Diferencia entre revisiones de «Principio antrópico»

Oscar Horacio Beltrán
Universidad Católica Argentina

De DIA
(Página creada con «'''''Principio Antrópico''''' ''' ''' '''            '''Se trata de una expresión acuñada por el astrónomo Brandon Carter en 1974. El enunciado general de...»)
 
Línea 1: Línea 1:
'''''Principio Antrópico'''''
+
Se trata de una expresión acuñada por el astrónomo Brandon Carter en 1974. El enunciado general de ese principio dice que “lo que podemos esperar observar tiene que estar limitado por las condiciones necesarias para nuestra presencia como observadores” (Carter 1974, 291). En términos más explícitos, el principio sostiene que todas las constantes de las que depende la estructura y el dinamismo del universo solo pueden adoptar valores extremadamente acotados por la circunstancia de que existe el hombre. Lo que este principio pretende enfatizar es el hecho de que la existencia humana requiere condiciones físicas tan rigurosas que, a partir de ella, es posible inferir con alto grado de especificidad y precisión las características de un universo capaz de acoger a nuestra especie.
  
''' '''
+
Si bien se trata de un término propio del lenguaje de la cosmología, la discusión subsecuente involucró al poco tiempo a los representantes de la filosofía y de la teología, ya que las repercusiones en esos campos son obvias y muy poderosas. En esta exposición se mencionarán, en primer lugar, los antecedentes históricos y algunos desarrollos significativos acerca del tema. En segundo lugar se pasará revista a los principales indicios empíricos que dan sustento al principio antrópico. Finalmente se ofrecerán las claves fundamentales para una interpretación sapiencial de la cuestión, bajo un abordaje de sus aspectos filosóficos y teológicos.
  
'''            '''Se
 
trata de una expresión acuñada por el astrónomo Brandon Carter en 1974. El
 
enunciado general de ese principio dice que “lo que podemos esperar observar
 
tiene que estar limitado por las condiciones necesarias para nuestra presencia
 
como observadores” (Carter 1974, 291). En términos más explícitos, el principio
 
sostiene que todas las constantes de las que depende la estructura y el
 
dinamismo del universo solo pueden adoptar valores extremadamente acotados por
 
la circunstancia de que existe el hombre. Lo que este principio pretende
 
enfatizar es el hecho de que la existencia humana requiere condiciones físicas
 
tan rigurosas que, a partir de ella, es posible inferir con alto grado de
 
especificidad y precisión las características de un universo capaz de acoger a
 
nuestra especie.
 
  
Si bien se trata de un término
+
==Antecedentes==
propio del lenguaje de la cosmología, la discusión subsecuente involucró al
 
poco tiempo a los representantes de la filosofía y de la teología, ya que las
 
repercusiones en esos campos son obvias y muy poderosas. En esta exposición se
 
mencionarán, en primer lugar, los antecedentes históricos y algunos desarrollos
 
significativos acerca del tema. En segundo lugar se pasará revista a los
 
principales indicios empíricos que dan sustento al principio antrópico.
 
Finalmente se ofrecerán las claves fundamentales para una interpretación
 
sapiencial de la cuestión, bajo un abordaje de sus aspectos filosóficos y
 
teológicos.
 
  
<!--[if !supportLists]-->'''1.      '''<!--[endif]-->'''Antecedentes'''
+
En esta sección se ofrecerá una reseña de las etapas recorridas en el ámbito científico hasta llegar al enunciado del principio antrópico (en adelante PA), haciendo foco especialmente en los aportes del siglo XX.
  
''' '''
 
  
En esta sección se ofrecerá una reseña de las etapas
+
===El principio cosmológico===
recorridas en el ámbito científico hasta llegar al enunciado del principio
 
antrópico (en adelante PA), haciendo foco especialmente en los aportes del
 
siglo XX.
 
  
''' '''
+
En sus orígenes, el conocimiento científico se desenvolvió bajo una impronta fuertemente condicionada por el supuesto de la centralidad del hombre en el universo. Así, por ejemplo, la geometría se basaba en la concepción del espacio según la escala y configuración propias de lo circundante (de ahí el origen del término: “medida de la tierra”). Igualmente se asumía que todo cuanto existía se hallaba al alcance de la percepción humana. En tal sentido, la teoría de los cuatro elementos indicaba que los últimos constitutivos materiales (tierra, agua, aire y fuego) eran directamente identificables con cualidades táctiles (temperatura y humedad) y no se concebía un orden de realidad microscópico. En el otro extremo, el mundo no se extendía más allá de la región de las estrellas visibles. Además, la presunta inmutabilidad de los astros y de las especies vivientes se juzgaba de acuerdo al patrón de duración de la vida humana. Pero sin duda el rasgo más representativo de este sesgo es la concepción geocéntrica de la astronomía, según la cual el planeta Tierra, morada del género humano, yace inmóvil en el centro del universo, mientras los demás cuerpos celestes describen sus órbitas alrededor de él. Esta visión encontró un apoyo natural en la cultura medieval cristiana, donde el hombre era considerado, a la luz de la revelación divina, como imagen y semejanza de Dios y administrador de toda la creación (''Gén.'' I, 26-30).
  
<!--[if !supportLists]-->'''1.1  '''<!--[endif]-->'''El principio cosmológico'''
+
La revolución científica, desplegada a lo largo de los siglos XVI y XVII, modificó radicalmente este enfoque. El modelo copernicano desplaza a la Tierra del centro y la ubica como un planeta más girando en torno al Sol. La geometría analítica y el cálculo infinitesimal abren nuevos rumbos en la matemática más allá de lo intuitivo. El microscopio y el telescopio ensanchan el campo de observación de la naturaleza prolongando el alcance directo de los sentidos. Por último, ya en el siglo XIX, los aportes de la geología, la termodinámica aplicada a los procesos energéticos de las estrellas y la teoría darwiniana de la selección natural, terminan de configurar un paradigma donde el hombre aparece como un producto más de la evolución cósmica, y queda completamente destituido de todos sus privilegios como observador y en relación al resto del universo. Para describir esta mirada contraria a la perspectiva antropocéntrica se ha introducido la expresión “principio copernicano” (Bondi 1950, 12; Velázquez Fernández 2005, 82-86).
  
''' '''
+
En 1917 Albert Einstein presentó en la Academia de Ciencias de Berlín su memoria titulada ''Consideraciones cosmológicas sobre la teoría de la relatividad general'' (Einstein 1917). Este acontecimiento es considerado por casi todos los autores como inaugural de la nueva cosmología. Esta disciplina, tan peculiar y ambiciosa por su objeto y sus alcances, llegó a su madurez gracias al considerable refinamiento de las técnicas de observación y a la audacia de las teorías físico-matemáticas de principios del siglo pasado.
  
'''            '''En sus
+
A medida que se iban desplegando las investigaciones en este nuevo campo se conformó una estrategia metodológica en continuidad con el principio copernicano, al que se le dio una formulación mucho más general y explícita. Surgió así el denominado “principio cosmológico”, que establecía que no existen puntos de observación privilegiados en el universo, sino que desde cualquier ubicación es posible determinar el aspecto general y las leyes que lo gobiernan. Dejando de lado las variaciones a escala local, el universo en su conjunto es considerado perfectamente homogéneo e isotrópico (llamamos isotropía a la cualidad por la que el universo ostenta el mismo aspecto en cualquier dirección hacia la cual se observe). Inclusive en la perspectiva de un modelo de universo en expansión se puede afirmar que los valores de la velocidad de recesión de las galaxias son iguales desde cualquier punto de medición. De esta manera se desvanece todo resabio de antropocentrismo en beneficio de una absoluta “objetividad” en la descripción del cosmos.
orígenes, el conocimiento científico se desenvolvió bajo una impronta
 
fuertemente condicionada por el supuesto de la centralidad del hombre en el universo.
 
Así, por ejemplo, la geometría se basaba en la concepción del espacio según la
 
escala y configuración propias de lo circundante (de ahí el origen del término:
 
“medida de la tierra”). Igualmente se asumía que todo cuanto existía se hallaba
 
al alcance de la percepción humana. En tal sentido, la teoría de los cuatro
 
elementos indicaba que los últimos constitutivos materiales (tierra, agua, aire
 
y fuego) eran directamente identificables con cualidades táctiles (temperatura
 
y humedad) y no se concebía un orden de realidad microscópico. En el otro
 
extremo, el mundo no se extendía más allá de la región de las estrellas
 
visibles. Además, la presunta inmutabilidad de los astros y de las especies
 
vivientes se juzgaba de acuerdo al patrón de duración de la vida humana. Pero
 
sin duda el rasgo más representativo de este sesgo es la concepción geocéntrica
 
de la astronomía, según la cual el planeta Tierra, morada del género humano,
 
yace inmóvil en el centro del universo, mientras los demás cuerpos celestes
 
describen sus órbitas alrededor de él. Esta visión encontró un apoyo natural en
 
la cultura medieval cristiana, donde el hombre era considerado, a la luz de la
 
revelación divina, como imagen y semejanza de Dios y administrador de toda la
 
creación (''Gén. ''I, 26-30).
 
  
La revolución científica, desplegada
+
El principio cosmológico fue asimilado como un logro de madurez para la joven cosmología. Sin embargo, en el seno de esta ciencia ya empezaba a incubarse un enfoque alternativo, que podría describirse incluso como anti-copernicano. El siguiente apartado permite conectar esa nueva perspectiva con el PA.
a lo largo de los siglos XVI  y XVII,
 
modificó radicalmente este enfoque. El modelo copernicano desplaza a la Tierra
 
del centro y la ubica como un planeta más girando en torno al Sol. La geometría
 
analítica y el cálculo infinitesimal abren nuevos rumbos en la matemática más
 
allá de lo intuitivo. El microscopio y el telescopio ensanchan el campo de
 
observación de la naturaleza prolongando el alcance directo de los sentidos.
 
Por último, ya en el siglo XIX, los aportes de la geología, la termodinámica
 
aplicada a los procesos energéticos de las estrellas y la teoría darwiniana de
 
la selección natural, terminan de configurar un paradigma donde el hombre aparece
 
como un producto más de la evolución cósmica, y queda completamente destituido
 
de todos sus privilegios como observador y en relación al resto del universo.
 
Para describir esta mirada contraria a la perspectiva antropocéntrica se ha
 
introducido la expresión “principio copernicano” (Bondi 1950, 12; Velázquez
 
Fernández 2005, 82-86).
 
  
En
 
1917 Albert Einstein presentó en la Academia de Ciencias de Berlín su memoria
 
titulada ''Consideraciones cosmológicas sobre la teoría de la relatividad
 
general'' (Einstein 1917).
 
Este acontecimiento es considerado por casi todos los autores como inaugural de
 
la nueva cosmología. Esta disciplina, tan peculiar y ambiciosa por su objeto y
 
sus alcances, llegó a su madurez gracias al considerable refinamiento de las
 
técnicas de observación y a la audacia de las teorías físico-matemáticas de
 
principios del siglo pasado.
 
  
A
+
===Especulaciones precursoras del PA===
medida que se iban desplegando las investigaciones en este nuevo campo se
 
conformó una estrategia metodológica en continuidad con el principio
 
copernicano, al que se le dio una formulación mucho más general y explícita.
 
Surgió así el denominado “principio cosmológico”, que establecía que no existen
 
puntos de observación privilegiados en el universo, sino que desde cualquier
 
ubicación es posible determinar el aspecto general y las leyes que lo
 
gobiernan. Dejando de lado las variaciones a escala local, el universo en su
 
conjunto es considerado perfectamente homogéneo e isotrópico (llamamos
 
isotropía a la cualidad por la que el universo ostenta el mismo aspecto en
 
cualquier dirección hacia la cual se observe). Inclusive en la perspectiva de
 
un modelo de universo en expansión se puede afirmar que los valores de la
 
velocidad de recesión de las galaxias son iguales desde cualquier punto de
 
medición. De esta manera se desvanece todo resabio de antropocentrismo en
 
beneficio de una absoluta “objetividad” en la descripción del cosmos.
 
  
El
+
Uno de los temas que atrajo la atención de los científicos fue el de las relaciones matemáticas simples entre los valores de las constantes físicas fundamentales. Arthur Eddington encontró varias fórmulas que conectan los valores de la constante de Planck, la velocidad de la luz, la constante de gravitación universal, la masa del electrón y del protón, la constante de Hubble y el radio y densidad media del universo. Todas esas fórmulas convergen en torno al valor 10<sup>40</sup> y sus potencias (Eddington 1923).
principio cosmológico fue asimilado como un logro de madurez para la joven
 
cosmología. Sin embargo, en el seno de esta ciencia ya empezaba a incubarse un
 
enfoque alternativo, que podría describirse incluso como anti-copernicano. El
 
siguiente apartado permite conectar esa nueva perspectiva con el PA.
 
  
<!--[if !supportLists]-->'''1.2 
+
Paul Dirac continuó con estas especulaciones dándole forma a una suerte de principio que sostiene que “dos cualesquiera de los grandes números sin dimensión (del orden de 10<sup>39</sup> y 10<sup>78</sup>) que tienen lugar en la naturaleza están conectados por una relación matemática simple cuyos coeficientes son del orden de magnitud unidad” (es decir valores enteros menores que 10) (Dirac 1937). Se lo podría considerar una suerte de “principio de exclusión”, según el cual el cociente que se obtiene entre dos cualesquiera de aquellas fórmulas que integran las diversas constantes de la naturaleza no puede arrojar valores alejados de la unidad. Entre las consecuencias de dicho principio estarían, por una parte, la hipótesis de una variación temporal de la constante gravitatoria (que dejaría de ser constante), y por otra el apoyo al modelo de universo estacionario.
'''<!--[endif]-->'''Especulaciones precursoras del
 
PA'''
 
  
 +
Por su parte, Fred Hoyle presentó varios trabajos en relación a los parámetros astrofísicos de tiempo necesarios para la formación de los elementos pesados en el núcleo de las estrellas. Su conclusión es que solo cuando dichos parámetros se definen bajo valores muy precisos puede desenvolverse la química estelar que permite la diseminación y recombinación de los elementos precursores de las estructuras vivientes (Barrow y Tipler 1986, 250-255; Ambrose 2011).
  
 +
Estas insinuantes conjeturas, que comienzan a considerar seriamente la relevancia del hombre en el devenir cósmico, llegaron a su primera formulación rigurosa en un brevísimo pero trascendente artículo de Robert Dicke (Dicke 1961; Ambrose 2011). En él se sostiene que el valor de la edad del universo en las ecuaciones planteadas por Eddington y Dirac no puede diferir significativamente del que tiene ahora, pues de lo contrario no hubiera podido existir ningún ser humano para poder apreciarlo. Vale decir que la edad del universo actual está acotada entre un mínimo, en relación con el tiempo necesario para producir núcleos pesados indispensables para la vida, como el carbono, en las estrellas. A su vez, habrá un valor máximo, dictado por la supervivencia de aquellas estrellas aptas para albergar un planeta capaz de ser habitado por el hombre (en efecto, no todas las clases de estrellas poseen el tipo de actividad indicado para el nivel, regularidad y constancia del flujo de radiaciones que la vida necesita).
  
Uno de
+
En 1973 apareció un llamativo trabajo de Collins y Hawking que plantea el problema de la isotropía del universo (Collins y Hawking 1973). Esta propiedad sospechada a partir del perfeccionamiento de la investigación telescópica desde el siglo XIX sirvió de base para la formulación del principio cosmológico que ya hemos citado. A su vez tuvo una espectacular confirmación en el hallazgo de la radiación de fondo, cuyo valor de 2,7º K se reveló sorprendentemente uniforme. El problema que surge aquí es que dicha isotropía no parecía tener una explicación satisfactoria.
los temas que atrajo la atención de los científicos fue el de las relaciones
 
matemáticas simples entre los valores de las constantes físicas fundamentales. Arthur
 
Eddington encontró varias fórmulas que conectan los valores de la constante de
 
Planck, la velocidad de la luz, la constante de gravitación universal, la masa
 
del electrón y del protón, la constante de Hubble y el radio y densidad media
 
del universo. Todas esas fórmulas convergen en torno al valor 10<sup>40</sup> y
 
sus potencias (Eddington 1923).
 
  
Paul Dirac
+
Entre las condiciones iniciales a considerar, la que exhibe una peculiar sensibilidad a los efectos de la isotropía es la velocidad de expansión. A ello debe añadirse el hecho de que el universo no es actualmente homogéneo, sino que deben ser posibles niveles de concentración de materia capaces de engendrar sistemas galácticos, estrellas y planetas. Además, cualquier modelo cosmológico, aun cuando alcance transitoriamente un estado de isotropía, tiende inexorablemente a volverse no isotrópico. Ante semejantes dificultades, los autores acaban por reconocer la posibilidad de aplicar un criterio según el cual “en la medida en que la existencia de galaxias parecería ser una condición necesaria para el desarrollo de vida inteligente, la respuesta a la pregunta ‘¿por qué el universo es isotrópico?’ es ‘porque estamos aquí’” (Collins y Hawking 1973, 334).
continuó con estas especulaciones dándole forma a una suerte de principio que sostiene
 
que “dos cualesquiera de los grandes números sin dimensión (del orden de 10<sup>39</sup>
 
y 10<sup>78</sup>) que tienen lugar en la naturaleza están conectados por una
 
relación matemática simple cuyos coeficientes son del orden de magnitud unidad”
 
(es decir valores enteros menores que 10) (Dirac 1937). Se lo podría considerar
 
una suerte de “principio de exclusión”, según el cual el cociente que se
 
obtiene entre dos cualesquiera de aquellas fórmulas que integran las diversas
 
constantes de la naturaleza no puede arrojar valores alejados de la unidad. Entre
 
las consecuencias de dicho principio estarían, por una parte, la hipótesis de
 
una variación temporal de la constante gravitatoria (que dejaría de ser
 
constante), y por otra el apoyo al modelo de universo estacionario.
 
  
  
 +
===Carter y la condicionalidad del observador===
  
Por su
+
El autor que con plena conciencia y explicitación abordó el tema, y a quien debemos el nombre de PA es el astrofísico Brandon Carter, quien en 1974 publicó un escrito fundacional sobre esta cuestión para el Simposio de la Unión Astronómica Internacional con motivo de los 500 años del nacimiento de Nicolás Copérnico.
parte, Fred Hoyle presentó varios trabajos en relación a los parámetros astrofísicos
 
de tiempo necesarios para la formación de los elementos pesados en el núcleo de
 
las estrellas. Su conclusión es que solo cuando dichos parámetros se definen
 
bajo valores muy precisos puede desenvolverse la química estelar que permite la
 
diseminación y recombinación de los elementos precursores de las estructuras
 
vivientes (Barrow y Tipler 1986, 250-255; Ambrose 2011).
 
  
Estas
+
Como lo señala Balashov (1992, 115), que el planteo de Carter aparezca en un homenaje a Copérnico resulta paradójico y simbólico. En efecto, nadie duda de la importancia de la teoría heliocéntrica para el desarrollo de la ciencia moderna, ni la utilidad metodológica que ha proporcionado la adopción del principio cosmológico. No obstante, Carter introduce el PA como “una reacción contra la exagerada sumisión al principio copernicano” (Carter 1974, 291). Luego de haber planteado el enunciado anteriormente citado, este autor separa dos versiones fundamentales de PA, conocidas como ''PA débil '' y ''PA  fuerte''. La versión débil sostiene lo siguiente: “Tenemos que estar preparados para tener en cuenta el hecho de que nuestra ubicación en el universo es ''necesariamente'' privilegiada hasta el punto de ser compatible con nuestra existencia como observadores (énfasis del autor)” (Carter 1974, 293). Por su parte, el PA fuerte se enuncia de la siguiente manera: “El universo (y, por consiguiente, los parámetros fundamentales de que depende) tiene que ser de tal modo que admita la creación de observadores dentro de él en algún estadio. Parafraseando a Descartes: ‘''cogito, ergo mundus talis est''’” (Carter 1974, 294).
insinuantes conjeturas, que comienzan a considerar seriamente la relevancia del
 
hombre en el devenir cósmico, llegaron a su primera formulación rigurosa en un
 
brevísimo pero trascendente artículo de Robert Dicke (Dicke 1961; Ambrose 2011).
 
En él se sostiene que el valor de la edad del universo en las ecuaciones
 
planteadas por Eddington y Dirac no puede diferir significativamente del que
 
tiene ahora, pues de lo contrario no hubiera podido existir ningún ser humano
 
para poder apreciarlo. Vale decir que la edad del universo actual está acotada
 
entre un mínimo, en relación con el tiempo necesario para producir núcleos
 
pesados indispensables para la vida, como el carbono, en las estrellas. A su
 
vez, habrá un valor máximo, dictado por la supervivencia de aquellas estrellas
 
aptas para albergar un planeta capaz de ser habitado por el hombre (en efecto,
 
no todas las clases de estrellas poseen el tipo de actividad indicado para el
 
nivel, regularidad y constancia del flujo de radiaciones que la vida necesita).
 
  
En
+
El texto de Carter resulta un poco ambiguo en la caracterización de estas dos versiones. Los estudios posteriores concuerdan en su mayoría en que el PA ''débil'' es, paradójicamente, el más sólido en cuanto a su fundamentación, pero a la vez resulta trivial en su contenido. En efecto, dicha versión se limita a plantear el vínculo de consecuencia entre nuestra presencia como observadores y los rasgos del universo que la hacen posible. Tales rasgos son, pues, ''condición necesaria'' para la existencia humana. Incluso, en la visión de Barrow y Tipler (1986, 16) bastaría con establecer dichas condiciones como necesarias para la vida en general (por lo que, más que antrópico, debería llamarse ''principio biótico''). Por otra parte, esta forma del PA no parece tener alcance estrictamente universal, sino solamente en el ámbito regional de lo que podemos observar (Ambrose 2011).
1973 apareció un llamativo trabajo de Collins y Hawking que plantea el problema
 
de la isotropía del universo (Collins y Hawking 1973). Esta propiedad
 
sospechada a partir del perfeccionamiento de la investigación telescópica desde
 
el siglo XIX sirvió de base para la formulación del principio cosmológico que
 
ya hemos citado. A su vez tuvo una espectacular confirmación en el hallazgo de
 
la radiación de fondo, cuyo valor de 2,7º K se reveló sorprendentemente
 
uniforme. El problema que surge aquí es que dicha isotropía no parecía tener
 
una explicación satisfactoria.
 
  
Entre
+
En cambio, el PA ''fuerte'' pretende ir más allá de lo tautológico, postulando que el universo está hecho en vistas del hombre como ''condición suficiente'' para su existencia. Tal afirmación excede claramente la posibilidad de una justificación científica y remite a un entorno filosófico donde se discuten cuestiones tales como el materialismo, el determinismo y el finalismo de la naturaleza. Además, a diferencia del PA ''débil'', abarca la totalidad del universo.
las condiciones iniciales a considerar, la que exhibe una peculiar sensibilidad
 
a los efectos de la isotropía es la velocidad de expansión. A ello debe añadirse
 
el hecho de que el universo no es actualmente homogéneo, sino que deben ser
 
posibles niveles de concentración de materia capaces de engendrar sistemas
 
galácticos, estrellas y planetas. Además, cualquier modelo cosmológico, aun
 
cuando alcance transitoriamente un estado de isotropía, tiende inexorablemente
 
a volverse no isotrópico. Ante semejantes dificultades, los autores acaban por
 
reconocer la posibilidad de aplicar un criterio según el cual “en la medida en
 
que la existencia de galaxias parecería ser una condición necesaria para el
 
desarrollo de vida inteligente, la respuesta a la pregunta ‘¿por qué el
 
universo es isotrópico?’ es ‘porque estamos aquí’” (Collins y Hawking 1973,
 
334).
 
  
<!--[if !supportLists]-->'''1.      '''<!--[endif]-->'''3 Carter y la condicionalidad
+
La propuesta de Carter suscitó poderosas repercusiones en el ámbito especializado, que prontamente involucraron a representantes de la filosofía y de la religión. En la próxima sección se expondrán algunos ejemplos de aquellos rasgos del universo que ponen de manifiesto la condicionalidad antrópica.
del observador'''
 
  
El
 
autor que con plena conciencia y explicitación abordó el tema, y a quien
 
debemos el nombre de PA es el
 
astrofísico Brandon Carter, quien en 1974 publicó un escrito fundacional sobre
 
esta cuestión para el Simposio de la Unión Astronómica Internacional con motivo
 
de los 500 años del nacimiento de Nicolás Copérnico.
 
  
Como
+
==Indicios empíricos==
lo señala Balashov (1992, 115), que el planteo de Carter aparezca en un
 
homenaje a Copérnico resulta paradójico y simbólico. En efecto, nadie duda de
 
la importancia de la teoría heliocéntrica para el desarrollo de la ciencia
 
moderna, ni la utilidad metodológica que ha proporcionado la adopción del
 
principio cosmológico. No obstante, Carter introduce el PA como “una reacción
 
contra la exagerada sumisión al principio copernicano” (Carter 1974, 291).
 
Luego de haber planteado el enunciado anteriormente citado, este autor separa dos
 
versiones fundamentales de PA, conocidas como ''PA débil '' y ''PA  fuerte''. La versión débil sostiene
 
lo siguiente: “Tenemos que estar preparados para tener en cuenta el hecho de
 
que nuestra ubicación en el universo es ''necesariamente''
 
privilegiada hasta el punto de ser compatible con nuestra existencia como
 
observadores (énfasis del autor)” (Carter 1974, 293). Por su parte, el PA
 
fuerte se enuncia de la siguiente manera: “El universo (y, por consiguiente,
 
los parámetros fundamentales de que depende) tiene que ser de tal modo que
 
admita la creación de observadores dentro de él en algún estadio. Parafraseando
 
a Descartes: ‘''cogito, ergo mundus talis
 
est''’” (Carter 1974, 294).
 
  
El
+
La cantidad de testimonios que la ciencia ha ido acumulando en los últimos tiempos en relación a la especificidad antrópica del universo es apabullante. Por cierto no es posible, ni tampoco pertinente, exponer en este lugar todos y cada uno de los puntos en que se aprecia dicha correlación. Por lo demás, en muchos casos debería recurrirse a un lenguaje de alto nivel técnico matemático de muy difícil manejo. Bastará con recopilar los ejemplos más enfáticos y accesibles a la comprensión general, teniendo en cuenta que, esquemáticamente hablando, se trata de mostrar cómo una ínfima variación del valor de determinada magnitud haría imposible o al menos enormemente improbable la existencia humana.  
texto de Carter resulta un poco ambiguo en la caracterización de estas dos
 
versiones. Los estudios posteriores concuerdan en su mayoría en que el PA ''débil'' es, paradójicamente, el más sólido
 
en cuanto a su fundamentación, pero a la vez resulta trivial en su contenido.
 
En efecto, dicha versión se limita a plantear el vínculo de consecuencia entre
 
nuestra presencia como observadores y los rasgos del universo que la hacen
 
posible. Tales rasgos son, pues, ''condición
 
necesaria'' para la existencia humana. Incluso, en la visión de Barrow y
 
Tipler (1986, 16) bastaría con establecer dichas condiciones como necesarias
 
para la vida en general (por lo que, más que antrópico, debería llamarse ''principio biótico''). Por otra parte, esta
 
forma del PA no parece tener alcance estrictamente universal, sino solamente en
 
el ámbito regional de lo que podemos observar (Ambrose 2011).
 
  
En
 
cambio, el PA'' fuerte'' pretende ir más
 
allá de lo tautológico, postulando que el universo está hecho en vistas del
 
hombre como ''condición suficiente'' para
 
su existencia. Tal afirmación excede claramente la posibilidad de una
 
justificación científica y remite a un entorno filosófico donde se discuten
 
cuestiones tales como el materialismo, el determinismo y el finalismo de la
 
naturaleza. Además, a diferencia del PA ''débil'',
 
abarca la totalidad del universo.
 
  
La
+
===Constantes fundamentales===
propuesta de Carter suscitó poderosas repercusiones en el ámbito especializado,
 
que prontamente involucraron a representantes de la filosofía y de la religión.
 
En la próxima sección se expondrán algunos ejemplos de aquellos rasgos del universo
 
que ponen de manifiesto la condicionalidad antrópica.
 
  
<!--[if !supportLists]-->'''2.     
+
Existe un amplio repertorio de magnitudes físicas gracias a las cuales es posible enunciar matemáticamente las leyes que describen el comportamiento del mundo natural. Muchas de ellas permiten poner en evidencia el ajuste extremo que supone la posibilidad de acoger la vida humana en el universo. Empezaremos por las que expresan valores relacionados con las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza.
'''<!--[endif]-->'''Indicios empíricos'''
 
  
''' '''
+
Ante todo, la constante de ''gravitación universal''. Si su valor fuese levemente superior beneficiaría la formación de estrellas masivas. Si bien son las estrellas gigantes las que producen los núcleos pesados y permiten la expansión de los elementos esenciales para la vida, su combustión es demasiado rápida para permitir la formación y eventual persistencia de estructuras vivientes. En cambio, si fuese un poco inferior, sólo se formarían estrellas pequeñas, incapaces de producir los elementos pesados capaces de formar los planetas y las condiciones para la vida (Leslie 1982, 142).
  
La
+
En segundo lugar, la ''fuerza nuclear fuerte''. Se trata de la fuerza responsable de la cohesión interna de las partes del núcleo atómico. Si el valor de esta constante fuese inferior no podría estabilizarse la formación de hidrógeno pesado o deuterio, el cual constituye el primer eslabón en la cadena de nucleosíntesis del helio y los demás elementos en la caldera estelar. El universo estaría exclusivamente poblado por estrellas de hidrógeno puro, de vida efímera (unos 10<sup>7</sup> años). Si el valor resultase superior, por el contrario, en poco tiempo todo el hidrógeno se transformaría en deuterio y helio agotándose el combustible básico de las transformaciones nucleares (Leslie 1982, 142).
cantidad de testimonios que la ciencia ha ido acumulando en los últimos tiempos
 
en relación a la especificidad antrópica del universo es apabullante. Por
 
cierto no es posible, ni tampoco pertinente, exponer en este lugar todos y cada
 
uno de los puntos en que se aprecia dicha correlación. Por lo demás, en muchos
 
casos debería recurrirse a un lenguaje de alto nivel técnico matemático de muy
 
difícil manejo. Bastará con recopilar los ejemplos más enfáticos y accesibles a
 
la comprensión general, teniendo en cuenta que, esquemáticamente hablando, se
 
trata de mostrar cómo una ínfima variación del valor de determinada magnitud
 
haría imposible o al menos enormemente improbable la existencia humana.
 
  
''' '''
+
En tercer lugar, la ''fuerza nuclear débil'' es la responsable de los procesos de decaimiento de partículas, tales como la radioactividad. En la llamada ''desintegración beta'' el neutrón degenera en protón, electrón y antineutrino. El valor de esta fuerza debe ser suficientemente bajo para permitir que los neutrinos logren escapar del núcleo de las supernovas y a la vez suficientemente alto para que los elementos pesados contenidos en las capas exteriores de la estrella puedan ser efectivamente liberados al espacio. Por otra parte, el valor exacto de esta constante influye en el número de neutrones disponible en los primeros minutos después del Big Bang y, consecuentemente, en la cantidad de helio que se produzca: una ligera variación significaría insuficiencia o sobreabundancia de helio y, en ambos casos, la imposibilidad de generar los constituyentes elementales de la vida en la proporción adecuada (Leslie 1982, 142).
  
'''2.1 Constantes fundamentales'''
+
Finalmente, la constante de ''acoplamiento electromagnético'' es la que regula la interacción entre el núcleo del átomo y los electrones que lo envuelven con sus órbitas. De este modo, si el valor de la constante fuese muy bajo el núcleo no podría “capturar” electrones y se desvanecería la estabilidad del átomo. Por el contrario, si fuese muy alto los electrones estarían demasiado fijos en sus órbitas y no permitirían el intercambio que posibilita la combinación atómica y la formación de moléculas (Atkins 1995, 12).
  
Existe
+
Puede agregarse que, dado que las cuatro fuerzas básicas de la naturaleza operan solidariamente, también se advierten ajustes en sus múltiples relaciones recíprocas. Para empezar, la proporción de intensidad relativa entre ellas es crucial. Así, cuando la fuerza “fuerte” se toma como unidad, la fuerza electromagnética vale 10<sup>-2</sup>, la fuerza débil 10<sup>-13</sup> y la fuerza gravitatoria 10<sup>-38</sup>. Además, la división de las estrellas de la secuencia principal en gigantes azules y enanas rojas depende de un balance crítico entre la intensidad de la interacción electromagnética y la gravitatoria (Leslie 1982, 142; Carter 1974).
un amplio repertorio de magnitudes físicas gracias a las cuales es posible
 
enunciar matemáticamente las leyes que describen el comportamiento del mundo
 
natural. Muchas de ellas permiten poner en evidencia el ajuste extremo que
 
supone la posibilidad de acoger la vida humana en el universo. Empezaremos por
 
las que expresan valores relacionados con las cuatro fuerzas fundamentales de
 
la naturaleza.
 
  
Ante
 
todo, la constante de ''gravitación
 
universal''.'' ''Si su valor fuese
 
levemente superior beneficiaría la formación de estrellas masivas. Si bien son
 
las estrellas gigantes las que producen los núcleos pesados y permiten la
 
expansión de los elementos esenciales para la vida, su combustión es demasiado
 
rápida para permitir la formación y eventual persistencia de estructuras
 
vivientes. En cambio, si fuese un poco inferior, sólo se formarían estrellas
 
pequeñas, incapaces de producir los elementos pesados capaces de formar los
 
planetas y las condiciones para la vida (Leslie 1982, 142).''' '''
 
  
 +
===Otros parámetros relevantes===
  
 +
Si la relación entre las masas del neutrón y el protón excediese del 0,2% se abreviaría la vida media del neutrón causando su decaimiento total antes de que la evolución del universo permita la nucleosíntesis del helio. En el caso del protón y el electrón, la relación entre sus masas es de 1836. Un valor ligeramente superior o inferior impediría la formación de moléculas y, por lo tanto, de la vida (Ross 1989).
  
En
+
A pesar de la considerable diferencia de masa, la exacta coincidencia en el valor de carga de estas partículas también es decisivo. De otro modo los átomos de hidrógeno se rechazarían eléctricamente con más vigor que la atracción gravitatoria, y así no podría darse la condensación previa a la formación de galaxias (Leslie 1982, 143).
segundo lugar, la ''fuerza nuclear fuerte''.'' ''Se trata de la fuerza responsable de la
 
cohesión interna de las partes del núcleo atómico. Si el valor de esta
 
constante fuese inferior no podría estabilizarse la formación de hidrógeno pesado
 
o deuterio, el cual constituye el primer eslabón en la cadena de nucleosíntesis
 
del helio y los demás elementos en la caldera estelar. El universo estaría
 
exclusivamente poblado por estrellas de hidrógeno puro, de vida efímera (unos
 
10<sup>7</sup> años). Si el valor resultase superior, por el contrario, en poco
 
tiempo todo el hidrógeno se transformaría en deuterio y helio agotándose el
 
combustible básico de las transformaciones nucleares (Leslie 1982, 142).
 
  
En
+
La estabilidad del protón es una variable de la que depende la cantidad de materia y el nivel de radiación presentes en el universo. El protón está formado por tres quarks, que bajo la acción de ciertas partículas denominadas bosones decaen en antiquark, pión y electrón positivo. Lo notable es que el decaimiento ocurre, en promedio, a los 10<sup>32</sup> años. Si esa estabilidad disminuyese se liberaría una cantidad de radiación incompatible con los grados superiores de vida. Si, por el contrario, el protón fuese aún más estable (a pesar de que el universo tiene “apenas” 10<sup>10</sup> años) no se habría engendrado suficiente materia en los comienzos del cosmos para permitir la evolución de la vida (Ross 1989).
tercer lugar, la ''fuerza nuclear débil ''es
 
la responsable de los procesos de decaimiento de partículas, tales como la
 
radioactividad. En la llamada ''desintegración beta'' el neutrón degenera en
 
protón, electrón y antineutrino. El valor de esta fuerza debe ser
 
suficientemente bajo para permitir que los neutrinos logren escapar del núcleo
 
de las supernovas y a la vez suficientemente alto para que los elementos
 
pesados contenidos en las capas exteriores de la estrella puedan ser
 
efectivamente liberados al espacio. Por otra parte, el valor exacto de esta
 
constante influye en el número de neutrones disponible en los primeros minutos
 
después del Big Bang y, consecuentemente, en la cantidad de helio que se
 
produzca: una ligera variación significaría insuficiencia o sobreabundancia de
 
helio y, en ambos casos, la imposibilidad de generar los constituyentes
 
elementales de la vida en la proporción adecuada (Leslie 1982, 142).
 
  
Finalmente,
+
Otro dato crítico tiene que ver con la entropía del universo, un concepto técnico del que se deriva el coeficiente de concentración y dispersión de la energía. Un posible indicador del nivel de entropía es la relación entre el número de fotones y de bariones (partículas fermiónicas pesadas, como el protón y el neutrón), estimada hoy por hoy en 10<sup>9</sup>. Si este número fuese algo superior no alcanzarían a condensarse los sistemas galácticos ni, por ende, las estrellas. Si fuese inferior, los sistemas galácticos capturarían la radiación impidiendo nuevamente la formación de estrellas (Sanguineti 1994, 215).
la constante de ''acoplamiento
 
electromagnético ''es la que regula la interacción entre el núcleo del átomo
 
y los electrones que lo envuelven  con
 
sus órbitas. De este modo, si el valor de la constante fuese muy bajo el núcleo
 
no podría “capturar” electrones y se desvanecería la estabilidad del átomo. Por
 
el contrario, si fuese muy alto los electrones estarían demasiado fijos en sus
 
órbitas y no permitirían el intercambio que posibilita la combinación atómica y
 
la formación de moléculas (Atkins 1995, 12).
 
  
Puede
+
Como se sabe, las partículas de la misma especie y de carga opuesta se destruyen recíprocamente (proceso que los físicos denominan “aniquilación”) con liberación de fotones. La teoría establece que sólo el número vigente (10<sup>10</sup> + 1 quarks cada 10<sup>10</sup> antiquarks) impide a la vez la destrucción irrefrenable de la materia y un nivel excesivamente bajo de entropía. Según se estima, semejante asimetría, por demás fundamental en la formación del universo, aconteció en el orden de los 10<sup>-35</sup> segundos después del Big Bang (Sanguineti 1994, 199).
agregarse que, dado que las cuatro fuerzas básicas de la naturaleza operan
 
solidariamente, también se advierten ajustes en sus múltiples relaciones
 
recíprocas. Para empezar, la proporción de intensidad relativa entre ellas es
 
crucial. Así, cuando la fuerza “fuerte” se toma como unidad, la fuerza
 
electromagnética vale 10<sup>-2</sup>, la fuerza débil 10<sup>-13</sup> y la
 
fuerza gravitatoria 10<sup>-38</sup>. Además, la división de las estrellas de
 
la secuencia principal en gigantes azules y enanas rojas depende de un balance
 
crítico entre la intensidad de la interacción electromagnética y la
 
gravitatoria (Leslie 1982, 142; Carter 1974).
 
  
'''2.2 Otros parámetros relevantes'''
+
Uno de los ejemplos más estremecedores es el de la formación del carbono. En efecto, es bien sabida la importancia de este elemento para la constitución de la vida. Ahora bien, la síntesis estelar del carbono presentaba serias dificultades de explicación, y la solución de este reto es mérito de Hoyle. Las formas conocidas o supuestas hasta entonces consideraban reacciones a partir del helio o del berilio que, indefectiblemente, arrojaban valores muy inferiores a los vigentes, ya que la presencia de vida requiere una cantidad apreciable de carbono. La explicación de Hoyle muestra la delicadísima trama de circunstancias que hacen posible la síntesis del carbono: abundancia de helio, estabilidad del berilio, nivel de energía del oxígeno (Reeves 1983, 63-76).
  
Si
+
También es digno de mencionarse el grado de uniformidad estructural del cosmos. A gran escala (en ámbitos superiores a los 200 Megaparsecs) el universo es homogéneo, pero por debajo de esa escala da cuenta de ligeras desigualdades, debidas a la concentración de sistemas galácticos. El nivel actual corresponde por un mínimo margen al adecuado para la vida. Las condiciones iniciales sólo admitirían un margen entre 10<sup>-3</sup> y 10<sup>-4</sup>. Si la primitiva irregularidad hubiese sido ligeramente menor, no se habrían llegado a formar las galaxias. De haber sido apenas superior, hoy sólo quedarían agujeros negros diseminados en un vacío casi absoluto (Leslie 1982, 141-142).
la relación entre las masas del neutrón y el protón excediese del 0,2% se
 
abreviaría la vida media del neutrón causando su decaimiento total antes de que
 
la evolución del universo permita la nucleosíntesis del helio. En el caso del
 
protón y el electrón, la relación entre sus masas es de 1836. Un valor
 
ligeramente superior o inferior impediría la formación de moléculas y, por lo
 
tanto, de la vida (Ross 1989).
 
  
A
+
Finalmente, citaremos el valor de la tasa de expansión del universo. Los modelos cosmológicos dependen de la relación entre la potencia del Big Bang y la atracción gravitatoria entre las masas. Si la primera superase a la segunda más allá de un cierto rango, la dispersión de la materia no hubiera permitido la condensación de las galaxias. En el caso contrario, el colapso de la masa primitiva no daría tiempo a la formación de aquellas estructuras. Lo verdaderamente notable es la precisión con que debieron balancearse ambas tendencias en los instantes iniciales del universo, ya que se la ha calculado en el orden de 10<sup>-56 </sup>(Barrow y Tipler 1986, 408-412).  
pesar de la considerable diferencia de masa, la exacta coincidencia en el valor
 
de carga de estas partículas también es decisivo. De otro modo los átomos de
 
hidrógeno se rechazarían eléctricamente con más vigor que la atracción
 
gravitatoria, y así no podría darse la condensación previa a la formación de
 
galaxias (Leslie 1982, 143).
 
  
La
+
Como se dijo al comienzo de esta sección, el número de ejemplos y el nivel de ajuste evidenciado en cada uno de ellos constituyen una evidencia apabullante a favor del PA (una recopilación muy completa se puede encontrar en Barrow y Tipler 1986 y en Ross 1989). De aquí surge la expresión ''fine tunning'' (sintonía fina) con la que se describe el aspecto de diseño claramente apreciable en el universo. Seguidamente se desarrollarán algunas consideraciones a propósito de la discusión sobre el significado, la aplicación y las repercusiones del PA.
estabilidad del protón es una variable de la que depende la cantidad de materia
 
y el nivel de radiación presentes en el universo. El protón está formado por
 
tres quarks, que bajo la acción de ciertas partículas denominadas bosones
 
decaen en antiquark, pión y electrón positivo. Lo notable es que el decaimiento
 
ocurre, en promedio, a los 10<sup>32</sup> años. Si esa estabilidad disminuyese
 
se liberaría una cantidad de radiación incompatible con los grados superiores
 
de vida. Si, por el contrario, el protón fuese aún más estable (a pesar de que
 
el universo tiene “apenas” 10<sup>10</sup> años) no se habría engendrado
 
suficiente materia en los comienzos del cosmos para permitir la evolución de la
 
vida (Ross 1989).
 
  
Otro
 
dato crítico tiene que ver con la entropía del universo, un concepto técnico
 
del que se deriva el coeficiente de concentración y dispersión de la energía. Un
 
posible indicador del nivel de entropía es la relación entre el número de
 
fotones y de bariones (partículas fermiónicas pesadas, como el protón y el
 
neutrón), estimada hoy por hoy en 10<sup>9</sup>. Si este número fuese algo
 
superior no alcanzarían a condensarse los sistemas galácticos ni, por ende, las
 
estrellas. Si fuese inferior, los sistemas galácticos capturarían la radiación
 
impidiendo nuevamente la formación de estrellas (Sanguineti 1994, 215).
 
  
Como
+
==Interpretaciones del PA==
se sabe, las partículas de la misma especie y de carga opuesta se destruyen
 
recíprocamente (proceso que los físicos denominan “aniquilación”) con
 
liberación de fotones. La teoría establece que sólo el número vigente (10<sup>10</sup>
 
+ 1 quarks cada 10<sup>10</sup> antiquarks) impide a la vez la destrucción
 
irrefrenable de la materia y un nivel excesivamente bajo de entropía. Según se
 
estima, semejante asimetría, por demás fundamental en la formación del universo,
 
aconteció en el orden de los 10<sup>-35</sup> segundos después del Big Bang
 
(Sanguineti 1994, 199).
 
  
Uno de
+
Lo que hemos de abordar aquí es el debate acerca del verdadero alcance y de las implicancias que este tema ofrece. El PA no solo se ha prestado a múltiples formulaciones, sino también a valoraciones muy disímiles. Pueden encontrarse autores indiferentes ante el asunto, o que son bastante duros con él. Otros, por el contrario, se entusiasman y regocijan con la idea hasta el punto de querer extenderla mucho más allá de lo que parece admisible, o la convierten en una suerte de principio supremo, o incluso un argumento contundente para sostener concepciones metafísicas con algo de misticismo. Algunos creen que a partir de aquí se enciende una nueva luz para disolver los grandes enigmas pendientes de la cosmología. Para otros, en cambio, es más bien un nuevo misterio que se agrega. En cualquier caso, desde el momento en que se pone en juego una concepción de la totalidad de las cosas, y que en esa concepción se presenta como referente nada menos que la especie humana, y si a esto se añade la lucha interior que agobia al hombre, que por momentos quiere sentirse dueño y señor de lo creado y por momentos se empequeñece abrumado por la inmensidad inhóspita del cosmos, no cabe duda de que se trata de un asunto más que estimulante para la reflexión (Vernier 2011).
los ejemplos más estremecedores es el de la formación del carbono. En efecto,
 
es bien sabida la importancia de este elemento para la constitución de la vida.
 
Ahora bien, la síntesis estelar del carbono presentaba serias dificultades de
 
explicación, y la solución de este reto es mérito de Hoyle. Las formas
 
conocidas o supuestas hasta entonces consideraban reacciones a partir del helio
 
o del berilio que, indefectiblemente, arrojaban valores muy inferiores a los
 
vigentes, ya que la presencia de vida requiere una cantidad apreciable de
 
carbono. La explicación de Hoyle muestra la delicadísima trama de
 
circunstancias que hacen posible la síntesis del carbono: abundancia de helio,
 
estabilidad del berilio, nivel de energía del oxígeno (Reeves 1983, 63-76).
 
  
También
+
Lo que debe destacarse ante todo es la efectiva existencia de dos enfoques distintos de la cuestión. Hay, en efecto, una primera línea, que en adelante identificaremos como ''interpretación gnoseológica'', que se propone señalar el factor de selectividad que impone al contenido de nuestras observaciones el hecho de que efectivamente estemos aquí para observar. En este sentido, el PA definiría un modelo explicativo ''a posteriori'', consistente en mostrar que tales o cuales rasgos del universo son condición necesaria para la existencia de quienes los observan.
es digno de mencionarse el grado de uniformidad estructural del cosmos. A gran
 
escala (en ámbitos superiores a los 200 Megaparsecs) el universo es homogéneo,
 
pero por debajo de esa escala da cuenta de ligeras desigualdades, debidas a la
 
concentración de sistemas galácticos. El nivel actual corresponde por un mínimo
 
margen al adecuado para la vida. Las condiciones iniciales sólo admitirían un
 
margen entre 10<sup>-3</sup> y 10<sup>-4</sup>. Si la primitiva irregularidad
 
hubiese sido ligeramente menor, no se habrían llegado a formar las galaxias. De
 
haber sido apenas superior, hoy sólo quedarían agujeros negros diseminados en
 
un vacío casi absoluto (Leslie 1982, 141-142).
 
  
Finalmente,
+
Pero su función se agotaría justamente en lo formal, de tal suerte que, en virtud de este principio así entendido no puede probarse ni refutarse que haya algo más que las condiciones de nuestra existencia nos impidan contemplar (vg. otros universos), o que ''todo'' lo que observamos tiene carácter de condición para nuestra existencia, o que existamos como consecuencia necesaria de la presencia de esas características, ni mucho menos que estas circunstancias exijan la postulación de una causa final y, en última instancia, de un Ordenador inteligente. Cualquiera de estas últimas afirmaciones constituyen, entonces, lo que podríamos denominar ''interpretación ontológica'' del PA, el cual, en resumidas cuentas, sostendría que la relación de adecuación de las cosas al hombre no es sólo un rasgo de nuestro modo de mirar, sino de las cosas mismas. En otras palabras: no es que el universo material sea así porque no soy capaz de verlo de otro modo, sino que es así ''porque está en su razón de ser el hacer posible mi existencia''. Seguidamente procuraremos ver esto con un poco más de detalle.
citaremos el valor de la tasa de expansión del universo. Los modelos
 
cosmológicos dependen de la relación entre la potencia del Big Bang y la
 
atracción gravitatoria entre las masas. Si la primera superase a la segunda más
 
allá de un cierto rango, la dispersión de la materia no hubiera permitido la
 
condensación de las galaxias. En el caso contrario, el colapso de la masa
 
primitiva no daría tiempo a la formación de aquellas estructuras. Lo
 
verdaderamente notable es la precisión con que debieron balancearse ambas
 
tendencias en los instantes iniciales del universo, ya que se la ha calculado
 
en el orden de 10<sup>-56 </sup>(Barrow y Tipler 1986, 408-412).  
 
  
Como
 
se dijo al comienzo de esta sección,  el
 
número de ejemplos y el nivel de ajuste evidenciado en cada uno de ellos
 
constituyen una evidencia apabullante a favor del PA (una recopilación muy
 
completa se puede encontrar en Barrow y Tipler 1986 y en Ross 1989). De aquí
 
surge la expresión ''fine tunning''
 
(sintonía fina) con la que se describe el aspecto de diseño claramente
 
apreciable en el universo. Seguidamente se desarrollarán algunas
 
consideraciones a propósito de la discusión sobre el significado, la aplicación
 
y las repercusiones del PA.
 
  
<!--[if !supportLists]-->'''3.     
+
===Interpretación gnoseológica===
'''<!--[endif]-->'''Interpretaciones del PA'''
 
  
''' '''
+
Parece unánime entre los expertos reconocer que la fuerza fundamental del PA está en la ''necesidad condicional'': un ''hecho'' (la existencia del hombre) ''explica'' todo aquello sin lo cual no sería posible (esto es, las propiedades del mundo). No hay duda respecto de que todas las cosas, y el hombre en particular, tienen un carácter condicionado. En todo caso, la cuestión es si dicha condicionalidad supone efectivamente algún sesgo en la determinación de los atributos del universo, o acaso deba quedar como una simple trivialidad. Y si se diera lo primero, quedará por indagar si la pauta de selectividad establecida por este principio responde a una causalidad meramente fortuita o más bien de tipo intencional.
  
Lo que hemos de abordar aquí es el
+
Ya hemos tenido oportunidad de enumerar unos cuantos datos significativos desde el punto de vista científico que avalan justamente el carácter altamente específico que impone la presencia humana en el mundo. Ahora, en instancia interpretativa, empezaremos por exponer ciertos puntos referidos al PA como pauta de conocimiento acerca del universo.
debate acerca del verdadero alcance y de las implicancias que este tema ofrece.
 
El PA no solo se ha prestado a múltiples formulaciones, sino también a
 
valoraciones muy disímiles. Pueden encontrarse autores indiferentes ante el
 
asunto, o que son bastante duros con él. Otros, por el contrario, se
 
entusiasman y regocijan con la idea hasta el punto de querer extenderla mucho
 
más allá de lo que parece admisible, o la convierten en una suerte de principio
 
supremo, o incluso un argumento contundente para sostener concepciones
 
metafísicas con algo de misticismo. Algunos creen que a partir de aquí se
 
enciende una nueva luz para disolver los grandes enigmas pendientes de la
 
cosmología. Para otros, en cambio, es más bien un nuevo misterio que se agrega.
 
En cualquier caso, desde el momento en que se pone en juego una concepción de
 
la totalidad de las cosas, y que en esa concepción se presenta como referente
 
nada menos que la especie humana, y si a esto se añade la lucha interior que
 
agobia al hombre, que por momentos quiere sentirse dueño y señor de lo creado y
 
por momentos se empequeñece abrumado por la inmensidad inhóspita del cosmos, no
 
cabe duda de que se trata de un asunto más que estimulante para la reflexión
 
(Vernier 2011)..
 
  
Lo que debe destacarse ante todo es la efectiva existencia de dos
 
enfoques distintos de la cuestión. Hay, en efecto, una primera línea, que en
 
adelante identificaremos como ''interpretación gnoseológica'', que se propone señalar el factor de
 
selectividad que impone al contenido de nuestras observaciones el hecho de que
 
efectivamente estemos aquí para observar. En este sentido, el PA definiría un
 
modelo explicativo ''a posteriori'', consistente en mostrar que tales o
 
cuales rasgos del universo son condición necesaria para la existencia de
 
quienes los observan.
 
  
Pero su función se agotaría justamente en lo formal, de tal suerte
+
====El trascendentalismo====
que, en virtud de este principio así entendido no puede probarse ni refutarse
 
que haya algo más que las condiciones de nuestra existencia nos impidan
 
contemplar (vg. otros universos), o que ''todo'' lo que observamos tiene
 
carácter de condición para nuestra existencia, o que existamos como
 
consecuencia necesaria de la presencia de esas características, ni mucho menos
 
que estas circunstancias exijan la postulación de una causa final y, en última instancia,
 
de un Ordenador inteligente. Cualquiera de estas últimas afirmaciones
 
constituyen, entonces, lo que podríamos denominar ''interpretación ontológica''
 
del PA, el cual, en resumidas cuentas, sostendría que la relación de adecuación
 
de las cosas al hombre no es sólo un rasgo de nuestro modo de mirar, sino de
 
las cosas mismas. En otras palabras: no es que el universo material sea así
 
porque no soy capaz de verlo de otro modo, sino que es así ''porque está en su
 
razón de ser el hacer posible mi existencia''. Seguidamente procuraremos ver
 
esto con un poco más de detalle.
 
  
 +
Hay una interpretación bastante difundida, según la cual el PA no sería más que una versión elaborada de los planteos de  Immanuel Kant, según los cuales el mundo no se presenta más que de acuerdo a lo que permiten las condiciones ''a priori'' que plantea el sujeto que observa. Este modo de pensar, fuertemente arraigado en muchas corrientes epistemológicas, podría denominarse ''trascendentalismo'', y ha sido ilustrado con la imagen de una red de pescar cuya trama determina ''a priori'' el tamaño mínimo de los peces que puede capturar (Sanguineti 1994, 242).
  
 +
Digamos que no es lo mismo el sesgo que suponen las condiciones del conocimiento que aquel que exige nuestra misma ''existencia''. No es lo mismo decir ''si el Sol no emitiera radiación dentro del espectro visible no podríamos verlo'' que decir ''si el Sol estuviera más cerca o más lejos de la Tierra no estaríamos aquí para verlo''. En efecto, el sesgo kantiano se restringe al orden ''formal'': de todas las determinaciones ''actuales'' de las cosas, sólo conocemos aquellas aptas para inmutar nuestras facultades. El sesgo antrópico, en cambio, pertenece al orden ''existencial'': de todas las determinaciones ''posibles'' del mundo sólo se realizan las que son compatibles con la existencia humana, y por lo tanto no podemos esperar conocer otras que esas.
  
'''3.1 Interpretación gnoseológica'''
+
Lo que se pone de relieve en esta perspectiva es la imposibilidad de concebir para nosotros un mundo incompatible con la observabilidad, o, si se prefiere, la imposibilidad de describir el universo ''tal como absolutamente es'' pasando por alto el sesgo que suponen las limitaciones ''a priori'' de nuestra observación (Barrow y Tipler 1986, 2).
  
Parece
 
unánime entre los expertos reconocer que la fuerza fundamental del PA está en
 
la ''necesidad condicional'': un ''hecho'' (la existencia del
 
hombre) ''explica'' todo aquello sin lo cual no sería posible (esto es, las
 
propiedades del mundo). No hay duda respecto de que todas las cosas, y el
 
hombre en particular, tienen un carácter condicionado. En todo caso, la
 
cuestión es si dicha condicionalidad supone efectivamente algún sesgo en la
 
determinación de los atributos del universo, o acaso deba quedar como una
 
simple trivialidad. Y si se diera lo primero, quedará por indagar si la pauta
 
de selectividad establecida por este principio responde a una causalidad
 
meramente fortuita o más bien de tipo intencional.
 
  
Ya
+
====Alcances explicativos del PA====
hemos tenido oportunidad de enumerar unos cuantos datos significativos desde el
 
punto de vista científico que avalan justamente el carácter altamente
 
específico que impone la presencia humana en el mundo. Ahora, en instancia
 
interpretativa, empezaremos por exponer ciertos puntos referidos al PA como
 
pauta de conocimiento acerca del universo.
 
  
'''3.1.1 El trascendentalismo'''
+
=====¿Por qué ''principio''?=====
  
Hay
+
El conocimiento humano tiende, por naturaleza, a organizarse en relación a principios. La capacidad del intelecto de referir la fragmentación del dato empírico a la unidad de los principios no es otra cosa que el fundamento de la ciencia y, en sentido eminente, de la sabiduría.
una interpretación bastante difundida, según la cual el PA no sería más que una
 
versión elaborada de los planteos de  Immanuel Kant, según los cuales el mundo no se
 
presenta más que de acuerdo a lo que permiten las condiciones ''a priori''
 
que plantea el sujeto que observa. Este modo de pensar, fuertemente arraigado
 
en muchas corrientes epistemológicas, podría denominarse ''trascendentalismo'',
 
y ha sido ilustrado con la imagen de una red de pescar cuya trama determina ''a priori'' el tamaño mínimo de los peces
 
que puede capturar (Sanguineti 1994, 242).
 
  
Digamos
+
Si bien en toda forma de saber cabe una cierta sistematización orientada según los principios, en el caso de las ciencias particulares estos asumen características especiales. Se trata de ciertas proposiciones de valor conjetural, hipótesis de máxima generalidad, con las cuales se pretende formalizar un sistema unificado de enunciados particulares, de tal suerte que, a partir de esos principios, sea posible, por una parte, dar razón de un conjunto de leyes o datos puntuales, y por otra deducir nuevas leyes o predecir nuevos fenómenos.
que no es lo mismo el sesgo que suponen las condiciones del conocimiento que
 
aquel que exige nuestra misma ''existencia''. No es lo mismo decir ''si el
 
Sol no emitiera radiación dentro del espectro visible no podríamos verlo''
 
que decir ''si el Sol estuviera más cerca o más lejos de la Tierra no
 
estaríamos aquí para verlo''. En efecto, el sesgo kantiano se restringe al
 
orden ''formal'': de todas las determinaciones ''actuales'' de las cosas,
 
sólo conocemos aquellas aptas para inmutar nuestras facultades. El sesgo
 
antrópico, en cambio, pertenece al orden ''existencial'': de todas las
 
determinaciones ''posibles'' del mundo sólo se realizan las que son
 
compatibles con la existencia humana, y por lo tanto no podemos esperar conocer
 
otras que esas'''.'''
 
  
Lo
+
Por lo tanto, el espíritu que lleva a buscar esos principios no es solamente el afán contemplativo de llegar a la unidad en términos ontológicos, sino también la búsqueda de una economía de pensamiento. Existe al respecto una profunda tensión en el ámbito de la filosofía de la ciencia acerca de la auténtica interpretación de las teorías o ''modelos'' científicos, entre quienes les atribuyen un fundamento ''real'', por lo que estas ciencias alcanzarían la verdad sin más, y quienes, por el contrario, rechazan ese fundamento o al menos no lo consideran como referente de la labor científica, la que sólo se ocupará de elaborar construcciones teóricas capaces de dar razón de un cierto dominio de fenómenos suficientemente constatados.  
que se pone de relieve en esta perspectiva es la imposibilidad de concebir para
 
nosotros un mundo incompatible con la observabilidad, o, si se prefiere, la
 
imposibilidad de describir el universo ''tal como absolutamente es'' pasando
 
por alto el sesgo que suponen las limitaciones ''a priori'' de nuestra
 
observación (Barrow y Tipler 1986, 2).
 
  
''' '''
+
En cosmología el recurso a los principios se justifica además por un motivo especial: la vastedad eventualmente infinita del universo parece tornar inviable toda inducción a partir de la mera experiencia humana. El método científico aplicado a la exploración del cosmos plantea un severo desafío, ya que las condiciones extremas del universo con respecto a lo observable imponen una suerte de censura a nuestros limitados recursos intelectuales: ¿qué habrá más allá del alcance de los más poderosos telescopios concebibles? ¿Qué habrá en el corazón de un agujero negro? ¿Qué aconteció en la singularidad de los primeros momentos del universo, antes de lo que nuestras ecuaciones más audaces pueden rastrear?
  
'''<br>
+
El ejemplo más cercano que podemos tomar como comparación es el del principio cosmológico. Ya hemos visto cómo a partir de Copérnico se inicia un camino firme hacia la descentralización del hombre con respecto al cosmos, de suerte que, finalmente, se proclama la necesidad metodológica de rechazar cualquier afirmación o explicación que invoque algún tipo de privilegio para la condición humana. Ya en nuestro siglo se diseñó a partir de esta idea un principio enunciado en términos positivos: el universo es isotrópico y homogéneo, vale decir que desde cualquier punto de referencia puede observarse el mismo aspecto hacia cualquier dirección.
'''
 
  
'''3.1.2 Alcances explicativos del PA'''
+
Algunos autores hacen notar que existe un fuerte apoyo experimental en favor del principio cosmológico a partir de varios fenómenos bastante bien establecidos (Merleau-Ponty 1971, 39-40). Así también se concede el mérito de este principio para preservar la distinción entre la reflexión científica y las interpretaciones finalistas o creacionistas de cuño metafísico. No obstante, y a pesar del dilatado consenso que ha ganado entre los científicos, conviene tener presentes algunos puntos frágiles. Entre ellos la negación del hecho incontrastable de nuestra posición peculiar como observadores, que hace parecer artificiosa la pretensión de “objetividad absoluta”. Y también el carácter en cierto modo arbitrario de ese principio, lo cual se debe, en el fondo, a nuestro punto de vista marginal en la inmensidad del cosmos.
  
''' '''
+
Esta breve discusión sobre el principio cosmológico no tiene otro objeto que ilustrar las características (y los riesgos) que posee el razonamiento científico a partir de principios ''a priori'' o demasiado generales. Si nos trasladamos al caso del PA, constatamos que la intención que lo puso en vigencia es semejante. Así como alguna vez se creyó en el dominio exclusivo de las formas circulares y esféricas en el universo, o en la imposibilidad de admitir cualquier norma que señalase algún privilegio en cuanto a la posición del hombre en el océano cósmico, el PA ha prestado a la cosmología el servicio de ponerse como fundamento de todas aquellas propiedades del universo en su conjunto que, sin poderse deducir de ningún plexo de condiciones iniciales, pueden resolverse como condición necesaria de la existencia humana. Pero sobre todo permite acotar en extremo los márgenes en que cabe definir tales condiciones iniciales. Acaso la función más importante de este principio es la de sintetizar numerosos hechos y pautas que se descubren en el universo, y muy en especial aquellos que revelan una coincidencia altísimamente improbable o un alto grado de orden.
  
'''3.1.2.1 ¿Por qué ''principio''?'''
+
De acuerdo con las observaciones de Alonso (1989, 109-116), y en sentido contrario a las manifestaciones de muchos científicos, el PA estaría mucho más de acuerdo con las exigencias del discurso científico que el principio cosmológico. En efecto, si lo despojamos de interpretaciones abusivas o de proyección filosófica (que sin dejar de ser lícitas promueven la confusión), se trata de un esquema de razonamiento irreprochable, tanto en su validez formal (que enseguida indagaremos) como en la constancia de los hechos en que se sustenta, como son nuestra propia existencia y las condiciones que ésta exige bajo el supuesto de las leyes actualmente aceptadas. Por el contrario, el principio cosmológico es una afirmación de valor más bien apriorístico, que no se basa en hechos conocidos sino más bien en la necesidad de cubrir una ignorancia insalvable, y que resulta por lo tanto mucho más especulativo.
  
El
 
conocimiento humano tiende, por naturaleza, a organizarse en relación a
 
principios. La capacidad del intelecto de referir la fragmentación del dato
 
empírico a la unidad de los principios no es otra cosa que el fundamento de la
 
ciencia y, en sentido eminente, de la sabiduría.
 
  
 +
=====¿Por qué ''antrópico''?=====
  
 +
Evidentemente, si tenemos en cuenta las austeras intenciones que reveló su creador, Brandon Carter, detrás de esta denominación sólo existe la referencia al hombre como aquella especie cuya existencia plantea, de hecho, ciertas condiciones necesarias en las características del universo. No debería buscarse, tal vez, ningún otro propósito, como no lo hay, por ejemplo, en la denominación ''sapiens'' aplicada como nombre científico de la especie humana. No obstante, la palabra ha provocado tantas suspicacias y apasionamientos que el propio Carter debió declarar luego que, de haber sabido que ocurriría tal alboroto, habría pensado en otro nombre (''cognizability principle'') para caracterizar lo que a su juicio no es más que una pauta de auto-selección del conocimiento (Carter 1983). Vamos a referirnos a esta suerte de controversia "ideológica" al tratar justamente la objeción de antropomorfismo que muchos enrostran a los partidarios del principio.
  
Si
+
Por el momento, puede notarse que, en su formulación original, el PA habla de ''observadores'' y no de hombres, pero es obvio que se trata de observadores capaces de plantearse a sí mismos como tales y las cuestiones que dicha condición da a lugar. En definitiva, no cabe pensar sino en observadores ''inteligentes''. No es el punto discutir aquí la posibilidad o aún la probabilidad de que haya vida inteligente en otros rincones del universo. No obstante, resulta indudable que, si bien la exclusividad del hombre como habitante personal del cosmos enfatizaría aún más la extraordinaria selectividad y refinamiento del orden natural, la existencia de otros seres racionales sería un argumento favorable al PA fuerte si se quiere hacer hincapié en las generosas virtualidades de la naturaleza bajo condiciones específicas. Si la vida inteligente proliferara en otras partes del universo, la explicación basada en la presencia de una tendencia natural prevalecería más nítidamente sobre aquella que invoca el factor azar.
bien en toda forma de saber cabe una cierta sistematización orientada según los
 
principios, en el caso de las ciencias particulares estos asumen
 
características especiales. Se trata de ciertas proposiciones de valor
 
conjetural, hipótesis de máxima generalidad, con las cuales se pretende
 
formalizar un sistema unificado de enunciados particulares, de tal suerte que,
 
a partir de esos principios, sea posible, por una parte, dar razón de un
 
conjunto de leyes o datos puntuales, y por otra deducir nuevas leyes o predecir
 
nuevos fenómenos.
 
  
Por lo
 
tanto, el espíritu que lleva a buscar esos principios no es solamente el afán
 
contemplativo de llegar a la unidad en términos ontológicos, sino también la
 
búsqueda de una economía de pensamiento. Existe al respecto una profunda
 
tensión en el ámbito de la filosofía de la ciencia acerca de la auténtica
 
interpretación de las teorías o ''modelos'' científicos, entre quienes les
 
atribuyen un fundamento ''real'',
 
por lo que estas ciencias alcanzarían la verdad sin más, y quienes, por el
 
contrario, rechazan ese fundamento o al menos no lo consideran como referente
 
de la labor científica, la que sólo se ocupará de elaborar construcciones
 
teóricas capaces de dar razón de un cierto dominio de fenómenos suficientemente
 
constatados.
 
  
En
 
cosmología el recurso a los principios se justifica además por un motivo
 
especial: la vastedad eventualmente infinita del universo parece tornar
 
inviable toda inducción a partir de la mera experiencia humana. El método
 
científico aplicado a la exploración del cosmos plantea un severo desafío, ya que
 
las condiciones extremas del universo con respecto a lo observable imponen una
 
suerte de censura a nuestros limitados recursos intelectuales: ¿qué habrá más
 
allá del alcance de los más poderosos telescopios concebibles? ¿Qué habrá en el
 
corazón de un agujero negro? ¿Qué aconteció en la singularidad de los primeros
 
momentos del universo, antes de lo que nuestras ecuaciones más audaces pueden
 
rastrear?
 
  
El
+
=====Formalismo del PA=====
ejemplo más cercano que podemos tomar como comparación es el del principio cosmológico.
 
Ya hemos visto cómo a partir de Copérnico se inicia un camino firme hacia la
 
descentralización del hombre con respecto al cosmos, de suerte que, finalmente,
 
se proclama la necesidad metodológica de rechazar cualquier afirmación o
 
explicación que invoque algún tipo de privilegio para la condición humana. Ya
 
en nuestro siglo se diseñó a partir de esta idea un principio enunciado en
 
términos positivos: el universo es isotrópico y homogéneo, vale decir que desde
 
cualquier punto de referencia puede observarse el mismo aspecto hacia cualquier
 
dirección.
 
  
Algunos
+
Planteadas en su generalidad, las diferentes formulaciones del PA no hacen más que destacar el carácter necesario de ciertas condiciones presentes en el universo para que resulte posible la existencia humana. Ahora bien, dado que evidentemente el hombre existe, de ahí se deduce necesariamente la existencia de aquellas condiciones. Así, por ejemplo, se dice que ''Si no se diera que'' las constantes físicas asumen tal o cual valor, o la proporción de materia y antimateria es tal, y así sucesivamente, ''entonces'' no podría existir el hombre. En términos más abstractos
autores hacen notar que existe un fuerte apoyo experimental en favor del principio
 
cosmológico a partir de varios fenómenos bastante bien establecidos
 
(Merleau-Ponty 1971, 39-40). Así también se concede el mérito de este principio
 
para preservar la distinción entre la reflexión científica y las
 
interpretaciones finalistas o creacionistas de cuño metafísico. No obstante, y
 
a pesar del dilatado consenso que ha ganado entre los científicos, conviene
 
tener presentes algunos puntos frágiles. Entre ellos la negación del hecho
 
incontrastable de nuestra posición peculiar como observadores, que hace parecer
 
artificiosa la pretensión de “objetividad absoluta”. Y también el carácter en
 
cierto modo arbitrario de ese principio, lo cual se debe, en el fondo, a
 
nuestro punto de vista marginal en la inmensidad del cosmos.
 
  
Esta
+
<center>Si no X, entonces no A</center>
breve discusión sobre el principio cosmológico no tiene otro objeto que
 
ilustrar las características (y los riesgos) que posee el razonamiento
 
científico a partir de principios ''a
 
priori ''o demasiado generales. Si nos trasladamos al caso del PA,
 
constatamos que la intención que lo puso en vigencia es semejante. Así como
 
alguna vez se creyó en el dominio exclusivo de las formas circulares y
 
esféricas en el universo, o en la imposibilidad de admitir cualquier norma que señalase
 
algún privilegio en cuanto a la posición del hombre en el océano cósmico, el PA
 
ha prestado a la cosmología el servicio de ponerse como fundamento de todas
 
aquellas propiedades del universo en su conjunto que, sin poderse deducir de
 
ningún plexo de condiciones iniciales, pueden resolverse como condición
 
necesaria de la existencia humana. Pero sobre todo permite acotar en extremo
 
los márgenes en que cabe definir tales condiciones iniciales. Acaso la función
 
más importante de este principio es la de sintetizar numerosos hechos y pautas
 
que se descubren en el universo, y muy en especial aquellos que revelan una
 
coincidencia altísimamente improbable o un alto grado de orden.
 
  
De
+
siendo X cualquiera de los fenómenos cosmológicos a los que se aplica esta argumentación. De aquí puede afirmarse que
acuerdo con las observaciones de Alonso (1989, 109-116), y en sentido contrario
 
a las manifestaciones de muchos científicos, el PA estaría mucho más de acuerdo
 
con las exigencias del discurso científico que el principio cosmológico. En
 
efecto, si lo despojamos de interpretaciones abusivas o de proyección
 
filosófica (que sin dejar de ser lícitas promueven la confusión), se trata de
 
un esquema de razonamiento irreprochable, tanto en su validez formal (que
 
enseguida indagaremos) como en la constancia de los hechos en que se sustenta,
 
como son nuestra propia existencia y las condiciones que ésta exige bajo el
 
supuesto de las leyes actualmente aceptadas. Por el contrario, el principio
 
cosmológico es una afirmación de valor más bien apriorístico, que no se basa en
 
hechos conocidos sino más bien en la necesidad de cubrir una ignorancia
 
insalvable, y que resulta por lo tanto mucho más especulativo.
 
  
'''3.1.2.2 ¿Por qué ''antrópico''?'''
+
<center>Si A entonces X</center>
  
Evidentemente,
+
con lo cual la “explicación” antrópica de X consiste en probar que se sigue necesariamente de A (Alonso 1989, 87-92). Esta forma de argumentación aparece sistematizada por primera vez en Aristóteles, quien entendía que la necesidad que la ciencia debe buscar en las cosas podía darse ''a priori'', es decir desde las causas antecedentes, y en ese caso estaríamos en un esquema afín al determinismo clásico, o bien ''a posteriori'', según la cual, en vista de los resultados que alcanza algún proceso natural, se infiere que han debido ponerse los medios ''hipotéticamente necesarios'' para tal desenlace (Aristóteles ''Física'' II, 9).
si tenemos en cuenta las austeras intenciones que reveló su creador, Brandon Carter,
 
detrás de esta denominación sólo existe la referencia al hombre como aquella
 
especie cuya existencia plantea, de hecho, ciertas condiciones necesarias en
 
las características del universo. No debería buscarse, tal vez, ningún otro
 
propósito, como no lo hay, por ejemplo, en la denominación ''sapiens''
 
aplicada como nombre científico de la especie humana. No obstante, la palabra
 
ha provocado tantas suspicacias y apasionamientos que el propio Carter debió
 
declarar luego que, de haber sabido que ocurriría tal alboroto, habría pensado
 
en otro nombre (''cognizability principle'') para caracterizar lo que a su
 
juicio no es más que una pauta de auto-selección del conocimiento (Carter 1983).
 
Vamos a referirnos a esta suerte de controversia "ideológica" al
 
tratar justamente la objeción de antropomorfismo que muchos enrostran a los
 
partidarios del principio.  
 
  
 +
Esta consideración sobre la formalidad del AP exige algunas aclaraciones. En primer lugar, el contexto en que Aristóteles formula la ''necesidad a posteriori'' tiene que ver con la afirmación de la causalidad final, es decir la presencia de una inclinación intrínseca en la naturaleza que la conduce espontáneamente a su término perfectivo. Sin embargo, hablando estrictamente, no es inevitable reconocer la presencia efectiva de un orden finalista para poder plantear el esquema visto. En este tipo de estructura argumentativa, la percepción de un vínculo condicional no autoriza a abrir juicio sobre las causas que ''efectivamente'' ponen la condición. Así, pues, asignar improbabilidad a un cierto orden de cosas con la intención de sugerir un diseño es adjudicar al mundo alguna propiedad absoluta que excede el mero formalismo lógico, ya que la exigencia de una necesidad condicional no basta para provocar la condición.
  
 +
En segundo lugar, es un error creer que, a partir de la relación de consecuencia que se funda entre la existencia humana y las características del universo, ya no queda nada más por explicar. Se ha planteado, efectivamente, que la frase de Carter ''cogito, ergo mundus talis est'' da sustento a la convicción de que el mérito del PA está, precisamente, en clausurar por completo toda especulación sobre misterios, demiurgos y designios. Semejante forma de pensar ha sido caracterizada con el título de ''filosofía antrópica'' (Craig 1987, 441).
  
Por el
+
Ciertamente, podría pensarse que la afirmación del PA es trivial y redundante, en la medida en que todos los seres son condicionados, y que la simple comprobación de su existencia deriva en la no menos simple certificación de que las condiciones necesarias se han cumplido. ¿Qué puede haber de interesante al sostener que tales y cuales condiciones deben cumplirse, ya que de lo contrario no podríamos existir ni mucho menos reflexionar sobre ello?
momento, puede notarse que, en su formulación original, el PA habla de ''observadores''
 
y no de hombres, pero es obvio que se trata de observadores capaces de
 
plantearse a sí mismos como tales y las cuestiones que dicha condición da a
 
lugar. En definitiva, no cabe pensar sino en observadores ''inteligentes''.
 
No es el punto discutir aquí la posibilidad o aún la probabilidad de que haya
 
vida inteligente en otros rincones del universo. No obstante, resulta indudable
 
que, si bien la exclusividad del hombre como habitante personal del cosmos
 
enfatizaría aún más la extraordinaria selectividad y refinamiento del orden
 
natural, la existencia de otros seres racionales sería un argumento favorable
 
al PA fuerte si se quiere hacer hincapié en las generosas virtualidades de la
 
naturaleza bajo condiciones específicas. Si la vida inteligente proliferara en
 
otras partes del universo, la explicación basada en la presencia de una
 
tendencia natural prevalecería más nítidamente sobre aquella que invoca el
 
factor azar.
 
  
'''3.1.2.3 Formalismo del PA'''
+
Aquí es donde se presenta, tal vez, el rasgo más considerable del AP: que esas condiciones sean absolutamente necesarias (o casi) no significa que sean ''obvias''. En cualquier momento de la historia, y por muy precaria que fuese la información disponible, se hubiese aceptado sin reparos que el hombre no existiría si el universo no diera lugar a esa posibilidad. Pero lo notable es que, a medida que avanza nuestra comprensión de la naturaleza, la conexión entre ella y el hombre se ve cada vez como más determinante. Sólo en este contexto cobra sentido, por ejemplo, el aparente derroche de espacio y tiempo que se requieren para el advenimiento de la especie humana. El formalismo basado en la necesidad condicional permite, en el caso del PA, tomar conciencia de la profunda unidad y coherencia que posee nuestro mundo, así como de la extraordinaria singularidad de la especie humana. Justamente el mérito central de la idea antrópica es poner de manifiesto un vínculo de condicionalidad no sospechado anteriormente entre el cosmos y el hombre. (Tanzella-Nitti 2002; Sanguineti 1994, 242-243).
  
Planteadas
 
en su generalidad, las diferentes formulaciones del PA no hacen más que
 
destacar el carácter necesario de ciertas condiciones presentes en el universo
 
para que resulte posible la existencia humana. Ahora bien, dado que
 
evidentemente el hombre existe, de ahí se deduce necesariamente la existencia
 
de aquellas condiciones. Así, por ejemplo, se dice que ''Si no se diera que ''las
 
constantes físicas asumen tal o cual valor, o la proporción de materia y
 
antimateria es tal, y así sucesivamente, ''entonces'' no podría existir el
 
hombre. En términos más abstractos
 
  
Si no X, entonces
+
=====En qué sentido PA no es explicativo=====
no A
 
  
siendo X cualquiera de los
+
Las restricciones al valor explicativo del PA habría que buscarlas, principalmente, en dos direcciones. En primer lugar, advirtiendo que, de la misma manera que no parece necesario adjudicar a todas y cada una de las características del hombre un efecto de selección antrópico, tampoco es sencillo afirmar que ''todo'' lo que hay y ''todo'' lo que ocurre en el universo está efectivamente condicionado en términos antrópicos. Las leyes naturales, al menos en el estado en que hoy las conocemos, parecen más bien sugerir un comportamiento probabilístico, tendencial, en el que la preponderancia de ciertos logros no descalifica la presencia de otros a modo de residuos o repercusiones indiferentes al plan general. En otras palabras, las mismas razones antrópicas para justificar un universo tan dilatado en el espacio y en el tiempo son las que dan pie a la posibilidad de que ese universo no esté ''distributivamente'' ordenado a la existencia humana, sino que, por decir, sea técnicamente irrelevante el número exacto de galaxias y estrellas que lo habitan, o el porcentaje exacto en que se halla en la naturaleza un elemento químico no significativo (Alonso 1989, 126-136).  
fenómenos cosmológicos a los que se aplica esta argumentación. De aquí  puede afirmarse que
 
  
Si A
+
Pero no cabe duda de que la salvedad más importante proviene de la diferencia entre el sentido gnoseológico y el sentido ontológico con que puede interpretarse este principio. Si permanecemos en la línea gnoseológica nuestra explicación se reduce a mostrar cómo el orden de las cosas, aparentemente contingente en sí mismo, se contrae a la necesidad que surge de la existencia del hombre. Estamos hablando de un sesgo definido por la peculiaridad de la condición humana. Pero no estamos aún autorizados a responder a la pregunta crucial: por qué, al fin y al cabo, el hombre existe, y, especialmente, por qué existe ''a pesar del altísimo costo que implica su existencia''. En efecto, probar que el mundo es acogedor no es lo mismo que mostrar cómo es que ha llegado a serlo. Se supone que cualquier arquitecto es capaz de emplear los mismos argumentos de coherencia para justificar cada una de las partes del diseño de una casa o un edificio, pero aún queda pendiente la cuestión acerca de la construcción misma del edificio. Por eso debemos dar paso inmediatamente al desarrollo del segundo aspecto de la interpretación del PA.
entonces X
 
  
  
 +
===Interpretación ontológica===
  
con lo cual la “explicación”
+
Según esta perspectiva, el intento de diluir la fuerza del PA en una mera trivialidad omite la debida comprensión de las relaciones de causalidad. Volviendo nuevamente a Aristóteles, puede decirse que algunas cosas suceden bajo necesidad condicional o ''a posteriori'', según la cual puesto un efecto se infieren necesariamente las causas o condiciones según las cuales se produjo, mas no a la inversa. A partir de que todo lo que acontece deviene necesario con necesidad de hecho (esto es, en cuanto ha efectivamente acontecido), y de la extendida identificación que se hace entre causalidad y determinismo, se entiende la confusión entre el orden lógico y el ontológico. Si bien es posible reconstruir apodícticamente una secuencia causal a partir del efecto último, no se sigue que esa secuencia haya acaecido necesariamente. Para ejemplificar esto, el filósofo griego habla de alguien que ingiere alimentos salados y sale de su casa en busca de agua para calmar la sed. Entonces se encuentra con unos ladrones que lo atacan y le dan muerte. Una cosa es explicar la causa de la muerte y otra la pretensión de inferir que todo aquel que consuma alimentos salados acabará muerto por ladrones (Aristóteles ''Metafísica'' VI, 3).  
antrópica de X consiste en probar que se sigue necesariamente de A (Alonso
 
1989, 87-92). Esta forma de argumentación aparece sistematizada por primera vez
 
en Aristóteles, quien entendía que la necesidad que la ciencia debe buscar en
 
las cosas podía darse ''a priori'', es decir desde las causas antecedentes,
 
y en ese caso estaríamos en un esquema afín al determinismo clásico, o bien ''a
 
posteriori'', según la cual,
 
en vista de los resultados que alcanza algún proceso natural, se infiere que
 
han debido ponerse los medios ''hipotéticamente necesarios'' para tal
 
desenlace (Aristóteles ''Física'' II, 9).
 
  
 +
De modo, pues, que no tiene cabida excusarse de una explicación de la existencia humana y de las condiciones que la hacen posible como si la secuencia causal en su conjunto no hubiese podido ser de otro modo. Lo que justamente debe hacerse notar en este momento es la diferencia capital que existe entre decir que el universo debe poseer determinadas características y decir que nosotros debemos observar en el universo solo determinadas características. No es ciertamente sorprendente que no observemos en el mundo condiciones incompatibles con nuestra existencia. Pero no por ello deja de ser sorprendente que sólo existan aquellas condiciones que son compatibles con nuestra existencia. Es obvio para cualquier hijo que no estaría aquí si sus padres no se hubiesen conocido, pero no es obvio que no hubieran podido no hacerlo. Si acaso sobrevivo a un pelotón de fusilamiento no debe sorprenderme el no estar muerto (de otro modo mal podría sorprenderme), pero es más que sorprendente que ninguno de los tiradores haya dado en el blanco. En el primer caso hay un ''modus ponendo ponens'' que involucra una proposición condicional: ''si ''me interrogo luego no estoy muerto. Lo difícil es probar la premisa que afirma el antecedente: ¿cómo es posible que, en efecto, aún esté con vida? (Sanguineti 1994, 242-243).
  
 +
Estas reflexiones introductorias nos habilitan ya para plantear el interrogante fundamental que resume el aspecto ontológico del PA. Hasta ahora tenemos por cierto que el hombre existe y que su existencia implica ciertas condiciones especialísimas a escala universal que, obviamente, se cumplen. Pero también sabemos que, en función de las leyes según las cuales parece regirse el dinamismo cósmico, dichas condiciones, precisamente por ser especialísimas, son extraordinariamente improbables. Entonces, la pregunta es: ¿por qué ocurre algo cuya probabilidad ''a priori'' tiende a 0? Aquí aparecen dos líneas de respuesta posibles: si existe un universo de suyo extremadamente improbable, es porque
  
Esta
+
a) debe haber condiciones, no apreciables en primera instancia, que hagan a ese universo algo más bien altamente probable;
consideración sobre la formalidad del AP exige algunas aclaraciones. En primer
 
lugar, el contexto en que Aristóteles formula la ''necesidad a posteriori''
 
tiene que ver con la afirmación de la causalidad final, es decir la presencia
 
de una inclinación intrínseca en la naturaleza que la conduce espontáneamente a
 
su término perfectivo. Sin embargo, hablando estrictamente, no es inevitable
 
reconocer la presencia efectiva de un orden finalista para poder plantear el
 
esquema visto. En este tipo de estructura argumentativa, la percepción de un
 
vínculo condicional no autoriza a abrir juicio sobre las causas que ''efectivamente''
 
ponen la condición. Así, pues, asignar improbabilidad a un cierto orden de
 
cosas con la intención de sugerir un diseño 
 
es adjudicar al mundo alguna propiedad absoluta que excede el mero formalismo
 
lógico, ya que la exigencia de una necesidad condicional no basta para provocar
 
la condición.
 
  
 +
b) en el fondo la existencia del universo no debe ser considerada como un hecho aleatorio. 
  
 +
La primera opción constituye lo que podríamos llamar la vertiente naturalista, que intenta subsumir el fenómeno de las grandes coincidencias cosmológicas en pautas estrictamente naturales, sin recurso alguno a la intencionalidad. La segunda alternativa conduce a la línea teleológica, que postula la presencia de un curso finalista en la organización del universo. Expondremos seguidamente ambas opciones.
  
En
 
segundo lugar, es un error creer que, a partir de la relación de consecuencia
 
que se funda entre la existencia humana y las características del universo, ya
 
no queda nada más por explicar. Se ha planteado, efectivamente, que la frase de
 
Carter ''cogito, ergo mundus talis est'' da sustento a la convicción de que
 
el mérito del PA está, precisamente, en clausurar por completo toda
 
especulación sobre misterios, demiurgos y designios.''' '''Semejante forma de
 
pensar ha sido caracterizada con el título de ''filosofía antrópica'' (Craig 1987, 441).
 
  
Ciertamente,
+
====La vertiente naturalista y el principio de plenitud====
podría pensarse que la afirmación del PA es trivial y redundante, en la medida
 
en que todos los seres son condicionados, y que la simple comprobación de su
 
existencia deriva en la no menos simple certificación de que las condiciones
 
necesarias se han cumplido. ¿Qué puede haber de interesante al sostener que
 
tales y cuales condiciones deben cumplirse, ya que de lo contrario no podríamos
 
existir ni mucho menos reflexionar sobre ello?
 
  
Aquí
+
Una vez que en ciencia se definen los principios hay que establecer ''cómo funcionan'', esto es, cómo se expresan operativamente para dar lugar a los fenómenos que se supone tratan de explicar. Si se quiere tomar un ejemplo análogo, la biología se maneja bajo el régimen del principio o teoría de la evolución de las especies, entendida más o menos como la tendencia de la biósfera a derivar formas vivientes más complejas a partir de otras menos complejas. Sin embargo, más allá del hecho en sí de la evolución, que por lo menos a grandes rasgos hoy en día casi nadie cuestiona, subsiste la controversia acerca de ''cómo opera la evolución'', es decir, de qué manera o con arreglo a qué leyes se verifica dicha tendencia. Así aparecen las especulaciones de Lamarck sobre la herencia de los caracteres adquiridos, Darwin y la selección natural, Gould y los grandes saltos evolutivos, Monod y la síntesis de azar y necesidad, etc.
es donde se presenta, tal vez, el rasgo más considerable del AP: que esas
 
condiciones sean absolutamente necesarias (o casi) no significa que sean ''obvias''.
 
En cualquier momento de la historia, y por muy precaria que fuese la
 
información disponible, se hubiese aceptado sin reparos que el hombre no
 
existiría si el universo no diera lugar a esa posibilidad. Pero lo notable es
 
que, a medida que avanza nuestra comprensión de la naturaleza, la conexión
 
entre ella y el hombre se ve cada vez como más determinante. Sólo en este
 
contexto cobra sentido, por ejemplo, el aparente derroche de espacio y tiempo
 
que se requieren para el advenimiento de la especie humana. El formalismo
 
basado en la necesidad condicional permite, en el caso del PA, tomar conciencia
 
de la profunda unidad y coherencia que posee nuestro mundo, así como de la
 
extraordinaria singularidad de la especie humana. Justamente el mérito central
 
de la idea antrópica es poner de manifiesto un vínculo de condicionalidad no
 
sospechado anteriormente entre el cosmos y el hombre.  (Tanzella-Nitti 2002; Sanguineti 1994,
 
242-243).  
 
  
 +
Este ejemplo ofrece otra semejanza con el tema que estudiamos. Efectivamente, cuando en su momento se postuló la teoría de la evolución, sobre todo con la obra de Darwin, se generó una verdadera conmoción intelectual ya que por primera vez se concebía lo que podríamos llamar un'' mecanismo creador'', vale decir, una secuencia de procedimientos ''naturales'' capaz de engendrar orden, algo que hasta entonces sólo podía pensarse como directamente atribuible a una causa inteligente, en este caso de orden divino. Tal vez lo más fascinante que siempre tuvo esta concepción es precisamente la posibilidad de una alternativa al modelo creativo-artesanal cuya descripción según el ''Génesis'' parecía quedar superada.
  
 +
En relación a la naturaleza del universo podríamos reconocer un esquema de reflexión similar: he aquí una totalidad imbuida de un fortísimo sentido de orden y armonía, a los cuales el PA puede expresar en términos de adaptación a la existencia humana. Los cálculos matemáticos que reflejan la exorbitante improbabilidad de esa configuración desacreditan de plano la actitud de encogerse de hombros como si una cualidad semejante careciese de toda relevancia. De modo que no quedan más que dos posibilidades a la vista: o bien interpretamos esto como una manifestación de la Inteligencia Divina, o bien apelamos a mecanismos naturales, esto es, a patrones de ''selectividad interna'' puramente inmanentes.
  
'''3.1.2.4 En qué sentido PA no es explicativo'''
+
Pero aquí el problema se agrava, ya que no se trata de una selección entre diversas partes del universo, como serían las múltiples especies o individuos vivientes con sus diversos grados de adaptabilidad, sino de una selección ''de la que resulta el universo mismo''. Lo que es aquí verdaderamente desafiante es concebir al universo no ya como escenario de todo resultado posible, sino como un resultado en sí mismo, como algo que sea a la vez un ''producto'' (algo hecho o engendrado) pero de índole ''física '' o ''natural'' (no como obra de una Causa Trascendente). En este contexto aparece la hipótesis conocida como de los ''universos múltiples''.
  
 +
La idea general que la inspira sería la siguiente: dado que el universo testimonia un ajuste extraordinario de sus partes a fin de hacer posible la vida y la existencia humana, y considerando impropia del discurso científico una hipótesis de diseño que conduzca a la afirmación de un Artesano Divino, debe admitirse que ''este universo'' resulta de alguna forma de selección aplicada sobre un ''conjunto de universos'', con respecto al cual tenga sentido definir las condiciones de adaptabilidad que este tiene. Debe pensarse, pues, que existen otros mundos que le den sentido a la pregunta acerca de por qué estamos en, u observamos, o simplemente existe ''este''. El enunciado genérico de la idea que acabamos de expresar puede denominarse ''principio de plenitud'': la realización de todas las posibilidades de un sistema vuelve necesaria a cada una de ellas.
  
 +
El modelo más conocido corresponde a John Wheeler. Este físico y cosmólogo, creador de la expresión ''agujero negro'', ha ofrecido dos versiones sucesivas de su propuesta, que se pueden identificar respectivamente como "modelo Wheeler 1" y "modelo Wheeler 2" (Barrow y Tipler 1986, 469-471).
  
Las
+
El modelo Wheeler 1 es conocido como ''universo oscilante'' o ''universo pulsátil'': como un jugador de póker que mezcla infinitas veces las cartas y así obtiene tarde o temprano una mano favorable, nuestro universo es apenas un ensayo más en una secuencia infinita de explosiones y colapsos. Pero en este caso no sólo se alteran las condiciones iniciales de un inicio a otro, sino también las mismas leyes físicas. La aplicación de las leyes cuánticas imprime el rasgo de aleatoriedad que garantiza una variación indefinida de cuadros cosmológicos, sobre el cual tendrían vigor los razonamientos antrópicos. En otras palabras, "nuestro" universo sería un ciclo cuyos parámetros de conformación son estrictamente compatibles con la vida humana, y si bien dicha compatibilidad resulta extraordinariamente improbable, no es sorprendente que aparezca tarde o temprano en una secuencia ilimitada de ensayos.  
restricciones al valor explicativo del PA habría que buscarlas, principalmente,
 
en dos direcciones. En primer lugar, advirtiendo que, de la misma manera que no
 
parece necesario adjudicar a todas y cada una de las características del hombre
 
un efecto de selección antrópico, tampoco es sencillo afirmar que ''todo''
 
lo que hay y ''todo'' lo que ocurre en el universo está efectivamente
 
condicionado en términos antrópicos. Las leyes naturales, al menos en el estado
 
en que hoy las conocemos, parecen más bien sugerir un comportamiento
 
probabilístico, tendencial, en el que la preponderancia de ciertos logros no
 
descalifica la presencia de otros a modo de residuos o repercusiones
 
indiferentes al plan general. En otras palabras, las mismas razones antrópicas
 
para justificar un universo tan dilatado en el espacio y en el tiempo son las
 
que dan pie a la posibilidad de que ese universo no esté ''distributivamente''
 
ordenado a la existencia humana, sino que, por decir, sea técnicamente
 
irrelevante el número exacto de galaxias y estrellas que lo habitan, o el
 
porcentaje exacto en que se halla en la naturaleza un elemento químico no
 
significativo (Alonso 1989, 126-136).  
 
  
Pero
+
Con respecto al modelo Wheeler 2, se trata de una aplicación del principio cuántico según el cual la trayectoria de las partículas no se define de acuerdo a parámetros lineales, sino en términos probabilísticos. La ecuación de onda '''Ψ''' genera no una sino infinitas soluciones que permanecen indeterminadas ''hasta que la onda colapsa por la intervención del observador''. Ahora bien, si cada acto de observación define la trayectoria de una partícula, define también todos los procesos causales que se desencadenan a partir de ella y, en última instancia, define un curso posible del universo entero. Más simplemente, determina un universo completo. Los distintos universos definidos a partir de la "fragmentación" provocada por la observación no constituyen meras posibilidades lógicas o estados potenciales sino bifurcaciones ''reales'', esto es, no constituidas por observaciones. No hay en este caso un colapso de la función de onda que deja definitivamente inhabilitadas todas las posibilidades menos una, sino una multiplicación indefinida de universos totalmente incomunicados entre sí.
no cabe duda de que la salvedad más importante proviene de la diferencia entre
 
el sentido gnoseológico y el sentido ontológico con que puede interpretarse
 
este principio. Si permanecemos en la línea gnoseológica nuestra explicación se
 
reduce a mostrar cómo el orden de las cosas, aparentemente contingente en
 
mismo, se contrae a la necesidad que surge de la existencia del hombre. Estamos
 
hablando de un sesgo definido por la peculiaridad de la condición humana. Pero
 
no estamos aún autorizados a responder a la pregunta crucial: por qué, al fin y
 
al cabo, el hombre existe, y, especialmente, por qué existe ''a pesar del
 
altísimo costo que implica su existencia''. En efecto, probar que el mundo es
 
acogedor no es lo mismo que mostrar cómo es que ha llegado a serlo. Se supone
 
que cualquier arquitecto es capaz de emplear los mismos argumentos de
 
coherencia para justificar cada una de las partes del diseño de una casa o un
 
edificio, pero aún queda pendiente la cuestión acerca de la construcción misma
 
del edificio. Por eso debemos dar paso inmediatamente al desarrollo del segundo
 
aspecto de la interpretación del PA.
 
  
'''3.2 Interpretación ontológica'''
+
Este proceso de fragmentación, planteado desde el Big Bang mismo, da origen a múltiples universos con enormes diferencias entre sí: tasa de expansión, turbulencia, nivel de las fuerzas básicas, etc. De esta manera puede justificarse aun un mundo extremadamente improbable como el nuestro, apto para la vida, pues no es más que una ramificación finísima del árbol de posibilidades. Es en este contexto donde cabe aplicar el PA: el universo que observamos no puede sino satisfacer las condiciones que supone la existencia de observadores.  
  
'''<br>
+
Es el propio Wheeler quien, llevando hasta el extremo la conjetura sobre la relación entre el universo y el acto de observación, formula por la misma época el llamado ''Principio Antrópico Participatorio'': “Los observadores son necesarios para que llegue a existir el universo” (Barrow y Tipler 1986, 22). Esta formulación pretende ser una aplicación a escala cosmológica de la interpretación de Copenhague de la física cuántica, de acuerdo con la cual la no decidibilidad de un sistema esencialmente probabilístico sólo puede quebrantarse a partir del acto de observación que afecta intrínsecamente a la naturaleza de lo observado. La realidad misma de lo que vemos es, en última instancia, una resultante del acto de un observador que, al completar por así decirlo la dupla sujeto-objeto, le confiere su sustento (Comitti 2011, 1504-4).
'''
 
  
 +
En líneas generales, predomina la sensación de que estos ensayos pretenden, a toda costa, soslayar la instancia metafísica, y en especial la idea de un Agente trascendente y una finalidad constitutiva. Algunos asumen esta hipótesis como un caso más de la filosofía antrópica: lo que ella pretende no es explicar nada, sino eliminar la necesidad de una explicación (Smart 1987, 118).
  
 +
En un plano más epistemológico sobresalen dos reproches: por una parte, la imposibilidad de corroborar estos modelos, (salvo quizás el caso de los universos oscilantes) habida cuenta de que solo tiene sentido la distinción entre universos cuando no existe ninguna forma de interacción física entre ellos por medio de la cual podría obtenerse información acerca de su existencia. Por otro lado, en estas conjeturas se produce una abierta violación de la navaja de Ockham. Si una teoría científica debe escogerse entre otras por el menor número de supuestos y elementos a combinar, tal como este principio lo recomienda, está claro que no se puede ir más lejos de esta norma que al invocar la existencia de infinitos mundos (o de infinitas regiones heterogéneas en el universo, lo que para el caso no importa). Parece una petición excesivamente pretenciosa (Hacking 1987).
  
Según
 
esta perspectiva, el intento de diluir la fuerza del PA en una mera trivialidad
 
omite la debida comprensión de las relaciones de causalidad. Volviendo
 
nuevamente a Aristóteles, puede decirse que algunas cosas suceden bajo necesidad
 
condicional o ''a posteriori'', según la cual puesto un efecto se infieren
 
necesariamente las causas o condiciones según las cuales se produjo, mas no a
 
la inversa. A partir de que todo lo que acontece deviene necesario con
 
necesidad de hecho (esto es, en cuanto ha efectivamente acontecido), y de la
 
extendida identificación que se hace entre causalidad y determinismo, se
 
entiende la confusión entre el orden lógico y el ontológico. Si bien es posible
 
reconstruir apodícticamente una secuencia causal a partir del efecto último, no
 
se sigue que esa secuencia haya acaecido necesariamente. Para ejemplificar esto,
 
el filósofo griego habla de alguien que ingiere alimentos salados y sale de su
 
casa en busca de agua para calmar la sed. Entonces se encuentra con unos
 
ladrones que lo atacan y le dan muerte. Una cosa es explicar la causa de la
 
muerte y otra la pretensión de inferir que todo aquel que consuma alimentos
 
salados acabará muerto por ladrones (Aristóteles ''Metafísica ''VI, 3).
 
  
De
+
====La vertiente teleológica====
modo, pues, que no tiene cabida excusarse de una explicación de la existencia
 
humana y de las condiciones que la hacen posible como si la secuencia causal en
 
su conjunto no hubiese podido ser de otro modo. Lo que justamente debe hacerse
 
notar en este momento es la diferencia capital que existe entre decir que el universo
 
debe poseer determinadas características y decir que nosotros debemos observar
 
en el universo solo determinadas características. No es ciertamente
 
sorprendente que no observemos en el mundo condiciones incompatibles con
 
nuestra existencia. Pero no por ello deja de ser sorprendente que sólo existan
 
aquellas condiciones que son compatibles con nuestra existencia. Es obvio para
 
cualquier hijo que no estaría aquí si sus padres no se hubiesen conocido, pero
 
no es obvio que no hubieran podido no hacerlo. Si acaso sobrevivo a un pelotón
 
de fusilamiento no debe sorprenderme el no estar muerto (de otro modo mal
 
podría sorprenderme), pero es más que sorprendente que ninguno de los tiradores
 
haya dado en el blanco. En el primer caso hay un ''modus ponendo ponens''
 
que involucra una proposición condicional: ''si ''me interrogo luego no estoy
 
muerto. Lo difícil es probar la premisa que afirma el antecedente: ¿cómo es
 
posible que, en efecto, aún esté con vida?  
 
(Sanguineti 1994, 242-243).
 
  
 +
La inobjetable capacidad del intelecto humano para descubrir, y eventualmente explicar y producir orden, lo ha llevado espontáneamente, y desde tiempos muy lejanos, a la intuición de que la totalidad de las cosas, el universo mismo, es un escenario altamente organizado y diseñado con extremo cuidado y perfección. Y, dando apenas unos pasos más, ha abrazado la convicción de que ese orden maravilloso lo tiene a él mismo por destinatario, de modo que todas las cosas sirven al propósito de hacer posible la existencia humana y se subordinan a las exigencias de su desarrollo vital.
  
 +
En este contexto, no resulta para nada sorprendente la predisposición de muchos a considerar el PA como un signo privilegiado de la configuración teleológica del universo. En la medida en que se acepta la existencia de causas finales bajo ciertas evidencias, el testimonio empírico que alimenta al PA es quizá de los más elocuentes con que sea posible contar. En otras palabras, así como el PA no hace falta para probar que el universo tiene un diseño, pues acabamos de ver que esta idea pertenece a una tradición consolidada, sí es bienvenido como recurso para persuadir a quienes todavía no admiten el orden finalista.
  
Estas
+
Nunca antes en la historia se habían acumulado datos tan numerosos, precisos y relevantes para avalar esta concepción. En efecto, como lo ha destacado Tanzella-Nitti (2002), los rasgos antrópicos del universo no son reductibles a un hipotético mecanismo puramente eficiente y ciego, como lo es hasta cierto punto la selección natural en el caso de la evolución de las especies vivientes. Dado que, por otra parte, dichos rasgos no están localizados en un ámbito o nivel restringido, sino que involucran a ''todo el universo'', la presunta existencia de esa causalidad subyacente exigiría postular una suerte de Teoría del Todo (TOE según la sigla en inglés) o Teoría de la Gran Unificación (GUT). Pero precisamente una teoría semejante ya perdería su estatus de enunciado científico y pasaría a ser un asunto propio de la filosofía. Hoy se tiende a diferenciar, cuando se habla de finalidad, entre el fin tomado como término o perfección extrínseca de una actividad, y la tendencia intrínseca que poseen los agentes para ordenarse a esa perfección (Artigas 1992, 400-404). El reconocimiento de la dimensión tendencial en la naturaleza es difícilmente discutible en la medida en que aparece expresada cada vez que se enuncia una ley física o se describe una conducta viviente. Los problemas aparecen cuando se asocia la concepción finalista con otros planteos que no guardan una vinculación necesaria con ella. Así, por ejemplo, se presume que, al haber surgido en una época más propensa a admitir el modelo determinista de la causalidad, esta doctrina pierde sustento con el derrumbe de ese modelo. Sin embargo, lo que la filosofía clásica nos permite descubrir es que, justamente por su condición intrínseca a las cosas, la tendencia teleológica participa de todas las limitaciones que impone la finitud del ser que actúa, y así no debemos creer que esa tendencia sea incapaz de expresarse por caminos no determinados (como es el caso clarísimo de la libertad humana). Si partimos de la aceptación cada vez más firme de la perspectiva evolutiva del cosmos, resulta claro que, más allá de las marchas y contramarchas, de las catástrofes y “pasos en falso” que hay o parece haber habido en la evolución, hay una direccionalidad global que se va imponiendo inexorablemente. De modo que podría admitirse, en el orden particular, un margen más o menos amplio de coincidencias y productos accidentales, sin perjuicio de la orientación definitiva del conjunto.
reflexiones introductorias nos habilitan ya para plantear el interrogante
 
fundamental que resume el aspecto ontológico del PA. Hasta ahora tenemos por
 
cierto que el hombre existe y que su existencia implica ciertas condiciones
 
especialísimas a escala universal que, obviamente, se cumplen. Pero también
 
sabemos que, en función de las leyes según las cuales parece regirse el
 
dinamismo cósmico, dichas condiciones, precisamente por ser especialísimas, son
 
extraordinariamente improbables. Entonces, la pregunta es: ¿por qué ocurre algo
 
cuya probabilidad ''a priori'' tiende a 0? Aquí aparecen dos líneas de respuesta
 
posibles: si existe un universo de suyo extremadamente improbable, es porque
 
  
a) debe haber condiciones, no
+
Pero más allá de estas anotaciones básicas sobre el problema de la finalidad en la naturaleza, lo que merece destacarse del PA es el lugar protagónico que asume el hombre en la economía universal. La verdadera potencia de este principio consiste en mostrar hasta qué punto llega la direccionalidad de las cosas en relación al hombre. Así como la mentalidad pre-copernicana confundía la jerarquía ontológica con supuestos privilegios topográficos asociados por otra parte a la concepción euclídea del espacio, el principio copernicano también se apresura en reducir la jerarquía del hombre ''por razones geométricas''. Sin embargo, el redescubrimiento de la centralidad del hombre a partir de una dimensión más profunda arroja una intensa luz sobre su propia condición y el puesto que le cabe en el universo. En tal sentido, el PA merece ser aprovechado en todo el alcance de su mensaje: no sólo reafirma la armonía y diseño del cosmos, sino que pone al hombre como clave de bóveda de todo lo visible (Sanguineti 1994, 245-246; Velázquez Fernández 2005, 95-108; Khrapko 2003, Olum 2004).
apreciables en primera instancia, que hagan a ese universo algo más bien
 
altamente probable;
 
  
b) en el fondo la existencia del
 
universo no debe ser considerada como un hecho aleatorio.
 
  
 +
==Cuestiones epistemológicas==
  
 +
A partir de las observaciones efectuadas a nivel filosófico con respecto al PA, surgen algunos puntos complementarios que tienen que ver más directamente con la lógica del discurso científico. Para empezar, hay que advertir que la cosmología como ciencia de la totalidad del universo no ha resuelto aún algunas controversias que afectan a la definición de su objeto, su método y sus supuestos. Cuestiones tales como la singularidad, la contingencia y la evolución del universo tienen impacto directo en la posibilidad de legitimar un conocimiento científico acerca de él y sugieren posiciones precavidas cuando se discuten problemáticas de fondo, como el caso del PA. Pero también pueden señalarse problemas que afectan a este principio en especial, más allá de su adscripción a la cosmología. Nos dedicaremos a tres de ellos: la validez de un modelo teleológico, la capacidad de predicción, y consiguientemente de falsación, del principio, y su supuesto antropocentrismo.
  
La
+
El primer punto es si, una vez aceptada la existencia de causas finales por razones filosóficas, la ciencia misma tiene derecho a valerse de ellas. Es decir si, bajo el supuesto de que existan verdaderos propósitos o tendencias en las cosas, le cabe a la ciencia positiva introducirlos como hipótesis explicativas. Hablando más concretamente, ¿puede la cosmología, sin perder su carácter de ciencia, invocar como explicación de fenómenos tales como la isotropía, la edad del universo o la formación del carbono la afirmación de que “eso es lo más conveniente para que se produzca la aparición del hombre”? ¿Es lícito postular una direccionalidad universal animada por el proyecto de alcanzar la especie humana?
primera opción constituye lo que podríamos llamar la vertiente naturalista, que
 
intenta subsumir el fenómeno de las grandes coincidencias cosmológicas en
 
pautas estrictamente naturales, sin recurso alguno a la intencionalidad. La
 
segunda alternativa conduce a la línea teleológica, que postula la presencia de
 
un curso finalista en la organización del universo. Expondremos seguidamente
 
ambas opciones.
 
  
'''3.2.1 La vertiente naturalista y
+
Hay que convenir en que la ciencia moderna surgió con el empeño de dar la espalda a cualquier argumento teleológico, poniendo toda la carga explicativa en la línea de las causas eficientes y el modelo de la necesidad mecánica. Hoy por hoy existe una mayor permeabilidad por parte de los biólogos, ya que en ese ámbito resulta imposible reducir el carácter específico de lo viviente a presupuestos puramente mecanicistas. Pero en el orden de la física tanto la noción de sustancia como la de finalidad aparecen diluidas. La norma lógica va de un estado dado de un sistema a otro estado, por aplicación de ecuaciones diferenciales, y eso parece ser todo lo que hace falta. Sin embargo, hay testimonios históricos que permiten descubrir la posibilidad de otro encuadre para la justificación de los fenómenos naturales. Se trata de aquellas leyes cuyo descubrimiento se debió a la suposición de algún principio discriminatorio, de alguna pauta de selectividad o de optimización (cálculo de variaciones). Así Fermat pudo establecer el principio de la refracción de la luz, Maupertuis corrigió a Leibniz en su teoría sobre el choque de los cuerpos elásticos y Euler estableció la generalización de que la naturaleza obra siempre según lo máximo o lo mínimo.
el principio de plenitud'''
 
  
Una
+
Por este motivo se ha equilibrado la discusión hasta el punto de encontrar vertientes epistemológicas que de ninguna manera desautorizan a la ciencia para proceder conforme a “normas de calidad preestablecidas”. Sin comprometerse con la cuestión metafísica, se declara viable una línea de investigación que asuma el ''supuesto'' de que las cosas responden a fines, aunque se mantiene la exigencia de que las conclusiones a que se llegue a partir de ese ''como si'' queden sometidas a prueba experimental. Podríamos denominarlo una metodología heurística (Zycinski 1987, 325-326).
vez que en ciencia se definen los principios hay que establecer ''cómo
 
funcionan'', esto es, cómo se expresan operativamente para dar lugar a los
 
fenómenos que se supone tratan de explicar. Si se quiere tomar un ejemplo
 
análogo, la biología se maneja bajo el régimen del principio o teoría de la
 
evolución de las especies, entendida más o menos como la tendencia de la
 
biósfera a derivar formas vivientes más complejas a partir de otras menos
 
complejas. Sin embargo, más allá del hecho en sí de la evolución, que por lo
 
menos a grandes rasgos hoy en día casi nadie cuestiona, subsiste la
 
controversia acerca de ''cómo opera la evolución'', es decir, de qué manera
 
o con arreglo a qué leyes se verifica dicha tendencia. Así aparecen las
 
especulaciones de Lamarck sobre la herencia de los caracteres adquiridos,
 
Darwin y la selección natural, Gould y los grandes saltos evolutivos, Monod y
 
la síntesis de azar y necesidad, etc.
 
  
Este
+
Al considerar este asunto, Alonso (1989, 133 y 136) defiende la argumentación antrópica mostrando que su aplicación no se circunscribe a hechos del pasado, como son las condiciones iniciales del universo, sino que también intenta justificar por qué algunas propiedades ''actuales'' están sesgadas por la presencia del observador humano. Así mismo, afirma que la validez del formalismo retrodictivo o ''a posteriori'' no depende de la connotación antrópica, sino que podría emplearse en cualquier otro contexto.  
ejemplo ofrece otra semejanza con el tema que estudiamos. Efectivamente, cuando
 
en su momento se postuló la teoría de la evolución, sobre todo con la obra de Darwin,
 
se generó una verdadera conmoción intelectual ya que por primera vez se
 
concebía lo que podríamos llamar un'' mecanismo creador'', vale decir, una
 
secuencia de procedimientos ''naturales'' capaz de engendrar orden, algo que
 
hasta entonces sólo podía pensarse como directamente atribuible a una causa
 
inteligente, en este caso de orden divino. Tal vez lo más fascinante que
 
siempre tuvo esta concepción es precisamente la posibilidad de una alternativa
 
al modelo creativo-artesanal cuya descripción según el ''Génesis'' parecía quedar superada.
 
  
 +
Merece apuntarse aquí, aunque sea brevemente, la concepción de Mariano Artigas acerca de los supuestos de la ciencia. Para este autor existe un fuerte vínculo de condicionalidad entre la actividad científica y un contexto epistemológico y metafísico caracterizado por la inteligibilidad del orden cósmico y nuestra capacidad natural para desentrañarla. Pero a la vez la ciencia, al apoyarse en esos supuestos, contribuye a su mejor comprensión. Cabe decir, entonces, que el PA suministra un escenario mucho más refinado para establecer de qué modo opera la teleología de la naturaleza (Artigas 2000, 75).
  
 +
El segundo punto se refería a la capacidad predictiva del PA. En general los investigadores lo ven estéril bajo ese ángulo. Sin embargo, Carr y Rees plantean la situación en términos provisionales (1979, 612), y si volvemos a examinar el formalismo de la explicación no aparece inconveniente para que en algún momento esas predicciones y sus eventuales corroboraciones se verifiquen. Hay muchas perspectivas a partir del conocimiento de nuevos rasgos específicos de la naturaleza humana que podrían desembocar en la exigencia de condiciones hasta el presente no advertidas.
  
En
+
En cuanto al antropomorfismo, se trata de un cargo que se han ocupado de poner sobre el tapete los defensores acérrimos del principio copernicano. Para ellos debe mantenerse una asepsia metodológica que elimine cualquier referencia protagónica hacia el hombre, no solo por la tendencia natural que tenemos a poner las cosas bajo nuestra medida, sino por los cuantiosos daños que esa actitud generó en el conocimiento objetivo durante muchos años. Considerando que somos también nosotros “polvo de estrellas” y que no nos asiste ningún privilegio con respecto a las leyes físicas (ninguna piedra nos perdonará la vida si la gravedad la precipita sobre nuestra cabeza) esta supuesta coordinación benefactora de la que habla PA podría no ser más que una ilusión (Atkins 1995).  
relación a la naturaleza del universo podríamos reconocer un esquema de
 
reflexión similar: he aquí una totalidad imbuida de un fortísimo sentido de orden
 
y armonía, a los cuales el PA puede expresar en términos de adaptación a la
 
existencia humana. Los cálculos matemáticos que reflejan la exorbitante
 
improbabilidad de esa configuración desacreditan de plano la actitud de
 
encogerse de hombros como si una cualidad semejante careciese de toda
 
relevancia. De modo que no quedan más que dos posibilidades a la vista: o bien
 
interpretamos esto como una manifestación de la Inteligencia Divina, o bien apelamos
 
a mecanismos naturales, esto es, a patrones de ''selectividad interna ''puramente inmanentes.  
 
  
Pero
+
Sin embargo, hay que empezar por admitir que no es concebible aquella perspectiva de la objetividad según la cual existe plena independencia entre lo observado y el observador. El mundo ya no es más como una película de cine o una fotografía, en las cuales nada de lo que ocurre se ve afectado por nuestro acto de observación. Y no nos referimos solamente a la interacción que supone el acto de observación, tema que ha puesto de manifiesto la física cuántica pero que tal vez podría minimizarse a escala macroscópica. Estamos diciendo que al observar la naturaleza también nos observamos a nosotros, que nosotros también somos naturaleza y que es completamente válido llegar a veces a afirmaciones sobre el mundo a partir de una experiencia interna (que no es lo mismo que una experiencia subjetiva).  
aquí el problema se agrava, ya que no se trata de una selección entre diversas
 
partes del universo, como serían las múltiples especies o individuos vivientes
 
con sus diversos grados de adaptabilidad, sino de una selección ''de la que
 
resulta el universo mismo''. Lo que es aquí verdaderamente desafiante es
 
concebir al universo no ya como escenario de todo resultado posible, sino como
 
un resultado en sí mismo, como algo que sea a la vez un ''producto'' (algo
 
hecho o engendrado) pero de índole ''física '' o ''natural'' (no como obra de una Causa
 
Trascendente). En este contexto aparece la hipótesis conocida como de los ''universos múltiples''.
 
  
 +
Por su parte, Alonso defiende al PA de esta acusación ya que la razón por la que se pone al hombre en referencia a las características del universo son las propiedades ''físicas'' del cuerpo humano, aquello que guarda homogeneidad con el resto del mundo material, y por lo tanto no se apela a ningún juicio de valor. El PA solo dice que si se pretende llegar a un producto natural como es el cuerpo humano, se requieren de tales y cuales condiciones específicas de orden espacio-temporal. La sofisticación de esas condiciones no debe entenderse como un homenaje a la dignidad humana, sino la consecuencia lógica del alto nivel de desarrollo y complejidad que encontramos, sin prejuicio alguno, en nuestro propio cuerpo (Alonso 1989, 138).
  
  
La
+
==Resonancias teológicas==
idea general que la inspira sería la siguiente: dado que el universo testimonia
 
un ajuste extraordinario de sus partes a fin de hacer posible la vida y la
 
existencia humana, y considerando impropia del discurso científico una
 
hipótesis de diseño que conduzca a la afirmación de un Artesano Divino, debe
 
admitirse que ''este universo'' resulta de alguna forma de selección
 
aplicada sobre un ''conjunto de universos'', con respecto al cual tenga
 
sentido definir las condiciones de adaptabilidad que este tiene. Debe pensarse,
 
pues, que existen otros mundos que le den sentido a la pregunta acerca de por
 
qué estamos en, u observamos, o simplemente existe ''este''. El enunciado
 
genérico de la idea que acabamos de expresar puede denominarse ''principio de plenitud'': la
 
realización de todas las posibilidades de un sistema vuelve necesaria a cada
 
una de ellas.
 
  
 +
El Concilio Vaticano II ha dejado, entre tantos frutos, una puerta abierta y una vigorosa llamada hacia el diálogo de la Iglesia con la cultura contemporánea. Una de las expresiones más elocuentes de ese espíritu de apertura ha sido, sin duda, el estímulo a la interacción entre ciencia y teología, con un notable despliegue en las últimas décadas. La predisposición a ese encuentro no ha surgido solamente desde el ámbito religioso. Los propios científicos han llegado con sus últimos avances a un nivel de profundidad en el conocimiento de lo real que, inevitablemente, suscita interpelaciones que van más allá de sus dominios. Incluso en aquellos círculos intelectuales de inclinación más bien agnóstica se aprecia una mayor predisposición para tener en cuenta ciertos aspectos de la problemática científica que conducen directa o indirectamente hacia temáticas trascendentes.
  
 +
Son varias las especialidades desde las cuales se ha dado lugar a un escenario de discusión interdisciplinar. La cosmología ocupa un espacio destacado, sobre todo a partir de las diversas propuestas acerca del origen del universo, entre las que sobresale la denominada teoría del Big Bang. El intento de dar una explicación puramente científica acerca de la aparición del mundo desde un supuesto tiempo inicial potenció en forma significativa la polémica acerca de si aquella “gran explosión” de los comienzos exige, o más bien suprime, la intervención creadora de Dios. Aunque el PA tiene un carácter algo más sofisticado, ha sido un aporte en esa misma línea, y representa hasta hoy un desafío provocativo para los estudiosos de la ciencia sagrada. En esta última sección se propondrán algunos avances sobre ese punto.
  
El modelo
+
La Biblia declara con nitidez el puesto central del hombre (''Gen.'' 1, 26 y 2,7; ''Salmo'' 8, 5-9), y así lo ha entendido la tradición, ya desde la Patrística y en especial en la escuela de Capadocia, donde aparece la idea de la persona humana como ''microcosmos''. Esta concepción antropocéntrica ha sido sistematizada por Santo Tomás de Aquino (cf. ''Suma Contra Gentiles'' III, 22 y 112; ''Compendium Theologiae'' c. 148). El Magisterio más reciente ha querido poner de relieve esa característica como un privilegio y a la vez una responsabilidad en la custodia de la creación (cf. Francisco ''Laudato Si'').
más conocido corresponde a John Wheeler. Este físico y cosmólogo, creador de la
 
expresión ''agujero negro'', ha ofrecido
 
dos versiones sucesivas de su propuesta, que se pueden identificar respectivamente
 
como "modelo Wheeler 1" y "modelo Wheeler 2" (Barrow y
 
Tipler 1986, 469-471).
 
  
 +
Esa afirmación, inapropiadamente entendida, fue alguna vez un obstáculo para la aceptación de algunas teorías científicas fundamentales, como el heliocentrismo copernicano y la evolución de las especies. El quiebre de la relación entre religión y ciencia condujo finalmente al reduccionismo positivista. Si bien el principio copernicano no cuestiona las convicciones religiosas (más bien contribuye a comprenderlas en un nivel superior de madurez), fue históricamente asociado a un rechazo de la fe, o al menos a una completa separación entre lo religioso y lo racional. En el siglo XX, la Iglesia Católica tuvo una actitud más receptiva, procurando una mayor integración de los aportes de la ciencia con la reflexión teológica. Al mismo tiempo, sostuvo con firmeza la idea original de la centralidad del hombre, rechazando la pretensión de un naturalismo para el cual la especie humana es un habitante más del universo, producto del juego fortuito de causas de orden meramente físico-químico.
  
 +
A medida que se fueron superando las tensiones entre la ciencia y la teología, la convergencia de los procesos naturales hacia el surgimiento del hombre fue tomada como un signo del plan providencial de Dios que se consuma en una criatura hecha a Su imagen y semejanza. Al mismo tiempo, esta renovada visión teológica del hombre como síntesis y acabamiento del cosmos se desplazó hacia el área de la cristología. En la medida en que la persona de Cristo asume lo humano, se plantea una lectura de la Encarnación que involucra también al universo entero (''Colosenses'' 1, 15-17).
  
El
+
Ya desde el medioevo se plantea el debate entre la escuela dominicana y la franciscana  acerca del motivo de la Encarnación. Para Duns Scoto, eminente representante de esta última, tal motivo no radica en la misión redentora del Hijo de Dios, sino en llevar a su plenitud el gesto amoroso de Dios realizado en la creación. En otras palabras, aunque el hombre no hubiera pecado, el Verbo se habría encarnado de todas formas para dar cumplimiento a la manifestación gloriosa del Padre. Más que pensar a Cristo en función del universo, es el universo el que debe ser pensado en vistas a Cristo (Tanzella-Nitti 2002).  
modelo Wheeler 1 es conocido como ''universo oscilante ''o ''universo
 
pulsátil'': como un jugador de póker que mezcla infinitas veces las cartas y
 
así obtiene tarde o temprano una mano favorable, nuestro universo es apenas un
 
ensayo más en una secuencia infinita de explosiones y colapsos. Pero en este
 
caso no sólo se alteran las condiciones iniciales de un inicio a otro, sino
 
también las mismas leyes físicas. La
 
aplicación de las leyes cuánticas imprime el rasgo de aleatoriedad que
 
garantiza una variación indefinida de cuadros cosmológicos, sobre el cual
 
tendrían vigor los razonamientos antrópicos. En otras palabras,
 
"nuestro" universo sería un ciclo cuyos parámetros de conformación
 
son estrictamente compatibles con la vida humana, y si bien dicha
 
compatibilidad resulta extraordinariamente improbable, no es sorprendente que
 
aparezca tarde o temprano en una secuencia ilimitada de ensayos.
 
  
 +
Ahora bien, esta perspectiva parece minimizar la figura de Cristo como vértice de la historia y culminación del plan de salvación. En ese contexto sale al cruce una de las figuras más destacadas de la teología del siglo XX, considerado el iniciador de la “cristología cósmica”: Pierre Teilhard de Chardin. Su obra está basada en la figura de Cristo como “punto Omega” del devenir evolutivo de la creación. Partiendo del nuevo paradigma científico que plantea al universo en clave histórica, Teilhard considera que todo el orden natural está orientado hacia la plenitud realizada en la figura de Cristo. No obstante, la propuesta del pensador jesuita parece haber descuidado hasta cierto punto la fuerza del misterio del pecado y el acontecimiento de la Muerte y Resurrección de Cristo. Ahora bien, como lo hace notar Jean-Michel Maldamé (1993),  del mismo modo en que la creación del alma espiritual es irreductible a la evolución de la materia y sin embargo está en continuidad con el proceso de autorrealización del dinamismo creador, puede afirmarse que el misterio de la Resurrección constituye un acto sobrenatural pero que, en lenguaje paulino, significa la redención de todo el orden cósmico que se recapitula en Cristo. A través de estos breves comentarios se intenta mostrar las virtualidades que ofrece el PA para una proyección desde lo antropocéntrico hacia lo cristocéntrico (Tanzella-Nitti, 2002).
  
 +
Tal vez la gran paradoja del PA sea el hecho de que las mismas leyes que expresan el “ajuste finísimo” bajo el cual es posible la existencia humana sean a su vez las que establezcan, en un tiempo suficientemente prolongado, la disolución de las condiciones actuales de nuestra existencia y, por lo tanto, la segura desaparición de nuestra especie. La afirmación según la cual el universo existe por causa del hombre se desvanece al comprobar que las mismas premisas en que se apoya sirven a la larga para demostrar lo contrario. De aquí se desprende el aporte de la teología que, en consonancia con los misterios escatológicos, propone asumir la fugacidad de la historia humana y su perspectiva de destrucción en relación al misterio pascual de la transformación de todas las cosas para dar lugar a “un nuevo Cielo y una nueva Tierra”.
  
Con
+
Para finalizar, digamos que el diálogo entre ciencia y teología que se despliega en nuestra época constituye en sí mismo un tema de análisis que ha inspirado una copiosa bibliografía. Entre las propuestas aparecidas se encuentra el concepto de ''consonancia'', introducido por Ernan McMullin (1981) y luego explicitado por John Polkinghorne (2002). Se trata de un enfoque que procura establecer un vínculo equilibrado entre el campo científico y el de la teología, evitando soluciones extremas o simplistas, como el concordismo o, en el otro extremo, los “magisterios no solapados” de Stephen Gay Gould. Para salvaguardar al mismo tiempo la autonomía de los saberes y la unidad profunda de la verdad acerca de la realidad, se habla de consonancia como un criterio que indica la coherencia, compatibilidad o congruencia entre una teoría científica y la visión general del mundo que corresponde a la fe. En tal sentido es posible y válido, desde el punto de vista epistemológico, examinar la no contradicción entre ambos enfoques (digamos una consonancia “débil”) e inclusive la armonía o compaginación que cabría establecer cuando la perspectiva científica y la teológica se comparan parte a parte. Así, por ejemplo, las teorías que invocan una presencia destacada de los factores aleatorios, como en el caso del neodarwinismo, representarían un caso de consonancia débil ya que, según lo ha establecido la reflexión teológica, el gobierno divino de la creación no excluye la intervención de causas azarosas. En cambio, el PA tiene una elevada carga de contenido empírico que subraya con énfasis la impronta de centralidad del hombre revelada por la visión cristiana, y podría considerarse en tal sentido como un ejemplo claro de consonancia “fuerte” (Beltrán 2010).
respecto al modelo Wheeler 2, se trata de una aplicación del principio cuántico
 
según el cual la trayectoria de las partículas no se define de acuerdo a
 
parámetros lineales, sino en términos probabilísticos. La ecuación de onda '''Ψ'''
 
genera no una sino infinitas soluciones que permanecen indeterminadas ''hasta
 
que la onda colapsa por la intervención del observador.'' Ahora bien, si cada
 
acto de observación define la trayectoria de una partícula, define también
 
todos los procesos causales que se desencadenan a partir de ella y, en última
 
instancia, define un curso posible del universo entero. Más simplemente, determina un universo
 
completo. Los
 
distintos universos definidos a partir de la "fragmentación"
 
provocada por la observación no constituyen meras posibilidades lógicas o
 
estados potenciales sino bifurcaciones ''reales'', esto es, no constituidas
 
por observaciones. No hay en este caso un colapso de la función de onda que
 
deja definitivamente inhabilitadas todas las posibilidades menos una, sino una
 
multiplicación indefinida de universos totalmente incomunicados entre sí.
 
  
Este
 
proceso de fragmentación, planteado desde el Big Bang mismo, da origen a
 
múltiples universos con enormes diferencias entre sí: tasa de expansión, turbulencia,
 
nivel de las fuerzas básicas, etc. De esta manera puede justificarse aun un
 
mundo extremadamente improbable como el nuestro, apto para la vida, pues no es
 
más que una ramificación finísima del árbol de posibilidades. Es en este
 
contexto donde cabe aplicar el PA: el universo que observamos no puede sino
 
satisfacer las condiciones que supone la existencia de observadores.
 
  
 +
==Bibliografía==
  
 
+
Alonso, José Manuel. 1989. ''Introducción al principio antrópico.'' Madrid: Encuentro.
Es el
 
propio Wheeler quien, llevando hasta el extremo la conjetura sobre la relación
 
entre el universo y el acto de observación, formula por la misma época el
 
llamado ''Principio Antrópico Participatorio'': “Los observadores son necesarios para que llegue a existir el universo”
 
(Barrow y Tipler 1986, 22). Esta formulación pretende ser una aplicación a
 
escala cosmológica de la interpretación de Copenhague de la física cuántica, de
 
acuerdo con la cual la no decidibilidad de un sistema esencialmente
 
probabilístico sólo puede quebrantarse a partir del acto de observación que
 
afecta intrínsecamente a la naturaleza de lo observado. La realidad misma de lo
 
que vemos es, en última instancia, una resultante del acto de un observador
 
que, al completar por así decirlo la dupla sujeto-objeto, le confiere su
 
sustento (Comitti 2011, 1504-4).
 
 
 
En
 
líneas generales, predomina la sensación de que estos ensayos pretenden, a toda
 
costa, soslayar la instancia metafísica, y en especial la idea de un Agente
 
trascendente y una finalidad constitutiva. Algunos asumen esta hipótesis como
 
un caso más de la filosofía antrópica: lo que ella pretende no es explicar
 
nada, sino eliminar la necesidad de una explicación (Smart 1987, 118).
 
 
 
En un
 
plano más epistemológico sobresalen dos reproches: por una parte, la imposibilidad
 
de corroborar estos modelos, (salvo quizás el caso de los universos oscilantes)
 
habida cuenta de que solo tiene sentido la distinción entre universos cuando no
 
existe ninguna forma de interacción física entre ellos por medio de la cual
 
podría obtenerse información acerca de su existencia. Por otro lado, en estas
 
conjeturas se produce una abierta violación de la navaja de Ockham. Si una
 
teoría científica debe escogerse entre otras por el menor número de supuestos y
 
elementos a combinar, tal como este principio lo recomienda, está claro que no
 
se puede ir más lejos de esta norma que al invocar la existencia de infinitos
 
mundos (o de infinitas regiones heterogéneas en el universo, lo que para el
 
caso no importa). Parece una petición excesivamente pretenciosa (Hacking 1987).
 
 
 
'''3.2.2. La vertiente teleológica'''
 
 
 
La
 
inobjetable capacidad del intelecto humano para descubrir, y eventualmente
 
explicar y producir orden, lo ha llevado espontáneamente, y desde tiempos muy
 
lejanos, a la intuición de que la totalidad de las cosas, el universo mismo, es
 
un escenario altamente organizado y diseñado con extremo cuidado y perfección.
 
Y, dando apenas unos pasos más, ha abrazado la convicción de que ese orden
 
maravilloso lo tiene a él mismo por destinatario, de modo que todas las cosas
 
sirven al propósito de hacer posible la existencia humana y se subordinan a las
 
exigencias de su desarrollo vital.
 
 
 
En
 
este contexto, no resulta para nada sorprendente la predisposición de muchos a
 
considerar el PA como un signo privilegiado de la configuración teleológica del
 
universo. En la medida en que se acepta la existencia de causas finales bajo
 
ciertas evidencias, el testimonio empírico que alimenta al PA es quizá de los
 
más elocuentes con que sea posible contar. En otras palabras, así como el PA no
 
hace falta para probar que el universo tiene un diseño, pues acabamos de ver
 
que esta idea pertenece a una tradición consolidada, sí es bienvenido como
 
recurso para persuadir a quienes todavía no admiten el orden finalista.
 
 
 
Nunca
 
antes en la historia se habían acumulado datos tan numerosos, precisos y
 
relevantes para avalar esta concepción. En efecto, como lo ha destacado
 
Tanzella-Nitti (2002), los rasgos antrópicos del universo no son reductibles a
 
un hipotético mecanismo puramente eficiente y ciego, como lo es hasta cierto
 
punto la selección natural en el caso de la evolución de las especies
 
vivientes. Dado que, por otra parte, dichos rasgos no están localizados en un
 
ámbito o nivel restringido, sino que involucran a ''todo el universo'', la presunta existencia de esa causalidad
 
subyacente exigiría postular una suerte de Teoría del Todo (TOE según la sigla
 
en inglés) o Teoría de la Gran Unificación (GUT). Pero precisamente una teoría
 
semejante ya perdería su estatus de enunciado científico y pasaría a ser un
 
asunto propio de la filosofía. Hoy se tiende a diferenciar, cuando se habla de
 
finalidad, entre el fin tomado como término o perfección extrínseca de una
 
actividad, y la tendencia intrínseca que poseen los agentes para ordenarse a
 
esa perfección (Artigas 1992, 400-404). El reconocimiento de la dimensión
 
tendencial en la naturaleza es difícilmente discutible en la medida en que
 
aparece expresada cada vez que se enuncia una ley física o se describe una
 
conducta viviente. Los problemas aparecen cuando se asocia la concepción
 
finalista con otros planteos que no guardan una vinculación necesaria con ella.
 
Así, por ejemplo, se presume que, al haber surgido en una época más propensa a
 
admitir el modelo determinista de la causalidad, esta doctrina pierde sustento
 
con el derrumbe de ese modelo. Sin embargo, lo que la filosofía clásica nos
 
permite descubrir es que, justamente por su condición intrínseca a las cosas,
 
la tendencia teleológica participa de todas las limitaciones que impone la
 
finitud del ser que actúa, y así no debemos creer que esa tendencia sea incapaz
 
de expresarse por caminos no determinados (como es el caso clarísimo de la
 
libertad humana). Si partimos de la aceptación cada vez más firme de la
 
perspectiva evolutiva del cosmos, resulta claro que, más allá de las marchas y
 
contramarchas, de las catástrofes y “pasos en falso” que hay o parece haber
 
habido en la evolución, hay una direccionalidad global que se va imponiendo
 
inexorablemente. De modo que podría admitirse, en el orden particular, un margen
 
más o menos amplio de coincidencias y productos accidentales, sin perjuicio de
 
la orientación definitiva del conjunto.
 
 
 
Pero
 
más allá de estas anotaciones básicas sobre el problema de la finalidad en la
 
naturaleza, lo que merece destacarse del PA es el lugar protagónico que asume
 
el hombre en la economía universal. La verdadera potencia de este principio
 
consiste en mostrar hasta qué punto llega la direccionalidad de las cosas en
 
relación al hombre. Así como la mentalidad pre-copernicana confundía la jerarquía
 
ontológica con supuestos privilegios topográficos asociados por otra parte a la
 
concepción euclídea del espacio, el principio copernicano también se apresura
 
en reducir la jerarquía del hombre ''por razones geométricas''. Sin embargo,
 
el redescubrimiento de la centralidad del hombre a partir de una dimensión más
 
profunda arroja una intensa luz sobre su propia condición y el puesto que le
 
cabe en el universo. En tal sentido, el PA merece ser aprovechado en todo el
 
alcance de su mensaje: no sólo reafirma la armonía y diseño del cosmos, sino
 
que pone al hombre como clave de bóveda de todo lo visible (Sanguineti 1994,
 
245-246; Velázquez Fernández 2005, 95-108; Khrapko 2003, Olum 2004).
 
 
 
''' '''
 
 
 
<!--[if !supportLists]-->'''4.      '''<!--[endif]-->'''Cuestiones epistemológicas'''
 
 
 
''' '''
 
 
 
A
 
partir de las observaciones efectuadas a nivel filosófico con respecto al PA,
 
surgen algunos puntos complementarios que tienen que ver más directamente con
 
la lógica del discurso científico. Para empezar, hay que advertir que la
 
cosmología como ciencia de la totalidad del universo no ha resuelto aún algunas
 
controversias que afectan a la definición de su objeto, su método y sus
 
supuestos. Cuestiones tales como la singularidad, la contingencia y la
 
evolución del universo tienen impacto directo en la posibilidad de legitimar un
 
conocimiento científico acerca de él y sugieren posiciones precavidas cuando se
 
discuten problemáticas de fondo, como el caso del PA. Pero también pueden
 
señalarse problemas que afectan a este principio en especial, más allá de su
 
adscripción a la cosmología. Nos dedicaremos a tres de ellos: la validez de un
 
modelo teleológico, la capacidad de predicción, y consiguientemente de
 
falsación, del principio, y su supuesto antropocentrismo.
 
 
 
El
 
primer punto es si, una vez aceptada la existencia de causas finales por
 
razones filosóficas, la ciencia misma tiene derecho a valerse de ellas. Es
 
decir si, bajo el supuesto de que existan verdaderos propósitos o tendencias en
 
las cosas, le cabe a la ciencia positiva introducirlos como hipótesis explicativas.
 
Hablando más concretamente, ¿puede la cosmología, sin perder su carácter de
 
ciencia, invocar como explicación de fenómenos tales como la isotropía, la edad
 
del universo o la formación del carbono la afirmación de que “eso es lo más
 
conveniente para que se produzca la aparición del hombre”? ¿Es lícito postular
 
una direccionalidad universal animada por el proyecto de alcanzar la especie
 
humana?
 
 
 
Hay
 
que convenir en que la ciencia moderna surgió con el empeño de dar la espalda a
 
cualquier argumento teleológico, poniendo toda la carga explicativa en la línea
 
de las causas eficientes y el modelo de la necesidad mecánica. Hoy por hoy
 
existe una mayor permeabilidad por parte de los biólogos, ya que en ese ámbito
 
resulta imposible reducir el carácter específico de lo viviente a presupuestos
 
puramente mecanicistas. Pero en el orden de la física tanto la noción de
 
sustancia como la de finalidad aparecen diluidas. La norma lógica va de un
 
estado dado de un sistema a otro estado, por aplicación de ecuaciones diferenciales,
 
y eso parece ser todo lo que hace falta. Sin embargo, hay testimonios
 
históricos que permiten descubrir la posibilidad de otro encuadre para la
 
justificación de los fenómenos naturales. Se trata de aquellas leyes cuyo
 
descubrimiento se debió a la suposición de algún principio discriminatorio, de
 
alguna pauta de selectividad o de optimización (cálculo de variaciones). Así
 
Fermat pudo establecer el principio de la refracción de la luz, Maupertuis
 
corrigió a Leibniz en su teoría sobre el choque de los cuerpos elásticos y
 
Euler estableció la generalización de que la naturaleza obra siempre según lo
 
máximo o lo mínimo.
 
 
 
Por
 
este motivo se ha equilibrado la discusión hasta el punto de encontrar
 
vertientes epistemológicas que de ninguna manera desautorizan a la ciencia para
 
proceder conforme a “normas de calidad preestablecidas”. Sin comprometerse con
 
la cuestión metafísica, se declara viable una línea de investigación que asuma
 
el ''supuesto'' de que las cosas responden a fines, aunque se mantiene la
 
exigencia de que las conclusiones a que se llegue a partir de ese ''como si''
 
queden sometidas a prueba experimental. Podríamos denominarlo una metodología
 
heurística (Zycinski 1987, 325-326).
 
 
 
Al
 
considerar este asunto, Alonso (1989, 133 y 136) defiende la argumentación
 
antrópica mostrando que su aplicación no se circunscribe a hechos del pasado,
 
como son las condiciones iniciales del universo, sino que también intenta
 
justificar por qué algunas propiedades ''actuales'' están sesgadas por la
 
presencia del observador humano. Así mismo, afirma que la validez del
 
formalismo retrodictivo o ''a posteriori'' no depende de la connotación
 
antrópica, sino que podría emplearse en cualquier otro contexto.
 
 
 
Merece
 
apuntarse aquí, aunque sea brevemente, la concepción de Mariano Artigas acerca
 
de los supuestos de la ciencia. Para este autor existe un fuerte vínculo de
 
condicionalidad entre la actividad científica y un contexto epistemológico y
 
metafísico caracterizado por la inteligibilidad del orden cósmico y nuestra
 
capacidad natural para desentrañarla. Pero a la vez la ciencia, al apoyarse en
 
esos supuestos, contribuye a su mejor comprensión. Cabe decir, entonces, que el
 
PA suministra un escenario mucho más refinado para establecer de qué modo opera
 
la teleología de la naturaleza (Artigas 2000, 75).
 
 
 
El
 
segundo punto se refería a la capacidad predictiva del PA. En general los
 
investigadores lo ven estéril bajo ese ángulo. Sin embargo, Carr y Rees
 
plantean la situación en términos provisionales (1979, 612), y si volvemos a
 
examinar el formalismo de la explicación no aparece inconveniente para que en
 
algún momento esas predicciones y sus eventuales corroboraciones se verifiquen.
 
Hay muchas perspectivas a partir del conocimiento de nuevos rasgos específicos
 
de la naturaleza humana que podrían desembocar en la exigencia de condiciones
 
hasta el presente no advertidas.
 
 
 
En
 
cuanto al antropomorfismo, se trata de un cargo que se han ocupado de poner
 
sobre el tapete los defensores acérrimos del principio copernicano. Para ellos
 
debe mantenerse una asepsia metodológica que elimine cualquier referencia
 
protagónica hacia el hombre, no solo por la tendencia natural que tenemos a
 
poner las cosas bajo nuestra medida, sino por los cuantiosos daños que esa
 
actitud generó en el conocimiento objetivo durante muchos años. Considerando
 
que somos también nosotros “polvo de estrellas” y que no nos asiste ningún
 
privilegio con respecto a las leyes físicas (ninguna piedra nos perdonará la
 
vida si la gravedad la precipita sobre nuestra cabeza) esta supuesta coordinación
 
benefactora de la que habla PA podría no ser más que una ilusión (Atkins 1995).
 
 
 
Sin
 
embargo, hay que empezar por admitir que no es concebible aquella perspectiva
 
de la objetividad según la cual existe plena independencia entre lo observado y
 
el observador. El mundo ya no es más como una película de cine o una
 
fotografía, en las cuales nada de lo que ocurre se ve afectado por nuestro acto
 
de observación. Y no nos referimos solamente a la interacción que supone el
 
acto de observación, tema que ha puesto de manifiesto la física cuántica pero
 
que tal vez podría minimizarse a escala macroscópica. Estamos diciendo que al
 
observar la naturaleza también nos observamos a nosotros, que nosotros también
 
somos naturaleza y que es completamente válido llegar a veces a afirmaciones
 
sobre el mundo a partir de una experiencia interna (que no es lo mismo que una
 
experiencia subjetiva).
 
 
 
Por su
 
parte, Alonso defiende al PA de esta acusación ya que la razón por la que se
 
pone al hombre en referencia a las características del universo son las
 
propiedades ''físicas'' del cuerpo humano, aquello que guarda homogeneidad
 
con el resto del mundo material, y por lo tanto no se apela a ningún juicio de
 
valor. El PA solo dice que si se pretende llegar a un producto natural como es
 
el cuerpo humano, se requieren de tales y cuales condiciones específicas de
 
orden espacio-temporal. La sofisticación de esas condiciones no debe entenderse
 
como un homenaje a la dignidad humana, sino la consecuencia lógica del alto
 
nivel de desarrollo y complejidad que encontramos, sin prejuicio alguno, en
 
nuestro propio cuerpo (Alonso 1989, 138).
 
 
 
<!--[if !supportLists]-->'''5.     
 
'''<!--[endif]-->'''Resonancias teológicas'''
 
 
 
''' '''
 
 
 
El
 
Concilio Vaticano II ha dejado, entre tantos frutos, una puerta abierta y una
 
vigorosa llamada hacia el diálogo de la Iglesia con la cultura contemporánea.
 
Una de las expresiones más elocuentes de ese espíritu de apertura ha sido, sin
 
duda, el estímulo a la interacción entre ciencia y teología, con un notable
 
despliegue en las últimas décadas. La predisposición a ese encuentro no ha
 
surgido solamente desde el ámbito religioso. Los propios científicos han
 
llegado con sus últimos avances a un nivel de profundidad en el conocimiento de
 
lo real que, inevitablemente, suscita interpelaciones que van más allá de sus
 
dominios. Incluso en aquellos círculos intelectuales de inclinación más bien
 
agnóstica se aprecia una mayor predisposición para tener en cuenta ciertos
 
aspectos de la problemática científica que conducen directa o indirectamente
 
hacia temáticas trascendentes.
 
 
 
Son
 
varias las especialidades desde las cuales se ha dado lugar a un escenario de
 
discusión interdisciplinar. La cosmología ocupa un espacio destacado, sobre
 
todo a partir de las diversas propuestas acerca del origen del universo, entre
 
las que sobresale la denominada teoría del Big Bang. El intento de dar una
 
explicación puramente científica acerca de la aparición del mundo desde un
 
supuesto tiempo inicial potenció en forma significativa la polémica acerca de
 
si aquella “gran explosión” de los comienzos exige, o más bien suprime, la
 
intervención creadora de Dios. Aunque el PA tiene un carácter algo más
 
sofisticado, ha sido un aporte en esa misma línea, y representa hasta hoy un
 
desafío provocativo para los estudiosos de la ciencia sagrada. En esta última
 
sección se propondrán algunos avances sobre ese punto.
 
 
 
La
 
Biblia declara con nitidez el puesto central del hombre (''Gen. ''1, 26 y 2,7; ''Salmo ''8,
 
5-9), y así lo ha entendido la tradición, ya desde la Patrística y en especial
 
en la escuela de Capadocia, donde aparece la idea de la persona humana como ''microcosmos''. Esta concepción
 
antropocéntrica ha sido sistematizada por Santo Tomás de Aquino (cf. ''Suma Contra Gentiles ''III, 22 y 112; ''Compendium Theologiae ''c. 148). El
 
Magisterio más reciente ha querido poner de relieve esa característica como un
 
privilegio y a la vez una responsabilidad en la custodia de la creación (cf.
 
Francisco ''Laudato Si’).''
 
 
 
Esa
 
afirmación, inapropiadamente entendida, fue alguna vez un obstáculo para la
 
aceptación de algunas teorías científicas fundamentales, como el heliocentrismo
 
copernicano y la evolución de las especies. El quiebre de la relación entre
 
religión y ciencia condujo finalmente al reduccionismo positivista. Si bien el
 
principio copernicano no cuestiona las convicciones religiosas (más bien
 
contribuye a comprenderlas en un nivel superior de madurez), fue históricamente
 
asociado a un rechazo de la fe, o al menos a una completa separación entre lo
 
religioso y lo racional. En el siglo XX, la Iglesia Católica tuvo una actitud más
 
receptiva, procurando una mayor integración de los aportes de la ciencia con la
 
reflexión teológica. Al mismo tiempo, sostuvo con firmeza la idea original de
 
la centralidad del hombre, rechazando la pretensión de un naturalismo para el
 
cual la especie humana es un habitante más del universo, producto del juego
 
fortuito de causas de orden meramente físico-químico.
 
 
 
A medida que se fueron superando las tensiones
 
entre la ciencia y la teología, la convergencia de los procesos naturales hacia
 
el surgimiento del hombre fue tomada como un signo del plan providencial de
 
Dios que se consuma en una criatura hecha a Su imagen y semejanza. Al mismo
 
tiempo, esta renovada visión teológica del hombre como síntesis y acabamiento
 
del cosmos se desplazó hacia el área de la cristología. En la medida en que la
 
persona de Cristo asume lo humano, se plantea una lectura de la Encarnación que
 
involucra también al universo entero (''Colosenses
 
''1, 15-17).
 
 
 
Ya
 
desde el medioevo se plantea el debate entre la escuela dominicana y la
 
franciscana  acerca del motivo de la
 
Encarnación. Para Duns Scoto, eminente representante de esta última, tal motivo
 
no radica en la misión redentora del Hijo de Dios, sino en llevar a su plenitud
 
el gesto amoroso de Dios realizado en la creación. En otras palabras, aunque el
 
hombre no hubiera pecado, el Verbo se habría encarnado de todas formas para dar
 
cumplimiento a la manifestación gloriosa del Padre. Más que pensar a Cristo en
 
función del universo, es el universo el que debe ser pensado en vistas a Cristo
 
(Tanzella-Nitti 2002).
 
 
 
Ahora
 
bien, esta perspectiva parece minimizar la figura de Cristo como vértice de la
 
historia y culminación del plan de salvación. En ese contexto sale al cruce una
 
de las figuras más destacadas de la teología del siglo XX, considerado el
 
iniciador de la “cristología cósmica”: Pierre Teilhard de Chardin. Su obra está
 
basada en la figura de Cristo como “punto Omega” del devenir evolutivo de la
 
creación. Partiendo del nuevo paradigma científico que plantea al universo en
 
clave histórica, Teilhard considera que todo el orden natural está orientado
 
hacia la plenitud realizada en la figura de Cristo. No obstante, la propuesta
 
del pensador jesuita parece haber descuidado hasta cierto punto la fuerza del
 
misterio del pecado y el acontecimiento de la Muerte y Resurrección de Cristo.
 
Ahora bien, como lo hace notar Jean-Michel Maldamé (1993),  del mismo modo en que la creación del alma
 
espiritual es irreductible a la evolución de la materia y sin embargo está en
 
continuidad con el proceso de autorrealización del dinamismo creador, puede
 
afirmarse que el misterio de la Resurrección constituye un acto sobrenatural
 
pero que, en lenguaje paulino, significa la redención de todo el orden cósmico
 
que se recapitula en Cristo. A través de estos breves comentarios se intenta
 
mostrar las virtualidades que ofrece el PA para una proyección desde lo
 
antropocéntrico hacia lo cristocéntrico (Tanzella-Nitti, 2002).
 
 
 
Tal
 
vez la gran paradoja del PA sea el hecho de que las mismas leyes que expresan
 
el “ajuste finísimo” bajo el cual es posible la existencia humana sean a su vez
 
las que establezcan, en un tiempo suficientemente prolongado, la disolución de
 
las condiciones actuales de nuestra existencia y, por lo tanto, la segura
 
desaparición de nuestra especie. La afirmación según la cual el universo existe
 
por causa del hombre se desvanece al comprobar que las mismas premisas en que
 
se apoya sirven a la larga para demostrar lo contrario. De aquí se desprende el
 
aporte de la teología que, en consonancia con los misterios escatológicos,
 
propone asumir la fugacidad de la historia humana y su perspectiva de
 
destrucción en relación al misterio pascual de la transformación de todas las
 
cosas para dar lugar a “un nuevo Cielo y una nueva Tierra”.
 
 
 
Para
 
finalizar, digamos que el diálogo entre ciencia y teología que se despliega en
 
nuestra época constituye en sí mismo un tema de análisis que ha inspirado una
 
copiosa bibliografía. Entre las propuestas aparecidas se encuentra el concepto
 
de ''consonancia'', introducido por Ernan
 
McMullin (1981) y luego explicitado por John Polkinghorne (2002). Se trata de
 
un enfoque que procura establecer un vínculo equilibrado entre el campo
 
científico y el de la teología, evitando soluciones extremas o simplistas, como
 
el concordismo o, en el otro extremo, los “magisterios no solapados” de Stephen
 
Gay Gould. Para salvaguardar al mismo tiempo la autonomía de los saberes y la
 
unidad profunda de la verdad acerca de la realidad, se habla de consonancia
 
como un criterio que indica la coherencia, compatibilidad o congruencia entre
 
una teoría científica y la visión general del mundo que corresponde a la fe. En
 
tal sentido es posible y válido, desde el punto de vista epistemológico, examinar
 
la no contradicción entre ambos enfoques (digamos una consonancia “débil”) e
 
inclusive la armonía o compaginación que cabría establecer cuando la
 
perspectiva científica y la teológica se comparan parte a parte. Así, por
 
ejemplo, las teorías que invocan una presencia destacada de los factores
 
aleatorios, como en el caso del neodarwinismo, representarían un caso de
 
consonancia débil ya que, según lo ha establecido la reflexión teológica, el
 
gobierno divino de la creación no excluye la intervención de causas azarosas.
 
En cambio, el PA tiene una elevada carga de contenido empírico que subraya con
 
énfasis la impronta de centralidad del hombre revelada por la visión cristiana,
 
y podría considerarse en tal sentido como un ejemplo claro de consonancia “fuerte”
 
(Beltrán 2010).
 
 
 
'''BIBLIOGRAFÍA'''
 
 
 
Alonso,
 
José Manuel. 1989. ''Introducción al principio antrópico.'' Madrid. Encuentro.  
 
 
 
Ambrose,
 
Mitchell. 2011. “The scientific status of the weak anthropic
 
principle” Retrieved from the University of Minnesota Digital Conservancy [en
 
<nowiki>línea http://purl.umn.edu/104598]</nowiki>
 
 
 
Artigas, Mariano. 1992. ''La inteligibilidad de la naturaleza. ''Pamplona.
 
EUNSA
 
 
 
2000. ''La
 
mente del universo''.'' ''Pamplona.
 
EUNSA          
 
 
 
Atkins, Paul. 1995. ''La creación''
 
Barcelona. Salvat
 
 
 
Balashov, Yuri. 1992''''“Transcendental Background to the
 
Anthropic Reasoning in Cosmology”. ''Man
 
and World.'' 25. 115-132
 
 
 
Barreau, Henri. 1988. “Pour le principe anthropique”. ''Communio.'' 13 n.3. 77-83
 
 
 
Barrow, John, y Tipler,
 
Frank. 1986. ''The Anthropic Cosmological Principle ''Oxford-New York ,
 
Clarendon Press – Oxford University Press
 
 
 
Beltrán,
 
Oscar 2001. “El principio antrópico y la interpretación teleológica del
 
universo” ''Teología ''78 n.2 169-208  
 
 
 
2010. “El concepto de consonancia –
 
un puente entre la ciencia y la teología” ''Consonancias
 
''32
 
 
 
Bertola, Franceso y
 
Curi, Umberto (ed.) 1994 ''The Conditions for the Existence of Mankind in the
 
Universe''''' '''Cambridge University Press
 
 
 
''' '''
 
 
 
Blanchette, Oliva.
 
1992 ''The Perfection of the Universe According to Aquinas: A Teleological
 
Cosmology'' Pennsylvania State University Press
 
 
 
Bollini,
 
Claudio 2013-2014. “La teología ante la física moderna: cuestiones
 
fundamentales para un diálogo posible”. en ''Teología
 
''50. 112. 169-202. y 115. 111-144
 
 
 
Bolzán,
 
Juan Enrique. 1996. “El principio
 
antrópico” ''Filosofia oggi''
 
a.XIX n.73-74 f.I-II, 145-157
 
 
 
Bondi, Hermann. 1960 ''Cosmology'' Cambridge University Press   
 
 
 
Carr, Bernard y Rees,
 
Martin. 1979. “The Anthropic Principle
 
and the Structure of the Physical World”. ''Nature.'' 278. 605-612
 
 
 
Carter, Brandon 1974.
 
“Large Number Coincidences and the
 
Anthropic Principle in Cosmology” en M.Longair (ed.) ''Confrontation of Cosmological Theories with
 
Observational Data.'' Dordrecht. Reidel. 291-298
 
 
 
Collins, Christopher y
 
Hawking, Stephen. 1973. “Why is the
 
Universe Isotropic?”'' The
 
Astrophysical Journal'' n.180. 317-334
 
 
 
Comitti,
 
Estevao 2011 “Princípio antrópico cosmológico” ''Revista Brasileira de Ensino
 
de Física, ''v. 33. n. 1. 1504
 
 
 
Craig, William 1987. “A Feature Review of the Anthropic
 
Cosmological Principle by
 
J.D.Barrow and F.J.Tipler”. ''International
 
Philosophical Quarterly'' n.27 437-447
 
 
 
Coyne,
 
George, y Masani, A. 1989. “Il
 
principio antropico nella scienza cosmológica” ''La Civiltá Cattolica'' n.3 16-27
 
 
 
Davies,
 
Paul 1994 ''Dios y la nueva física'' Barcelona Salvat
 
 
 
1982
 
''The Accidental Universe'' Cambridge University Press
 
 
 
De
 
Koninck, Charles 1994. “Le cosmos”.
 
''Laval Théologique et Philosophique''
 
50. 1. 111-143
 
 
 
Demaret,
 
Jacques – Barbier, Charles 1981 “Le
 
principe anthropique en cosmologie”. ''Revue
 
de Questions Scientifiques'' v.152 n.2.181-222 y n.4.461-509
 
 
 
Dicke, Robert 1961 “Dirac's Cosmology and Mach's Principle”
 
''Nature'' 192, 440-441
 
 
 
Dirac, Paul 1937. “The Cosmological Constants”. ''Nature'' v.139. 323
 
 
 
Eddington, Arthur.
 
1923. ''The Mathematical Theory of Relativity'' London, Cambridge University
 
Press
 
 
 
Einstein, Albert. 1917. ''Kosmologische
 
Betrachtungen zur allgemeinen Relativitätstheorie''. Preuss Akademie der Wissenschaften Sitzungberichte 142-152
 
 
 
Gale, George 1981. “The Anthropic Principle” ''Scientific American''. 245. 154-171
 
 
 
Hacking, Ian 1987. “The Inverse Gambler's Fallacy: the Argument
 
from Design. The Anthropic Principle Applied to Wheeler Universes”. ''Mind'' 96. n.383. 331-340
 
 
 
Harris,
 
Errol 1991 ''Cosmos and Anthropos: A Philosophical Interpretation of the
 
Anthropic Cosmological Principle'' Atlantic Highlands, Humanities Press
 
 
 
Kanitscheider, Bernulf
 
1991 “The Anthropic Principle and Its
 
Epistemological Status”. Agazzi, E – Cordero, A. (eds.) ''Philosophy and the Origin and Evolution of
 
the Universe'' Kluwer Academic Publishers
 
 
 
Katz, Jonathan 1988. “Why there is something: the anthropic
 
principle and improbable events”. ''Dialogue''
 
(Canada) 111-120
 
 
 
Khrapko, Radi 2003 “A
 
New Anthropic Principle” ''Astronomical and
 
Astrophysical Transactions ''vol. 22. no. 6. 847–850
 
 
 
Leslie, John. 1982. “Anthropic Principle, World Ensemble, Design”
 
''American Philosophical Quarterly.''
 
19. n.2. 141-151
 
 
 
1983. “Observership in Cosmology: the Anthropic Principle” ''Mind'' 92. 573-579
 
 
 
2000. “Our Place in the Cosmos” ''Philosophy'' Vol. 75. No. 291. 5-24
 
 
 
Maddox, John 1984. “New Twist for Anthropic Principle” ''Nature'' 307. 409
 
 
 
Maldamé,
 
Jean-Michel O.P. 1993. ''Le Christ et le
 
cosmos. Incidence de la cosmologie sur la théologie. ''Paris, Desclée
 
 
 
McMullin, Ernan.
 
1981.“How Should Cosmology Relate to Theology?” en Peacocke, A. (ed.) ''The Sciences and Theology in the Twentieth
 
Century ''University of Notre Dame Press 17-52.
 
 
 
Olum, Ken 2004 “Conflict
 
between Anthropic Reasoning and Observation” ''Analysis'' Vol. 64. No. 1. 1-8
 
 
 
Peters, Ted. 1998. ''Science and Theology. The New Consonance ''Boulder CO,
 
Westview Press
 
 
 
Polkinghorne, John.
 
2002. voz “riduzionismo” en ''Documentazione
 
Interdisciplinare di Scienza e Fede ''consultado el 2 de diciembre de 2015. www.disf.org/riduzionismo.
 
 
 
2007
 
“The Anthropic Principle and the Science and Religion Debate” ''The Faraday Papers ''[en línea
 
www.faraday-institute.org]
 
 
 
Reeves, Hubert. 1983.
 
''Astrofísica''. Buenos Aires, Orbis
 
 
 
Robson, John (ed.)
 
1989. ''Origin and Evolution of the Universe: Evidence for Design?''
 
Montreal. Mc Gill-Queen’s University Press
 
 
 
Ross, Hugh. 1989.
 
“Design and the Anthropic Principle”. Consultado el 4 de diciembre
 
<nowiki>de 2015. http://www.reasons.org/articles/design-and-the-anthropic-principle</nowiki>
 
 
 
Russell, Robert – Stoeger,
 
William – Coyne, George (ed.) 1988. ''Physics, Philosophy and Theology: a
 
Common Quest for Understanding'' Roma, Observatorio Vaticano
 
 
 
Sanguineti,
 
Juan José 1994. ''El origen del universo''. Buenos
 
Aires. EDUCA
 
 
 
Smart, John 1987. “Philosophical Problems of Cosmology”'' Revue Internationale de Philosophie'' a.41
 
n.160 f.1. 112-126
 
 
 
Smith, Quentin 1994. “Anthropic Explanations in Cosmology”'' Australasian Journal of Philosophy''. 72.
 
3. 371-382
 
 
 
1985. “The Anthropic Principle and Many-Worlds Cosmologies”. Consultado
 
el 4 de diciembre de 2015. www.faculty.umb.edu
 
 
 
Steinke,
 
Johann 2006.  ''Konsonanz
 
von Naturwissenschaft und Theologie ''Gottingen V&R
 
 
 
Swinburne, Richard
 
1968. “The argument from design”.''''''''Philosophy''
 
43. 199-211
 
 
 
Tanzella-Nitti,
 
Giuseppe 2002. voz “Antropico, Principio” en ''Documentazione Interdisciplinare di Scienza e Fede. ''consultado el 2
 
de diciembre de 2015. www.disf.org/principio-antropico.
 
 
 
Velázquez Fernández,
 
Héctor 2005. “Finalidad y principio antrópico entre la filosofía y la ciencia” ''Cuadernos de Anuario Filosófico''. Serie
 
Universitaria nº 171. 81-111 
 
 
 
Vernier, Jean-Marie
 
2011. “La question de Dieu relève-t-elle de la physique?”. ''Revue Thomiste ''111. 67-94
 
 
 
Wilson,
 
Patrick 1991. “What is the Explanandum
 
of the Anthropic Principle?” ''American
 
Philosophical Quarterly''. 28. 2.'' ''167-173
 
 
 
Zycinski, Joseph 1987.
 
“The Anthropic Principle and
 
Teleological Interpretations of Nature”. ''Review of
 
Metaphysics'' 41. 2. 317-333
 
 
 
''' '''
 
 
 
'''ENTRADAS RELACIONADAS'''
 
 
 
Ajuste fino
 
 
 
Autopoiesis y autoorganización
 
 
 
Causalidad
 
 
 
Ciencia y religion
 
 
 
Conocimiento natural de Dios
 
 
 
Cosmología y teología
 
 
 
Evolución
 
 
 
Fin del universe y escatología
 
 
 
Finalismo
 
 
 
Intencionalidad y causalidad
 
 
 
Las ciencias naturales en el
 
trabajo teológico
 
 
 
Naturalismo
 
 
 
Providencia y acción divina
 
 
 
Unidad del conocimiento
 
 
 
Universo
 
 
 
'''OTROS RECURSOS EN LÍNEA'''
 
 
 
“Was the Universe Made for Us?” www.anthropic-principle.com
 
 
 
“Documentazione Interdisciplinare
 
di Scienza e Fede” www.disf.org
 
 
 
“Grupo de Investigación Ciencia
 
Razón y Fe” www.unav.es/cryf
 
 
 
“Quaerentibus. Teología y Ciencias”
 
quaerentibus.org
 
 
 
El autor agradece al Dr. Claudio
 
Bollini por la revisión de su artículo y las observaciones hechas.
 
 
 
'''CATEGORÍAS'''
 
 
 
'''PALABRAS CLAVE'''
 
 
 
cosmología – hombre – principio –
 
finalidad - universo
 
 
 
'''GLOSARIO'''
 

Revisión de 17:26 6 jun 2016

Se trata de una expresión acuñada por el astrónomo Brandon Carter en 1974. El enunciado general de ese principio dice que “lo que podemos esperar observar tiene que estar limitado por las condiciones necesarias para nuestra presencia como observadores” (Carter 1974, 291). En términos más explícitos, el principio sostiene que todas las constantes de las que depende la estructura y el dinamismo del universo solo pueden adoptar valores extremadamente acotados por la circunstancia de que existe el hombre. Lo que este principio pretende enfatizar es el hecho de que la existencia humana requiere condiciones físicas tan rigurosas que, a partir de ella, es posible inferir con alto grado de especificidad y precisión las características de un universo capaz de acoger a nuestra especie.

Si bien se trata de un término propio del lenguaje de la cosmología, la discusión subsecuente involucró al poco tiempo a los representantes de la filosofía y de la teología, ya que las repercusiones en esos campos son obvias y muy poderosas. En esta exposición se mencionarán, en primer lugar, los antecedentes históricos y algunos desarrollos significativos acerca del tema. En segundo lugar se pasará revista a los principales indicios empíricos que dan sustento al principio antrópico. Finalmente se ofrecerán las claves fundamentales para una interpretación sapiencial de la cuestión, bajo un abordaje de sus aspectos filosóficos y teológicos.


1 Antecedentes  

En esta sección se ofrecerá una reseña de las etapas recorridas en el ámbito científico hasta llegar al enunciado del principio antrópico (en adelante PA), haciendo foco especialmente en los aportes del siglo XX.


1.1 El principio cosmológico  

En sus orígenes, el conocimiento científico se desenvolvió bajo una impronta fuertemente condicionada por el supuesto de la centralidad del hombre en el universo. Así, por ejemplo, la geometría se basaba en la concepción del espacio según la escala y configuración propias de lo circundante (de ahí el origen del término: “medida de la tierra”). Igualmente se asumía que todo cuanto existía se hallaba al alcance de la percepción humana. En tal sentido, la teoría de los cuatro elementos indicaba que los últimos constitutivos materiales (tierra, agua, aire y fuego) eran directamente identificables con cualidades táctiles (temperatura y humedad) y no se concebía un orden de realidad microscópico. En el otro extremo, el mundo no se extendía más allá de la región de las estrellas visibles. Además, la presunta inmutabilidad de los astros y de las especies vivientes se juzgaba de acuerdo al patrón de duración de la vida humana. Pero sin duda el rasgo más representativo de este sesgo es la concepción geocéntrica de la astronomía, según la cual el planeta Tierra, morada del género humano, yace inmóvil en el centro del universo, mientras los demás cuerpos celestes describen sus órbitas alrededor de él. Esta visión encontró un apoyo natural en la cultura medieval cristiana, donde el hombre era considerado, a la luz de la revelación divina, como imagen y semejanza de Dios y administrador de toda la creación (Gén. I, 26-30).

La revolución científica, desplegada a lo largo de los siglos XVI y XVII, modificó radicalmente este enfoque. El modelo copernicano desplaza a la Tierra del centro y la ubica como un planeta más girando en torno al Sol. La geometría analítica y el cálculo infinitesimal abren nuevos rumbos en la matemática más allá de lo intuitivo. El microscopio y el telescopio ensanchan el campo de observación de la naturaleza prolongando el alcance directo de los sentidos. Por último, ya en el siglo XIX, los aportes de la geología, la termodinámica aplicada a los procesos energéticos de las estrellas y la teoría darwiniana de la selección natural, terminan de configurar un paradigma donde el hombre aparece como un producto más de la evolución cósmica, y queda completamente destituido de todos sus privilegios como observador y en relación al resto del universo. Para describir esta mirada contraria a la perspectiva antropocéntrica se ha introducido la expresión “principio copernicano” (Bondi 1950, 12; Velázquez Fernández 2005, 82-86).

En 1917 Albert Einstein presentó en la Academia de Ciencias de Berlín su memoria titulada Consideraciones cosmológicas sobre la teoría de la relatividad general (Einstein 1917). Este acontecimiento es considerado por casi todos los autores como inaugural de la nueva cosmología. Esta disciplina, tan peculiar y ambiciosa por su objeto y sus alcances, llegó a su madurez gracias al considerable refinamiento de las técnicas de observación y a la audacia de las teorías físico-matemáticas de principios del siglo pasado.

A medida que se iban desplegando las investigaciones en este nuevo campo se conformó una estrategia metodológica en continuidad con el principio copernicano, al que se le dio una formulación mucho más general y explícita. Surgió así el denominado “principio cosmológico”, que establecía que no existen puntos de observación privilegiados en el universo, sino que desde cualquier ubicación es posible determinar el aspecto general y las leyes que lo gobiernan. Dejando de lado las variaciones a escala local, el universo en su conjunto es considerado perfectamente homogéneo e isotrópico (llamamos isotropía a la cualidad por la que el universo ostenta el mismo aspecto en cualquier dirección hacia la cual se observe). Inclusive en la perspectiva de un modelo de universo en expansión se puede afirmar que los valores de la velocidad de recesión de las galaxias son iguales desde cualquier punto de medición. De esta manera se desvanece todo resabio de antropocentrismo en beneficio de una absoluta “objetividad” en la descripción del cosmos.

El principio cosmológico fue asimilado como un logro de madurez para la joven cosmología. Sin embargo, en el seno de esta ciencia ya empezaba a incubarse un enfoque alternativo, que podría describirse incluso como anti-copernicano. El siguiente apartado permite conectar esa nueva perspectiva con el PA.


1.2 Especulaciones precursoras del PA  

Uno de los temas que atrajo la atención de los científicos fue el de las relaciones matemáticas simples entre los valores de las constantes físicas fundamentales. Arthur Eddington encontró varias fórmulas que conectan los valores de la constante de Planck, la velocidad de la luz, la constante de gravitación universal, la masa del electrón y del protón, la constante de Hubble y el radio y densidad media del universo. Todas esas fórmulas convergen en torno al valor 1040 y sus potencias (Eddington 1923).

Paul Dirac continuó con estas especulaciones dándole forma a una suerte de principio que sostiene que “dos cualesquiera de los grandes números sin dimensión (del orden de 1039 y 1078) que tienen lugar en la naturaleza están conectados por una relación matemática simple cuyos coeficientes son del orden de magnitud unidad” (es decir valores enteros menores que 10) (Dirac 1937). Se lo podría considerar una suerte de “principio de exclusión”, según el cual el cociente que se obtiene entre dos cualesquiera de aquellas fórmulas que integran las diversas constantes de la naturaleza no puede arrojar valores alejados de la unidad. Entre las consecuencias de dicho principio estarían, por una parte, la hipótesis de una variación temporal de la constante gravitatoria (que dejaría de ser constante), y por otra el apoyo al modelo de universo estacionario.

Por su parte, Fred Hoyle presentó varios trabajos en relación a los parámetros astrofísicos de tiempo necesarios para la formación de los elementos pesados en el núcleo de las estrellas. Su conclusión es que solo cuando dichos parámetros se definen bajo valores muy precisos puede desenvolverse la química estelar que permite la diseminación y recombinación de los elementos precursores de las estructuras vivientes (Barrow y Tipler 1986, 250-255; Ambrose 2011).

Estas insinuantes conjeturas, que comienzan a considerar seriamente la relevancia del hombre en el devenir cósmico, llegaron a su primera formulación rigurosa en un brevísimo pero trascendente artículo de Robert Dicke (Dicke 1961; Ambrose 2011). En él se sostiene que el valor de la edad del universo en las ecuaciones planteadas por Eddington y Dirac no puede diferir significativamente del que tiene ahora, pues de lo contrario no hubiera podido existir ningún ser humano para poder apreciarlo. Vale decir que la edad del universo actual está acotada entre un mínimo, en relación con el tiempo necesario para producir núcleos pesados indispensables para la vida, como el carbono, en las estrellas. A su vez, habrá un valor máximo, dictado por la supervivencia de aquellas estrellas aptas para albergar un planeta capaz de ser habitado por el hombre (en efecto, no todas las clases de estrellas poseen el tipo de actividad indicado para el nivel, regularidad y constancia del flujo de radiaciones que la vida necesita).

En 1973 apareció un llamativo trabajo de Collins y Hawking que plantea el problema de la isotropía del universo (Collins y Hawking 1973). Esta propiedad sospechada a partir del perfeccionamiento de la investigación telescópica desde el siglo XIX sirvió de base para la formulación del principio cosmológico que ya hemos citado. A su vez tuvo una espectacular confirmación en el hallazgo de la radiación de fondo, cuyo valor de 2,7º K se reveló sorprendentemente uniforme. El problema que surge aquí es que dicha isotropía no parecía tener una explicación satisfactoria.

Entre las condiciones iniciales a considerar, la que exhibe una peculiar sensibilidad a los efectos de la isotropía es la velocidad de expansión. A ello debe añadirse el hecho de que el universo no es actualmente homogéneo, sino que deben ser posibles niveles de concentración de materia capaces de engendrar sistemas galácticos, estrellas y planetas. Además, cualquier modelo cosmológico, aun cuando alcance transitoriamente un estado de isotropía, tiende inexorablemente a volverse no isotrópico. Ante semejantes dificultades, los autores acaban por reconocer la posibilidad de aplicar un criterio según el cual “en la medida en que la existencia de galaxias parecería ser una condición necesaria para el desarrollo de vida inteligente, la respuesta a la pregunta ‘¿por qué el universo es isotrópico?’ es ‘porque estamos aquí’” (Collins y Hawking 1973, 334).


1.3 Carter y la condicionalidad del observador  

El autor que con plena conciencia y explicitación abordó el tema, y a quien debemos el nombre de PA es el astrofísico Brandon Carter, quien en 1974 publicó un escrito fundacional sobre esta cuestión para el Simposio de la Unión Astronómica Internacional con motivo de los 500 años del nacimiento de Nicolás Copérnico.

Como lo señala Balashov (1992, 115), que el planteo de Carter aparezca en un homenaje a Copérnico resulta paradójico y simbólico. En efecto, nadie duda de la importancia de la teoría heliocéntrica para el desarrollo de la ciencia moderna, ni la utilidad metodológica que ha proporcionado la adopción del principio cosmológico. No obstante, Carter introduce el PA como “una reacción contra la exagerada sumisión al principio copernicano” (Carter 1974, 291). Luego de haber planteado el enunciado anteriormente citado, este autor separa dos versiones fundamentales de PA, conocidas como PA débil  y PA  fuerte. La versión débil sostiene lo siguiente: “Tenemos que estar preparados para tener en cuenta el hecho de que nuestra ubicación en el universo es necesariamente privilegiada hasta el punto de ser compatible con nuestra existencia como observadores (énfasis del autor)” (Carter 1974, 293). Por su parte, el PA fuerte se enuncia de la siguiente manera: “El universo (y, por consiguiente, los parámetros fundamentales de que depende) tiene que ser de tal modo que admita la creación de observadores dentro de él en algún estadio. Parafraseando a Descartes: ‘cogito, ergo mundus talis est’” (Carter 1974, 294).

El texto de Carter resulta un poco ambiguo en la caracterización de estas dos versiones. Los estudios posteriores concuerdan en su mayoría en que el PA débil es, paradójicamente, el más sólido en cuanto a su fundamentación, pero a la vez resulta trivial en su contenido. En efecto, dicha versión se limita a plantear el vínculo de consecuencia entre nuestra presencia como observadores y los rasgos del universo que la hacen posible. Tales rasgos son, pues, condición necesaria para la existencia humana. Incluso, en la visión de Barrow y Tipler (1986, 16) bastaría con establecer dichas condiciones como necesarias para la vida en general (por lo que, más que antrópico, debería llamarse principio biótico). Por otra parte, esta forma del PA no parece tener alcance estrictamente universal, sino solamente en el ámbito regional de lo que podemos observar (Ambrose 2011).

En cambio, el PA fuerte pretende ir más allá de lo tautológico, postulando que el universo está hecho en vistas del hombre como condición suficiente para su existencia. Tal afirmación excede claramente la posibilidad de una justificación científica y remite a un entorno filosófico donde se discuten cuestiones tales como el materialismo, el determinismo y el finalismo de la naturaleza. Además, a diferencia del PA débil, abarca la totalidad del universo.

La propuesta de Carter suscitó poderosas repercusiones en el ámbito especializado, que prontamente involucraron a representantes de la filosofía y de la religión. En la próxima sección se expondrán algunos ejemplos de aquellos rasgos del universo que ponen de manifiesto la condicionalidad antrópica.


2 Indicios empíricos  

La cantidad de testimonios que la ciencia ha ido acumulando en los últimos tiempos en relación a la especificidad antrópica del universo es apabullante. Por cierto no es posible, ni tampoco pertinente, exponer en este lugar todos y cada uno de los puntos en que se aprecia dicha correlación. Por lo demás, en muchos casos debería recurrirse a un lenguaje de alto nivel técnico matemático de muy difícil manejo. Bastará con recopilar los ejemplos más enfáticos y accesibles a la comprensión general, teniendo en cuenta que, esquemáticamente hablando, se trata de mostrar cómo una ínfima variación del valor de determinada magnitud haría imposible o al menos enormemente improbable la existencia humana.


2.1 Constantes fundamentales  

Existe un amplio repertorio de magnitudes físicas gracias a las cuales es posible enunciar matemáticamente las leyes que describen el comportamiento del mundo natural. Muchas de ellas permiten poner en evidencia el ajuste extremo que supone la posibilidad de acoger la vida humana en el universo. Empezaremos por las que expresan valores relacionados con las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza.

Ante todo, la constante de gravitación universal. Si su valor fuese levemente superior beneficiaría la formación de estrellas masivas. Si bien son las estrellas gigantes las que producen los núcleos pesados y permiten la expansión de los elementos esenciales para la vida, su combustión es demasiado rápida para permitir la formación y eventual persistencia de estructuras vivientes. En cambio, si fuese un poco inferior, sólo se formarían estrellas pequeñas, incapaces de producir los elementos pesados capaces de formar los planetas y las condiciones para la vida (Leslie 1982, 142).

En segundo lugar, la fuerza nuclear fuerte. Se trata de la fuerza responsable de la cohesión interna de las partes del núcleo atómico. Si el valor de esta constante fuese inferior no podría estabilizarse la formación de hidrógeno pesado o deuterio, el cual constituye el primer eslabón en la cadena de nucleosíntesis del helio y los demás elementos en la caldera estelar. El universo estaría exclusivamente poblado por estrellas de hidrógeno puro, de vida efímera (unos 107 años). Si el valor resultase superior, por el contrario, en poco tiempo todo el hidrógeno se transformaría en deuterio y helio agotándose el combustible básico de las transformaciones nucleares (Leslie 1982, 142).

En tercer lugar, la fuerza nuclear débil es la responsable de los procesos de decaimiento de partículas, tales como la radioactividad. En la llamada desintegración beta el neutrón degenera en protón, electrón y antineutrino. El valor de esta fuerza debe ser suficientemente bajo para permitir que los neutrinos logren escapar del núcleo de las supernovas y a la vez suficientemente alto para que los elementos pesados contenidos en las capas exteriores de la estrella puedan ser efectivamente liberados al espacio. Por otra parte, el valor exacto de esta constante influye en el número de neutrones disponible en los primeros minutos después del Big Bang y, consecuentemente, en la cantidad de helio que se produzca: una ligera variación significaría insuficiencia o sobreabundancia de helio y, en ambos casos, la imposibilidad de generar los constituyentes elementales de la vida en la proporción adecuada (Leslie 1982, 142).

Finalmente, la constante de acoplamiento electromagnético es la que regula la interacción entre el núcleo del átomo y los electrones que lo envuelven con sus órbitas. De este modo, si el valor de la constante fuese muy bajo el núcleo no podría “capturar” electrones y se desvanecería la estabilidad del átomo. Por el contrario, si fuese muy alto los electrones estarían demasiado fijos en sus órbitas y no permitirían el intercambio que posibilita la combinación atómica y la formación de moléculas (Atkins 1995, 12).

Puede agregarse que, dado que las cuatro fuerzas básicas de la naturaleza operan solidariamente, también se advierten ajustes en sus múltiples relaciones recíprocas. Para empezar, la proporción de intensidad relativa entre ellas es crucial. Así, cuando la fuerza “fuerte” se toma como unidad, la fuerza electromagnética vale 10-2, la fuerza débil 10-13 y la fuerza gravitatoria 10-38. Además, la división de las estrellas de la secuencia principal en gigantes azules y enanas rojas depende de un balance crítico entre la intensidad de la interacción electromagnética y la gravitatoria (Leslie 1982, 142; Carter 1974).


2.2 Otros parámetros relevantes  

Si la relación entre las masas del neutrón y el protón excediese del 0,2% se abreviaría la vida media del neutrón causando su decaimiento total antes de que la evolución del universo permita la nucleosíntesis del helio. En el caso del protón y el electrón, la relación entre sus masas es de 1836. Un valor ligeramente superior o inferior impediría la formación de moléculas y, por lo tanto, de la vida (Ross 1989).

A pesar de la considerable diferencia de masa, la exacta coincidencia en el valor de carga de estas partículas también es decisivo. De otro modo los átomos de hidrógeno se rechazarían eléctricamente con más vigor que la atracción gravitatoria, y así no podría darse la condensación previa a la formación de galaxias (Leslie 1982, 143).

La estabilidad del protón es una variable de la que depende la cantidad de materia y el nivel de radiación presentes en el universo. El protón está formado por tres quarks, que bajo la acción de ciertas partículas denominadas bosones decaen en antiquark, pión y electrón positivo. Lo notable es que el decaimiento ocurre, en promedio, a los 1032 años. Si esa estabilidad disminuyese se liberaría una cantidad de radiación incompatible con los grados superiores de vida. Si, por el contrario, el protón fuese aún más estable (a pesar de que el universo tiene “apenas” 1010 años) no se habría engendrado suficiente materia en los comienzos del cosmos para permitir la evolución de la vida (Ross 1989).

Otro dato crítico tiene que ver con la entropía del universo, un concepto técnico del que se deriva el coeficiente de concentración y dispersión de la energía. Un posible indicador del nivel de entropía es la relación entre el número de fotones y de bariones (partículas fermiónicas pesadas, como el protón y el neutrón), estimada hoy por hoy en 109. Si este número fuese algo superior no alcanzarían a condensarse los sistemas galácticos ni, por ende, las estrellas. Si fuese inferior, los sistemas galácticos capturarían la radiación impidiendo nuevamente la formación de estrellas (Sanguineti 1994, 215).

Como se sabe, las partículas de la misma especie y de carga opuesta se destruyen recíprocamente (proceso que los físicos denominan “aniquilación”) con liberación de fotones. La teoría establece que sólo el número vigente (1010 + 1 quarks cada 1010 antiquarks) impide a la vez la destrucción irrefrenable de la materia y un nivel excesivamente bajo de entropía. Según se estima, semejante asimetría, por demás fundamental en la formación del universo, aconteció en el orden de los 10-35 segundos después del Big Bang (Sanguineti 1994, 199).

Uno de los ejemplos más estremecedores es el de la formación del carbono. En efecto, es bien sabida la importancia de este elemento para la constitución de la vida. Ahora bien, la síntesis estelar del carbono presentaba serias dificultades de explicación, y la solución de este reto es mérito de Hoyle. Las formas conocidas o supuestas hasta entonces consideraban reacciones a partir del helio o del berilio que, indefectiblemente, arrojaban valores muy inferiores a los vigentes, ya que la presencia de vida requiere una cantidad apreciable de carbono. La explicación de Hoyle muestra la delicadísima trama de circunstancias que hacen posible la síntesis del carbono: abundancia de helio, estabilidad del berilio, nivel de energía del oxígeno (Reeves 1983, 63-76).

También es digno de mencionarse el grado de uniformidad estructural del cosmos. A gran escala (en ámbitos superiores a los 200 Megaparsecs) el universo es homogéneo, pero por debajo de esa escala da cuenta de ligeras desigualdades, debidas a la concentración de sistemas galácticos. El nivel actual corresponde por un mínimo margen al adecuado para la vida. Las condiciones iniciales sólo admitirían un margen entre 10-3 y 10-4. Si la primitiva irregularidad hubiese sido ligeramente menor, no se habrían llegado a formar las galaxias. De haber sido apenas superior, hoy sólo quedarían agujeros negros diseminados en un vacío casi absoluto (Leslie 1982, 141-142).

Finalmente, citaremos el valor de la tasa de expansión del universo. Los modelos cosmológicos dependen de la relación entre la potencia del Big Bang y la atracción gravitatoria entre las masas. Si la primera superase a la segunda más allá de un cierto rango, la dispersión de la materia no hubiera permitido la condensación de las galaxias. En el caso contrario, el colapso de la masa primitiva no daría tiempo a la formación de aquellas estructuras. Lo verdaderamente notable es la precisión con que debieron balancearse ambas tendencias en los instantes iniciales del universo, ya que se la ha calculado en el orden de 10-56 (Barrow y Tipler 1986, 408-412).

Como se dijo al comienzo de esta sección, el número de ejemplos y el nivel de ajuste evidenciado en cada uno de ellos constituyen una evidencia apabullante a favor del PA (una recopilación muy completa se puede encontrar en Barrow y Tipler 1986 y en Ross 1989). De aquí surge la expresión fine tunning (sintonía fina) con la que se describe el aspecto de diseño claramente apreciable en el universo. Seguidamente se desarrollarán algunas consideraciones a propósito de la discusión sobre el significado, la aplicación y las repercusiones del PA.


3 Interpretaciones del PA  

Lo que hemos de abordar aquí es el debate acerca del verdadero alcance y de las implicancias que este tema ofrece. El PA no solo se ha prestado a múltiples formulaciones, sino también a valoraciones muy disímiles. Pueden encontrarse autores indiferentes ante el asunto, o que son bastante duros con él. Otros, por el contrario, se entusiasman y regocijan con la idea hasta el punto de querer extenderla mucho más allá de lo que parece admisible, o la convierten en una suerte de principio supremo, o incluso un argumento contundente para sostener concepciones metafísicas con algo de misticismo. Algunos creen que a partir de aquí se enciende una nueva luz para disolver los grandes enigmas pendientes de la cosmología. Para otros, en cambio, es más bien un nuevo misterio que se agrega. En cualquier caso, desde el momento en que se pone en juego una concepción de la totalidad de las cosas, y que en esa concepción se presenta como referente nada menos que la especie humana, y si a esto se añade la lucha interior que agobia al hombre, que por momentos quiere sentirse dueño y señor de lo creado y por momentos se empequeñece abrumado por la inmensidad inhóspita del cosmos, no cabe duda de que se trata de un asunto más que estimulante para la reflexión (Vernier 2011).

Lo que debe destacarse ante todo es la efectiva existencia de dos enfoques distintos de la cuestión. Hay, en efecto, una primera línea, que en adelante identificaremos como interpretación gnoseológica, que se propone señalar el factor de selectividad que impone al contenido de nuestras observaciones el hecho de que efectivamente estemos aquí para observar. En este sentido, el PA definiría un modelo explicativo a posteriori, consistente en mostrar que tales o cuales rasgos del universo son condición necesaria para la existencia de quienes los observan.

Pero su función se agotaría justamente en lo formal, de tal suerte que, en virtud de este principio así entendido no puede probarse ni refutarse que haya algo más que las condiciones de nuestra existencia nos impidan contemplar (vg. otros universos), o que todo lo que observamos tiene carácter de condición para nuestra existencia, o que existamos como consecuencia necesaria de la presencia de esas características, ni mucho menos que estas circunstancias exijan la postulación de una causa final y, en última instancia, de un Ordenador inteligente. Cualquiera de estas últimas afirmaciones constituyen, entonces, lo que podríamos denominar interpretación ontológica del PA, el cual, en resumidas cuentas, sostendría que la relación de adecuación de las cosas al hombre no es sólo un rasgo de nuestro modo de mirar, sino de las cosas mismas. En otras palabras: no es que el universo material sea así porque no soy capaz de verlo de otro modo, sino que es así porque está en su razón de ser el hacer posible mi existencia. Seguidamente procuraremos ver esto con un poco más de detalle.


3.1 Interpretación gnoseológica  

Parece unánime entre los expertos reconocer que la fuerza fundamental del PA está en la necesidad condicional: un hecho (la existencia del hombre) explica todo aquello sin lo cual no sería posible (esto es, las propiedades del mundo). No hay duda respecto de que todas las cosas, y el hombre en particular, tienen un carácter condicionado. En todo caso, la cuestión es si dicha condicionalidad supone efectivamente algún sesgo en la determinación de los atributos del universo, o acaso deba quedar como una simple trivialidad. Y si se diera lo primero, quedará por indagar si la pauta de selectividad establecida por este principio responde a una causalidad meramente fortuita o más bien de tipo intencional.

Ya hemos tenido oportunidad de enumerar unos cuantos datos significativos desde el punto de vista científico que avalan justamente el carácter altamente específico que impone la presencia humana en el mundo. Ahora, en instancia interpretativa, empezaremos por exponer ciertos puntos referidos al PA como pauta de conocimiento acerca del universo.


3.1.1 El trascendentalismo  

Hay una interpretación bastante difundida, según la cual el PA no sería más que una versión elaborada de los planteos de  Immanuel Kant, según los cuales el mundo no se presenta más que de acuerdo a lo que permiten las condiciones a priori que plantea el sujeto que observa. Este modo de pensar, fuertemente arraigado en muchas corrientes epistemológicas, podría denominarse trascendentalismo, y ha sido ilustrado con la imagen de una red de pescar cuya trama determina a priori el tamaño mínimo de los peces que puede capturar (Sanguineti 1994, 242).

Digamos que no es lo mismo el sesgo que suponen las condiciones del conocimiento que aquel que exige nuestra misma existencia. No es lo mismo decir si el Sol no emitiera radiación dentro del espectro visible no podríamos verlo que decir si el Sol estuviera más cerca o más lejos de la Tierra no estaríamos aquí para verlo. En efecto, el sesgo kantiano se restringe al orden formal: de todas las determinaciones actuales de las cosas, sólo conocemos aquellas aptas para inmutar nuestras facultades. El sesgo antrópico, en cambio, pertenece al orden existencial: de todas las determinaciones posibles del mundo sólo se realizan las que son compatibles con la existencia humana, y por lo tanto no podemos esperar conocer otras que esas.

Lo que se pone de relieve en esta perspectiva es la imposibilidad de concebir para nosotros un mundo incompatible con la observabilidad, o, si se prefiere, la imposibilidad de describir el universo tal como absolutamente es pasando por alto el sesgo que suponen las limitaciones a priori de nuestra observación (Barrow y Tipler 1986, 2).


3.1.2 Alcances explicativos del PA  

3.1.2.1 ¿Por qué principio?  

El conocimiento humano tiende, por naturaleza, a organizarse en relación a principios. La capacidad del intelecto de referir la fragmentación del dato empírico a la unidad de los principios no es otra cosa que el fundamento de la ciencia y, en sentido eminente, de la sabiduría.

Si bien en toda forma de saber cabe una cierta sistematización orientada según los principios, en el caso de las ciencias particulares estos asumen características especiales. Se trata de ciertas proposiciones de valor conjetural, hipótesis de máxima generalidad, con las cuales se pretende formalizar un sistema unificado de enunciados particulares, de tal suerte que, a partir de esos principios, sea posible, por una parte, dar razón de un conjunto de leyes o datos puntuales, y por otra deducir nuevas leyes o predecir nuevos fenómenos.

Por lo tanto, el espíritu que lleva a buscar esos principios no es solamente el afán contemplativo de llegar a la unidad en términos ontológicos, sino también la búsqueda de una economía de pensamiento. Existe al respecto una profunda tensión en el ámbito de la filosofía de la ciencia acerca de la auténtica interpretación de las teorías o modelos científicos, entre quienes les atribuyen un fundamento real, por lo que estas ciencias alcanzarían la verdad sin más, y quienes, por el contrario, rechazan ese fundamento o al menos no lo consideran como referente de la labor científica, la que sólo se ocupará de elaborar construcciones teóricas capaces de dar razón de un cierto dominio de fenómenos suficientemente constatados.

En cosmología el recurso a los principios se justifica además por un motivo especial: la vastedad eventualmente infinita del universo parece tornar inviable toda inducción a partir de la mera experiencia humana. El método científico aplicado a la exploración del cosmos plantea un severo desafío, ya que las condiciones extremas del universo con respecto a lo observable imponen una suerte de censura a nuestros limitados recursos intelectuales: ¿qué habrá más allá del alcance de los más poderosos telescopios concebibles? ¿Qué habrá en el corazón de un agujero negro? ¿Qué aconteció en la singularidad de los primeros momentos del universo, antes de lo que nuestras ecuaciones más audaces pueden rastrear?

El ejemplo más cercano que podemos tomar como comparación es el del principio cosmológico. Ya hemos visto cómo a partir de Copérnico se inicia un camino firme hacia la descentralización del hombre con respecto al cosmos, de suerte que, finalmente, se proclama la necesidad metodológica de rechazar cualquier afirmación o explicación que invoque algún tipo de privilegio para la condición humana. Ya en nuestro siglo se diseñó a partir de esta idea un principio enunciado en términos positivos: el universo es isotrópico y homogéneo, vale decir que desde cualquier punto de referencia puede observarse el mismo aspecto hacia cualquier dirección.

Algunos autores hacen notar que existe un fuerte apoyo experimental en favor del principio cosmológico a partir de varios fenómenos bastante bien establecidos (Merleau-Ponty 1971, 39-40). Así también se concede el mérito de este principio para preservar la distinción entre la reflexión científica y las interpretaciones finalistas o creacionistas de cuño metafísico. No obstante, y a pesar del dilatado consenso que ha ganado entre los científicos, conviene tener presentes algunos puntos frágiles. Entre ellos la negación del hecho incontrastable de nuestra posición peculiar como observadores, que hace parecer artificiosa la pretensión de “objetividad absoluta”. Y también el carácter en cierto modo arbitrario de ese principio, lo cual se debe, en el fondo, a nuestro punto de vista marginal en la inmensidad del cosmos.

Esta breve discusión sobre el principio cosmológico no tiene otro objeto que ilustrar las características (y los riesgos) que posee el razonamiento científico a partir de principios a priori o demasiado generales. Si nos trasladamos al caso del PA, constatamos que la intención que lo puso en vigencia es semejante. Así como alguna vez se creyó en el dominio exclusivo de las formas circulares y esféricas en el universo, o en la imposibilidad de admitir cualquier norma que señalase algún privilegio en cuanto a la posición del hombre en el océano cósmico, el PA ha prestado a la cosmología el servicio de ponerse como fundamento de todas aquellas propiedades del universo en su conjunto que, sin poderse deducir de ningún plexo de condiciones iniciales, pueden resolverse como condición necesaria de la existencia humana. Pero sobre todo permite acotar en extremo los márgenes en que cabe definir tales condiciones iniciales. Acaso la función más importante de este principio es la de sintetizar numerosos hechos y pautas que se descubren en el universo, y muy en especial aquellos que revelan una coincidencia altísimamente improbable o un alto grado de orden.

De acuerdo con las observaciones de Alonso (1989, 109-116), y en sentido contrario a las manifestaciones de muchos científicos, el PA estaría mucho más de acuerdo con las exigencias del discurso científico que el principio cosmológico. En efecto, si lo despojamos de interpretaciones abusivas o de proyección filosófica (que sin dejar de ser lícitas promueven la confusión), se trata de un esquema de razonamiento irreprochable, tanto en su validez formal (que enseguida indagaremos) como en la constancia de los hechos en que se sustenta, como son nuestra propia existencia y las condiciones que ésta exige bajo el supuesto de las leyes actualmente aceptadas. Por el contrario, el principio cosmológico es una afirmación de valor más bien apriorístico, que no se basa en hechos conocidos sino más bien en la necesidad de cubrir una ignorancia insalvable, y que resulta por lo tanto mucho más especulativo.


3.1.2.2 ¿Por qué antrópico?  

Evidentemente, si tenemos en cuenta las austeras intenciones que reveló su creador, Brandon Carter, detrás de esta denominación sólo existe la referencia al hombre como aquella especie cuya existencia plantea, de hecho, ciertas condiciones necesarias en las características del universo. No debería buscarse, tal vez, ningún otro propósito, como no lo hay, por ejemplo, en la denominación sapiens aplicada como nombre científico de la especie humana. No obstante, la palabra ha provocado tantas suspicacias y apasionamientos que el propio Carter debió declarar luego que, de haber sabido que ocurriría tal alboroto, habría pensado en otro nombre (cognizability principle) para caracterizar lo que a su juicio no es más que una pauta de auto-selección del conocimiento (Carter 1983). Vamos a referirnos a esta suerte de controversia "ideológica" al tratar justamente la objeción de antropomorfismo que muchos enrostran a los partidarios del principio.

Por el momento, puede notarse que, en su formulación original, el PA habla de observadores y no de hombres, pero es obvio que se trata de observadores capaces de plantearse a sí mismos como tales y las cuestiones que dicha condición da a lugar. En definitiva, no cabe pensar sino en observadores inteligentes. No es el punto discutir aquí la posibilidad o aún la probabilidad de que haya vida inteligente en otros rincones del universo. No obstante, resulta indudable que, si bien la exclusividad del hombre como habitante personal del cosmos enfatizaría aún más la extraordinaria selectividad y refinamiento del orden natural, la existencia de otros seres racionales sería un argumento favorable al PA fuerte si se quiere hacer hincapié en las generosas virtualidades de la naturaleza bajo condiciones específicas. Si la vida inteligente proliferara en otras partes del universo, la explicación basada en la presencia de una tendencia natural prevalecería más nítidamente sobre aquella que invoca el factor azar.


3.1.2.3 Formalismo del PA  

Planteadas en su generalidad, las diferentes formulaciones del PA no hacen más que destacar el carácter necesario de ciertas condiciones presentes en el universo para que resulte posible la existencia humana. Ahora bien, dado que evidentemente el hombre existe, de ahí se deduce necesariamente la existencia de aquellas condiciones. Así, por ejemplo, se dice que Si no se diera que las constantes físicas asumen tal o cual valor, o la proporción de materia y antimateria es tal, y así sucesivamente, entonces no podría existir el hombre. En términos más abstractos

Si no X, entonces no A

siendo X cualquiera de los fenómenos cosmológicos a los que se aplica esta argumentación. De aquí puede afirmarse que

Si A entonces X

con lo cual la “explicación” antrópica de X consiste en probar que se sigue necesariamente de A (Alonso 1989, 87-92). Esta forma de argumentación aparece sistematizada por primera vez en Aristóteles, quien entendía que la necesidad que la ciencia debe buscar en las cosas podía darse a priori, es decir desde las causas antecedentes, y en ese caso estaríamos en un esquema afín al determinismo clásico, o bien a posteriori, según la cual, en vista de los resultados que alcanza algún proceso natural, se infiere que han debido ponerse los medios hipotéticamente necesarios para tal desenlace (Aristóteles Física II, 9).

Esta consideración sobre la formalidad del AP exige algunas aclaraciones. En primer lugar, el contexto en que Aristóteles formula la necesidad a posteriori tiene que ver con la afirmación de la causalidad final, es decir la presencia de una inclinación intrínseca en la naturaleza que la conduce espontáneamente a su término perfectivo. Sin embargo, hablando estrictamente, no es inevitable reconocer la presencia efectiva de un orden finalista para poder plantear el esquema visto. En este tipo de estructura argumentativa, la percepción de un vínculo condicional no autoriza a abrir juicio sobre las causas que efectivamente ponen la condición. Así, pues, asignar improbabilidad a un cierto orden de cosas con la intención de sugerir un diseño es adjudicar al mundo alguna propiedad absoluta que excede el mero formalismo lógico, ya que la exigencia de una necesidad condicional no basta para provocar la condición.

En segundo lugar, es un error creer que, a partir de la relación de consecuencia que se funda entre la existencia humana y las características del universo, ya no queda nada más por explicar. Se ha planteado, efectivamente, que la frase de Carter cogito, ergo mundus talis est da sustento a la convicción de que el mérito del PA está, precisamente, en clausurar por completo toda especulación sobre misterios, demiurgos y designios. Semejante forma de pensar ha sido caracterizada con el título de filosofía antrópica (Craig 1987, 441).

Ciertamente, podría pensarse que la afirmación del PA es trivial y redundante, en la medida en que todos los seres son condicionados, y que la simple comprobación de su existencia deriva en la no menos simple certificación de que las condiciones necesarias se han cumplido. ¿Qué puede haber de interesante al sostener que tales y cuales condiciones deben cumplirse, ya que de lo contrario no podríamos existir ni mucho menos reflexionar sobre ello?

Aquí es donde se presenta, tal vez, el rasgo más considerable del AP: que esas condiciones sean absolutamente necesarias (o casi) no significa que sean obvias. En cualquier momento de la historia, y por muy precaria que fuese la información disponible, se hubiese aceptado sin reparos que el hombre no existiría si el universo no diera lugar a esa posibilidad. Pero lo notable es que, a medida que avanza nuestra comprensión de la naturaleza, la conexión entre ella y el hombre se ve cada vez como más determinante. Sólo en este contexto cobra sentido, por ejemplo, el aparente derroche de espacio y tiempo que se requieren para el advenimiento de la especie humana. El formalismo basado en la necesidad condicional permite, en el caso del PA, tomar conciencia de la profunda unidad y coherencia que posee nuestro mundo, así como de la extraordinaria singularidad de la especie humana. Justamente el mérito central de la idea antrópica es poner de manifiesto un vínculo de condicionalidad no sospechado anteriormente entre el cosmos y el hombre. (Tanzella-Nitti 2002; Sanguineti 1994, 242-243).


3.1.2.4 En qué sentido PA no es explicativo  

Las restricciones al valor explicativo del PA habría que buscarlas, principalmente, en dos direcciones. En primer lugar, advirtiendo que, de la misma manera que no parece necesario adjudicar a todas y cada una de las características del hombre un efecto de selección antrópico, tampoco es sencillo afirmar que todo lo que hay y todo lo que ocurre en el universo está efectivamente condicionado en términos antrópicos. Las leyes naturales, al menos en el estado en que hoy las conocemos, parecen más bien sugerir un comportamiento probabilístico, tendencial, en el que la preponderancia de ciertos logros no descalifica la presencia de otros a modo de residuos o repercusiones indiferentes al plan general. En otras palabras, las mismas razones antrópicas para justificar un universo tan dilatado en el espacio y en el tiempo son las que dan pie a la posibilidad de que ese universo no esté distributivamente ordenado a la existencia humana, sino que, por decir, sea técnicamente irrelevante el número exacto de galaxias y estrellas que lo habitan, o el porcentaje exacto en que se halla en la naturaleza un elemento químico no significativo (Alonso 1989, 126-136).

Pero no cabe duda de que la salvedad más importante proviene de la diferencia entre el sentido gnoseológico y el sentido ontológico con que puede interpretarse este principio. Si permanecemos en la línea gnoseológica nuestra explicación se reduce a mostrar cómo el orden de las cosas, aparentemente contingente en sí mismo, se contrae a la necesidad que surge de la existencia del hombre. Estamos hablando de un sesgo definido por la peculiaridad de la condición humana. Pero no estamos aún autorizados a responder a la pregunta crucial: por qué, al fin y al cabo, el hombre existe, y, especialmente, por qué existe a pesar del altísimo costo que implica su existencia. En efecto, probar que el mundo es acogedor no es lo mismo que mostrar cómo es que ha llegado a serlo. Se supone que cualquier arquitecto es capaz de emplear los mismos argumentos de coherencia para justificar cada una de las partes del diseño de una casa o un edificio, pero aún queda pendiente la cuestión acerca de la construcción misma del edificio. Por eso debemos dar paso inmediatamente al desarrollo del segundo aspecto de la interpretación del PA.


3.2 Interpretación ontológica  

Según esta perspectiva, el intento de diluir la fuerza del PA en una mera trivialidad omite la debida comprensión de las relaciones de causalidad. Volviendo nuevamente a Aristóteles, puede decirse que algunas cosas suceden bajo necesidad condicional o a posteriori, según la cual puesto un efecto se infieren necesariamente las causas o condiciones según las cuales se produjo, mas no a la inversa. A partir de que todo lo que acontece deviene necesario con necesidad de hecho (esto es, en cuanto ha efectivamente acontecido), y de la extendida identificación que se hace entre causalidad y determinismo, se entiende la confusión entre el orden lógico y el ontológico. Si bien es posible reconstruir apodícticamente una secuencia causal a partir del efecto último, no se sigue que esa secuencia haya acaecido necesariamente. Para ejemplificar esto, el filósofo griego habla de alguien que ingiere alimentos salados y sale de su casa en busca de agua para calmar la sed. Entonces se encuentra con unos ladrones que lo atacan y le dan muerte. Una cosa es explicar la causa de la muerte y otra la pretensión de inferir que todo aquel que consuma alimentos salados acabará muerto por ladrones (Aristóteles Metafísica VI, 3).

De modo, pues, que no tiene cabida excusarse de una explicación de la existencia humana y de las condiciones que la hacen posible como si la secuencia causal en su conjunto no hubiese podido ser de otro modo. Lo que justamente debe hacerse notar en este momento es la diferencia capital que existe entre decir que el universo debe poseer determinadas características y decir que nosotros debemos observar en el universo solo determinadas características. No es ciertamente sorprendente que no observemos en el mundo condiciones incompatibles con nuestra existencia. Pero no por ello deja de ser sorprendente que sólo existan aquellas condiciones que son compatibles con nuestra existencia. Es obvio para cualquier hijo que no estaría aquí si sus padres no se hubiesen conocido, pero no es obvio que no hubieran podido no hacerlo. Si acaso sobrevivo a un pelotón de fusilamiento no debe sorprenderme el no estar muerto (de otro modo mal podría sorprenderme), pero es más que sorprendente que ninguno de los tiradores haya dado en el blanco. En el primer caso hay un modus ponendo ponens que involucra una proposición condicional: si me interrogo luego no estoy muerto. Lo difícil es probar la premisa que afirma el antecedente: ¿cómo es posible que, en efecto, aún esté con vida? (Sanguineti 1994, 242-243).

Estas reflexiones introductorias nos habilitan ya para plantear el interrogante fundamental que resume el aspecto ontológico del PA. Hasta ahora tenemos por cierto que el hombre existe y que su existencia implica ciertas condiciones especialísimas a escala universal que, obviamente, se cumplen. Pero también sabemos que, en función de las leyes según las cuales parece regirse el dinamismo cósmico, dichas condiciones, precisamente por ser especialísimas, son extraordinariamente improbables. Entonces, la pregunta es: ¿por qué ocurre algo cuya probabilidad a priori tiende a 0? Aquí aparecen dos líneas de respuesta posibles: si existe un universo de suyo extremadamente improbable, es porque

a) debe haber condiciones, no apreciables en primera instancia, que hagan a ese universo algo más bien altamente probable;

b) en el fondo la existencia del universo no debe ser considerada como un hecho aleatorio.

La primera opción constituye lo que podríamos llamar la vertiente naturalista, que intenta subsumir el fenómeno de las grandes coincidencias cosmológicas en pautas estrictamente naturales, sin recurso alguno a la intencionalidad. La segunda alternativa conduce a la línea teleológica, que postula la presencia de un curso finalista en la organización del universo. Expondremos seguidamente ambas opciones.


3.2.1 La vertiente naturalista y el principio de plenitud  

Una vez que en ciencia se definen los principios hay que establecer cómo funcionan, esto es, cómo se expresan operativamente para dar lugar a los fenómenos que se supone tratan de explicar. Si se quiere tomar un ejemplo análogo, la biología se maneja bajo el régimen del principio o teoría de la evolución de las especies, entendida más o menos como la tendencia de la biósfera a derivar formas vivientes más complejas a partir de otras menos complejas. Sin embargo, más allá del hecho en sí de la evolución, que por lo menos a grandes rasgos hoy en día casi nadie cuestiona, subsiste la controversia acerca de cómo opera la evolución, es decir, de qué manera o con arreglo a qué leyes se verifica dicha tendencia. Así aparecen las especulaciones de Lamarck sobre la herencia de los caracteres adquiridos, Darwin y la selección natural, Gould y los grandes saltos evolutivos, Monod y la síntesis de azar y necesidad, etc.

Este ejemplo ofrece otra semejanza con el tema que estudiamos. Efectivamente, cuando en su momento se postuló la teoría de la evolución, sobre todo con la obra de Darwin, se generó una verdadera conmoción intelectual ya que por primera vez se concebía lo que podríamos llamar un mecanismo creador, vale decir, una secuencia de procedimientos naturales capaz de engendrar orden, algo que hasta entonces sólo podía pensarse como directamente atribuible a una causa inteligente, en este caso de orden divino. Tal vez lo más fascinante que siempre tuvo esta concepción es precisamente la posibilidad de una alternativa al modelo creativo-artesanal cuya descripción según el Génesis parecía quedar superada.

En relación a la naturaleza del universo podríamos reconocer un esquema de reflexión similar: he aquí una totalidad imbuida de un fortísimo sentido de orden y armonía, a los cuales el PA puede expresar en términos de adaptación a la existencia humana. Los cálculos matemáticos que reflejan la exorbitante improbabilidad de esa configuración desacreditan de plano la actitud de encogerse de hombros como si una cualidad semejante careciese de toda relevancia. De modo que no quedan más que dos posibilidades a la vista: o bien interpretamos esto como una manifestación de la Inteligencia Divina, o bien apelamos a mecanismos naturales, esto es, a patrones de selectividad interna puramente inmanentes.

Pero aquí el problema se agrava, ya que no se trata de una selección entre diversas partes del universo, como serían las múltiples especies o individuos vivientes con sus diversos grados de adaptabilidad, sino de una selección de la que resulta el universo mismo. Lo que es aquí verdaderamente desafiante es concebir al universo no ya como escenario de todo resultado posible, sino como un resultado en sí mismo, como algo que sea a la vez un producto (algo hecho o engendrado) pero de índole física  o natural (no como obra de una Causa Trascendente). En este contexto aparece la hipótesis conocida como de los universos múltiples.

La idea general que la inspira sería la siguiente: dado que el universo testimonia un ajuste extraordinario de sus partes a fin de hacer posible la vida y la existencia humana, y considerando impropia del discurso científico una hipótesis de diseño que conduzca a la afirmación de un Artesano Divino, debe admitirse que este universo resulta de alguna forma de selección aplicada sobre un conjunto de universos, con respecto al cual tenga sentido definir las condiciones de adaptabilidad que este tiene. Debe pensarse, pues, que existen otros mundos que le den sentido a la pregunta acerca de por qué estamos en, u observamos, o simplemente existe este. El enunciado genérico de la idea que acabamos de expresar puede denominarse principio de plenitud: la realización de todas las posibilidades de un sistema vuelve necesaria a cada una de ellas.

El modelo más conocido corresponde a John Wheeler. Este físico y cosmólogo, creador de la expresión agujero negro, ha ofrecido dos versiones sucesivas de su propuesta, que se pueden identificar respectivamente como "modelo Wheeler 1" y "modelo Wheeler 2" (Barrow y Tipler 1986, 469-471).

El modelo Wheeler 1 es conocido como universo oscilante o universo pulsátil: como un jugador de póker que mezcla infinitas veces las cartas y así obtiene tarde o temprano una mano favorable, nuestro universo es apenas un ensayo más en una secuencia infinita de explosiones y colapsos. Pero en este caso no sólo se alteran las condiciones iniciales de un inicio a otro, sino también las mismas leyes físicas. La aplicación de las leyes cuánticas imprime el rasgo de aleatoriedad que garantiza una variación indefinida de cuadros cosmológicos, sobre el cual tendrían vigor los razonamientos antrópicos. En otras palabras, "nuestro" universo sería un ciclo cuyos parámetros de conformación son estrictamente compatibles con la vida humana, y si bien dicha compatibilidad resulta extraordinariamente improbable, no es sorprendente que aparezca tarde o temprano en una secuencia ilimitada de ensayos.

Con respecto al modelo Wheeler 2, se trata de una aplicación del principio cuántico según el cual la trayectoria de las partículas no se define de acuerdo a parámetros lineales, sino en términos probabilísticos. La ecuación de onda Ψ genera no una sino infinitas soluciones que permanecen indeterminadas hasta que la onda colapsa por la intervención del observador. Ahora bien, si cada acto de observación define la trayectoria de una partícula, define también todos los procesos causales que se desencadenan a partir de ella y, en última instancia, define un curso posible del universo entero. Más simplemente, determina un universo completo. Los distintos universos definidos a partir de la "fragmentación" provocada por la observación no constituyen meras posibilidades lógicas o estados potenciales sino bifurcaciones reales, esto es, no constituidas por observaciones. No hay en este caso un colapso de la función de onda que deja definitivamente inhabilitadas todas las posibilidades menos una, sino una multiplicación indefinida de universos totalmente incomunicados entre sí.

Este proceso de fragmentación, planteado desde el Big Bang mismo, da origen a múltiples universos con enormes diferencias entre sí: tasa de expansión, turbulencia, nivel de las fuerzas básicas, etc. De esta manera puede justificarse aun un mundo extremadamente improbable como el nuestro, apto para la vida, pues no es más que una ramificación finísima del árbol de posibilidades. Es en este contexto donde cabe aplicar el PA: el universo que observamos no puede sino satisfacer las condiciones que supone la existencia de observadores.

Es el propio Wheeler quien, llevando hasta el extremo la conjetura sobre la relación entre el universo y el acto de observación, formula por la misma época el llamado Principio Antrópico Participatorio: “Los observadores son necesarios para que llegue a existir el universo” (Barrow y Tipler 1986, 22). Esta formulación pretende ser una aplicación a escala cosmológica de la interpretación de Copenhague de la física cuántica, de acuerdo con la cual la no decidibilidad de un sistema esencialmente probabilístico sólo puede quebrantarse a partir del acto de observación que afecta intrínsecamente a la naturaleza de lo observado. La realidad misma de lo que vemos es, en última instancia, una resultante del acto de un observador que, al completar por así decirlo la dupla sujeto-objeto, le confiere su sustento (Comitti 2011, 1504-4).

En líneas generales, predomina la sensación de que estos ensayos pretenden, a toda costa, soslayar la instancia metafísica, y en especial la idea de un Agente trascendente y una finalidad constitutiva. Algunos asumen esta hipótesis como un caso más de la filosofía antrópica: lo que ella pretende no es explicar nada, sino eliminar la necesidad de una explicación (Smart 1987, 118).

En un plano más epistemológico sobresalen dos reproches: por una parte, la imposibilidad de corroborar estos modelos, (salvo quizás el caso de los universos oscilantes) habida cuenta de que solo tiene sentido la distinción entre universos cuando no existe ninguna forma de interacción física entre ellos por medio de la cual podría obtenerse información acerca de su existencia. Por otro lado, en estas conjeturas se produce una abierta violación de la navaja de Ockham. Si una teoría científica debe escogerse entre otras por el menor número de supuestos y elementos a combinar, tal como este principio lo recomienda, está claro que no se puede ir más lejos de esta norma que al invocar la existencia de infinitos mundos (o de infinitas regiones heterogéneas en el universo, lo que para el caso no importa). Parece una petición excesivamente pretenciosa (Hacking 1987).


3.2.2 La vertiente teleológica  

La inobjetable capacidad del intelecto humano para descubrir, y eventualmente explicar y producir orden, lo ha llevado espontáneamente, y desde tiempos muy lejanos, a la intuición de que la totalidad de las cosas, el universo mismo, es un escenario altamente organizado y diseñado con extremo cuidado y perfección. Y, dando apenas unos pasos más, ha abrazado la convicción de que ese orden maravilloso lo tiene a él mismo por destinatario, de modo que todas las cosas sirven al propósito de hacer posible la existencia humana y se subordinan a las exigencias de su desarrollo vital.

En este contexto, no resulta para nada sorprendente la predisposición de muchos a considerar el PA como un signo privilegiado de la configuración teleológica del universo. En la medida en que se acepta la existencia de causas finales bajo ciertas evidencias, el testimonio empírico que alimenta al PA es quizá de los más elocuentes con que sea posible contar. En otras palabras, así como el PA no hace falta para probar que el universo tiene un diseño, pues acabamos de ver que esta idea pertenece a una tradición consolidada, sí es bienvenido como recurso para persuadir a quienes todavía no admiten el orden finalista.

Nunca antes en la historia se habían acumulado datos tan numerosos, precisos y relevantes para avalar esta concepción. En efecto, como lo ha destacado Tanzella-Nitti (2002), los rasgos antrópicos del universo no son reductibles a un hipotético mecanismo puramente eficiente y ciego, como lo es hasta cierto punto la selección natural en el caso de la evolución de las especies vivientes. Dado que, por otra parte, dichos rasgos no están localizados en un ámbito o nivel restringido, sino que involucran a todo el universo, la presunta existencia de esa causalidad subyacente exigiría postular una suerte de Teoría del Todo (TOE según la sigla en inglés) o Teoría de la Gran Unificación (GUT). Pero precisamente una teoría semejante ya perdería su estatus de enunciado científico y pasaría a ser un asunto propio de la filosofía. Hoy se tiende a diferenciar, cuando se habla de finalidad, entre el fin tomado como término o perfección extrínseca de una actividad, y la tendencia intrínseca que poseen los agentes para ordenarse a esa perfección (Artigas 1992, 400-404). El reconocimiento de la dimensión tendencial en la naturaleza es difícilmente discutible en la medida en que aparece expresada cada vez que se enuncia una ley física o se describe una conducta viviente. Los problemas aparecen cuando se asocia la concepción finalista con otros planteos que no guardan una vinculación necesaria con ella. Así, por ejemplo, se presume que, al haber surgido en una época más propensa a admitir el modelo determinista de la causalidad, esta doctrina pierde sustento con el derrumbe de ese modelo. Sin embargo, lo que la filosofía clásica nos permite descubrir es que, justamente por su condición intrínseca a las cosas, la tendencia teleológica participa de todas las limitaciones que impone la finitud del ser que actúa, y así no debemos creer que esa tendencia sea incapaz de expresarse por caminos no determinados (como es el caso clarísimo de la libertad humana). Si partimos de la aceptación cada vez más firme de la perspectiva evolutiva del cosmos, resulta claro que, más allá de las marchas y contramarchas, de las catástrofes y “pasos en falso” que hay o parece haber habido en la evolución, hay una direccionalidad global que se va imponiendo inexorablemente. De modo que podría admitirse, en el orden particular, un margen más o menos amplio de coincidencias y productos accidentales, sin perjuicio de la orientación definitiva del conjunto.

Pero más allá de estas anotaciones básicas sobre el problema de la finalidad en la naturaleza, lo que merece destacarse del PA es el lugar protagónico que asume el hombre en la economía universal. La verdadera potencia de este principio consiste en mostrar hasta qué punto llega la direccionalidad de las cosas en relación al hombre. Así como la mentalidad pre-copernicana confundía la jerarquía ontológica con supuestos privilegios topográficos asociados por otra parte a la concepción euclídea del espacio, el principio copernicano también se apresura en reducir la jerarquía del hombre por razones geométricas. Sin embargo, el redescubrimiento de la centralidad del hombre a partir de una dimensión más profunda arroja una intensa luz sobre su propia condición y el puesto que le cabe en el universo. En tal sentido, el PA merece ser aprovechado en todo el alcance de su mensaje: no sólo reafirma la armonía y diseño del cosmos, sino que pone al hombre como clave de bóveda de todo lo visible (Sanguineti 1994, 245-246; Velázquez Fernández 2005, 95-108; Khrapko 2003, Olum 2004).


4 Cuestiones epistemológicas  

A partir de las observaciones efectuadas a nivel filosófico con respecto al PA, surgen algunos puntos complementarios que tienen que ver más directamente con la lógica del discurso científico. Para empezar, hay que advertir que la cosmología como ciencia de la totalidad del universo no ha resuelto aún algunas controversias que afectan a la definición de su objeto, su método y sus supuestos. Cuestiones tales como la singularidad, la contingencia y la evolución del universo tienen impacto directo en la posibilidad de legitimar un conocimiento científico acerca de él y sugieren posiciones precavidas cuando se discuten problemáticas de fondo, como el caso del PA. Pero también pueden señalarse problemas que afectan a este principio en especial, más allá de su adscripción a la cosmología. Nos dedicaremos a tres de ellos: la validez de un modelo teleológico, la capacidad de predicción, y consiguientemente de falsación, del principio, y su supuesto antropocentrismo.

El primer punto es si, una vez aceptada la existencia de causas finales por razones filosóficas, la ciencia misma tiene derecho a valerse de ellas. Es decir si, bajo el supuesto de que existan verdaderos propósitos o tendencias en las cosas, le cabe a la ciencia positiva introducirlos como hipótesis explicativas. Hablando más concretamente, ¿puede la cosmología, sin perder su carácter de ciencia, invocar como explicación de fenómenos tales como la isotropía, la edad del universo o la formación del carbono la afirmación de que “eso es lo más conveniente para que se produzca la aparición del hombre”? ¿Es lícito postular una direccionalidad universal animada por el proyecto de alcanzar la especie humana?

Hay que convenir en que la ciencia moderna surgió con el empeño de dar la espalda a cualquier argumento teleológico, poniendo toda la carga explicativa en la línea de las causas eficientes y el modelo de la necesidad mecánica. Hoy por hoy existe una mayor permeabilidad por parte de los biólogos, ya que en ese ámbito resulta imposible reducir el carácter específico de lo viviente a presupuestos puramente mecanicistas. Pero en el orden de la física tanto la noción de sustancia como la de finalidad aparecen diluidas. La norma lógica va de un estado dado de un sistema a otro estado, por aplicación de ecuaciones diferenciales, y eso parece ser todo lo que hace falta. Sin embargo, hay testimonios históricos que permiten descubrir la posibilidad de otro encuadre para la justificación de los fenómenos naturales. Se trata de aquellas leyes cuyo descubrimiento se debió a la suposición de algún principio discriminatorio, de alguna pauta de selectividad o de optimización (cálculo de variaciones). Así Fermat pudo establecer el principio de la refracción de la luz, Maupertuis corrigió a Leibniz en su teoría sobre el choque de los cuerpos elásticos y Euler estableció la generalización de que la naturaleza obra siempre según lo máximo o lo mínimo.

Por este motivo se ha equilibrado la discusión hasta el punto de encontrar vertientes epistemológicas que de ninguna manera desautorizan a la ciencia para proceder conforme a “normas de calidad preestablecidas”. Sin comprometerse con la cuestión metafísica, se declara viable una línea de investigación que asuma el supuesto de que las cosas responden a fines, aunque se mantiene la exigencia de que las conclusiones a que se llegue a partir de ese como si queden sometidas a prueba experimental. Podríamos denominarlo una metodología heurística (Zycinski 1987, 325-326).

Al considerar este asunto, Alonso (1989, 133 y 136) defiende la argumentación antrópica mostrando que su aplicación no se circunscribe a hechos del pasado, como son las condiciones iniciales del universo, sino que también intenta justificar por qué algunas propiedades actuales están sesgadas por la presencia del observador humano. Así mismo, afirma que la validez del formalismo retrodictivo o a posteriori no depende de la connotación antrópica, sino que podría emplearse en cualquier otro contexto.

Merece apuntarse aquí, aunque sea brevemente, la concepción de Mariano Artigas acerca de los supuestos de la ciencia. Para este autor existe un fuerte vínculo de condicionalidad entre la actividad científica y un contexto epistemológico y metafísico caracterizado por la inteligibilidad del orden cósmico y nuestra capacidad natural para desentrañarla. Pero a la vez la ciencia, al apoyarse en esos supuestos, contribuye a su mejor comprensión. Cabe decir, entonces, que el PA suministra un escenario mucho más refinado para establecer de qué modo opera la teleología de la naturaleza (Artigas 2000, 75).

El segundo punto se refería a la capacidad predictiva del PA. En general los investigadores lo ven estéril bajo ese ángulo. Sin embargo, Carr y Rees plantean la situación en términos provisionales (1979, 612), y si volvemos a examinar el formalismo de la explicación no aparece inconveniente para que en algún momento esas predicciones y sus eventuales corroboraciones se verifiquen. Hay muchas perspectivas a partir del conocimiento de nuevos rasgos específicos de la naturaleza humana que podrían desembocar en la exigencia de condiciones hasta el presente no advertidas.

En cuanto al antropomorfismo, se trata de un cargo que se han ocupado de poner sobre el tapete los defensores acérrimos del principio copernicano. Para ellos debe mantenerse una asepsia metodológica que elimine cualquier referencia protagónica hacia el hombre, no solo por la tendencia natural que tenemos a poner las cosas bajo nuestra medida, sino por los cuantiosos daños que esa actitud generó en el conocimiento objetivo durante muchos años. Considerando que somos también nosotros “polvo de estrellas” y que no nos asiste ningún privilegio con respecto a las leyes físicas (ninguna piedra nos perdonará la vida si la gravedad la precipita sobre nuestra cabeza) esta supuesta coordinación benefactora de la que habla PA podría no ser más que una ilusión (Atkins 1995).

Sin embargo, hay que empezar por admitir que no es concebible aquella perspectiva de la objetividad según la cual existe plena independencia entre lo observado y el observador. El mundo ya no es más como una película de cine o una fotografía, en las cuales nada de lo que ocurre se ve afectado por nuestro acto de observación. Y no nos referimos solamente a la interacción que supone el acto de observación, tema que ha puesto de manifiesto la física cuántica pero que tal vez podría minimizarse a escala macroscópica. Estamos diciendo que al observar la naturaleza también nos observamos a nosotros, que nosotros también somos naturaleza y que es completamente válido llegar a veces a afirmaciones sobre el mundo a partir de una experiencia interna (que no es lo mismo que una experiencia subjetiva).

Por su parte, Alonso defiende al PA de esta acusación ya que la razón por la que se pone al hombre en referencia a las características del universo son las propiedades físicas del cuerpo humano, aquello que guarda homogeneidad con el resto del mundo material, y por lo tanto no se apela a ningún juicio de valor. El PA solo dice que si se pretende llegar a un producto natural como es el cuerpo humano, se requieren de tales y cuales condiciones específicas de orden espacio-temporal. La sofisticación de esas condiciones no debe entenderse como un homenaje a la dignidad humana, sino la consecuencia lógica del alto nivel de desarrollo y complejidad que encontramos, sin prejuicio alguno, en nuestro propio cuerpo (Alonso 1989, 138).


5 Resonancias teológicas  

El Concilio Vaticano II ha dejado, entre tantos frutos, una puerta abierta y una vigorosa llamada hacia el diálogo de la Iglesia con la cultura contemporánea. Una de las expresiones más elocuentes de ese espíritu de apertura ha sido, sin duda, el estímulo a la interacción entre ciencia y teología, con un notable despliegue en las últimas décadas. La predisposición a ese encuentro no ha surgido solamente desde el ámbito religioso. Los propios científicos han llegado con sus últimos avances a un nivel de profundidad en el conocimiento de lo real que, inevitablemente, suscita interpelaciones que van más allá de sus dominios. Incluso en aquellos círculos intelectuales de inclinación más bien agnóstica se aprecia una mayor predisposición para tener en cuenta ciertos aspectos de la problemática científica que conducen directa o indirectamente hacia temáticas trascendentes.

Son varias las especialidades desde las cuales se ha dado lugar a un escenario de discusión interdisciplinar. La cosmología ocupa un espacio destacado, sobre todo a partir de las diversas propuestas acerca del origen del universo, entre las que sobresale la denominada teoría del Big Bang. El intento de dar una explicación puramente científica acerca de la aparición del mundo desde un supuesto tiempo inicial potenció en forma significativa la polémica acerca de si aquella “gran explosión” de los comienzos exige, o más bien suprime, la intervención creadora de Dios. Aunque el PA tiene un carácter algo más sofisticado, ha sido un aporte en esa misma línea, y representa hasta hoy un desafío provocativo para los estudiosos de la ciencia sagrada. En esta última sección se propondrán algunos avances sobre ese punto.

La Biblia declara con nitidez el puesto central del hombre (Gen. 1, 26 y 2,7; Salmo 8, 5-9), y así lo ha entendido la tradición, ya desde la Patrística y en especial en la escuela de Capadocia, donde aparece la idea de la persona humana como microcosmos. Esta concepción antropocéntrica ha sido sistematizada por Santo Tomás de Aquino (cf. Suma Contra Gentiles III, 22 y 112; Compendium Theologiae c. 148). El Magisterio más reciente ha querido poner de relieve esa característica como un privilegio y a la vez una responsabilidad en la custodia de la creación (cf. Francisco Laudato Si).

Esa afirmación, inapropiadamente entendida, fue alguna vez un obstáculo para la aceptación de algunas teorías científicas fundamentales, como el heliocentrismo copernicano y la evolución de las especies. El quiebre de la relación entre religión y ciencia condujo finalmente al reduccionismo positivista. Si bien el principio copernicano no cuestiona las convicciones religiosas (más bien contribuye a comprenderlas en un nivel superior de madurez), fue históricamente asociado a un rechazo de la fe, o al menos a una completa separación entre lo religioso y lo racional. En el siglo XX, la Iglesia Católica tuvo una actitud más receptiva, procurando una mayor integración de los aportes de la ciencia con la reflexión teológica. Al mismo tiempo, sostuvo con firmeza la idea original de la centralidad del hombre, rechazando la pretensión de un naturalismo para el cual la especie humana es un habitante más del universo, producto del juego fortuito de causas de orden meramente físico-químico.

A medida que se fueron superando las tensiones entre la ciencia y la teología, la convergencia de los procesos naturales hacia el surgimiento del hombre fue tomada como un signo del plan providencial de Dios que se consuma en una criatura hecha a Su imagen y semejanza. Al mismo tiempo, esta renovada visión teológica del hombre como síntesis y acabamiento del cosmos se desplazó hacia el área de la cristología. En la medida en que la persona de Cristo asume lo humano, se plantea una lectura de la Encarnación que involucra también al universo entero (Colosenses 1, 15-17).

Ya desde el medioevo se plantea el debate entre la escuela dominicana y la franciscana  acerca del motivo de la Encarnación. Para Duns Scoto, eminente representante de esta última, tal motivo no radica en la misión redentora del Hijo de Dios, sino en llevar a su plenitud el gesto amoroso de Dios realizado en la creación. En otras palabras, aunque el hombre no hubiera pecado, el Verbo se habría encarnado de todas formas para dar cumplimiento a la manifestación gloriosa del Padre. Más que pensar a Cristo en función del universo, es el universo el que debe ser pensado en vistas a Cristo (Tanzella-Nitti 2002).

Ahora bien, esta perspectiva parece minimizar la figura de Cristo como vértice de la historia y culminación del plan de salvación. En ese contexto sale al cruce una de las figuras más destacadas de la teología del siglo XX, considerado el iniciador de la “cristología cósmica”: Pierre Teilhard de Chardin. Su obra está basada en la figura de Cristo como “punto Omega” del devenir evolutivo de la creación. Partiendo del nuevo paradigma científico que plantea al universo en clave histórica, Teilhard considera que todo el orden natural está orientado hacia la plenitud realizada en la figura de Cristo. No obstante, la propuesta del pensador jesuita parece haber descuidado hasta cierto punto la fuerza del misterio del pecado y el acontecimiento de la Muerte y Resurrección de Cristo. Ahora bien, como lo hace notar Jean-Michel Maldamé (1993),  del mismo modo en que la creación del alma espiritual es irreductible a la evolución de la materia y sin embargo está en continuidad con el proceso de autorrealización del dinamismo creador, puede afirmarse que el misterio de la Resurrección constituye un acto sobrenatural pero que, en lenguaje paulino, significa la redención de todo el orden cósmico que se recapitula en Cristo. A través de estos breves comentarios se intenta mostrar las virtualidades que ofrece el PA para una proyección desde lo antropocéntrico hacia lo cristocéntrico (Tanzella-Nitti, 2002).

Tal vez la gran paradoja del PA sea el hecho de que las mismas leyes que expresan el “ajuste finísimo” bajo el cual es posible la existencia humana sean a su vez las que establezcan, en un tiempo suficientemente prolongado, la disolución de las condiciones actuales de nuestra existencia y, por lo tanto, la segura desaparición de nuestra especie. La afirmación según la cual el universo existe por causa del hombre se desvanece al comprobar que las mismas premisas en que se apoya sirven a la larga para demostrar lo contrario. De aquí se desprende el aporte de la teología que, en consonancia con los misterios escatológicos, propone asumir la fugacidad de la historia humana y su perspectiva de destrucción en relación al misterio pascual de la transformación de todas las cosas para dar lugar a “un nuevo Cielo y una nueva Tierra”.

Para finalizar, digamos que el diálogo entre ciencia y teología que se despliega en nuestra época constituye en sí mismo un tema de análisis que ha inspirado una copiosa bibliografía. Entre las propuestas aparecidas se encuentra el concepto de consonancia, introducido por Ernan McMullin (1981) y luego explicitado por John Polkinghorne (2002). Se trata de un enfoque que procura establecer un vínculo equilibrado entre el campo científico y el de la teología, evitando soluciones extremas o simplistas, como el concordismo o, en el otro extremo, los “magisterios no solapados” de Stephen Gay Gould. Para salvaguardar al mismo tiempo la autonomía de los saberes y la unidad profunda de la verdad acerca de la realidad, se habla de consonancia como un criterio que indica la coherencia, compatibilidad o congruencia entre una teoría científica y la visión general del mundo que corresponde a la fe. En tal sentido es posible y válido, desde el punto de vista epistemológico, examinar la no contradicción entre ambos enfoques (digamos una consonancia “débil”) e inclusive la armonía o compaginación que cabría establecer cuando la perspectiva científica y la teológica se comparan parte a parte. Así, por ejemplo, las teorías que invocan una presencia destacada de los factores aleatorios, como en el caso del neodarwinismo, representarían un caso de consonancia débil ya que, según lo ha establecido la reflexión teológica, el gobierno divino de la creación no excluye la intervención de causas azarosas. En cambio, el PA tiene una elevada carga de contenido empírico que subraya con énfasis la impronta de centralidad del hombre revelada por la visión cristiana, y podría considerarse en tal sentido como un ejemplo claro de consonancia “fuerte” (Beltrán 2010).


6 Bibliografía  

Alonso, José Manuel. 1989. Introducción al principio antrópico. Madrid: Encuentro.

Asigna significado a cada uno de los símbolos no lógicos de un lenguaje dado. Brinda contenido empírico a un sistema axiomático formal.

En su concepción estándar, el propósito de la ciencia es comprender el mundo sistematizando todos los hechos en un único sistema teórico.