como su título expresa, se debe aclarar que Friedman ciñe su estudio a la “economía positiva”. La distingue tanto de la “economía normativa”, como de las posturas éticas. “En suma, concluye, la economía positiva es, o puede ser, una ciencia “objetiva”, precisamente en el mismo sentido que cualquiera de las ciencias físicas” (Friedman 1986, 43). Sin embargo, según Friedman, mientras que se puede establecer una relación entre la economía normativa y la positiva, no cabe relación con la ética pues acerca de las diferencias de opinión sobre los valores básicos “los hombres sólo pueden pelear en última instancia” (Ibídem, 45).

¿Cuál es la tarea de una ciencia positiva? Desarrollar un sistema de generalizaciones, teorías o hipótesis que generen pronósticos correctos. ¿En qué consiste la corrección o validez de las teorías? En la coincidencia de los pronósticos con la experiencia. Sin embargo, Friedman admite que “los datos empíricos nunca pueden “probar” una hipótesis; sólo pueden dejar de refutarla” (Ibídem, 50). Se advierte aquí una influencia del “falsacionismo” de Karl Popper. Dados unos datos empíricos, la cantidad de hipótesis posibles para explicarlos, sostiene Friedman, son infinitas (Cfr. ibídem, 51). Se advierte aquí la presencia de otra tesis epistemológica contemporánea, la denominada “sub (o infra)-determinación de las teorías”. Para decidir qué teoría adoptar de estas dos posibilidades –algo “arbitrario hasta cierto punto”, sostiene Friedman– propone acudir a los llamados “valores epistémicos”. Friedman menciona a la sencillez y la fecundidad. Una teoría es más sencilla cuanto menor sea el conocimiento inicial necesario para formular la predicción (Ibídem, 52). Elegiremos las teorías más sencillas y fecundas.

Friedman considera que la imposibilidad de hacer experimentos controlados no pone a las ciencias sociales en inferioridad de condiciones respecto a las naturales. Piensa que es muy importante contar con observaciones empíricas en dos partes del proceso científico: primero, para la elaboración de la hipótesis y, segundo, para la verificación de su validez. Según Friedman, hay dos consecuencias funestas de no poder avanzar por las dificultades en contar con datos empíricos: la primera de éstas, es la tendencia a refugiarse en la teoría, lo que da lugar sólo a tautologías, mientras que la economía aspira a más que eso; la segunda consecuencia, es que trata de apoyarse en la validez de los supuestos. De allí Friedman pasa a unas afirmaciones que fueron muy criticadas: “cuanto más significativa sea una teoría, serán menos realistas los supuestos” y “para ser importante, por lo tanto, una hipótesis deberá ser descriptivamente falsa en sus supuestos” (Ibídem, 58).

Para Friedman, entonces, el énfasis no ha de ponerse en el realismo de los supuestos sino en el buen funcionamiento de la teoría; lo que depende de la corrección de sus predicciones. La liberación del requerimiento de realismo de los supuestos permite la adopción de la cláusula “como si”, tan común en la economía. El ejemplo que pone Friedman es la hipótesis de la maximización. De acuerdo a lo que sostuvo antes, sugiere criterios para la elección de los supuestos que tienen relación con los valores epistémicos: la claridad y precisión resultantes en la presentación de la hipótesis, entre otros (en vez del realismo). En definitiva, el realismo de la teoría no radica en el de sus supuestos sino en su éxito predictivo.

Esta formulación metodológica de Friedman tiene una fuerza de convicción enorme para un economista. Le da una libertad muy grande a la hora de proponer hipótesis, ya que le permite hacerlo sin preocuparse mayormente por los supuestos: la carga de la prueba se pone en la verificación de las consecuencias que se predigan, no en el realismo de la teoría. Robert Lucas –otro premio Nobel–, por ejemplo, sigue estrechamente a Friedman en materia metodológica. Los modelos económicos, señala, articulan sistemas económicos artificiales que son como laboratorios que hacen posible los experimentos. Afirma que todo modelo útil debe ser patentemente irreal, abstracto, artificial. “El progreso en el pensamiento económico significa conseguir modelos económicos análogos más y más abstractos, no mejores observaciones verbales acerca del mundo” (Lucas 1980, 700).

Sin embargo, por más que desvinculada de lo político, para estos economistas la economía sigue tratando de asuntos generalmente considerados económicos: el ámbito de lo material, de la riqueza, del intercambio. La economía es aún la ciencia que estudia el conjunto de las decisiones y acciones dirigidas a la satisfacción de las necesidades humanas mediadas por medios materiales. Es decir, es independiente, pero se ocupa sólo de su campo. Se ha de dar un paso más para llegar a las pretensiones “imperialistas” de una economía dominante. En esta segunda etapa, entonces, se produce una divergencia e independencia entre la racionalidad política, que continúa siendo al menos parcialmente práctica, y la racionalidad económica que es más claramente técnica.


1.3 La economía dominante  

Como subraya Sir Ernest Phelps Brown en su discurso Presidencial a la Royal Economic Society (Gran Bretaña), el problema de la concepción de la economía concentrada en su campo es doble: debe analizar comportamientos tanto racionales como irracionales, y se ocupa tanto de la asignación de los medios como de la valoración de los fines o preferencias elegidas (Cfr. Phelps Brown 1972, 7). Todas las realidades que caen bajo la rúbrica ordinaria de “económicas”, sin importar que sean racionales o no, inestables, impredecibles, inciertas, relacionadas con los medios o con los fines, con hechos o con valores, deberían considerarse como parte de la ciencia económica, adoptando en consecuencia una noción de ciencia diversa de la de ciencia positiva. Para acercarse a esta última, la ciencia económica precisa crear un objeto determinado, objetivo, preferiblemente observable porque la ciencia positiva es un estudio exacto acerca de este tipo de objetos. Requiere evitar el subjetivismo, la introspección, los juicios de valor, y aunque cambiante, necesita fijar el sujeto en un punto determinado. Es decir, la ciencia económica, siendo tensionada por las condiciones propias de las ciencias naturales, tiene que modificar su objeto de estudio para ajustarse a esta visión científica particular.

La clave para “encajar” la acción humana en un marco exacto es considerar los fines (llamados “preferencias” por los economistas) como dados. La estabilidad y el carácter exógeno de las preferencias preparan el terreno para edificar un objeto científico determinado. Como sostiene Lionel Robbins, “a la economía no le interesa en modo alguno ningún fin como tal. Se ocupa de los fines en la medida en que afectan la disposición de medios, los toma como proyectados en una escala de valoraciones relativas e investiga qué consecuencias se producen respecto de ciertos aspectos de la conducta” (Robbins [1935] 1984, 30; 1951, 55). La economía entonces se desprende del problema de la determinación de los fines. Éstos se hallan en una “caja negra”.

Es cuando aparece una nueva definición de economía que, aunque se transformará en la predominante, aún convive con la antigua. Como ha señalado Ronald Coase hay dos tipos de definiciones de ciencia económica (Coase 1978, 207). Las primeras son las definiciones que enfatizan el estudio de ciertos tipos de actividades humanas. Las segundas hacen de la ciencia económica el estudio de una cierta perspectiva de todas las elecciones humanas. Phelps Brown las llama definiciones de economía “determinadas por el campo” y “determinadas por la disciplina” (Phelps Brown 1972, 7). El ejemplo paradigmático de esta última es la formulada por Robbins, que se ha transformado en canónica: “La economía es la ciencia que estudia la conducta humana como una relación entre fines y medios limitados que tienen diversa aplicación” (Robbins [1935] 1984, 16; 1951, 39). Es decir, la economía es la ciencia de una visión particular de la elección supuestamente humana. De este modo, la ciencia económica se transforma en una ciencia “determinada por la disciplina”. Es “determinada por la disciplina” porque su objeto de estudio ya no es un campo relacionado con las necesidades humanas materiales, con la producción y la distribución. Pasa a ser la elección, cualquier elección, en cuanto requiere una adaptación de medios entre fines dados, un aspecto, punto de vista o perspectiva de aproximación a cualquier acción humana. Así toma un lugar primordial entre el resto de las ciencias sociales. Resultan proféticas las agudas reflexiones de Robert Scoon, ya en 1943, acerca de la definición de Robbins: “Sostengo que si se definiera la ciencia económica de este modo, incluiría lo político, lo militar, lo legal, lo médico y todo lo moral apoyado en bases utilitaristas; y entonces desaparecería la utilidad de la definición en cuanto a distinguir la ciencia económica de otras disciplinas. Elegir no es una actividad específicamente económica, y la introducción de la escasez no altera la situación” (Scoon 1943, 311).

Con la línea conceptual iniciada en Robbins, en efecto, la economía se constituye en la lógica propia de toda realidad social. La expresión que han acuñado los economistas para designar este supuesto poder explicativo de toda acción humana es “imperialismo económico”. El primero en usarla fue el economista institucionalista Kenneth Boulding, quien afirma: “Ciertamente, la teoría económica de la democracia, tal como ha sido desarrollada por Anthony Downs y otros, es muy buen ejemplo de lo que algunas veces he llamado “imperialismo económico”, que es un intento, por parte de la economía, de invadir el resto de las ciencias sociales” (Downs 1969, 8).

Este programa de investigación tiene su mayor desarrollo en la Universidad de Chicago, pero se ha expandido a los restantes círculos académicos. El economista Jack Hirshleifer afirma: “Existe una sola ciencia social. Lo que brinda a la economía su poder imperialista invasor es que nuestras categorías analíticas –escasez, costo, preferencias, oportunidades, etc.– son verdaderamente universales en su aplicabilidad. (...) Por eso la economía constituye realmente la gramática universal de las ciencias sociales” (Hirshleifer 1985). Hirshleifer no hace más que definir la tarea concreta que han encarado premios Nobel de economía como James Buchanan y Gary Becker, y otros tantos economistas prestigiosos como Gordon Tullock, Robert Tollison y Richard Posner.

¿Cuáles son los rasgos y herramientas de esta gramática universal? La concepción del hombre como auto-interesado y provisto de racionalidad económica (racionalidad instrumental maximizadora). Ante la realidad de conductas que no obedecen a estos patrones, los economistas han adoptado dos respuestas alternativas. La primera es la demostración de la reductibilidad de todo fin al auto-interés y de toda racionalidad a la racionalidad instrumental. A su vez, los economistas identifican racionalidad instrumental con un tipo de ésta, la maximizadora. Es el camino seguido, por ejemplo, por Ludwig von Mises. Cuando Max Weber propone cuatro formas de racionalidad, una sola de las cuales es la instrumental –la racionalidad de acuerdo a fines–, von Mises reacciona afirmando que esto es un error, y que las otras tres formas de racionalidad –de acuerdo a valores, afectiva y tradicional– son reducibles a la instrumental. Por otra parte, además, sostiene que toda racionalidad es maximizadora, ya que todas las personas siempre prefieren y actúan según la situación mejor. Esta es la postura que posibilita de mejor modo la consideración de la economía con su lógica instrumental maximizadora como lógica universal. Pero es fácilmente criticable puesto que se apoya y no expresa más que una tautología: todo acto intencional es intencional. Por otra parte, los términos economía y maximización adquieren así un significado diverso –más amplio– que el que tienen en el lenguaje ordinario.

El segundo camino ha sido reconocer que hay fines que no son económicos y un tipo de racionalidad que tampoco es la económica. Sin embargo, afirman, aunque con sus limitaciones, la lógica económica restringida explica la mayor parte del comportamiento humano. Es el argumento de John Stuart Mill que da origen al homo oeconomicus. Pero el mismo Mill había señalado que esta lógica es sólo un instrumento analítico para detectar unas causas y que de ningún modo puede aplicarse a la realidad sin reinsertar las perturbaciones reales de esas causas que fueron dejadas de lado por la ciencia abstracta. Es decir, en la segunda etapa, aunque se adopta la racionalidad instrumental y se tiende a la idea de maximización, por una parte se aplica sólo al campo económico y, por otra, se reconoce que hay otras formas de racionalidad que hay que tener en cuenta a la hora de la aplicación concreta (Cfr. Mill [1844] 1974). En la tercera etapa, se da un paso más. Se considera que toda racionalidad humana es instrumental y que toda racionalidad instrumental maximiza. Por eso se aplica a toda realidad humana.

El programa de Mill puede ser inicialmente exitoso. Pero luego aparecen conductas como la benevolencia, el amor, la cooperación, el voluntariado, el regalo, el hábito, el gusto, como motivos de acciones económicas. ¿Cuál es la solución? La más rápida es reducir esos factores al auto-interés como se hacía directamente en la primera respuesta: por medio de la auto-satisfacción, del signo de status, del deseo de una retribución futura. A su vez, por medio de los hábitos, las rutinas, o la racionalización como concepto psicológico, reducimos los comportamientos aparentemente irracionales a la racionalidad económica. Pero aún puede quedar un saldo de bondad desinteresada o de irracionalidad. Abandonar este saldo, dice Hirshleifer, sería una “evasión del desafío de la ciencia” (Hirshleifer 1985, 59). Por eso debe seguir trabajando para completar los modelos. Éstos pueden servir además para explicar otras actividades en las que incide el, también en expresión de Hirshleifer, “carácter contagioso de la benevolencia” (Hirshleifer 1985, 57).

¿Cuáles son los campos de aplicación de la economía imperialista? Gary Becker hace un rápido repaso de algunos de estos en su Nobel Lecture de 1992 (Becker 1993). Concretamente se detiene en los siguientes: la discriminación contra las minorías, el delito, el denominado “capital humano” (educación, habilidades y conocimientos) y la familia. A estos temas hay que agregar tres importantes: la política, el derecho y la religión.

En suma, en esta tercera etapa, la economía ya independiente de la política, considera que su lógica es universalmente aplicable a la acción humana, incluida, por supuesto, la misma política. Volvemos a una convergencia de racionalidades, pero obrada mediante una absorción reductivista de la racionalidad práctica y política por la racionalidad técnica o instrumental. La única racionalidad que de hecho rige es una racionalidad respecto a los medios, agnóstica respecto a los fines.

Por supuesto, hay excepciones a esta visión. Una bien relevante es la de John Maynard Keynes, quien tiene una concepción amplia de la racionalidad económica, da cabida amplia a factores psicológicos, sociológicos e históricos y a los valores, y considera el fenómeno fundamental de la incertidumbre (como ya lo había hecho también el economista Frank Knight).


1.4 Cuarta etapa: un “imperialismo inverso”  

En la fase previa la economía “exporta” su racionalidad para el análisis de diversas realidades o actividades humanas. En cambio, en esta cuarta fase, estamos siendo testigos de un creciente, tal como lo llama John Davis (2008 y 2011), “pluralismo de la corriente principal” o “imperialismo inverso”, consistente en un conjunto de corrientes heterodoxas que importan lógicas de fuera de la ciencia económica.

George Akerlof y Rachel Kranton han establecido conexiones estrechas con la sociología a través de su propuesta de una “identity economics”. En cuanto a la psicología, “behavioral economics” (o economía comportamental) ha explotado y casi es parte de la enseñanza regular en las facultades de economía. Hay varias corrientes, por ejemplo las lideradas por Daniel Kahneman y Gerd Gigerenzer, con una inspiración original en Herbert Simon. La “neuroeconomía” es una cierta prolongación de la anterior y se basa en las neurociencias. Hay una antigua tradición de antropología económica –por ejemplo, en Karl Polanyi– que no ha perdido su vigencia y que hoy se mira con atención. También ha revivido el interés por la historia y por el papel de las instituciones, tanto en un “neo-institucionalismo” fundamentalmente neoclásico, como en un renacer del viejo institucionalismo de Thorstein Veblen. Éste está emparentado con “Evolutionary Economics” que aplica ideas de la evolución –no necesariamente Darwiniana ni biológica– a la dinámica económica. El auge de la economía experimental es otro fenómeno reciente relacionado con Vernon Smith. Otra corriente floreciente es la “happiness economics” o “economía de la felicidad” (por ejemplo, Richard Layard) (Cfr. Bruno y Stutzer 2002).

También ha resurgido el interés por la ética en autores como Amartya Sen y su “enfoque capacidades”. Luigino Bruni y Stefano Zamagni recuperan la tradición de la economía civil de autores florentinos del siglo XV y napolitanos del siglo XVIII. En efecto, las “anormalidades” descubiertas por la behavioral economics, y el énfasis de happiness economics, ponen de manifiesto la importancia de la consideración de los fines por parte de la economía. No es lógico cortar el análisis en los medios, pues no hay acción sin fines. La resistencia a tratar con fines es paralela a la intencionalidad de la economía en transformarse en una ciencia neutral a los valores, que recorrió buena parte del siglo XX, al margen de la moral y la política. Cada vez más, sin embargo, se acepta que no es posible hacer distinciones tajantes. Buena parte de los epistemólogos señalan algo que ya ha sido aceptado por las otras ciencias sociales, el carácter de value-laddeness de las observaciones y de las teorías. El otorgamiento en 1998 del premio Nobel a Amartya Sen es un testimonio del interés por estos temas relacionados con los fines, en este caso en concreto, por la posibilidad de la consideración y agregación de valores individuales en decisiones sociales.

De entre estas corrientes behavioral economics es la que quizás ha tenido mayor impacto, se ha aplicado a las finanzas y ha dado lugar a un programa de política económica por el que se aprovechan los “defectos” de percepción de los individuos para conducirlos a tomar las decisiones “adecuadas” desde un punto de vista económico (una acción llamada “nudge” por Richard Thaler y Carl Sustein). Behavioral Economics es un esfuerzo por mejorar el poder explicativo y predictivo de la economía gracias a la incorporación de elementos psicológicos. Su renacimiento obedece al trabajo conjunto de Kahneman y Amos Tversky, ambos psicólogos, especialmente desde los años 70. A ellos se unen Richard Thaler, Matthew Rabin, George Loewenstein y Colin Camerer, solo para mencionar a algunos académicos de esta rama de la economía. Algunas características epistemológicas o metodológicas de esta postura son: 1) su evidente interdisciplinariedad; 2) su aceptación de entidades no observables, como las creencias o las emociones, como fuentes válidas de conocimiento científico; 3) su consiguiente estrecha relación con las ciencias cognitivas y sus avances, lo que recientemente ha dado lugar a una nueva derivación, la “neuroeconomía”; 4) su tentativa de realizar experimentos que permitan objetivar la evidencia y sacar conclusiones.

Kahneman recibió el premio Nobel en el año 2002. Junto con él lo recibió también Vernon Smith “por haber establecido los experimentos de laboratorio como una herramienta de análisis económico”. El correspondiente Comité declaró: “Tradicionalmente, gran parte de la investigación económica se apoyaba en el supuesto de un homo œconomicus motivado por auto-interés y capaz de tomar decisiones racionales. La economía también fue considerada habitualmente como una ciencia no experimental, apoyada en la observación de las economías reales más que en experimentos controlados de laboratorio. Hoy día, sin embargo, un cuerpo creciente de investigación se dedica a modificar y testear los supuestos económicos básicos; más aún, cada vez más la investigación económica se basa en datos recogidos en el laboratorio, más que en los datos de campo. Esta investigación tiene sus raíces en dos áreas distintas hoy día convergentes: el análisis de los juicios y decisiones por los psicólogos cognitivos, y el testeo empírico de las predicciones de la teoría económica por parte de economistas experimentales. Los premiados este año son los pioneros de estas dos áreas” (https://www.nobelprize.org/nobel_prizes/economic-sciences/laureates/2002/press.html).

Sin embargo, dado que los paradigmas de las ciencias sociales no son fácilmente refutables de modo absoluto, siguen conviviendo diversas visiones. Como señaló Hutchinson las teorías económicas y sus líneas de investigación tienden a vivir por largo tiempo, de modo que a menudo coexisten teorías divergentes (Hutchison 1977, 199-200). No obstante, cada vez hay más y más economistas, también ortodoxos, que se toman muy en serio las contribuciones de otras ciencias. El peligro que persiste es que la economía termine “domesticando” estas racionalidades reduciéndolas nuevamente a una racionalidad instrumental y caigan en un enfoque naturalista. De hecho, esto ha sucedido con gran parte de la economía comportamental, la neuroeconomía, la economía evolutiva y el institucionalismo.


2 Perspectiva analítica  

Como se anunciaba al comienzo de este trabajo, primero se presentaría una perspectiva histórica y luego otra analítica, describiendo los asuntos que han interesado a los filósofos de la economía. Ha llegado el turno de esta última. Algunos economistas ven a las teorías epistemológicas y metodológicas como cuestiones esotéricas y/o inútiles. La realidad es que la discusión epistemológica y metodológica en economía es creciente. La cantidad de libros, revistas y jornadas sobre este tema no pueden explicarse sólo como una industria académica. Sin embargo, el economista no tiene por qué ser un experto en epistemología y metodología, pues éstas son como meta-teorías de lo que él hace.

En una primera etapa de la disciplina, se intentó aplicar ideas epistemológicas corrientes al campo de la economía. En una segunda etapa, que es la actual, se procura seguir el camino inverso: analizar el modo en que trabaja la economía y tratar de pensarlo desde el herramental filosófico. Las próximas dos secciones analizarán estas etapas. Se concluirá este apartado con una conclusión del mismo.


2.1 Primera Etapa: desde la epistemología a la economía  

Consideraremos los enfoques que aplican las ideas de Popper y de Lakatos y una postura con rasgos posmodernos.


2.1.1 Popper y Lakatos y la economía  

Ya se mencionó la relación de Popper con las ideas metodológicas de Friedman. Popper desembarca en la economía de la mano de Terence Hutchison (1938), primero, y de Mark Blaug, después. En vez de adoptar el criterio de verificabilidad como regla de demarcación entre lo que es y lo que no es ciencia, Popper adopta el de falsabilidad: una teoría será científica cuando se componga de proposiciones que admitan la realización de experimentos que puedan demostrar su falsedad. Para el verificacionismo la frase “existen los centauros” es científica –aunque aún no probada– porque podría verificarse cuando se encuentre un centauro, pero no es falsable porque no existe el experimento que permita descartarla probando que no existen los centauros: siempre podrían existir. En cambio una proposición más acotada como “no hay centauros ahora en esta habitación”, sí es falsable. Cuanto más acotada es una teoría es más fácil falsarla, pero es menos general. Si una teoría es falsable y pasa exitosamente un test, es corroborada. La corroboración consiste en una aprobación provisoria. Provisoria, pues se puede pensar en la posibilidad de un experimento en que finalmente quede falsada. Por eso, para Popper, en la ciencia nunca hay una verdad definitiva. Popper prefiere hablar de verosimilitud: toda teoría es conjetural. La falsación se aplica tanto a las consecuencias o predicciones como a los supuestos. La misión de la ciencia económica es entonces, según Blaug, proponer hipótesis refutables.

Ahora bien, por más que una teoría quede falsada, en la práctica esto puede no conducirnos a descartarla sin más. Hay tres motivos por los que la falsación no conduce tampoco necesariamente a una conclusión definitiva. El primero es la llamada tesis Duhem-Quine: en todo test junto a la hipótesis considerada se testean otras hipótesis auxiliares. Si el test da negativo, no se sabe si lo falsado es la hipótesis testeada o las auxiliares. Por otra parte, segundo, todo testeo supone la aceptación convencional de la definición de la base empírica. Se podría adoptar otra convención e intentar evitar la falsación. Hutchison mismo reconoce que la falsación de una teoría económica no equivale a su eclipse definitivo, pues las circunstancias históricas o institucionales que le dieron fundamento en algún momento, pueden repetirse más adelante (Cfr. Hutchinson 1988, 178).

Finalmente, tercero, la base empírica está “impregnada de teoría” (es theory-ladden). Esto significa que nuestra aproximación a los datos no es ingenua o pura. Buscamos unos datos porque tenemos una teoría y buscamos los datos que nos confirman esa teoría. Blaug se ha quejado muchas veces de esta costumbre de los economistas. Más allá, incluso, del problema de la theory-ladeness, Blaug se queja de que los economistas evitan exponer sus teorías a la falsación: lo que les interesa es comprobarlas, no falsarlas. En efecto, es más fácil que se publique un artículo que pruebe que una teoría es verdadera a uno que pruebe que es falsa.

Blaug, consciente de estas limitaciones, se abre a la consideración de las posturas de otro epistemólogo, el húngaro Imre Lakatos. Lakatos, dice Blaug, es en un 90% Popper. Lakatos sostiene un “falsacionsimo sofisticado”. Esta postura admite que hay un ‘núcleo duro’ (hard core) de las teorías científicas que no es falsable. Según Lakatos, este núcleo duro de las teorías está rodeado por un ‘cinturón protector’ de hipótesis falsables. De modo tal que una refutación no descarta la teoría. Lakatos concibe la tarea científica como planes de investigación (scientific research programs) que pueden ser progresivos –sucesivamente corroborados– o regresivos –falsados–. Un ejemplo de proposición perteneciente al núcleo duro de la economía es el principio de maximización. Esta posición, en efecto, se ajusta mucho a las prácticas de la economía. Se parte de algunos supuestos fundamentales que no se cuestionan y se ponen a prueba otras proposiciones secundarias o deducciones de aquellos y éstas.

Sin embargo, vista desde la epistemología esta postura sigue teniendo todos los problemas de ambas tendencias (la teórica y la empírica): primero, ¿cómo sabemos que un supuesto teórico no falsable es verdadero? Y, segundo, ¿cómo salvamos los problemas asociados a la verificación y a la falsación que persisten? En efecto, estamos frente a un callejón sin salida. El problema de la inducción no tiene solución desde el punto de vista de la lógica. Quizá se deba aceptar que la economía es una ciencia inexacta, tal como la califica Daniel Hausman en el título de uno de sus libros: The Inexact and Separate Science of Economics, 1992. Hausman vuelve a la vieja idea de John Stuart Mill de la economía como ciencia de tendencias. Cualquier economista sensato está dispuesto a reconocer que su objeto es contingente y que, por tanto, las predicciones económicas son generales; y que, en cambio, es más difícil efectuar predicciones específicas, pues las generalizaciones estadísticas son válidas precisamente como generalizaciones, no aplicadas a casos concretos. En este marco, las instituciones cobran una importancia especial, ya que la manera de consolidar tendencias que permitan formular generalizaciones científicas es mediante los hábitos e instituciones. No es casual, por tanto, que estemos presenciando un fuerte renacimiento del institucionalismo.


2.1.2 McCloskey y la Retórica de la economía  

Las visiones de Friedman y de Popper han provocado también algunas críticas extremas. Es el caso de otra corriente epistemológica de los años 80, que encarna en la economía el amplio movimiento posmodernista de la filosofía: la llamada “economía como retórica”. En esta postura hizo punta Donald McCloskey con su artículo de 1983 “The Rhetoric of Economics”. Los posmodernos no creen que la ciencia – economía incluida – pueda alcanzar algún tipo de verdad. La economía, para McCloskey y sus seguidores, no es más que una conversación, un fenómeno cultural. La economía no sería una ciencia ni predictiva ni explicativa de una realidad: sería una ciencia histórica. En esta visión, el consentimiento de los mismos economistas se transforma en el test que hace aceptable a una teoría.

McCloskey propone realizar un análisis retórico de la economía, porque, en realidad, sostiene, la economía es retórica. La economía se expresa en un lenguaje. El lenguaje es un hecho social, supone una audiencia. La retórica consiste en prestar atención a dicha audiencia para tratar de persuadirla. McCloskey se concentra en una primera etapa en un instrumento retórico, la metáfora. Luego amplía el análisis considerando también el relato o cuento (story). La observación de los diálogos de los economistas, señala McCloskey, nos puede enseñar mucho. Actualmente ellos, de hecho, usan y reconocen la aptitud de las metáforas, la importancia de los antecedentes históricos, la persuasión introspectiva, el poder de la autoridad, el encanto de la simetría, el reclamo de moralidad, todos ellos instrumentos irrelevantes para el ‘modernismo’ que McCloskey critica. De modo tal que, si se aplicara realmente este último, se trabaría el avance de la economía (Cfr. McCloskey 1983, 482). Los economistas no trabajan en el vacío; tienen una audiencia para persuadir con características culturales concretas. Esto trasciende su positivismo metodológico y puede ser comprendido mediante las herramientas provistas por la crítica literaria contemporánea. Esta propuesta está muy en la línea de la gran tendencia de los años 80 a hacer un análisis literario de los discursos de las diversas ciencias. También hay que tener en cuenta que tiende a realizar las condiciones ideales de la comunicación de Jürgen Habermas. Visto este enfoque, el resultado de la propuesta de McCloskey no afecta a la teoría económica misma sino al modo en que ésta debe ser considerada por los economistas: no sería la ciencia en que creían los positivistas, sino una ciencia retórica. En conclusión, la economía para McCloskey es una ciencia histórica, social, humanista, no predictiva. Aunque los economistas no han tomado en serio a McCloskey no deja de ser verdad que hay una cierta sociología de la profesión, que importan los consensos y que también existe una retórica, que hoy día es predominantemente matemática.


2.2 De la economía a la epistemología  

Posteriormente, la actual ola “naturalista” en la ciencia tiende a evitar la perspectiva normativa de la epistemología de los años 80 y 90 y a detenerse a analizar la práctica científica. Esta ola llega a la filosofía de la economía y se procura entonces cambiar el enfoque: se pasa a estudiar el trabajo del economista, sus instrumentos y a otorgarles un marco teórico. Quizá las dos fuentes actualizadas más relevantes para desarrollar esta sección son el libro de Julian Reiss (2013) y el artículo de Daniel Hausman (2012), que están en la bibliografía. La descripción de su contenido ofrece un panorama de las cuestiones a las que se ha prestado atención.

Los temas tratados por los filósofos de la economía suelen publicarse principalmente en revistas como Economics and Philosophy y el Journal of Economic Methodology (revista de la International Network for Economic Method). También ocasionalmente en otras revistas de economía como el Cambridge Journal of Economics, de historia del pensamiento económico y en revistas de filosofía de las ciencias. Hay grupos importantes dedicados a esta disciplina en los Países Bajos, Gran Bretaña, Francia, Finlandia, Portugal y Argentina, e investigadores individuales en toda Europa, Estados Unidos, Canadá, Brasil y Méjico.

Hausman comienza su exposición con un panorama histórico acerca del concepto de la ciencia económica y su objeto con similitudes al desarrollado en la primera sección de esta presentación. Luego plantea seis problemas metodológicos que considera fundamentales.

El primero es la distinción entre economía positiva y normativa. Hausman objeta la separación entre hechos y valores generalmente sustentada por los economistas. El segundo problema es la tensión entre explicar por causas o por razones para actuar. El primer modo de explicar simplifica el trabajo del economista pues evita verse con cuestiones subjetivas. El segundo modo de explicar supone el reconocimiento de la intencionalidad de la acción humana, lo que genera complicaciones, pero resulta más aproximado a la realidad. Un tercer gran problema considerado por Hausman es si la ciencia económica debe ser naturalista o no: es decir, ¿la economía debe obedecer a un marco metodológico monista tomado de las ciencias naturales o dualista, reconociendo la especificidad de la “comprensión” en ciencias sociales? El cuarto problema es la definición del carácter, alcances y limitaciones de los modelos económicos. La tensión en juego aquí es entre simplificación y realismo. En efecto, este ha sido un tema “estrella” de la disciplina los últimos años dando lugar a una rica discusión y variadas concepciones. En el quinto problema Hausman vuelve a la cuestión de la causalidad en economía y el sexto se refiere al desarrollo que se ha hecho en la sección previa sobre posibles modelos epistemológicos a aplicar a la economía. Hausman luego menciona someramente la corriente de economía feminista y el interés por los experimentos, y se concentra más extensamente en la cuestión de la racionalidad económica y los temas éticos. Finalmente recoge una muy completa bibliografía.

Por su parte, el libro de Reiss (2013) desarrolla más extensamente los mismos temas que encontramos en Hausman: la naturaleza de la explicación económica, la racionalidad (en el modelo de elección racional y en teoría de juegos), la causalidad, los modelos, los experimentos y cuestiones éticas. Reiss agrega capítulos sobre mecanismos causales, sobre medición, sobre experimentos, y sobre política basada en la evidencia.

En economía está muy presente la idea de mecanismos causales: la causa de los fenómenos suele consistir en una concatenación causal. Por otra parte, más allá de la teoría, la economía precisa contar con la evidencia empírica. Ésta se obtiene por medio de la observación y de los experimentos. La medición es una tarea delicada, en la que se pueden cometer muchos errores, a veces intencionales. Es importante entonces tener en cuenta la teoría de la medición y las especificidades de las escalas en cada indicador. Los experimentos son de varios tipos: “thought experiments” realizados por abstracción sin acudir a datos empíricos, experimentos naturales, evaluaciones “random” y experimentos de laboratorio, en los que es relevante plantearse la cuestión de su validez externa (la aplicabilidad o no a situaciones reales). Los experimentos se constituyen en mediadores entre las hipótesis, las teorías y los modelos, por una parte, y la realidad, por la otra. Se usan cada vez más en economía. Dan lugar al análisis de fenómenos que no habían sido considerados previamente. La política basada en la evidencia se originó en la medicina y hoy se aplica a cuestiones prácticas como la política de vivienda, de transporte y la educación. Es decir, se abre un abanico de cuestiones que surgen del análisis de la práctica de la profesión.


2.3 Conclusión: La relevancia de la epistemología y la metodología para la economía  

Hasta el momento se han tratado de conectar las ideas epistemológicas y metodológicas con la investigación económica. Sin embargo, aunque ha habido efectivamente relaciones entre estas dos disciplinas, éstas se han desarrollado con una independencia posiblemente mayor a la deseable. Esto no tiene mucho sentido, en primer lugar para los mismos epistemólogos. Por eso, de frente a los próximos años de la economía, podríamos preguntarnos: ¿cuál es o cuál debería ser el papel de los epistemólogos de la economía? El epistemólogo debería ser un consultor que oyera a los economistas y leyera sus trabajos para tratar de arrojarles luz sobre la validez de sus conclusiones. También debería facilitar la comunicación entre las distintas posiciones metodológicas económicas aclarando el papel o lugar de cada tendencia o actividad dentro de la economía: ¿cuál es el papel de la teoría?, ¿cuál el de la comprobación empírica?, ¿cuáles son las limitaciones de una y otra y cómo se pueden apoyar?, ¿cómo se puede facilitar la convergencia del trabajo de la teoría económica, la econometría y la estadística?, ¿cómo ayudar a mejorar la comunicación entre las distintas partes que intervienen en la investigación económica? Si el epistemólogo lograra cumplir este papel, su ayuda sería muy valorada pues sería real. Para ello, es importante que conozca bien el trabajo de unos y otros, y que –supuesta una sólida formación económica– también haya practicado, aunque sea rudimentariamente, las distintas tareas que componen este trabajo complejo, facilitado cuando se realiza en equipo, que es la investigación económica.


3 Breve conclusión  

Estamos en un momento interesante de la ciencia económica. Como se explicó en la parte histórica, la “cuarta etapa” podría prometer un giro hacia una economía más abierta a formas más completas de la racionalidad humana que la estrecha racionalidad instrumental maximizadora: una vuelta “remozada” a la primera etapa. Por otra parte, como se desarrolló en la segunda sección de la parte analítica, los filósofos están mirando al desarrollo de la ciencia económica. Lo que también es interesante. Quizás una combinación de estas tendencias podría llevar a una ciencia económica más realista y orientada al bien humano. El futuro lo dirá.


4 Notas  

1.- En esta sección me he basado en mi trabajo “Cuatro etapas en las relaciones entre economía, política y ciencias sociales”. En Filosofía práctica y derecho. Estudios sobre teoría jurídica contemporánea a partir de las ideas de Carlos Ignacio Massini Correas, editado por Juan Cianciardo et alii. México: UNAM. 2016. Volver al texto


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8 Derechos de autor  

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