Medición en teoría cuántica
Henry Krips
Claremont Graduate University
Desde el nacimiento de la Mecánica Cuántica (MC), el concepto de medición constituyó una fuente de dificultades, cuya expresión concreta se encuentra en los debates entre Einstein y Bohr, a partir de los cuales se desarrollaron las paradojas de Einstein-Podolsky-Rosen y la del gato de Schrödinger. En resumen, las dificultades surgieron a partir de un aparente conflicto entre diversos principios de la teoría cuántica de la medición. En particular, la dinámica lineal de la mecánica cuántica parecía entrar en conflicto con el postulado según el cual durante la medición se producía un colapso no lineal del paquete de ondas. David Albert ejemplifica claramente el problema cuando afirma:
“La dinámica y el postulado de colapso son completamente contradictorios entre sí... el postulado del colapso parece ser correcto respecto de lo que ocurre cuando realizamos mediciones, mientras que la dinámica resulta extrañamente incorrecta respecto de lo que ocurre cuando realizamos mediciones, y sin embargo la dinámica parece ser correcta respecto de lo que ocurre en todo momento en que no estamos realizando mediciones” (Albert 1992, 79)
Esto ha pasado a ser conocido como “el problema de la medición”. A continuación, estudiaremos los detalles y examinaremos algunas de las implicaciones de este problema.
El problema de la medición no es sólo una dificultad interpretacional interna a la mecánica cuántica. También genera conflictos más amplios, como el debate filosófico entre, por un lado, el punto de vista “realista” lockeano el cual sostiene que la percepción involucra la creación de un “reflejo interno” de una realidad externa que existe independientemente, y por otro lado, el concepto kantiano “anti-realista” del “velo de la percepción”. En este artículo, trazaré la historia de estos debates en relación a la MC, e indicaré algunas de las estrategias interpretativas que tales debates han estimulado.
1 El nacimiento del problema de la medición ↑
El problema de la medición en MC (Mecánica Cuántica) surgió a partir de los primeros debates sobre la “interpretación de Copenhague” de Niels Bohr. Bohr sostenía que las propiedades físicas de los sistemas cuánticos dependían de un modo fundamental de las condiciones experimentales, que incluían las condiciones de medición. Esta doctrina apareció explícitamente en la respuesta de Bohr a Einstein, Podolsky, y Rosen de 1935: “El procedimiento de medición ejerce una influencia fundamental sobre las condiciones en las cuales se basa la propia definición de la cantidad física en cuestión” (Bohr 1935, 1025; ver también Bohr 1929). Específicamente, Bohr respaldó el siguiente principio:
(P) Si una cantidad Q se mide en un sistema S en un instante t, Q tiene un valor determinado en S en t1.
Pero en lugar de considerar que la dependencia de las propiedades respecto de las condiciones experimentales es causal por naturaleza Bohr propuso establecer una analogía con la dependencia de las relaciones de simultaneidad respecto de los sistemas de referencia postulada por la teoría de la relatividad especial: “La teoría de la relatividad nos recuerda el carácter subjetivo [dependiente del observador] de todos los fenómenos físicos, un carácter que depende esencialmente del estado de movimiento del observador” (Bohr 1929, 73). En términos generales, por ende, Bohr propuso que, al igual que en las relaciones temporales de la relatividad especial, las propiedades en MC exhiben un relacionalismo oculto—“oculto” desde un punto de vista clásico newtoniano. Paul Feyerabend ofreció una clara explicación de esta posición bohriana en su ensayo “Problemas de la microfísica” (Problems of Microphysics) (Feyerabend 1962). También puede encontrarse una explicación en comentarios anteriores de Vladimir Fock y Philip Frank sobre Bohr (Jammer 1974, sección 6.5).
Muchos de los colegas de Bohr, incluido su joven protegido Werner Heisenberg, malinterpretaron o rechazaron la metafísica relacionalista que sustentaba el respaldo que Bohr brindaba a (P). En su lugar, favorecieron el enfoque anti-metafísico positivista expresado en el influyente libro de Heisenberg, “Principios físicos de la teoría cuántica” (The Physical Principles of the Quantum Theory, Heisenberg 1930): “Parece necesario exigir que ningún concepto ingrese a una teoría si no ha sido verificado experimentalmente, al menos con el mismo grado de precisión que los experimentos a ser explicados por la teoría.” (1)2. Desde esta perspectiva, (P) puede convertirse en el principio más sólido (P)’:
(P)’ No tiene sentido asignar a Q un valor q para S en t a menos que Q sea medido para obtener q para S en t.
El enfoque de Heisenberg, tal como fue presentado en Principios físicos de la teoría cuántica (The Physical Principles of the Quantum Theory), se convirtió rápidamente en el modo más utilizado para interpretar (o malinterpretar, como Bohr afirmaría) las complejidades filosóficamente más inclementes de la interpretación de Copenhague. Como señala Max Jammer: “Sería difícil encontrar un libro de texto del período [1930-1950] que negara que el valor numérico de una cantidad física carece de significado hasta que no se haya realizado una observación” (Jammer 1974, 246).
Bohr discrepaba con el brillo positivista de la interpretación de Copenhague de Heisenberg, la cual, objetaba el autor, reducía ilegítimamente las preguntas de “definibilidad a mensurabilidad” (Jammer 1974, 69). El desacuerdo no era un asunto menor. Heisenberg informa de una discusión surgida mientras preparaba su artículo en Revista de física (Zeitschrift für Physik) de 1927 en los siguientes términos: “Me acuerdo que terminó con mi estallido en lágrimas porque no pude soportar la presión de Bohr” (Jammer 1974, 65). Sin embargo los autores acordaron, en términos generales, que el modo de describir sistemas cuánticos dependía de las condiciones experimentales. Este acuerdo fue suficiente para crear al menos la idea de una posición unificada de Copenhague.3
Los supuestos que dieron marco a la interpretación de Bohr-Heisenberg fueron, a su vez, rechazados por Albert Einstein (Jammer 1974, cap.5; ver también Bohr 1949). El desacuerdo de Einstein con la escuela de Copenhague alcanzó un punto crítico en el famoso intercambio con Bohr en la quinta conferencia Solvay (1927) y en el no menos famoso artículo de Einstein, Podolsky y Rosen de 1935. Argumentando desde una posición “realista”, Einstein alegaba que, bajo condiciones ideales, las observaciones (y, en general, las mediciones) funcionan como “espejos” (o cámara oscura, como argumenta Crary) que reflejan una realidad externa que existe en forma independiente (Crary 1995, 48). En particular, en el artículo de Einstein, Podolsky y Rosen encontramos el siguiente criterio de existencia de realidad física: “Si, sin perturbar de modo alguno un sistema, podemos predecir con certeza…el valor de una cantidad física, entonces existe un elemento de realidad física que corresponde a dicha cantidad física” (Einstein et al. 1935, 778). Este criterio caracteriza la realidad física en términos de “objetividad”, entendida como independencia de cualquier medición directa. Esto implica que, cuando se realiza una medición directa de la realidad física, ésta simplemente refleja en forma pasiva, en lugar de constituir en forma activa, aquello que se observa.
La posición de Einstein tiene sus raíces en las nociones empiristas, particularmente lockeanas, de percepción, que se oponen a la metáfora kantiana del “velo de percepción”, la cual representa el aparato de observación como un par de gafas a través del cual se puede vislumbrar una imagen sumamente mediada del mundo. Para ser específico, de acuerdo con Kant, en lugar de simplemente reflejar una realidad que existe independientemente, las “apariencias” están constituidas a través del acto de percepción de forma tal que se adaptan a las categorías fundamentales de la intuición sensible. Como Kant puntualiza en la Estética Trascendental: “No sólo las gotas de lluvia son simplemente apariencias, sino que…incluso su forma redonda y hasta el espacio en el que caen no son nada en sí mismos, sino solamente modificaciones de las formas fundamentales de nuestra intuición sensible, y…el objeto trascendental permanece desconocido para nosotros.” (Kant 1973, 85).
Por el contrario, el realismo que estoy asociando con Einstein toma como punto de vista que, siempre que sean reales, cuando observamos objetos bajo condiciones ideales estamos viendo cosas “en sí mismas”, esto es, como existen independientemente de ser percibidas. En otras palabras, no sólo los objetos existen independientemente de nuestras observaciones, sino que, además, lo que vemos al observarlos refleja cómo son en realidad. En el breve comentario de William Blake: “Tal como el ojo [ve], tal como el objeto [es]” (Crary 1995, 70). De acuerdo con el punto de vista realista, las observaciones ideales reflejan la forma en que las cosas son no sólo durante, sino también inmediatamente antes y después de la observación 4.
Tal realismo fue rechazado tanto por Bohr como por Heisenberg5. Bohr tomó una posición que, al considerar los actos de observación y medición en general como constituyentes de los fenómenos, lo alineaba más estrechamente con un punto de vista kantiano. Más específicamente, Bohr entiende que “la medición tiene una influencia esencial [entiendo que con ello quiere decir constitutiva] en las condiciones en las que se basa la definición misma de las cantidades físicas en cuestión” (Bohr 1935, 1025).
Como señala Henry Folse, sin embargo, es erróneo llevar el paralelismo entre Bohr y Kant demasiado lejos (Folse 1985, 49 y 217-221). Por ejemplo, Bohr discrepaba con la posición kantiana de que “tanto espacio y tiempo como causa y efecto deben tomarse categorías a priori para la comprensión de todo el conocimiento” (Folse 1985, 218), un desacuerdo que refleja la profunda división entre Bohr y Kant. Más específicamente, mientras que para Kant “los conceptos tienen su rol antes de la experiencia y dan forma a lo que se experimenta” (Folse, 220), para Bohr es al revés: la realidad objetiva, en particular las condiciones de observación, determinan la aplicabilidad de los conceptos. Por lo tanto, aunque para Bohr no menos que para Kant la observación cumplía un papel en la determinación de las formas que estructuran el mundo de los objetos visibles, los dos autores concebían el modo en que ese papel se manifiesta de manera muy diferente. Para Kant la experiencia subjetiva se estructura en términos de ciertas formas previas, mientras que Bohr argumentaba en favor de un relacionalismo oculto en el domino de las apariencias, y en particular sostenía que las propiedades, en términos de las cuales se describe un sistema, son relativas a las condiciones de medición.
Esta diferencia entre Bohr y Kant puede considerarse como un aspecto, incluso una radicalización del cambio más general en las concepciones de la visión del siglo XIX, ejemplificadas en el resumen compendiado de la fisiología del momento, el Handbuch der Physiologie des Menschen (1833) de Johannes Müller. Müller (un mentor del influyente físico Hermann von Helmholtz) puede considerarse como fisiologización de la concepción de la concepción kantiana de observación. Como puntualiza Jonathon Crary:
“El trabajo de Müller, a pesar de sus elogios hacia Kant, tiene implicaciones muy distintas. Lejos de poseer una naturaleza apodíctica o universal, como las gafas del tiempo y el espacio, nuestro aparato fisiológico recurrentemente se muestra defectuoso, inconsistente, víctima de la ilusión y, decididamente, susceptible a procedimientos de manipulación y estimulación externos que tienen la capacidad esencial de producir experiencia para el sujeto.” (Crary 1995, 92)
Crary sostiene aquí que, durante el siglo XIX, la observación, y específicamente la visión, fueron ambas re-conceptualizadas no como una facultad universal kantiana sino como procesos fisiológicos.
En particular, se asumió que los fenómenos observables y el modo en que los describimos estaban condicionados, no por la forma universal de las intuiciones sensibles, sino por los tipos de factores físicos externos que afectaban corporal y específicamente los procesos fisiológicos de un modo más general.
Bohr extendió esta posición al proponer que los “procedimientos externos” que afectan la forma de la intuición sensible incluyen los propios procesos de observación. Así Bohr quedó situado al final de una larga trayectoria histórica: Kant concebía la infraestructura necesaria para la observación como una facultad mental interna, análoga a un par de gafas que mediaban y, en particular, daban forma e interpretaban impresiones sensoriales básicas. Los neo-kantianos proyectan el aspecto interpretativo de la visión hacia el exterior, reformulándola como un proceso corpóreamente y específicamente fisiológico (Müller, Helmholtz y Johann Friedrich Herbart, el sucesor de Kant en Königsberg). Bohr fue más allá al incluir la observación como uno entre muchos “procedimientos externos” que afectan no solamente lo que vemos, sino también los términos en que lo describimos 6.
Heisenberg también, como Bohr, se opuso al “realismo” de Einstein. Pero mientras que la oposición de Bohr estaba arraigada en un relacionalismo neo-kantiano que revertía a Kant externalizando las facultades mentales internas, Heisenberg se opuso a Einstein desde un punto de vista más directamente positivista, que disentía no sólo con Einstein sino también con Bohr7.
Más específicamente, Heisenberg consideraba carentes de sentido las especulaciones metafísicas sobre la “verdadera naturaleza de la realidad” que preocupaban tanto a Einstein como a Bohr, especulaciones que, según Heisenberg, traicionaban su naturaleza metafísica al separar las cuestiones acerca de la verdad de las cuestiones más concretas sobre lo que es observado:
“Es posible preguntar si todavía está oculto detrás del universo estadístico de la percepción un “verdadero” universo en el cual la ley de la causalidad sería válida. Pero estas especulaciones nos parecen carentes de valor y sin sentido, ya que la física debe limitarse a la descripción de la relación entre las percepciones.” (Heisenberg 1927, 197)
2 El fin de la monocracia de Copenhague ↑
Al incluir la MC dentro de la teoría formal de los espacios de Hilbert, el brillante matemático John von Neumann proporcionó el primer tratamiento axiomático riguroso de la MC (von Neumann 1955 — la edición alemana original de este libro apareció en 1932). A diferencia de Bohr y Einstein, él se tomó seriamente el formalismo de la MC, no sólo al suministrar fundamentos matemáticos rigurosos a la teoría, sino al permitir que emergiera una nueva arquitectura conceptual desde la propia teoría, en lugar de seguir a Heisenberg, Bohr, y Einstein, quienes imponían un sistema de conceptos a priori.