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Epigénesis de la personalidad

12 933 bytes añadidos, 19:26 14 ago 2019
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A este respecto, los siguientes conceptos son centrales:
* La experiencia implica un concepto mucho más amplio y es sinónimo de función e incluye actividad de las células nerviosas y sus procesos, conducción de los impulsos, secreción de hormonas, el uso de los órganos y músculos y, por supuesto, la conducta misma del organismo; por lo tanto, no es sólo un sinónimo de ambiente.* Debido a la temprana equipotencialidad de las células, y que sólo una parte pequeña del genoma se expresa en cada sujeto, lo que vemos expresado o desarrollado en el curso del desarrollo psicológico o conductual de una persona es únicamente una fracción de muchas otras posibilidades.* Se realza la noción de equifinalidad, es decir la posibilidad de la variación en los caminos que llevan a un mismo punto del desarrollo, llegar a la misma meta o destino por diferentes rutas.
La teoría general de los sistemas de Ludwig Von Bertalanffy (2006), la cual nació del estudio de los seres vivos y de la biología, y que ha impactado en numerosas otras disciplinas, distingue varias etapas en la organización de los sistemas, sea cual fuere su naturaleza. Las etapas son las siguientes:
* Indiferenciación: es el estado del sistema en cual todas sus partes poseen las mismas funciones en el mismo nivel (equipotencialidad), aunque el sistema en su conjunto tiende a un mismo objetivo (equifinalidad), el cual puede ser alcanzado por distintos caminos.* Diferenciación progresiva: lentamente los componentes del sistema se van diferenciando o especializando para que cada parte adquiera funciones diferentes. El sistema pierde equipotencialidad pero mantiene la equifinalidad. El sistema sigue coordinado a pesar de que cada elemento tiene una función diferente. * Maquinización: la diferenciación paulatina culmina en una hiperespecialización de cada componente del sistema, que mecaniza sus funciones para una máxima eficacia con un mínimo coste, lo cual anula la plasticidad de los elementos. * Centralización: una parte del sistema adquiere funciones de control y comando del sistema sobre el resto, lo cual implica una organización jerárquica porque los componentes encargados del control son superiores al resto del sistema. Esto aumenta la fragilidad del sistema por la importancia del comando control pero aumenta la eficiencia del sistema. La centralización es la etapa superior de la especialización.* Orden jerárquico: es la etapa de máxima organización del sistema. La equipotencialidad se perdió, pero no la equifinalidad. Hay ahora distintos niveles de organización de los componentes, algunos superiores y otros inferiores. Esta etapa es la más compleja, eficaz y frágil, ya que el sistema posee propiedades emergentes.
Paul Alfred Weiss (1969) establece siete niveles de análisis en la embriología: genes, cromosomas, núcleos, citoplasma, tejidos, organismos y ambiente. Así, el gen (ADN) es la última y reducida unidad de análisis que se mueve del gen al cromosoma (donde los genes pueden influirse los unos a los otros), del núcleo al citoplasma, abarcando la totalidad celular, de las células al tejido; todo lo cual hace que el organismo interactúe con el ambiente externo. Todo esto implica un sistema jerárquico organizado de creciente tamaño, diferenciación y complejidad, en el cual cada componente afecta y es afectado por todos los otros niveles, no sólo en los niveles más bajos sino también en los superiores.
Otro concepto que ayuda a entender estos postulados es la teoría de las interacciones genotipo-ambiente (Scarr 1993). Dicha teoría establece que los genes (genotipo) y el ambiente hacen contribuciones esenciales al desarrollo humano, sin embargo, las contribuciones relativas de cada una de las dos fuerzas al desarrollo son difíciles de establecer. Estas interacciones pueden ser de tres tipos:
a- # Interacciones pasivas genotipo-ambiente. Ocurren en las familias biológicas, en las cuales los padres proporcionan tanto los genes como el ambiente. Por ejemplo, un padre que ha sido muy bueno jugando al fútbol puede darle como primer regalo a su hijo una pelota de fútbol y –a lo largo de la niñez y la adolescencia– le pudo proporcionar elementos y experiencias para que juegue a este deporte llevándolo a jugar a la pelota con frecuencia; por todo lo cual, se volvió un jugador de fútbol profesional.  ¿Este hecho se explica por el ambiente que le proporcionó el padre? ¿Es así? Sin embargo, el padre le dio también la mitad de sus genes. Si existe algún gen que se asocie con la habilidad deportiva, puede haberlo recibido de él y esto explicaría que jugara muy bien a la pelota. b- # Interacciones evocativas genes-ambientes. Las características heredadas evocan respuestas del ambiente. Así, por ejemplo, si usted tuviera un hijo que a los 4 años empieza a tocar algún instrumento musical y se interesa en dicha actividad, probablemente le compraría un instrumento musical y lo llevaría a estudiar música para desarrollar dicha aptitud en plenitud. c- # Interacciones activas genotipo-ambiente. La gente busca ambientes que concuerden con sus características genotípicas. Así, por ejemplo, el niño que es agresivo puede consumir juegos de video violentos, buscar hacer deportes de contacto físico o juntarse con otros niños violentos y agresivos. Esto es, la gente es atraída por ambientes que coincidan con sus características heredadas.
==El modelo neo – Allportiano de la relación Cultura - Personalidad==
Allport (1973) asume que la mayoría de las personas pueden controlar conscientemente las influencias culturales sobre sus vidas. Oishi (2004) considera que la forma en que percibimos ciertos objetos y cómo reaccionamos emocionalmente ante algunos eventos están muchas veces tan profundamente arraigados y automatizados que nuestra percepción, cognición y emoción son influenciados por la cultura de modo no consciente. El modelo propuesto reconoce que las influencias culturales pueden estar más allá del propio control activo, es decir que las reacciones emocionales y comportamentales, por defecto, ante ciertos eventos y objetos son automáticas. Incluso aquellas personas que se distancian activamente de la cultura en la que conviven, a veces son influenciadas inconscientemente por ella.
== Psicología del ''self'' y epigénesis. Unidad estructural de la personalidad desde su origen ==
Con Heinz Hartmann (1958) fundador dentro del psicoanálisis de la psicología del yo, empieza a perfilarse la psicología del ''self''. Hartmann reconocía la existencia del conflicto entre el yo y el ello, pero consideraba que hay una esfera del yo libre de conflictos. Es decir que existe un yo que es heredado, que no es generado por el conflicto entre las pulsiones del ello y el mundo externo. El yo por lo tanto tiene autonomía respecto de lo pulsional (Hartmann 1958; Liebert y Liebert 2000, 125; Kohut 1982). Así, sostiene una posición claramente epigenética del desarrollo de la personalidad, y señala que el hombre, como todo ser vivo, funciona de acuerdo a un diseño original, a un orden inteligente. Además, desde una postura personalista realista (Kohut 1959, 467), afirma que el mundo interior de la persona humana no puede ser observado mediante los órganos de los sentidos, es decir que los deseos, sentimientos y pensamientos no pueden ser vistos, oídos, olidos o tocados, pero a pesar de su no existencia en el espacio físico son reales y se pueden observar mediante la introspección y la empatía.
    La realidad espiritual (inmaterial) tiene modos de observación específicos para ser captada: la introspección y la empatía. Considera que para el estudio de los fenómenos psicológicos el modo de observación siempre incluye a la introspección y la empatía como un ingrediente esencialingredientes esenciales. La personalidad como una unidad compuesta y estructurada supone la coexistencia de lo espiritual y lo corporal, por eso requiere un modo de observación integral. “El reduccionismo objetivista y el reduccionismo subjetivista mutilan la integridad de la experiencia de lo humano real” (Velasco Suárez 2003b, 29).
Para Kohut la persona es una ''unitas multiplex'', una unidad compleja, estructurada y jerarquizada, en la cual el núcleo central está conformado por la inteligencia y la voluntad. Este núcleo hace posible a cada hombre conocerse, poseerse, determinarse libremente, comunicarse, ser agente. Ese núcleo interior es el lugar central, profundo de la personalidad y no las pulsiones. La estructura de la personalidad no surge del choque de fuerzas contrapuestas. La psicología del ''self'' pone a la experiencia del sí mismo en el centro de la visión psicológica del hombre (Roldán 2008, 94-95).
Ronald Fairbairn (1955, 1978) en su modelo relacional-estructural de la personalidad también coincide con el planteo central de Kohut. Fairbairn, por ejemplo, en cuanto al origen y desarrollo de la personalidad habla de la existencia de un Yo Central que no tiene su origen en otra estructura (el Ello , como postulaba Freud), ni es una estructura pasiva que dependa de las pulsiones. Es una estructura primaria y dinámica, de la que se derivan luego las otras estructuras mentales.
Harry Guntrip afirma que Fairbairn sostiene que “el yo está desde el comienzo en un estado de totalidad o integración primaria, y que la desintegración es un fenómeno secundario, resultante de los efectos persecutorios de las malas relaciones objetales internalizadas, es decir, de la dirección de la agresión del bebé hacia adentro, contra sí mismo” (Guntrip 1965, 311-312).
Afirma que durante los dos primeros meses de vida el infante constituye activamente un sentido de sí mismo emergente, aunque no se logra todavía un sentido global del sí mismo, dado que tienen experiencias separadas y no relacionadas, sin integración. Sostiene que “el infante experimenta el proceso de la organización que emerge tanto como el resultado, y es esa experiencia de la organización emergente lo que yo llamo el sentido del sí mismo emergente. Se trata de la experiencia de un proceso tanto como la de un producto” (Stern 1996, 66).
 
 
 
 
 
 
Además, Daniel Stern señala que “el niño llega al mundo trayendo consigo formidables capacidades para establecer relaciones humanas. Se convierte inmediatamente en participante en la constitución de sus primeras y esenciales relaciones” (Stern 1998, 60). El neonato posee instrumentos sociales, capacidades perceptivas y motoras que le llevan a establecer y realizar intercambios sociales. “Al nacer, el sistema visomotor (la mirada y la vista) comienza a funcionar inmediatamente. El recién nacido, no solo puede ver, sino que está dotado ya de reflejos que le permiten seguir y fijar la mirada a un objeto. Sin disponer de ninguna experiencia previa puede seguir con sus ojos y su cabeza un objeto en movimiento y mantener su mirada fija sobre el mismo. (…) No precisan de aprendizaje alguno” (Stern 1998, 61). El neonato está dotado de la inclinación a buscar estímulos y está organizado de tal modo que tiende a ordenar sus experiencias progresivamente.
Erik H. Erikson considera que “siempre que intentemos comprender el desarrollo, conviene recordar el principio epigenético que se deriva del desarrollo de los organismos ''in'' útero. Para expresarlo de un modo algo generalizado, dicho principio afirma que todo lo que se desarrolla obedece a un plan o proyecto básico y que, a partir de este último, van surgiendo las partes, teniendo cada una de ellas su momento de eclosión, hasta que todas las partes han surgido para constituir una totalidad funcionante. Esto, evidentemente, es cierto con respecto al desarrollo fetal, donde cada parte del organismo tiene su momento crítico de aparición o de riesgo de defecto” (Erikson 1971, 79).
 
El principio epigenético intenta dar cuenta del despliegue de la personalidad del sujeto, de este modo afirma Erikson que “... en la secuencia de sus experiencias más personales, el niño sano, siempre que se dé una razonable cuantía de educación adecuada, obedece a leyes internas de desarrollo, leyes que crean una sucesión de potencialidades destinadas a una interacción significativa con aquellas personas que le atienden y que le responden, y con aquellas instituciones que están dispuestas para él. Mientras que tal interacción varía de una cultura a otra, ha de permanecer dentro 'del ritmo adecuado y la secuencia adecuada' que gobierna toda epigénesis. La personalidad, por tanto, puede afirmarse que se desarrolla de acuerdo con etapas predeterminadas en la disposición del organismo humano para ser 'conducido hacia', para 'darse cuenta' y para interactuar con un círculo cada vez más amplio de individuos e instituciones significativos" (Erikson 1971, 80).
 
El aporte central de Erik H. Erikson es el modelo de las ocho edades del desarrollo de la personalidad al que denominó modelo epigenético, el cual abarca a todo el ciclo vital. R. Frager y J. Fadiman (2001) consideran que es la primera teoría psicológica que aborda y detalla todo el ciclo vital. Cada etapa se caracteriza por una crisis psicológica o conflicto y una tarea de crecimiento que debe ser resuelta para poder pasar a la etapa siguiente. Cada etapa se distingue por su propio tema de desarrollo, por su relación con las etapas anteriores y ulteriores, como también por el papel que desempeña en el plan total del ciclo vital. La crisis de desarrollo de cada etapa es universal y la situación particular se define culturalmente.
 
 
Henri Maier señala que en este modelo epigenético hay tres variables esenciales: “primero, las leyes internas del desarrollo que, como los procesos biológicos, son irreversibles; segundo, las influencias culturales que especifican el índice deseable de desarrollo y favorecen ciertos aspectos de las leyes interiores a expensas de otros; y tercero, la reacción idiosincrásica de cada individuo y el modo particular de manejar su propio desarrollo en respuesta a los reclamos de la sociedad” (Maier 1979, 37).
 
Si bien Erikson en su enfoque epigenético del desarrollo de la personalidad tiene en cuenta las fases del desarrollo de la libido (pulsiones) de Freud y Abraham, al describir las primeras etapas incorpora los factores psicosociales, los cuales pasan a desempeñar un rol más importante en la medida que se alcanza la juventud, la adultez y la vejez.
 
Su principal aporte fue extender los estudios psicoanalíticos del desarrollo psicosexual al contexto del desarrollo psicosocial del ciclo de vida completo de la persona, atribuyendo a cada estadio una crisis dialéctica con cualidades sintónicas y distónicas de acuerdo al desarrollo psicosocial de la persona.
 
También reconoce la importancia de la presencia de personas significativas, como elemento cultural en la formación de vida de las personas, o bien como una representación de la jerarquización de los principios relacionados de orden social que interactúan en la formación cultural de la persona (Bordignon 2005).
 
Cada una de las etapas supone un conflicto entre un planteamiento adaptativo y otro desadaptativo para superar la crisis central de respectiva etapa. Así el neonato debe adquirir sentimientos de confianza básicos para poder separarse de su madre y tolerar su ausencia. Esto supone no sólo tener certeza de la conducta materna de que no va a ser abandonado, sino también tener confianza en sí mismo. El neonato privado de su simbiosis biológica con su madre que proveía de las substancias nutricias requeridas para el desarrollo, ahora debe utilizar su capacidad congénita, heredada y madurada antes del parto, para incorporar mediante su boca alimentos en su encuentro con el pecho de su madre y con la sociedad, dispuestas ambas a brindarles alimentación y protección.
 
El primer logro social del bebé es controlar su ansiedad o enojo cuando su madre se aleja. La zona corporal oral se constituye en el foco de este primer vínculo con los otros, siendo el modo de acercamiento de carácter incorporativo. A medida que el bebé amplía su capacidad perceptiva y su coordinación psicomotora, “se va enfrentando a los patrones educativos de su cultura, y aprende así las modalidades básicas de la existencia humana, cada una de ellas en formas personal y culturalmente significativas”. “Obtener significa recibir y aceptar lo que nos es dado. Esta es la primera modalidad social que se aprende en la vida” (Erikson 1983, 65). El poder obtener lo que se le ha dado y conseguir que alguien realice lo que desea, permite al bebé desarrollar las bases yoicas para llegar a ser un dador, abrirse al mundo y a los otros.
 
Así en la primera etapa oral se establece una regulación mutua entre el patrón infantil para la aceptación de las cosas y la manera que tiene la madre y la cultura de brindarlas. “La experiencia de una regulación mutua entre sus capacidades más receptivas y las técnicas maternales de abastecimiento, lo ayuda gradualmente a contrarrestar el malestar provocado por la inmadurez de la homeostasis con que ha nacido” (Erikson 1983, 222). Así, se forman en el niño los sentimientos básicos de confianza como también el de desconfianza. Cierto grado de desconfianza es inevitable y conveniente para la formación de la prudencia y de una actitud crítica. De la resolución positiva de la antítesis de la confianza versus desconfianza emerge la esperanza, como sentido y significado para la continuidad de la vida. La esperanza es el fundamento ontogenético que nutre la niñez de una confianza interior de que la vida tiene sentido y que puede enfrentarla.
 
Erikson relaciona la confianza básica con la institución social de la religión. Afirma que la confianza nacida del cuidado es la piedra de toque (aquello que permite calibrar el valor preciso de una cosa) de la realidad de una religión dada.
 
En la segunda etapa el niño (18 meses a 3 años) debe adquirir el sentido de autonomía, que se logra en relación a la adquisición de los hábitos de regulación y control de los esfínteres. Un autocontrol adecuado de la micción y defecación da lugar a sentimientos de autonomía, de independencia y orgullo. El no poder alcanzar el autocontrol esperado por los padres genera sentimientos de vergüenza y de duda. La maduración muscular prepara al niño para aprender estos hábitos y a experimentar las modalidades sociales de aferrar y soltar. Así aferrar puede significar retener o restringir de modo destructivo o convertirse en un patrón de cuidado, de tener y conservar. Soltar puede convertirse en liberar fuerzas destructivas, hostilidad, o bien en ‘dejar pasar’, ‘dejar vivir’. Es una edad en que experimenta el modo de posesión de las cosas y de autoposesión. La resolución positiva de este conflicto posibilita un sentimiento de control de sí mismo y de poder.
 
El conflicto de iniciativa versus culpa tiene lugar durante la etapa fálica freudiana (edípica) y es el característico de la tercera edad (3 a 6 años) en Erikson. En este estadio el niño tiene que aprender a controlar sus sentimientos de rivalidad por poseer a su madre y a adquirir normas sociales y responsabilidad moral. Está dispuesto a emular los prototipos ideales (padres, maestros, familiares cercanos). Así al asumir la iniciativa apropiada para desempeñar roles sociales, al encontrar placer en actividades aprobadas social y culturalmente, como por ejemplo el juego simbólico y reglado, suma la modalidad social de conquistar, empieza a dejar su apego a los padres. La resolución positiva del conflicto de esta edad posibilita un sentimiento de intencionalidad de acción o propósito.
 
Con la niñez escolar empieza una cuarta edad (6 a 12 años) en la cual aprende a obtener reconocimiento mediante la producción de cosas y a ser laborioso, así gradualmente va reemplazando los caprichos y los deseos del juego. Implica hacer cosas junto a los demás. Es el período en que en las diversas culturas empieza una instrucción sistemática, el desarrollo de conocimientos y habilidades. Esta educación familiar y escolar que le provee de herramientas e instrumentos para su futura inserción al mundo adulto, lo hacen sentir útil y laborioso. La eficacia pasa a desempeñar un papel importante en sus sentimientos de autoestima. El fracaso en esta edad radica en caer en sentimientos de inadecuación e inferioridad, sentirse un inútil, incapaz. La resolución positiva del conflicto de esta edad posibilita un sentimiento de eficacia en la acción o competencia.
 
En la pubertad y la adolescencia (12 a 18 años), la atención se vuelve hacia el desarrollo de un sentido de identidad. Con el rápido crecimiento corporal y la maduración sexual, la identidad infantil entra en crisis y debe buscar nuevos sentimientos de continuidad y de mismidad. Por una parte el adolescente debe afrontar esa revolución fisiológica interior, por otra, las tareas que le aguardan en la vida adulta. La confusión de roles suele extenderse en la actualidad más allá de este período. La resolución positiva del conflicto de esta edad posibilita un sentimiento de autenticidad con uno mismo, de fidelidad.
 
La sexta edad, adultez joven (18 a 30 años), supone la tarea de desarrollar vínculos de intimidad, capacidad de comprometerse en una relación sin perder la propia identidad, sin caer en la confusión. La evitación de vínculos de intimidad, de compromiso, debido a un temor de pérdida del yo, lleva a sentimientos profundos de aislamiento y al distanciamiento.
 
La séptima edad es la de la adultez, del hombre maduro que precisa sentirse necesitado, de ser valorado por todo lo que ha producido y debe cuidar. La generatividad incluye la productividad y la creatividad. Si no se logra, surgen sentimientos de estancamiento y empobrecimiento. La generatividad implica orientar a la generación siguiente. Además, el adulto es el puente entre las generaciones.
 
Finalmente, la octava edad es la que tiene como tarea la búsqueda de la integridad que supone la seguridad acumulada del yo con respecto a su tendencia al orden y al significado. La considera un amor post narcisista del yo y un amor nuevo y distinto hacia los propios padres. Con la integridad la muerte pierde su carácter atormentador. Por el contrario, el fracaso de la integridad lleva a la desesperación, que expresa que el tiempo que queda por vivir es corto, demasiado corto para intentar otro modo de vida o de transitar caminos alternativos.
 
Erikson señala, a modo de conclusión de la presentación de su modelo epigenético, que los niños no temerán a la vida, alcanzarán la confianza infantil, solo si sus mayores tienen la integridad necesaria como para no temer a la muerte.
 
Erikson afirma que los supuestos subyacentes al diagrama epigenético son: “1) la personalidad humana se desarrolla en principio de acuerdo con pasos predeterminados en la disposición de la persona en crecimiento a dejarse llevar hacia un radio social cada vez más amplio, a tomar conciencia de él y a interactuar con él; 2) la sociedad tiende en principio a estar constituida de tal modo que satisface y provoca esta sucesión de potencialidades para la interacción y de intentos para salvaguardar y fomentar el ritmo adecuado y la secuencia adecuada de su desenvolvimiento” (Erikson 1983, 243).
 
Sostiene que la paradoja de la vida humana es el poder de los hombres para crear su propio medio, un medio social humano, a pesar de que cada individuo humano nace con una vulnerabilidad que se extiende durante sus primeros años. Desvalimiento que tiene el poder de despertar el cuidado por parte de los padres y la sociedad, generando esta capacidad de apego una segunda matriz, la cual permite al nuevo ser desarrollar sus distintas cualidades en pasos sucesivos diferenciados, y las unifique mediante una serie de crisis psicosociales.
 
Según Erikson tres fuerzas surgen como ejes en la vida de las personas, que emergen de los estadios cruciales de la vida humana: la esperanza, en la infancia, a partir de la antítesis entre la confianza versus desconfianza; la fidelidad y la fe, en la adolescencia, a partir de la superación de la dialéctica de la identidad y la confusión de identidad; el amor en la vida adulta, como síntesis existencial de la primacía de la generatividad sobre el estancamiento. De la eficacia de dichas fuerzas depende la calidad de vida de las personas y de la sociedad en el tiempo (Bordignon 2005, 60).
 
 
Por todo esto se considera que la noción de epigénesis es una noción clave para la comprensión de los factores del desarrollo de la personalidad y de la totalidad de las etapas del ciclo vital humano.
 
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