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DIA β

El transhumanismo es un movimiento científico y filosófico que propone la utilización convergente de las nuevas tecnologías (nano, bio, info y cogni) para la transformación de la naturaleza humana. Así, la modificación del cuerpo biológico permitiría una existencia más saludable, potenciada en términos cognitivos, perfeccionada en cuanto al dominio de las pasiones, y, finalmente, libre de la amenaza del envejecimiento y la muerte. El propósito de la presente voz es analizar las principales tesis y propuestas del programa transhumanista, así como las objeciones más habituales que se le oponen, atendiendo a su factibilidad, su licitud moral y su deseabilidad.


1 Introducción  

Altius, citius, fortius”. Cuando el dominico francés Henri Didon pronunció estas palabras que en español significan “más alto, más rápido, más fuerte”, no sabía que se convertirían, de la mano del barón de Coubertin, en el lema olímpico. Lo cierto es que esas tres ideas ilustran como pocas la actitud fundamental del ser humano: siempre descontento, siempre en tensión, siempre buscando superarse. El transhumanismo (TH) es, de alguna manera, el desarrollo último e hiperbólico de esa tendencia al perfeccionamiento. Un movimiento que aspira a cumplir todos los sueños humanos, superando cada límite, corrigiendo las imperfecciones de nuestra naturaleza y eliminando todos sus males.

Tamaño proyecto supone, evidentemente, medidas extremas. No se trata ya, pues, de domesticar el medio en el que vivimos, sometiéndolo a nuestras necesidades y deseos, ni de conformar sistemas políticos y sociales más justos, ni de potenciar lo mejor de cada ser humano mediante la instrucción, la educación y el ejemplo. El cambio propuesto supone todo aquello, pero implica un proceso específico y más radical: la reingeniería de nuestro propio cuerpo. De este modo, mediante la aplicación convergente de las nuevas tecnologías: nano, bio, info y cogni (NBIC por sus siglas en inglés), podríamos intervenir en el proceso evolutivo dando lugar a una nueva especie transhumana o posthumana, en la que lo biológico sea reemplazado (parcial o totalmente) por lo artificial. Se configuraría así, una nueva estirpe de seres personales, seres en grado superlativo más inteligentes, más empáticos, más saludables y más longevos.

Esta ilusión que el TH deposita en la tecnología se apoya, con frecuencia, en el hecho indiscutible de que en nuestra especie los límites entre lo natural y lo artificial se presentan difusos y esencialmente interpenetrados. Nada de lo que somos es naturaleza desnuda. Desde un punto de vista evolutivo, sin el auxilio de la técnica, hace tiempo nuestra progenie habría cedido su espacio a otras mejor adaptadas. Así, la lanza que estira al brazo, el fuego que brinda calor y cocina los alimentos, el lenguaje que vehiculiza al pensamiento, el libro que remeda los fallos de la memoria y el vino que alegra el corazón en las fiestas, son sólo algunos ejemplos que ilustran hasta qué punto nuestra evolución es, en rigor, un proceso de coevolución biológico y cultural (Marcos 2010, 11; De Mul 2014). Cualquier supersimplificación de esta ambivalencia, ya sea a favor de un polo o del otro, resulta siempre irrealmente reduccionista.

Ahora bien, conceder que la cultura forma parte de lo que somos, y que incluso nuestro cuerpo se ha beneficiado mediante la intrusión de la técnica es algo evidente y, hasta cierto punto, trivial. Piénsese, por ejemplo, en la enorme variedad de prótesis que restituyen funciones orgánicas perdidas, y en los dispositivos y drogas que las potencian, o que incluso las complementan con otras inéditas para nuestra especie. Sin embargo, de allí no se sigue que procurar mejoramientos radicales en la biología humana sea algo factible y, además, algo deseable en todas las circunstancias o algo inequívocamente bueno en sentido moral.

Consciente de esto, el TH tiene la peculiaridad de presentarse a sí mismo, a la vez, como un movimiento filosófico (como un proyecto) y como un fuero de discusión (Chislenko, More et al. 1999).

Como proyecto es filosofía lanzada a la acción, programa transformador de la realidad, praxis revolucionaria construyendo, mediante la ciencia, su escatología inmanente (Gaitán 2019; Burdett 2015). Atendiendo a estos aspectos, se le pueden encontrar interesantes paralelismos con las ideologías del siglo XX (Martorell Campos 2012; Steinhoff 2014; Asla 2018d). Como fuero de discusión, el TH es el ámbito en el que convergen científicos, filósofos y académicos de todo el mundo para investigar y discutir estas cuestiones. En esta línea, se han constituido a lo largo de los últimos años centros de investigación multidisciplinar como el Instituto para el futuro de la Humanidad o el Centro Uehiro de Ética Práctica (ambos en la Universidad de Oxford), y el Instituto para la Ética y las Tecnologías emergentes (IEET). De igual modo, se han fundado múltiples asociaciones transhumanistas, como la Cristiana, la Mormona, la Inglesa, la Francesa, la Polaca, etc. Paralelamente, en el ámbito académico han proliferado los eventos y las publicaciones dedicadas a estas cuestiones.

En estos ámbitos de estudio y discusión, se presentan en contrapunto las promesas de los cultores de la tecnociencia con los reparos del sentido común y de la ética. El optimismo se mide con la cautela, y se levantan así, como telón de fondo, preguntas filosóficas, que son de siempre, pero a las que este movimiento otorga un inusual cariz de urgencia: ¿Qué nos define realmente como hombres? ¿Hasta qué punto podemos mejorarnos y seguir reconociéndonos en el producto de esas transformaciones? ¿Qué costos y qué riesgos es razonable aceptar en este esfuerzo por combatir los límites naturales? Y, finalmente: ¿qué, si acaso algo, vale la pena conservar de ese animal finito, imperfecto y vulnerable que somos?

2 Antecedentes remotos y próximos  

El TH hunde sus raíces en las capacidades humanas de desear y de imaginar, y no es extraño por lo tanto que muchas de sus propuestas tengan antecedentes remotos en las mitologías de Oriente y Occidente. Los ejemplos más citados son, en tal sentido, la epopeya sumeria del Gilgamesh y la fuente de la eterna juventud mencionada por Heródoto, que representan el anhelo de la inmortalidad; el mito de Proteo, dios primordial del mar, con su capacidad de transformarse en distintas sustancias; Galatea, la estatua vivificada de Pigmalión (Hauskeller 2016); el adivino ciego Tiresias, que se encarnó en sucesivas identidades como hombre y como mujer; el mito judío medieval del Golem, en el que se prefigura un robot; las pócimas de amor que prometían conquistar el rebelde corazón de los amados, y un largo etcétera. Ahora bien, el mito con el que tanto los transhumanistas como sus críticos más relacionan a este movimiento es el de Prometeo. Los paralelismos, a decir verdad, son bastante conspicuos, la criatura que busca alcanzar su verdadera talla enfrentándose o, por lo menos, prescindiendo de la divinidad, el rol de la técnica en la supervivencia y el progreso humanos, y la tentación radical del hombre de ser autor y fin de sí mismo (Bostrom 2005b, 2; Franssen 2017; Hauskeller 2009).  

En cuanto a los antecedentes modernos, Nick Bostrom, director del mencionado Instituto para el Futuro de Humanidad, y uno de los representantes más reconocidos del TH, consigna varias tesis transhumanistas anticipadas por científicos. El marqués de Condorcet, con su convicción de que el progreso de las ciencias lograría en algún momento prolongar la vida humana indefinidamente; Benjamin Franklin, que vaticinó la crioconservación de los cadáveres y John B. S. Haldane, que anticipó la ectogénesis y la eugenesia (Bostrom 2005a). Un capítulo aparte, ameritarían todas las especulaciones en torno a la denominada inteligencia artificial fuerte, surgidas desde la segunda parte del siglo pasado y a las que muchos transhumanistas otorgan el carácter de verdaderas profecías (Moravec 1988; Kurzweil 2000, 2006, 2012).

Ya en el ámbito filosófico, el TH se presenta como el emergente de una constelación de tesis filosóficas, cuya importancia relativa en el conjunto es difícil de ponderar. En tal sentido, Alfredo Marcos realiza un interesante aporte, mostrando cómo se imbrican en el TH elementos provenientes de doctrinas en apariencia incompatibles entre sí, como el naturalismo radical, el dualismo, y el nihilismo existencialista (Marcos y Perez 2019). Finalmente, autores como Jacques Ellul (Bostrom y Cirkovic 2011, 81), Nikola Fedorov (Burdett 2015) y Teilhard de Chardin (Cole-Turner 2017, 39) resultan antecedentes que no se puede soslayar, si se atiende al protagonismo que conceden a la tecnología en la evolución de la historia.

En estos autores la tecnología representa un factor esencial para la determinación del destino final de la especie humana, con un tono marcadamente distópico en el caso de Jacques Ellul, y, por el contrario, animado por un optimismo radical en Fedorov y Teilhard. Este último, además, sostiene una ontología en la que los límites entre lo biológico, lo humano y lo tecnológico se difuminan en el proceso evolutivo, de un modo semejante a como acontece en las narrativas transhumanistas. De hecho, Julian Huxley, a quien se atribuye haber acuñado el término TH, reconoce abiertamente la influencia del jesuita francés, en el prólogo que le escribió para la versión inglesa de su libro El Fenómeno Humano (Teilhard 1959). También se ha observado que Teilhard vislumbró con anticipación varias características propias de nuestro tiempo, como las posibilidades de la bioingeniería y el surgimiento de la Internet. Finalmente, la tesis teilhardiana de la Noosfera puede interpretarse como un interesante precedente de lo que Ray Kurzweil pronostica como el advenimiento de la Singularidad (Steinhart 2008).