Como las ciencias naturales trabajan metodológicamente contando con la sola observación externa –de los sentidos externos–, la cual detecta únicamente una serie de características que llamamos empíricas –lo visible, lo audible, lo tangible–, suele distinguirse entre el acceso a las cosas ''en primera persona'', es decir, desde la propia subjetividad, o ''en tercera persona'', es decir, según una objetividad impersonal accesible a todo el mundo, que suele ser la propia de las propiedades empíricas de las cosas físicas. El acceso en tercera persona puede hacerse igualmente desde una pura objetividad abstracta, que como tal no contiene experiencias subjetivas y que es accesible a los demás (por ejemplo, lo escrito en un libro) (Block et al. 1997, 517-555).
Una descripción del dolor nunca es suficiente –para ser comprendida–, si el que la escucha o lee no cuenta con cierta experiencia propia del dolor. Las ciencias más abstractas, como las matemáticas, nunca recurren a fenómenos subjetivos, pero se presupone que los objetos matemáticos sólo los puede aprehender una mente. Esto significa que la distinción entre estos dos accesos a la realidad no puede radicalizarse. La pretensión de traducir la conciencia a un evento de tercera persona –eliminándola– está en la línea del reduccionismo físico o naturalista.
La existencia de la subjetividad no es un misterio inaccesible a los demás. De alguna manera se puede llegar a la experiencia de lo que sucede interiormente a los demás por medio de signos manifestativos que aprendemos a interpretar, y por tanto a percibirlos como expresivos de la interioridad ajena (lenguaje, gestos, expresiones faciales). La experiencia propia no es idéntica a la de los demás, pues nadie puede sentir en carne propia lo que otro siente o piensa. Sin embargo, una comunicación empática en las experiencias ajenas, de mayor o menor hondura, no sólo es posible, sino natural. Esta participación podría llamarse ‘de segunda persona’ (Stump 2013). La visión de tercera persona pertenece más típicamente a las objetivaciones científicas, que acuden de modo inevitable, pero útil, a la abstracción y a la universalización. Pero la visión científica y filosófica es imperfecta si no se completa con las experiencias propias. El conocimiento de la realidad no puede eliminar la irreductible subjetividad personal del cognoscente (McGinn 1991).