Transhumanismo

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= 1.    Introducción =
“''Altius, citius, fortius''”. Cuando el dominico francés Henri Didon pronunció estas palabras que en español significan “más alto, más rápido, más fuerte”, no sabía que se convertirían, de la mano del barón de Coubertin, en el lema olímpico. Lo cierto es que esas tres ideas ilustran como pocas la actitud fundamental del ser humano: siempre descontento, siempre en tensión, siempre buscando superarse. El transhumanismo (TH) es, de alguna manera, el desarrollo último e hiperbólico de esa tendencia al perfeccionamiento. Un movimiento que aspira a cumplir todos los sueños humanos, superando cada límite, corrigiendo las imperfecciones de nuestra naturaleza y eliminando todos sus males.
En estos ámbitos de estudio y discusión, se presentan en contrapunto las promesas de los cultores de la tecnociencia con los reparos del sentido común y de la ética. El optimismo se mide con la cautela, y se levantan así, como telón de fondo, preguntas filosóficas, que son de siempre, pero a las que este movimiento otorga un inusual cariz de urgencia: ¿Qué nos define realmente como hombres? ¿Hasta qué punto podemos mejorarnos y seguir reconociéndonos en el producto de esas transformaciones? ¿Qué costos y qué riesgos es razonable aceptar en este esfuerzo por combatir los límites naturales? Y, finalmente: ¿qué, si acaso algo, vale la pena conservar de ese animal finito, imperfecto y vulnerable que somos?
= 2.       Antecedentes remotos y próximos =
El TH hunde sus raíces en las capacidades humanas de desear y de imaginar, y no es extraño por lo tanto que muchas de sus propuestas tengan antecedentes remotos en las mitologías de Oriente y Occidente. Los ejemplos más citados son, en tal sentido, la epopeya sumeria del Gilgamesh y la fuente de la eterna juventud mencionada por Heródoto, que representan el anhelo de la inmortalidad; el mito de Proteo, dios primordial del mar, con su capacidad de transformarse en distintas sustancias; Galatea, la estatua vivificada de Pigmalión (Hauskeller 2016); el adivino ciego Tiresias, que se encarnó en sucesivas identidades como hombre y como mujer; el mito judío medieval del Golem, en el que se prefigura un robot; las pócimas de amor que prometían conquistar el rebelde corazón de los amados, y un largo etcétera. Ahora bien, el mito con el que tanto los transhumanistas como sus críticos más relacionan a este movimiento es el de Prometeo. Los paralelismos, a decir verdad, son bastante conspicuos, la criatura que busca alcanzar su verdadera talla enfrentándose o, por lo menos, prescindiendo de la divinidad, el rol de la técnica en la supervivencia y el progreso humanos, y la tentación radical del hombre de ser autor y fin de sí mismo (Bostrom 2005b, 2; Franssen 2017; Hauskeller 2009).  
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