Metafísica analítica

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Esto [el esencialismo] implica adoptar una actitud discriminatoria hacia ciertas formas de especificar únicamente a ''x'', por ejemplo (33) [que 9 = el número de los planetas], y favoreciendo otras formas, por ejemplo (32) [que 9 = 3Ö9], como revelando mejor de algún modo la “esencia” del objeto. Las consecuencias de (32) pueden ser vistas, desde esta perspectiva, como necesariamente verdaderas del objeto que es 9 (y que es el número de los planetas), mientras que algunas consecuencias de (32) son consideradas como todavía sólo contingentemente verdaderas de ese objeto. (Quine, 1953, 155).
El mismo objeto –en este caso, el número 9– puede ser singularizado como el número ''x'' que es el producto de la raíz cuadrada de ''x'' por 3, pero también como el número de los planetas[[#3|<sup>3</sup>]]. Parece razonable sostener que es necesario que 9 > 7. Sucede que 9 = 3Ö9, pero también que 9 es el número de los planetas. Entonces, si se sustituye el término “9” por otro que tenga la misma referencia, deberíamos aceptar como una consecuencia lógica de que es necesario que 9 es mayor que 7, que es necesario también que el número de los planetas sea mayor que 7. Pero parece obvio que no hay ninguna necesidad en que los planetas hayan sido más que siete. Nada parece obstar a que hubiesen llegado a ser menos. Este tipo de objeciones a la existencia de hechos modales metafísicos –esto es, que están fundados en nuestros mecanismos semánticos– fueron dejadas a un lado en gran medida por las ideas de Kripke acerca de los nombres propios como ‘designadores rígidos’ y la llamada “teoría de la referencia directa”, tal como se ha explicado arriba. Hay una diferencia no-arbitraria entre diferentes formas de singularizar a un objeto, porque algunas de estas formas designan al ‘mismo’ objeto en todos los mundos posibles y otras no. Con todo, aún admitiendo que hay hechos modales objetivos cuya existencia no está constreñida por la forma en que accedemos a tales hechos, debe darse una explicación acerca de cuál es su naturaleza. En algún sentido, la cuestión acerca de la naturaleza de los hechos modales se torna mucho más urgente que antes, dado que no basta hacer apelación a factores epistemológicos y semánticos para adjudicar si algo es posible o necesario. Las décadas que han seguido a la transformación kripkeana han visto una proliferación de teorías para ofrecer esta explicación.  Estas teorías pueden ser agrupadas en dos grandes familias que han sido denominadas como ‘actualistas’ y ‘posibilistas’ (cf. Adams 1974). La diferencia crucial entre estas concepciones tiene que ver con el valor ontológico que se otorga a la ‘actualidad’. Las cosas son de cierto modo. La totalidad de lo que existe –de hecho– puede ser llamado el ‘mundo actual’. Las cosas podrían ser de otros modos. Cada una de las formas en que podrían ser las cosas –todas las cosas– ha sido denominada un ‘mundo posible’. Es característico de cualquier posición ‘actualista’ que se le otorgue al mundo actual una preeminencia ontológica respecto de todos los restantes mundos posibles. Cuál sea el carácter de esa preeminencia dependerá del tipo de teoría actualista de que se trate. En cualquier caso, los actualistas sostendrán que todos los mundos posibles deben estar fundados en el mundo actual, ya sea porque son ‘construcciones’ de entidades actuales o se ‘reducen’ a entes actuales. Las posibilidades están fundadas en lo que es en acto. Por ejemplo, Robert Adams sostiene que los mundos posibles pueden ser entendidos como conjuntos máximamente consistentes de proposiciones llamadas ‘historias de mundo’ (cf. Adams 1974, 204). Un conjunto de proposiciones se denomina ‘máximamente consistente’ cuando, para toda proposición ''p'', el conjunto o bien tiene a ''p'' como elemento, o bien tiene a no-''p'' como elemento. Se trata, por lo tanto, de un conjunto libre de contradicción por construcción, pero que también es ‘completo’ en el sentido de que describe completamente como podrían ser las cosas, si es que todas las proposiciones de uno de esos conjuntos fuesen verdaderas. Si cada proposición describe cómo podrían ser las cosas si es que fuese verdadera, cada uno de los conjuntos máximamente consistentes de proposiciones hace una descripción ‘completa’ en la que las cosas serían de acuerdo con lo que expresan cada una de esas proposiciones, ya sea porque son como lo enuncian o no son como lo enuncian. Exactamente uno y sólo uno de esos conjuntos describe el mundo actual por tener como elementos sólo proposiciones verdaderas. Cualquier otro conjunto máximamente consistente de proposiciones diferirá en poseer a lo menos una proposición falsa, por lo que la conjunción de todas esas proposiciones también será falsa. La totalidad de proposiciones que permite fundar este espacio modal está conformada por entidades abstractas, pero actualmente existentes. Las proposiciones existentes –comoquiera sean concebidas– son las proposiciones actualmente existentes, aún cuando no todas ellas sean actualmente verdaderas.  El ‘actualismo’ en cualquiera de sus formas contrasta con el ‘posibilismo’ acerca de los mundos posibles. La tesis central del posibilista es que las posibilidades no están fundadas en los entes actuales. No hay privilegio ontológico del mundo ‘actual’ por sobre otros mundos posibles. Todos ellos están ontológicamente a la par. El ejemplo más característico de una posición de este tipo es el realismo modal ‘extremo’ de David Lewis (cf. 1973a, 1986b). Lewis sostiene que no debe buscarse ningún sustituto teórico de los mundos posibles. Estos deben ser admitidos como una base ontológica para la explicación de otras entidades. Los mundos posibles son entidades como ‘nuestro’ mundo: una suma de objetos conectados todos ellos –y sólo ellos– por estar a alguna distancia espacio-temporal entre sí. Esa totalidad de mundos posibles es lo que hace verdaderos o falsos los enunciados modales (cf. Lewis 1986b, 5-20), pero también permite explicar la naturaleza de las propiedades (cf. Lewis 1986b, 50-69), las proposiciones (cf. Lewis 1986b, 27-50) y ofrece condiciones de verdad para los condicionales contrafácticos (cf. Lewis 1973a, 84-91). Las relaciones causales, a su vez, son concebidas como ‘dependencias contrafácticas’ (cf. Lewis 1973b). ¿Qué es el mundo ‘actual’ en esta perspectiva? No se trata, tal como se ha explicado, del fundamento de todas las posibilidades, sino de un mundo seleccionado por ser el mundo en que habita el hablante que utiliza el adjetivo “actual” o el adverbio “actualmente”. Se trata de una expresión demostrativa, tal como “aquí”, cuyo valor varía de acuerdo con el contexto de su uso (cf. Lewis 1986b, 92-96). ==== Tiempo ====El debate dentro de la tradición metafísica analítica acerca de la naturaleza del tiempo se configura de manera determinante, al menos en un momento inicial, por el tratamiento que hace del tema el filósofo cantabrigense J. M. E. McTaggart en su artículo “The Unreality of Time” (1908) y en el primer volumen su libro ''The Nature of Existence'' (1921). Según McTaggart, existen dos maneras de ordenar la serie o dimensión temporal. La primera de ellas, que corresponde a lo que McTaggart denomina “serie A” y que da lugar a la teoría-A del tiempo, establece que las posiciones en el tiempo se pueden ordenar de acuerdo con la posesión de propiedades tales como “estar a dos días en el futuro”, “estar a un día en el futuro” o “ser un día pasado”. De esto parecieran seguirse dos otros aspectos distintivos de esta teoría. El primero de ellos es que la teoría-A del tiempo supone la existencia de lo que ordinariamente llamamos el paso del tiempo. Este paso o flujo del tiempo, sin entrar en mayores detalles, consistiría en el hecho de que los eventos o sucesos que conforman la serie temporal exhibirían un cierto dinamismo en lo que respecta a sus propiedades temporales, de manera que dichos eventos pasarían de tener la propiedad de ser futuros a tener la propiedad de ser presentes y luego la de ser pasados. El segundo de ellos es que la semántica para enunciados temporales que nos ofrece la teoría-A implica aceptar que las condiciones de verdad de dichos enunciados contienen de modo irreductible hechos acerca de su tiempo verbal. Entre otras cosas, se seguiría de esto que para el defensor de la teoría-A el valor de verdad de un enunciado temporal podría ser cambiante. Por otra parte, la llamada “serie B” da lugar a la teoría-B del tiempo. Esta teoría establece que el orden que notamos en la dimensión temporal se estructura a partir de relaciones diádicas de anterioridad, posterioridad y simultaneidad, tales como “dos días anterior a”, “un día posterior a” o “simultaneo con”, que todo par de eventos puede instanciar. A diferencia de lo que encontramos en la teoría-A, el hecho de que estas relaciones temporales estipuladas por la teoría-B son inmutables y eternas permite ofrecer una semántica para enunciados temporales cuyas condiciones de verdad prescinden del todo de hechos irreductibles acerca de su tiempo verbal. Esto, además, no obliga a los defensores de la teoría-B a aceptar que el valor de verdad de los enunciados temporales pueda ser cambiante. Considérense ahora el caso de los siguientes dos enunciados temporales para ilustrar los aspectos centrales que se han atribuido aquí a la teoría-A y la teoría-B:            Las Olimpiadas de Tokyo 2020 tienen lugar dentro de este mes y el próximo.           Las Olimpiadas de Tokyo 2020 tienen lugar dentro de los meses de julio y agosto de 2021. Según la teoría-A, si efectivamente las Olimpiadas de Tokyo 2020 están teniendo lugar cuando el primer enunciado es afirmado, el primer enunciado será verdadero. Si, en cambio, las Olimpiadas de Tokyo 2020 ya hubieran tenido lugar o bien todavía no hubieran tenido lugar, el primer enunciado será falso. En cambio, según la teoría-B el valor de verdad del segundo enunciado no es cambiante. Si, en efecto, las Olimpiadas de Tokyo 2020 están teniendo lugar dentro de los meses de julio y agosto de 2021, el segundo enunciado será verdadero en todo instante de tiempo; si no lo están, será falso en todo instante de tiempo. Tanto la teoría-A como la teoría-B del tiempo se asocian con distintas teorías acerca de la ontología temporal. Comencemos tal vez por el caso más simple de abordar. La teoría-B del tiempo se ha visto asociada mayormente con la posición que se denomina “eternalismo”. De acuerdo con esta posición, todos los instantes de tiempo —y las entidades que existen en dichos instantes— existen. No existe así para esta teoría una diferencia ontológica saliente entre el presente, el pasado y el futuro. Como es fácil de notar, los compromisos ontológicos del eternalista se avienen naturalmente con la tesis de la teoría-B según la cual no necesitamos de las propiedades de ser presente, pasado y futuro para explicar la realidad temporal. De este modo, podríamos afirmar que tal como el partidario de la teoría-B sostiene que la naturaleza del tiempo puede explicarse a partir de la existencia de una multiplicidad de puntos temporales ordenados a partir de relaciones de posterioridad y anterioridad, el partidario del eternalismo afirma que todo instante de tiempo de dicha multiplicidad posee el mismo estatus ontológico en cuanto a su existencia. En el caso de la teoría-A, la teoría ontológica del tiempo con la que comúnmente se la ha asociado es el llamado “presentismo” (cf. Sider 1999, Markosian 2004, Ingram 2019). De acuerdo con una formulación intuitiva de la teoría presentista, sólo las entidades que existen en el presenten existen realmente. De este modo, podríamos tener cambios relevantes en el mundo sólo en virtud del hecho de que algo deje de ser presente para llegar a ser pasado, o bien deje de ser futuro para ser presente. No obstante, encontrar una formulación algo más perspicua del presentismo no ha probado ser una tarea fácil, sobre todo por el riesgo de volver a esta teoría una posición trivial acerca de la ontología temporal. Así, por ejemplo, si simplemente interpretamos la definición antes propuesta considerando el tiempo verbal presente de “existen”, estaríamos afirmando la trivialidad que solo las entidades que existen en el presente existen en el presente. Pero si interpretásemos dicho “existen” en un sentido atemporal, nos comprometeríamos con la afirmación trivialmente falsa según la cual solo las entidades presentes existen, han existido y existirán. Thomas Crisp (2005) propone dos definiciones tentativas que, al menos provisionalmente, nos podrían ayudar a caracterizar el presentismo:            ''x'' es presente = ∀''y'' (''x'' no tiene distancia temporal alguna con ''y'').            ∀''x'' (''x'' es una entidad presente). La primera definición toma la noción de distancia temporal de la teoría de la relatividad y exige que, para todo par de entidades existentes, no pueda haber distancia temporal entre ambas. La segunda definición, en cambio, restringe nuestro dominio cuantificacional solo a entidades presentes, de manera tal que dicho dominio estará constantemente cambiando y excluyendo a entidades futuras o entidades que dejen de ser presentes para llegar a ser pasadas. Otras teorías que se han propuesto en este debate a la par con una teoría-A del tiempo son la teoría del “bloque creciente” (''growing block''; Broad 1923; Correia y Rosenkranz 2013, 2018) y la teoría del “punto destacado en movimiento” (''moving spotlight''; Cameron 2015, Deasy 2015, Miller 2019). De acuerdo con la teoría del bloque creciente, solo el presente y el pasado podrían ser considerados como reales desde el punto de vista ontológico. Dicho de otra manera, entonces, para esta teoría el presente constituiría una especie de límite o frontera entre aquello que es real y aquello que no existe por aún encontrarse en el futuro. Por su parte, la teoría del punto destacado (PDM) acepta la existencia de una multiplicidad de puntos o instantes de tiempo igualmente existentes, pero sostiene, junto con ello, que existe un instante de tiempo destacado —el instante de tiempo presente— que está constantemente cambiando y que da lugar a un tipo especial de cambio. Tal tipo de cambio, a diferencia de lo que sostiene la teoría-B, simplemente no puede ser explicado a partir de variaciones en las propiedades de esta multiplicidad de instantes de tiempo. En cierto modo, la PDM combinaría intuiciones eternalistas junto con la tesis de la teoría-A de que encontramos algo ontológicamente relevante en el hecho de que los cosas dejen de ser futuras para ser presentes y luego a pasen a ser pasadas. ==== Persistencia ====El contraste entre lo que podríamos llamar teorías dinámicas del tiempo y teorías estáticas del tiempo encuentra un correlato plausible en la división principal que en esta sección asumiremos entre teorías sobre la persistencia en el tiempo de objetos materiales. Aunque probablemente corresponda admitir un mayor número de precisiones, podemos dividir las teorías sobre la persistencia de objetos materiales en dos grandes grupos, a saber, aquellas que permiten que los objetos materiales se extiendan en la dimensión temporal y aquellas que desautorizan tal modo de extensión. En el primer grupo se encuentra la teoría “perdurantista” de la persistencia, una teoría típicamente adoptada por quienes también suscriben una ontología temporal eternalista y una explicación temporal como la que nos propone la teoría-B (Lewis 1986b, Heller 1990, Sider 2001). Para la teoría perdurantista, los objetos materiales se extienden a través del tiempo en virtud de tener diferentes partes temporales en diferentes momentos de su existencia. Debemos pensar aquí en el tiempo como una dimensión más —una cuarta dimensión, para ser más precisos— en la que los objetos materiales se extienden. La teoría “endurantista” de la persistencia, en cambio, niega que los objetos materiales se extiendan a través del tiempo (Johnston 1987; Lowe 1987, 1988; Haslanger 1989, 1994; Merricks 1994, 1999; Miller 2005; Gilmore 2006, 2007). Mientras que el perdurantista afirma una analogía robusta entre la forma en que un objeto se extiende a través del tiempo y la forma en que un objeto se extiende a través de las tres dimensiones espaciales, el endurantista sostiene que tal analogía no se observa. Para los endurantistas, existe una diferencia metafísicamente substancial entre el modo en que los objetos materiales habitan el tiempo y el modo en que habitan el espacio. Por esta razón, encontramos casi con unanimidad que quienes se encuentran comprometidos con la teoría-A del tiempo y alguna de las ontologías temporales que se asocian a ésta adoptan el endurantismo. Sin embargo, es conveniente señalar que esta división propuesta en ocasiones tiene dificultades para clasificar adecuadamente otras teorías. Considérese los dos siguientes ejemplos. La teoría de las entidades simples extendidas afirma que los objetos materiales no tienen partes de ningún tipo, ya sea espaciales o temporales, pero no obstante son capaces de extenderse a través del espacio y el tiempo al estar totalmente presentes en cada una de las regiones espaciales y temporales que ocupan. Si tuviéramos que juzgar esta teoría por su posición respecto de la extensión temporal, tendríamos que situarla junto a la teoría perdurantista; pero si tuviéramos que juzgarla por sus afirmaciones sobre la mereología temporal de los objetos materiales, tendríamos que situarla junto con la teoría endurantista.  Tomemos ahora la teoría de la persistencia de los ‘escenarios’ (Sider 1997, 2001; Hawley 2001). Aunque podría pensarse que la teoría de los escenarios pertenece a la misma familia de teorías que la teoría perdurantista, tal suposición no es del todo correcta. Por una parte, el partidario de esta teoría rechaza la metafísica perdurantista de partes temporales y la analogía espacial que el perdurantismo utiliza para motivar una de sus tesis centrales. En cambio, lo que el partidario de la teoría de los escenarios introduce es la existencia de substancias tridimensionales instantáneas, esto es, substancias que solo existen por un instante de tiempo. De este modo, la analogía primordial para ilustrar su posición no apela a las partes espaciales de los objetos materiales, sino a las ‘contrapartes’ que un objeto material tiene en otros mundos posibles en los que existe. Este tipo de relación no es una relación de identidad numérica. Se trata más bien de una relación de contrapartida temporal, que puede caracterizarse adecuadamente, siempre que se realicen los debidos ajustes, por la noción de contrapartida que Lewis (1968) utiliza en su metafísica modal. El hecho de que la teoría de los escenarios sólo se comprometa con substancias tridimensionales instantáneas, más las correspondientes relaciones temporales de contrapartida, plantea a su vez una última cuestión relativa a las teorías de la persistencia. A veces se confunde la teoría endurantista con el tridimensionalismo y la teoría perdurantista con el tetradimensionalismo. Creemos que es conveniente decir algo sobre esta doble confusión. La teoría endurantista de la persistencia sostiene que los objetos materiales que persisten pueden extenderse a través de las tres dimensiones espaciales, pero no extenderse a través de la dimensión temporal. Si entendemos el tridimensionalismo de esta manera, como a menudo suele hacerse, entonces no habría problema en identificar a estas dos teorías. Pero si se considera que el tridimensionalismo equivale a la afirmación ontológica de que hay objetos materiales tridimensionales y no, por ejemplo, que hay objetos tridimensionales que existen continuamente a través del tiempo, entonces resulta problemático identificar a estas dos teorías. En efecto, si esta formulación más débil del tridimensionalismo se identifica con la teoría endurantista, entonces la teoría de la persistencia de los escenarios debería contar como una de las tantas variantes del endurantismo. Sin embargo, esta es una conclusión que ninguna de las partes que intervienen en el debate estaría dispuesta a aceptar.  Del mismo modo, si el tetradidimensionalismo se entiende sólo como una posición que implica que el tiempo constituye una cuarta dimensión más, entonces se seguiría por una cuestión de hecho (más no ''de iure'') que algunas versiones del endurantismo, coma las de Mellor (1998) o Gilmore (2006, 2007) contarían como tetratridimensionalistas. Incluso, si robusteciéramos nuestra formulación del tetradimensionalismo y sostuviéramos que el tiempo no sólo constituye una cuarta dimensión, sino que además es una dimensión fuertemente análoga al espacio, tendríamos el resultado contraintutivo de que la teoría de la persistencia de las entidades simples extendidos resultaría ser una variante del tetradimensionalismo, debiendo situarse por esta razón junto al perdurantismo. Como solución práctica a lo que quizás podría ser sólo una disputa terminológica, proponemos aquí equiparar el endurantismo con la versión más fuerte del tridimensionalismo y el perdurantismo con la versión más fuerte del tetradimensionalismo, con la estipulación adicional de aceptar también el principio según el cual la extensión a través del tiempo implica la existencia de partes temporales propias. Entre otras cosas, aceptar tal estipulación volvería metafísicamente imposible la teoría de la persistencia de las entidades simples extendidas. ==== Causalidad ====La noción de ‘causalidad’ nunca ha dejado de ser objeto de reflexión para los filósofos en la tradición analítica debido a la importancia que la ciencia natural le asigna a la identificación de conexiones causales. Durante buena parte del siglo pasado, sin embargo, han sido prevalentes concepciones reductivistas, si es que no abiertamente eliminativistas (cf. en particular, Russell 1913). David Hume inauguró en el siglo XVIII una forma de pensar en la causalidad como algo que resulta de regularidades entre tipos de eventos –o que nuestra ‘costumbre’ proyecta desde regularidades. Esta forma de pensar fue, en gran medida, dominante para los empiristas lógicos y sus sucesores. De acuerdo a la teoría regularista de la causalidad el hecho de que el evento ''c'' –del tipo ''C''– causa el evento ''e'' –del tipo ''E''– se reduce a que: (i) ''c'' es espacio-temporalmente continuo con ''e''; (ii) ''c'' precede temporalmente a ''e''; y (iii) el hecho de que todo evento del tipo ''C'' es sucedido regularmente por un evento del tipo ''E'' (cf. Psillos 2002, 19). Ordinariamente suponemos que la existencia de relaciones causales entre eventos (debido a las propiedades universales que están instanciadas en esos eventos) es lo que funda las regularidades que podemos constatar empíricamente. Las regularidades son ontológicamente derivativas respecto de la causalidad. El punto de vista de los defensores de la teoría de la regularidad es exactamente el inverso: es la causalidad la que está fundada en regularidades o se reduce a regularidades. Últimamente, no hay ‘poderes’ o ‘potencias’ en los objetos para ‘hacer’, ‘efectuar’ o ‘producir’ algo. Los acontecimientos se suceden unos a otros del modo que lo hacen porque sí, pudiendo haberse sucedido de otro modo. Nosotros después podemos contemplar estas sucesiones ‘desde arriba’, por decirlo de algún modo, y constatar que hay tipos de eventos que ocurren regularmente. Esas regularidades son las que hemos denominado relaciones ‘causales’. Señala Ernest Nagel –en una obra clásica de filosofía de la ciencia de los años 60 del siglo pasado– cuáles son las características de una relación causal: En primer lugar, la relación es invariable o uniforme, en el sentido de que cuando se produce la causa aludida, también se produce el efecto aludido. Además, se hace la suposición tácita corriente de que la causa constituye una condición necesaria y suficiente para la producción del efecto. (…) En segundo lugar, la relación es válida entre sucesos espacialmente contiguos (…) En tercer lugar, la relación tiene un carácter temporal, en el sentido de que el suceso considerado como causa precede al efecto y es también “continuo” con este. (…) Y, por último, la relación es asimétrica. (Nagel 1961, 79-80). Se puede apreciar que no hay conexiones causales si no están ‘apoyadas’ por leyes naturales, que son, a su vez, meras regularidades entre tipos de eventos. La posición expuesta aquí por Nagel es estándar en su época (cf. por ejemplo, Popper 1959, 57-60; Braithwaite 1959, 340-346). Los requerimientos para que exista causalidad son también los requerimientos para que se pueda dar una ‘explicación’ de un hecho. La ‘explicación’ es, si se quiere, el ‘reflejo semántico’ de una relación causal. De acuerdo con la teoría nomológico-deductiva –la teoría dominante sobre la explicación en esos años– se explica el ''explanandum'' si y sólo si el enunciado del ''explanandum'' se puede deducir a partir de leyes naturales –regularidades– y el enunciado del estado inicial del sistema de que se trate (cf. Hempel 1965, 233-246). El enunciado del estado inicial del sistema en conjunción con las leyes naturales conforma el ''explanans''. Al comienzo de la década del 70 del siglo pasado dos contribuciones produjeron una modificación profunda en el debate: la teoría contrafáctica de la causalidad de David Lewis (cf. Lewis 1973b) y la crítica de Elizabeth Anscombe a las teorías reductivistas (cf. Anscombe 1971). La teoría de Lewis se instaló como la continuación de las concepciones regularistas. Anscombe, por otro lado, formuló una posición crítica de las premisas reductivistas humeanas dominantes hasta entonces. Lewis, en primer lugar, ha explotado la semántica de los condicionales contrafácticas para ofrecer una teoría de la causalidad. En vez de apoyarse en regularidades para hacer la reducción de los hechos causales, lo hace en ‘dependencias contrafácticas’. La idea central es que un condicional contrafáctico del tipo ''si p fuese verdadero, entonces q sería verdadero'' debe ser interpretado como una implicación estricta, pero cuyo valor está limitado a los mundos posibles más ‘cercanos’ al mundo de evaluación. Los mundos posibles pueden ser ‘ordenados’ de acuerdo a su semejanza o desemejanza. Los mundos que sean más semejantes entre sí estarán más ‘cerca’ en la métrica. Los mundos que sean más desemejantes estarán más ‘lejos’ en la métrica. Una vez fijada una ‘métrica’ entre los mundos posibles, se puede definir para cada mundo posible su ‘vecindad’, la clase de los mundos más ‘cercanos’ a un mundo dado. El condicional ''si p fuese verdadero, entonces q sería verdadero'' es verdadero en el mundo posible ''w'' –el ‘mundo de evaluación’– si y sólo si en todos los mundos más ‘cercanos’ a ''w'' en que ''p'' es verdadera, ''q'' también es verdadera. Esta semántica es desarrollada por Lewis en el importante libro ''Counterfactuals'' (1973a). Ese mismo año publicó Lewis su teoría de la causalidad en ''The Journal of Philosophy'' (1973b). Hay hechos que fundan la verdad de los contrafácticos, esto es, los hechos que se dan independientemente en cada mundo posible y sus semejanzas mutuas. Estos mismos hechos son la base de reducción para los hechos causales. Para Lewis, hay ‘dependencia causal’ entre los eventos ''c'' y ''e'' si y sólo si se dan los siguientes condicionales: ''si c existiese, entonces e existiría'' y ''si c no existiese, e no existiría''. La causalidad es una generalización de la dependencia contrafáctica<span id="...">
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