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Epigénesis de la personalidad

Los interrogantes básicos de la Psicología del Desarrollo y de la Personalidad pueden sintetizarse en dos: ¿cómo las personas llegan a ser lo que son? y ¿por qué el desarrollo del psiquismo humano sigue tal dirección o curso y posee determinados ciclos o etapas? Es decir, que los diversos investigadores en psicología se plantearon la necesidad de precisar los factores que intervienen en la formación de la personalidad, como también la influencia de dichos factores en los cambios de la misma a través del tiempo, en cada una de las etapas del ciclo vital. Ellos se cuestionaron si el actuar humano depende de las estructuras anatómicas heredadas; o si las relaciones interpersonales, la convivencia con otros hombres en determinado contexto familiar, social y cultural le imponen un modo de ser; o bien si el desarrollo y la conducta humana son voluntarios y libres.

La perspectiva de la epigénesis supone la presencia de un ‘plan de desarrollo’ o ‘idea configuradora’ de la persona; así en los diversos momentos evolutivos y merced a la interacción con el medio y haciendo uso de la capacidad de autodeterminación, surgen y se actualizan las potencialidades. Es decir que el hombre como ser en devenir es un ser natural, como también un ser social y además un ser libre. Por todo esto, la noción aristotélica de epigénesis ha pasado a ser la clave para la comprensión del desarrollo de la personalidad y para responder a los interrogantes planteados.

En esta voz se considera en primer lugar la noción de personalidad, para luego abordar cómo la noción de epigénesis fue incorporada por la psicología para dar cuenta de los factores que intervienen en su formación.

Posteriormente, se presentan los nuevos aportes de la epigenética para la comprensión de la interacción genes – ambiente.

Finalmente, se incluyen las aportaciones de la psicología humanista (Allport y neoAllportianos) y de la psicología del self para la comprensión de los factores del desarrollo de la personalidad desde una perspectiva epigenética; como también el modelo epigenético de Erik H. Erikson de las etapas del desarrollo de la personalidad, para lograr una mejor comprensión de todo el ciclo vital humano.

Contenido

1 El desarrollo humano y la noción de epigénesis  

Ya desde los griegos, el debate acerca de la noción de epigénesis y la preformación se fundamentó en observaciones del desarrollo del huevo en los animales ovíparos y en el crecimiento del embrión en los mamíferos. Es decir que esta noción surge de las teorías de los griegos acerca de la concepción, como también de las etapas embrionarias. La epigénesis supone la transmisión, no de un patrón morfológico como el hombre en miniatura (homúnculo), sino de un conjunto de instrucciones para desarrollar dicho patrón o plan constructivo en el tiempo. De este modo los rasgos que caracterizan a un ser vivo se modelan en el curso del desarrollo y no están preformados en el germen. Así, Aristóteles expone la noción de epigénesis al considerar que la estructura de un organismo adulto existe contenida en forma potencial, no actual, en el embrión que comienza a desarrollarse. La riqueza de conceptos tales como: forma, materia, alma, cuerpo, acto y potencia, le permitió a Aristóteles (1994), a partir de su observación de los animales ovíparos, comprender el desarrollo embrionario como un desenvolvimiento epigenético.

En el siglo XVII el fisiólogo inglés William Harvey, además de su importante descripción de la circulación sanguínea y de las propiedades de la sangre, utilizó el término epigénesis para referirse a un proceso de cambios sucesivos por el cual una cosa se desarrolla a partir de algo previo ya dado (Moreno, Resett y Schmidt 2015, 18).

La noción de epigénesis se incorpora definitivamente a la ciencia moderna con los aportes de Kaspar Friedrich Wolff en su obra Theoria Generationis (1759), en la que describe el desarrollo embriológico del pollo, donde observó que el ave adulta no preexistía bajo una forma de miniatura en el huevo sino que, por el contrario, la estructura del embrión surgía poco a poco mediante una sucesión de estadios a partir de un estadio inicial muy simple.

Los cromosomas y la célula germinal en su totalidad son la fuente potencial que guarda la información necesaria para el desarrollo epigenético del hombre. En consonancia con esta postura el biólogo Jean Rostand sostiene que: “(…) es necesario comprender que, en el germen, el hombre sólo está predeterminado en potencia. No hay en el huevo (o cigoto) parte alguna del nuevo ser, ningún órgano, aunque sólo fuera en estado rudimentario o esquemático, ni el más potente microscopio podría descubrir algo que recordara aproximadamente las formas o el aspecto de un hombre” (Rostand 1965, 8).

La noción de epigénesis, tan tenida en cuenta por los biólogos, será retomada en la psicología contemporánea por Erik H. Erikson (1983); Philip Lersch (1966) y Jean Piaget (1969), entre otros.

La perspectiva de la epigenésis supone la presencia de un ‘plan de desarrollo’, un ‘plan de construcción’ o ‘idea configuradora’ del existente vivo. De modo que, en los diversos momentos evolutivos y merced a la interacción con el medio, surgen y se actualizan las potencialidades.

El desarrollo del ser vivo implica un conjunto de modificaciones en el tiempo (Lersch 1966, 2-12). El inicio del desarrollo ofrece aspectos semejantes en todas las clases de animales: fecundación, segmentación, gastrulación, organogénesis. La sucesión cronológica de estas fases y las transformaciones que sufren, sugieren el origen común de todos los organismos animales.

Estos cambios son expresión de tendencias propias de crecimiento, de fuerzas formadoras que actúan y son dirigidas desde dentro (endógenas) y que tanto dictan su organización interior como su forma exterior. El conjunto de dichas fuerzas permiten el autodespliegue y la autoconfiguración del organismo viviente, de este modo desenvuelven el ‘plan de construcción’. Este plan es el punto de partida del desarrollo y a su vez da la dirección al mismo. Pero cabe señalar que esta unidad autoactuante necesita del mundo exterior en cuanto también integra las influencias periféricas modificadoras de su desenvolvimiento. La biología molecular contemporánea explica que la interacción de los componentes del medio, tanto interno como externo al organismo vivo, con el soporte material de la información genética (ADN), va cambiando constantemente el estado del ser viviente.

Para la biología molecular, el genoma es el elemento estructural informativo capaz de conservar información genética y de incrementarla mediante interacciones con el entorno que la amplifican. Los organismos vivos poseen información para autoorganizarse, es decir, para adquirir y regular la adquisición de nuevas conformaciones, que la nueva biología teórica llama información epigenética. Se trata de la información emergente resultante de la interacción regulativa de los componentes del medio con el soporte material de la información genética, que no está contenida en el genoma en la situación de partida (Vanney 2009, 171).

El desarrollo epigenético, según Lersch, está regido por una ley de centralización que muestra al viviente como una totalidad estructurada, organizada jerárquicamente, en la cual los miembros están integrados entre sí. En la totalidad propia del viviente, a diferencia de la mera suma o sumatoria, las partes conservan su particularidad únicamente en conexión con el todo al que pertenece, la posición no es permutable. Las partes se diferencian durante el desarrollo y se hallan a su vez asociadas al todo y se ordenan y agrupan jerárquicamente. El hablar de integración de las partes de la totalidad supone la existencia de una dependencia recíproca de dichas partes y la compenetración mutua de sus funciones. Debido a que el ser vivo es una totalidad estructurada e integrada la modificación de un componente repercute en los demás componentes, ya sea en su forma o en su función (Lersch 1966, 2-12).

De este modo, el hombre, desde la perspectiva epigenética, es una totalidad estructurada e integrada que se desarrolla a través del tiempo cumpliendo un plan, siguiendo una dirección a un fin determinado.

2 Personalidad  

El término personalidad se refiere tanto a la cualidad de ser persona como “a la diferencia individual que constituye a cada persona y la distingue de otra” (RAE 2014).

Al respecto, Ismael Quiles afirma que el estudio del ser humano comprende tanto al hombre “como universal y como individuo, es decir de aquello que nos es común a todos como hombres, y en aquello que nos es propio a cada uno de nosotros” (Quiles 1995, 1). Es decir que “cada persona humana tiene características ‘esenciales’, comunes con las demás personas humanas, pero, además, posee el privilegio de una individualidad, de ser única e irrepetible, como individuo: además del estatuto universal, la ‘persona humana’ posee el estatuto individual ‘tal persona humana’” (Quiles 1995, 4-5).

Quiles afirma que la conciencia de sí mismo, característica del hombre, opone a cada uno a los demás seres y gracias a ella uno se percibe como un individuo distinto de todo lo que es externo y de todo lo que es otro.

Pero la personalidad no es un concepto referido simplemente a diferencias individuales en el comportamiento y la reactividad, debidas a contactos accidentales e incidentales con las contingencias ambientales y a distintas disposiciones biológicas. Las diferencias que configuran a la personalidad se originan, además, en el propio tratamiento que se confiere a la persona dada su naturaleza de ser social. Desde esta perspectiva, la cualidad de ser persona, o tener personalidad, es una atribución exclusiva de los seres humanos.

La personalidad es una organización relativamente estable, cuyo desarrollo supone la interacción entre los factores hereditarios y los ambientales, también presupone que existe un núcleo que precede a cualquier tipo de relación. Ese núcleo “es la interioridad personal dotada de un dinamismo teleológico complejo” (Malo Pé 2007, 56).

Según este autor, las disposiciones hereditarias son potencialidades para recibir el influjo ambiental; de este modo existe una interioridad dinámica desde las primeras experiencias del nuevo ser. Este componente dinámico y la interacción con el mundo posibilitan estructurar los elementos orgánicos, psíquicos y espirituales como también el modo en que se producen los cambios en el tiempo; así “existe una relación entre los fenómenos orgánicos, psíquicos y espirituales que no es de causalidad ni de identidad, sino de integración” (Malo Pé 2007, 58). La interioridad personal supone el estar dotada de dinamicidad, pero también de relaciones entre los elementos que hacen posible la integración de los componentes. La personalidad está en actividad permanente para mantener su unidad y su autonomía, es decir, lograr la armonía personal y el equilibrio dinámico; posee una autonomía real, pero relativa respecto de la dotación hereditaria y de las condiciones de su ambiente vital.

La personalidad incluye componentes que son propios y distintivos de cada individuo humano, conserva rasgos fundamentales y permanentes a lo largo del ciclo vital y se mantiene en un estado de permanente evolución dinámica, es decir abierta a su constante desarrollo. Para Jean Claude Filloux (1960), la personalidad es la configuración única que toma, a lo largo de la historia de un individuo, el conjunto de los sistemas responsables de su conducta.

Una definición muy aceptada y similar de la noción de personalidad es la de Gordon W. Allport: “organización en el interior del individuo de los diversos sistemas psicofísicos que determinan su conducta y su pensamiento característicos”, es decir, que aseguran su peculiar ajuste a su ambiente (Allport 1973, 47). Esta definición nos presenta aspectos diversos de la realidad personal: el que es una organización, comprende sistemas psicofísicos, supone la interioridad, se refiere a un individuo con su singularidad y que está en diálogo con el ambiente para alcanzar un ajuste que es peculiar, por lo cual supone multiplicidad y complejidad (Velasco Suárez 2003a, 35).

Allport considera a su definición de personalidad como esencialista y afirma que la personalidad es lo que una persona es realmente, independientemente del modo en que otras perciben sus cualidades o de los métodos mediante los cuales son estudiadas. Enfatiza que la personalidad posee una estructura interna (Allport 1973, 56).

Para G. W. Allport el empirismo de los seguidores de Locke en el campo de la psicología enfatizó excesivamente que lo más temprano en el desarrollo es de mayor importancia que lo posterior, desvalorizando los logros de cada una de las etapas del ciclo vital. Además, los psicólogos empiristas también afirmaron que aquello que es pequeño y molecular (simple) es más importante que aquello que es amplio y global (complejo). Tuvieron una preferencia por lo externo más que por lo interno, el hombre es visto como un ser pasivo o reactivo más que espontáneo y activo. Por el contrario, Allport reivindica la tradición leibniziana según la cual la persona es la fuente de los actos, la conducta no es el resultado de las presiones de las estimulaciones internas o externas, sino que es intencional. Considera que la psicología de la forma (gestalt), y en menor medida las teorías cognitivas, se apoyan en la presencia de un intelecto activo (Allport 1976, 24).

Según Velasco Suárez (2003a), la personalidad se manifiesta en un triple nivel de estructuras y actividades: psicocorporales, psíquico sensibles y psicoespirituales, las cuales están unidas y jerárquicamente estructuradas.

El denominado nivel psicocorporal abarca las bases corporales de la dimensión receptivo-cognoscitiva con su estructura y dinamismos somáticos de la sensibilidad y la percepción, como también de la dimensión tendencial ejecutiva con su estructura y dinamismos somáticos de la motricidad y ejecución de actos.

El cerebro se vincula con todo el cuerpo humano mediante un sistema de redes nerviosas. Se distinguen dos grandes redes nerviosas: “la red esquelética, que inerva fundamentalmente musculatura esquelética de contracción rápida y voluntaria, y la red vegetativa, que inerva las vísceras, de fibra muscular lisa y contracción lenta e involuntaria. Ambas cuentan con sistema sensorial y motor. (…) La red vegetativa es mucho más compleja que la esquelética y es fundamental para la vida emocional, dado que las emociones tienen una base visceral central. Entre las estructuras centrales del sistema nervioso central figuran las digestivas, lo que lleva hoy a muchos a hablar de la red nerviosa digestiva como de un segundo cerebro del que forman parte un complejo conjunto de ganglios nerviosos abdominales muy significativos para el comportamiento corporal y mental” (Nogués 2016, 30-31). Así E. A. Mayer (2016) realizó un importante estudio de la conexión psiquismo – aparato digestivo, y J. F. Cryan y T. G. Dinan (2012) de la influencia de la microflora intestinal en la vida mental y en la vida emocional en particular. A su vez, las sensaciones que recibimos de nuestras vísceras y que modulan nuestros estados mentales están condicionadas por las expectativas personales acerca de dichas sensaciones.

El nivel del psiquismo sensible comprende al mundo de las emociones y de la imaginación, de los sentidos externos e internos, de la vida apetitiva y pasional, con su dinámica y sus automatismos. Este psiquismo se ubica en un nivel más periférico de la interioridad personal y es, desde un punto de vista jerárquico, inferior respecto de las instancias psicoespirituales, es decir, está subordinado a ellas.

Los sentidos internos juegan en el hombre un papel central en la integración de estos tres niveles de la personalidad; si bien son comunes al hombre y a los animales porque corresponden al nivel de la vida sensitiva, en el hombre tienen un especial desarrollo, en particular, el sentido estimativo-cogitativo. Los sentidos internos son cuatro: dos sentidos formales (sentido común e imaginación sensible) y dos sentidos intencionales (memoria sensible y estimativa).

El sentido común o conciencia sensible permite distinguir y reunir los datos de los sentidos externos, organiza los datos en objetos estructurados, en una forma superior. No solo sentimos a un objeto sino que sabemos que sentimos, nos hace conocer nuestras propias sensaciones, por ello es superior a los sentidos externos.

La imaginación sensible o fantasía permite retener y conservar las formas aprehendidas por los sentidos. Su función es representar el mundo real o crear mundos fantaseados.

La memoria sensible permite fijar y almacenar, y posee la capacidad de recordar el pasado, de reconocer lo conservado por la imaginación. Supone una apreciación del tiempo, de la temporalidad de las cosas y de las acciones.

La estimativa natural, común con los animales, permite distinguir lo útil de lo nocivo, lo amigable de lo hostil. La estimativa-cogitativa, propia del hombre, permite comparar y juzgar, evaluar las intenciones individuales o concretas, nos inclina a realizar determinadas acciones; su función es dirigir las acciones.

A la cogitativa se la considera el eje del entrecruzamiento entre lo sensible, lo pasional (afectivo) y lo espiritual (inteligencia racional y voluntad).

Los avances en neurociencias aportan a la comprensión de los sentidos internos. Existen dos sistemas que han sido estudiados en profundidad en los últimos años, con la esperanza de obtener una visión del funcionamiento global del cerebro: la percepción sensorial (unificada) y la organización neurobiológica de la emoción y su relación con la percepción y la acción. “Esa búsqueda se ha referido a las cortezas asociativas multimodales de los lóbulos temporal (información visual y auditiva), parietal (información visual y somatosensorial) o prefrontal, estas últimas para la organización de la respuesta motora ya que representa el escalón jerárquico neurobiológico más elevado para establecer los patrones de actuación futura de nuestra conducta. Hoy en día, cada vez se da más valor a la integración de estas redes corticales con otras subcorticales. Este acoplamiento, al parecer, podría jugar un gran papel en la dotación de contenido emocional a todas esas percepciones, y a su ulterior almacenamiento cerebral (Giménez Amaya 2012, 160).

Como ya señalamos, la sensibilidad requiere la capacidad de conocer realidades ausentes; sin dicha capacidad, el hombre y los animales superiores no podrían emprender movimientos de búsqueda. Además, son necesarias facultades que conserven y puedan reactualizar experiencias anteriores (Fernández Burillo 2009). “Y es aquí donde nos encontramos los sentidos internos. La sensibilidad interna elabora los datos de los sentidos externos para adquirir una información que permita una conducta compleja, estratégica y sostenible (Lombo y Giménez Amaya 2013). Ello nos permite, al menos, trabajar con un nuevo punto de vista en la búsqueda de esa unidad de la percepción y de su integración con la emoción y la memoria que se nos escapaba cuando lo hacíamos solo desde el punto de vista neurobiológico” (Giménez Amaya 2012, 161).

Desde “el punto de vista neurobiológico, los sentidos internos formales estarían muy relacionados con la percepción cortical que se establece en las cortezas sensoriales primarias, y en su ulterior procesamiento por las cortezas asociativas unimodales y multimodales. Para los sentidos internos intencionales es preciso que se pongan en juego las otras redes corticales que implican estructuras mnésicas (por ejemplo, la corteza de la formación del hipocampo del lóbulo temporal y sus redes corticales asociadas), y otras estructuras relacionadas con el ya mencionado sistema límbico y la correspondiente integración de la emoción”. (Giménez Amaya 2012,162).

Finalmente, “el nivel superior de integración está constituido por el centro personal espiritual con sus dos fuerzas, la inteligencia y la voluntad (como capacidad de libre disponibilidad de la propia vida), que gobierna a las estructuras y niveles de actividad subordinados” (Velasco Suárez 2003a, 79-80).

Estos niveles de la personalidad se desarrollan mediante un proceso de carácter epigenético.

El principio epigenético supone un plan de desarrollo de todo ser viviente, un plano de la construcción del existente vivo que le precede, pero que él cumple aun sin conocerlo; de modo que en el momento oportuno surge cada parte hasta que emerge la totalidad viva. De un modo similar se constituye la personalidad en un interjuego entre lo dado, sean leyes de desarrollo o potencialidades, y lo adquirido de diversas formas a partir del vínculo con los padres, educadores, instituciones y con la cultura en su totalidad; finalmente con la autoposesión y la autodeterminación el sujeto hace suyo libremente lo recibido materializándolo, es decir, haciéndolo propio. Se crea, en fin, un círculo interactivo cultura-persona que permite el mutuo crecimiento y desarrollo.

3 Epigénesis y los factores del desarrollo de la personalidad  

Desde una perspectiva epigenética e interaccionista moderada “Piaget e Inhelder (1969, 155) sintetizan los factores determinantes del desarrollo en cuatro” (Fernández Lópiz 2000, 82). A saber: a- el crecimiento orgánico, especialmente la maduración del sistema nervioso y endocrino; b- el ejercicio y la experiencia adquirida mediante la acción sobre los objetos (por oposición a la experiencia social). Esta experiencia permite la consolidación de los esquemas adquiridos y el extraer información de los objetos y de la propia actuación sobre los mismos; c- las interacciones y transmisiones sociales; y d- el proceso de búsqueda de equilibrio o autorregulación que organiza y coordina entre sí a los tres factores anteriores, afirma que este mecanismo interno es observable en cada construcción parcial y en cada pasaje de un estadio al siguiente. Se trata de un proceso de autorregulación que supone compensaciones activas del sujeto en respuesta a las perturbaciones exteriores y de una regulación a la vez retroactiva (feed-back) y anticipadora, que construye un sistema permanente de compensaciones.

Joseph F. Donceel sostiene que la personalidad humana es moldeada por tres factores y critica a quienes la consideran un producto de la interacción entre herencia y ambiente. Así, señala que muchos científicos sociales afirman que la personalidad está determinada solamente por “la herencia y el medio ambiente, la naturaleza y la cultura, lo biológico y lo cultural. Esta afirmación parece entender al hombre de un modo determinista y negar su libertad” (Donceel 1969, 227). De acuerdo a estas consideraciones es posible clasificar a los tres factores intervinientes en el desarrollo de la personalidad como: lo dado, lo apropiado y la autodeterminación (Griffa y Moreno 2015a, 32).

3.1 Lo dado  

Comprende la naturaleza (natura), la herencia genética y las potencialidades que madurarán. Hace referencia a lo presente desde la concepción, aunque se vaya manifestando con posterioridad. Del mismo modo alude a lo innato o connatural, es decir, lo nacido con el sujeto. Lo dado se manifiesta y se actualiza en diálogo con el mundo natural y cultural, es decir, en función de lo presentado y propuesto por ellos.

Al respecto “… podemos distinguir en el hombre la naturaleza y la persona. La naturaleza es lo que es dado al hombre, lo que tiene de sí ‘a mano’; la persona es aquél para quien esta naturaleza es dada, quien puede usarla para sus fines. Los filósofos modernos hablan, de un modo parecido, del hombre como facticidad y como proyecto” (Donceel 1969, 15).

La existencia de toda persona humana no depende de su decisión consciente y libre de existir, y de existir como tal. La existencia nos ha sido dada y con ella tenemos ciertas propiedades y límites a partir de los cuales buscamos nuestra plenitud. Las disposiciones hereditarias trazan el marco de desarrollo, el plan constitutivo del organismo.

La vida sólo proviene de la vida, es propio de los seres vivos la reproducción. El fenómeno de la herencia, es decir, de la transmisión de información de generación en generación, se da en todos los seres vivos. De modo que, cualquiera sea el tipo de reproducción de éstos, se observa una constancia en las propiedades de los individuos de la especie y se engendran nuevos individuos parecidos a los progenitores.

En la actualidad no se puede sostener la existencia de un programa genético constituido sólo por una combinación de elementos invariables, sino que se considera que en el mensaje de lo heredado también se dan influencias externas. La articulación entre lo heredado y lo adquirido o apropiado por la experiencia se inicia desde el primer instante de la vida, desde la misma fecundación. Es muy difícil distinguir y evaluar en la organización funcional del niño el lugar de lo heredado, de lo logrado a través del proceso de maduración y de lo adquirido o apropiado. Sin embargo, es posible afirmar que el papel de los procesos hereditarios y madurativos es más significativo y observable en el período del desarrollo prenatal y los primeros años de vida, como así también en los aspectos estructurales del crecimiento humano. Lo dado es un factor central del desarrollo de la personalidad en la primera infancia.

En la información genética transmitida debemos distinguir una herencia específica, una herencia racial y una herencia individual. En relación a esta distinción, Clyde Kluckhohn sostiene que en algunos aspectos cada hombre se parece a los demás hombres o a algunos hombres, y en otros a ningún otro hombre (Kluckhohn, Murray y Schneider 1977).

La ley de herencia específica es absoluta, ya que expresa que jamás un ser dará nacimiento a otro ser que no sea de su misma especie. A pesar de los cambios que se van produciendo en todas las especies vivientes, se mantienen la mayoría de las características heredadas (sobre la cuestión de las especies biológicas ver Marcos 2016).

La herencia racial nos hace semejantes a ciertos grupos humanos. La diferenciación étnica de la especie humana se produce por la frecuencia con que en un grupo determinado de personas aparecen uno o varios genes. Pero cabe señalar que las diferencias raciales están fundadas solamente en un número relativamente pequeño de genes en relación con los miles que forman el patrimonio hereditario común de la especie humana.

La herencia individual nos asemeja a nuestros padres y ascendientes, pero a su vez nos hace seres únicos, dueños de una combinación genética singular. Esto permite hablar de un carácter individual y singularizante del genoma humano.

La constitución genética de un hijo (genotipo) se fija en el momento de la concepción con el aporte por parte de cada padre de un cromosoma para cada uno de los 23 pares constituyentes y además el aporte exclusivo materno de los genes mitocondriales. Se denomina fenotipo a las características morfológicas y fisiológicas resultantes de la constitución genética (genotipo) y de su interacción con el medio. Vale decir que el genotipo y el fenotipo no coinciden, existe información heredada presente en el genotipo que no se va a manifestar en el fenotipo, e información del genotipo que se va expresar como producto de la interacción con el medio.

La perspectiva de la epigénesis supone modalidades del desarrollo como la maduración, el crecimiento y el aprendizaje. Son aspectos del desarrollo que suponen la acción conjunta con grados diversos de interacción del patrón genético y el medio.

El proceso de maduración es regulado desde el interior del organismo. Es un proceso ordenado y sujeto a normas, aunque varía según las condiciones ambientales. Así por ejemplo, la buena alimentación, el afecto materno, la estimulación temprana ayudan y aceleran la maduración del sistema nervioso.

La maduración es una capacidad plástica del potencial genético que brinda los elementos psicofísicos que se requieren para la adaptación al ambiente. La maduración del sistema nervioso y del sistema óseo-muscular durante el primer año de vida va a permitir al bebé el gateo y posteriormente el poder caminar y así explorar a su entorno de un modo activo.

Los procesos de maduración si bien se dan en su mayoría en los primeros años de vida, también son fundamentales en las etapas posteriores del desarrollo de la personalidad. Así, por ejemplo, el período adolescente comienza con los cambios puberales gracias a los procesos de maduración del sistema glandular.

El crecimiento implica procesos de cambio con un aumento progresivo del tamaño y de la cantidad de estructuras psicofísicas. Es un aspecto cuantitativo del desarrollo.

En el aprendizaje, en la apropiación de lo ambiental, el factor modificador principal del proceso de desarrollo es el ejercicio y la experiencia, que supone cambios, producto de una experiencia o una práctica específica. Este aspecto del desarrollo del organismo y de la personalidad tiene como condición previa el haber alcanzado un cierto grado de maduración de las estructuras que le permitan el ser modificado desde afuera. La estimulación precoz del caminar, por ejemplo a los 6 meses, no logra ese objetivo. Pero sí es necesaria para que se alcance entre los 11 y 14 meses de vida.

3.2 Lo apropiado  

El sujeto se va constituyendo a partir de este núcleo que denominamos ‘lo dado’ y mediante la apropiación del mundo, es decir, del no-yo. Esta apropiación hace referencia a lo aprendido, a lo adquirido, al vínculo con el ambiente, con los valores, con la cultura y también a la experiencia como factor organizador de la personalidad.

Lo ‘apropiado’ hace referencia a lo que cada persona adquiere en la relación con el mundo, por el sólo hecho de vivir y afrontar las circunstancias de la vida. ‘Propio’ etimológicamente es lo perteneciente a alguno o alguna cosa; de este vocablo se derivan los términos ‘propiedad’, ‘propietario’, entre otros (Corominas 1983). Por ejemplo, los animales luchan por lo que consideran su propiedad, ya sea su alimento, su territorio, su pareja sexual, o bien procuran proteger su prole.

El hombre no evoluciona inevitablemente ni azarosamente hacia el estado de adultez o madurez, requiere de experiencias y de un mundo natural y humano que le ayude a lograr su plenitud.

El ambiente es un factor organizador de la personalidad, el mundo es un constituyente de la misma. Este se convierte en medio, entorno o mundo, solamente en relación con un ser vivo concreto.

Romano Guardini afirma que “(...) sería inexacto considerar la personalidad y el mundo como dos realidades, existentes originariamente como tales, que entran luego en relación una con la otra. La personalidad solo existe funcionalmente en una red activa de interacciones actuales y potenciales con un mundo que, igualmente, solo existe, al nivel psicológico, gracias a esa actividad. El núcleo de la personalidad funcional es una exigencia y una potencialidad activa de ciertos tipos de interacción y de comunicación con el mundo. Se trata aquí de una ‘apertura al mundo’ activa hacia el objeto, que tiene como efecto introducir el mundo de los otros y de los objetos dentro del psiquismo personalizado. Por este motivo, conviene decir que la personalidad no está simplemente situada en un mundo y abierta a él, sino que ese mundo interviene, como elemento integrante, en la propia personalidad" (Guardini 1983, 23).

Herencia y medio son factores que colaboran en la formación de una nueva persona y se imbrican de modo tal que es difícil distinguir lo que corresponde a uno y a otro. Por eso no hay que verlos como opuestos o antagónicos, como muchas veces se los considera, sino como complementarios. De esta manera, para constituirnos como personas necesitamos tanto de una dotación genética humana, como de un medio humano. Nos diferenciamos y somos singulares tanto por nuestra peculiar combinación genética como por nuestra historia personal, producto de interacciones con una familia y una sociedad dada, como también de elecciones voluntarias libres.

Por el contrario, las concepciones ambientalistas y socioculturales del desarrollo humano, como por ejemplo la del psicólogo soviético S. L. Rubinstein (1963), consideran que la persona no se autoposee realmente, sino que es sólo portadora de las fuerzas sociales. De este modo, la vida interior es vaciada y el hombre pasa a ser fundamentalmente exterioridad, relaciones, vínculos y termina diluyéndose en lo social.

Estas concepciones ambientalistas sostienen que los seres humanos no poseen capacidades innatas que les impidan o permitan el hacer algo; de este modo, la elección de un sujeto está determinada por un conjunto de aspectos y elementos que están en el mundo social y cultural y que son interiorizados por el sujeto. La interiorización de las actividades socialmente enraizadas e históricamente desarrolladas constituye el aspecto característico de la psicología humana (Bock y Bock 2005, 6).

La personalidad pasa a ser un reflejo de lo social, sin consistencia propia, ignorando que la sociedad es siempre sociedad de seres humanos, es decir, de personas. El haber querido separar lo social de su fuente, que es la vida personal, no llevó a formas más perfectas de la sociedad, sino a su disolución en la masa (Komar 2001, 36). Donde todo es social no hay sociedad, esta es una evidencia que se desprende de la tremenda experiencia de la masificación. En la masificación lo social se llevó al extremo, produciendo la muerte social. La masa es lo antisocial por excelencia.

Se sustituyó lo natural por lo social, es decir, lo real por lo artificial, y de este modo se sometió al individuo a los imperativos meramente sociales. En las experiencias colectivistas totalitarias se sustituyeron los modelos de personas autoras de su vida, es decir, con autoridad, por la autoridad de “lo que dicen los demás”, propio del conformismo masificante.

Al respecto Emilio Komar (2001, 36) señala que el hombre es naturalmente social y lo personal es el cemento social, lo que unifica y mantiene unidos a los hombres en sociedad. Así, por ejemplo, una persona aburrida no es capaz de aglutinar a otros en torno de ella, en cambio, alrededor de una persona con cierta vitalidad y vida interior, con vida propia, la gente se reúne, se agrupa.

3.3 Autodeterminación  

Es el factor característico de la voluntad libre de la persona. La personalidad se constituye a partir de la espontaneidad natural posibilitada por ‘lo dado’ y por la elección en el marco de las oportunidades con que interactúa dicho sujeto.

Este doble marco ‘exterior’ e ‘interior’, junto con esta posibilidad de autodeterminación, va constituyendo el estilo del sujeto, su personalidad.

Además, esta clasificación nos lleva a plantearnos nuevos interrogantes que se derivan de la misma, a saber: ¿cuál es el ‘peso’ relativo de cada factor en las diferentes conductas y en cada período del desarrollo?; ¿cómo y cuál es el grado de interacción entre dichos factores?

Este enfoque permite no quedar atrapado en las redes categoriales de oposición herencia-medio, naturaleza-crianza, biología-cultura.

Además de la interacción herencia-medio señalada, debemos tener en cuenta que el hombre no es el mero resultado de disposiciones hereditarias y adquisiciones del medio, sino que posee en su cualidad de sujeto la posibilidad de adoptar una postura frente a lo heredado y al medio, y de este modo intervenir en forma libre y creativa en su accionar.

Esta capacidad de elegir también comprende la posibilidad de crear motivos propios y dejar de lado aquellos que son presentados por los impulsos o necesidades internas, o bien, por estímulos externos y valoraciones sociales provenientes del medio.

La autodeterminación conlleva una actividad deliberativa y de elección. Así, el hombre posee la capacidad de decidir por medio de un acto de autodeterminación entre motivos en conflicto.

El drama del hombre no consiste en la mera aceptación de lo que se es, en el reconocer limitaciones y condicionantes, sino en seleccionar y decidir acerca de las potencialidades que han de ser desarrolladas. Las decisiones y elecciones efectuadas en la historia personal configuran su particular individualidad y son la fuente de la diferenciación, de la singularidad. La unidad e integración natural imperfecta del hombre puede complementarse, mejorarse, mediante el buen uso de su libertad de autodeterminación.

Cada persona conduce su vida y da sentido a sus actos, es decir, es coautora de su vida. Recibe en el plan específico el sentido que debe tener su dinamismo (lo dado) pero ha incorporado una ordenación desde el afuera (lo apropiado), sin embargo mediante su inteligencia y voluntad es capaz de ordenar su accionar. Esto último implica conocer, proponer fines y medios adecuados para su accionar (Griffa y Moreno 2015b, 372).

El hombre puede pues planear, decidir, guiar y ejecutar su actividad, por eso puede autodeterminarse. La libertad psíquica reside en nuestra interioridad, en nuestra voluntad, y nos permite actuar o no actuar en determinado momento y actuar en un sentido o en otro. Implica que cada hombre se posea a sí mismo, sea dueño de sí mismo, que exista una unidad, un orden interior. Esta libertad interior es la que permite un mejor desarrollo de la personalidad, en particular, a partir de la adolescencia.

Así, por una parte, el hombre tiene naturalmente la posibilidad de autodeterminarse, pero esto no implica que la ejerza desde el principio, sino que ésta debe desarrollarse, conquistarse. Por otra parte, cabe señalar que no todos los hombres, ni en todos los momentos de nuestra vida, ejercemos esta posibilidad de autodeterminarnos.

El hombre experimenta la autonomía porque, en tanto ser espiritual, es capaz de regirse según su propia decisión. Puede autodeterminarse (Wojtyla 1982), es decir, que puede afirmar: “quiero”. Esto es posible porque el espíritu se autoposee, ya que obra por sí y para sí. Así, por ejemplo, la afirmación: “yo quiero” es también un acto de determinación, presupone la autoposesión. Sólo las cosas que son posesiones del hombre pueden estar determinadas por él, pues es él, el que las posee. De este modo, el hombre vivencia su autoposesión y autodeterminación.

En los tratados y manuales contemporáneos de psicología evolutiva (Fernández Lópiz 2000), cuando se analizan los factores que influyen en el desarrollo, en general, se tiende a omitir la referencia al hombre como ser libre que se autodetermina. Todo lo contrario a lo que se puede observar en el ámbito cultural y en los medios de comunicación, como también en las ciencias políticas y sociales, en los que se suele exaltar la libertad desde posturas muy individualistas; esto es, la libertad entendida como mera ausencia de restricciones.

Sin embargo, una lectura más profunda de los teóricos actuales de la personalidad y del desarrollo nos pone en evidencia que el tema de la autodeterminación está muy presente, incluso en autores que acentúan el papel de lo social y del medio en la configuración de la personalidad.

Un importante teórico contemporáneo de la personalidad, Albert Bandura, quien desarrolló la teoría del aprendizaje social, afirma que “una característica propia de la especie humana es la capacidad de ejercer control sobre los procesos de pensamiento, la motivación y la acción.” (Bandura 1989, 1175). Para Bandura la formación de la personalidad requiere de algo más que los mecanismos de condicionamiento clásico y condicionamiento operante, requiere también de lo que él denomina aprendizaje por observación (modelamiento). Este tipo de aprendizaje supone un proceso por el cual una persona se modifica como resultado de ser expuesto al comportamiento de otra, es decir, a un modelo. Esa presentación puede ser en vivo (observación de modelos reales, presentes físicamente), o simbólica (exposición indirecta a modelos, por ejemplo en libros, revistas, películas, etc.). El modelamiento en vivo predomina en las primeras etapas del ciclo vital y el modelamiento simbólico se incrementa paulatinamente a partir de la niñez escolar.

El aprendizaje por observación comprende una primera etapa de presenciar y prestar atención a las conductas de un modelo, una segunda etapa de adquisición (aprendizaje y memoria) y una tercera de aceptación, en la cual se utiliza las claves del modelamiento como guía de sus acciones. Pero la aceptación no es algo pasivo, se pueden elegir y adoptar formas de conducta imitativas o de contraimitación. Comportarse tal cual como el modelo, comportarse parcialmente, o en proceder de manera diferente, casi opuesta al modelo. Así, el observar que algunas personas son rechazadas o castigadas por su conducta egoísta puede llevar al observador a tratar de ser generoso.

Para Bandura, entre la adquisición y la ejecución existe una distancia que remite a la capacidad de autodeterminación.

4 Epigénesis y epigenética. Epigénesis predeterminada y probabilística  

El término epigenética fue creado por Conrad Hal Waddington en 1942, y comprende el estudio de las interacciones entre los genes y el ambiente que se producen en cada organismo vivo.

La epigenética estudia los mecanismos que regulan la expresión de los genes y establece la relación entre las influencias genéticas y ambientales que determinan el fenotipo. Estudia las reacciones químicas y los procesos que modifican la actividad del ADN, pero sin alterar su secuencia.

La llamada herencia epigenética engloba a los mecanismos de herencia no genéticos. Es decir que lo heredado incluye, al expresarse, a productos de la interacción con el medio.

A mayor complejidad de un sistema existen mayores posibilidades de interacción entre elementos o subsistemas, y mayores posibilidades de combinatoria entre dichos elementos. Además, la interacción no se da sólo en relación a un medio físico tangible en el presente. En el hombre, la interacción está mediada por múltiples factores. El hombre tiene la capacidad de ir más allá de la información inmediata; mediante el aprendizaje y la memoria interactuamos con objetos que tienen una significación histórica, cultural, familiar y personal. Por lo tanto, la plasticidad de la conducta en cuanto a posibilidad de variabilidad y de cambio crece y, por lo tanto, la naturaleza de la epigénesis se vuelve probabilística.

Este planteamiento se considera como un modelo válido para explicar también la función cortical en relación a los nuevos conceptos de plasticidad cerebral. Phillips, Zeki y Barlow (1984) apoyan el modelo probabilístico y sistémico para dar cuenta de la complejidad del funcionamiento cortical.

Gilbert Gottlieb (2007) fue un investigador crítico de la dicotomía genes-ambiente, que sostuvo la idea de considerar las influencias de genes y ambiente como un evento unificado y no como eventos independientes, interpretando el comportamiento como el resultado de una continua transacción, a lo largo del tiempo, entre las bases genéticas del organismo individual y su interacción con múltiples eventos ambientales. Según Gottlieb (2007), la epigénesis probabilística se caracteriza por el hecho de que el desarrollo individual se va especificando cada vez más y se evidencia así su complejidad y singularidad a través del tiempo, esto es, secuencialmente van emergiendo nuevas propiedades a partir de las interacciones del organismo con el ambiente, pero también a raíz de los intercambios entre las distintas partes del organismo. Se opone a que la maduración del organismo esté genéticamente predeterminada y que opere de un modo unidireccional (herencia genética → estructura → función). Por el contrario, sostiene que existen influencias bidireccionales dentro y entre los niveles de análisis (actividad genética ↔ actividad neural ↔ conducta ↔ medio físico-social-cultural). Desde esta perspectiva, las estructuras neurales comienzan a funcionar antes de estar completamente maduras, así la actividad neural es intrínsecamente derivada de la actividad genética (espontánea) o extrínsecamente estimulada (evocada). La noción de epigénesis probabilística implica intercambios recíprocos entre las estructuras y las funciones. Hoy en día se sabe que la actividad neuronal espontánea, así como también la estimulación ambiental y conductual, juegan un papel vital en el desarrollo neuronal normal y que las influencias sensoriales y hormonales pueden desencadenar las actividades de los genes. La coordinación de las influencias formadoras de estructuras y funciones dentro de y entre los 4 niveles de análisis no es perfecta, de este modo se introduce un elemento probabilístico en todos los sistemas en desarrollo y en sus resultados (Gottlieb 2007, 1-2). Este es un modelo interaccionista “multidireccional en el que todas las variables tienen un cierto grado de dependencia y son influidas recíprocamente por otras en un proceso de interacción sucesiva” (Polaino-Lorente, Cabanyes Truffino y Pozo Armentía 2007, 315-316).

El concepto de epigénesis probabilística no es totalmente nuevo y puede ser rastreado en la teoría general de los sistemas de Bertalanffy (2006) y en los trabajos de Weiss (1969).

A este respecto, los siguientes conceptos son centrales:

  • La experiencia implica un concepto mucho más amplio y es sinónimo de función e incluye actividad de las células nerviosas y sus procesos, conducción de los impulsos, secreción de hormonas, el uso de los órganos y músculos y, por supuesto, la conducta misma del organismo; por lo tanto, no es sólo un sinónimo de ambiente.
  • Debido a la temprana equipotencialidad de las células, y que sólo una parte pequeña del genoma se expresa en cada sujeto, lo que vemos expresado o desarrollado en el curso del desarrollo psicológico o conductual de una persona es únicamente una fracción de muchas otras posibilidades.
  • Se realza la noción de equifinalidad, es decir la posibilidad de la variación en los caminos que llevan a un mismo punto del desarrollo, llegar a la misma meta o destino por diferentes rutas.

La teoría general de los sistemas de Ludwig Von Bertalanffy (2006), la cual nació del estudio de los seres vivos y de la biología, y que ha impactado en numerosas otras disciplinas, distingue varias etapas en la organización de los sistemas, sea cual fuere su naturaleza. Las etapas son las siguientes:

  • Indiferenciación: es el estado del sistema en cual todas sus partes poseen las mismas funciones en el mismo nivel (equipotencialidad), aunque el sistema en su conjunto tiende a un mismo objetivo (equifinalidad), el cual puede ser alcanzado por distintos caminos.
  • Diferenciación progresiva: lentamente los componentes del sistema se van diferenciando o especializando para que cada parte adquiera funciones diferentes. El sistema pierde equipotencialidad pero mantiene la equifinalidad. El sistema sigue coordinado a pesar de que cada elemento tiene una función diferente.
  • Maquinización: la diferenciación paulatina culmina en una hiperespecialización de cada componente del sistema, que mecaniza sus funciones para una máxima eficacia con un mínimo coste, lo cual anula la plasticidad de los elementos.
  • Centralización: una parte del sistema adquiere funciones de control y comando del sistema sobre el resto, lo cual implica una organización jerárquica porque los componentes encargados del control son superiores al resto del sistema. Esto aumenta la fragilidad del sistema por la importancia del comando control pero aumenta la eficiencia del sistema. La centralización es la etapa superior de la especialización.
  • Orden jerárquico: es la etapa de máxima organización del sistema. La equipotencialidad se perdió, pero no la equifinalidad. Hay ahora distintos niveles de organización de los componentes, algunos superiores y otros inferiores. Esta etapa es la más compleja, eficaz y frágil, ya que el sistema posee propiedades emergentes.

Paul Alfred Weiss (1969) establece siete niveles de análisis en la embriología: genes, cromosomas, núcleos, citoplasma, tejidos, organismos y ambiente. Así, el gen (ADN) es la última y reducida unidad de análisis que se mueve del gen al cromosoma (donde los genes pueden influirse los unos a los otros), del núcleo al citoplasma, abarcando la totalidad celular, de las células al tejido; todo lo cual hace que el organismo interactúe con el ambiente externo. Todo esto implica un sistema jerárquico organizado de creciente tamaño, diferenciación y complejidad, en el cual cada componente afecta y es afectado por todos los otros niveles, no sólo en los niveles más bajos sino también en los superiores.

Otro concepto que ayuda a entender estos postulados es la teoría de las interacciones genotipo-ambiente (Scarr 1993). Dicha teoría establece que los genes (genotipo) y el ambiente hacen contribuciones esenciales al desarrollo humano, sin embargo, las contribuciones relativas de cada una de las dos fuerzas al desarrollo son difíciles de establecer. Estas interacciones pueden ser de tres tipos:

  1. Interacciones pasivas genotipo-ambiente. Ocurren en las familias biológicas, en las cuales los padres proporcionan tanto los genes como el ambiente. Por ejemplo, un padre que ha sido muy bueno jugando al fútbol puede darle como primer regalo a su hijo una pelota de fútbol y –a lo largo de la niñez y la adolescencia– le pudo proporcionar elementos y experiencias para que juegue a este deporte llevándolo a jugar a la pelota con frecuencia; por todo lo cual, se volvió un jugador de fútbol profesional. ¿Este hecho se explica por el ambiente que le proporcionó el padre? ¿Es así? Sin embargo, el padre le dio también la mitad de sus genes. Si existe algún gen que se asocie con la habilidad deportiva, puede haberlo recibido de él y esto explicaría que jugara muy bien a la pelota.
  2. Interacciones evocativas genes-ambientes. Las características heredadas evocan respuestas del ambiente. Así, por ejemplo, si usted tuviera un hijo que a los 4 años empieza a tocar algún instrumento musical y se interesa en dicha actividad, probablemente le compraría un instrumento musical y lo llevaría a estudiar música para desarrollar dicha aptitud en plenitud.
  3. Interacciones activas genotipo-ambiente. La gente busca ambientes que concuerden con sus características genotípicas. Así, por ejemplo, el niño que es agresivo puede consumir juegos de video violentos, buscar hacer deportes de contacto físico o juntarse con otros niños violentos y agresivos. Esto es, la gente es atraída por ambientes que coincidan con sus características heredadas.

5 El modelo neo – Allportiano de la relación Cultura - Personalidad  

Basado en la teoría de la personalidad de Gordon W. Allport (1973), Shigehiro Oishi (2004) presenta un modelo que delinea cómo las diferencias individuales pueden surgir aún bajo influencias culturales fuertes.

Describe (Oishi 2004, 70) los procesos clave del siguiente modo: el temperamento de un individuo humano (por ejemplo, su predisposición al temor) y su estado biológico (por ejemplo, un nivel alto de dopamina que induce el consumo de drogas) pueden predisponer a sentir, pensar y comportarse de una determinada manera. Sin embargo, esta predisposición puede ser contenida o amplificada por factores socioculturales tales como el estilo parental o modos de crianza que tuvo un sujeto, las situaciones (por ejemplo una fiesta facilita cierto descontrol), los roles que uno desempeña y las normas culturales (más permisivas o restrictivas). Además el grado de internalización de las demandas socioculturales es a su vez influenciado por el agrado o desagrado que provoca la percepción de estas demandas; percepción determinada en parte por el temperamento y el estado biológico de cada individuo. Por lo tanto, la acción, el pensamiento y el sentimiento de los individuos son una función de ambos factores, los biológicos y los socioculturales.

También Oishi (2004) en su modelo interactivo (la interacción entre 1- el temperamento y el estado biológico, 2- los sentimientos, pensamientos y comportamientos y 3- la cultura, situación y roles) agrega al autoconcepto como otro factor. El autoconcepto modula la influencia del factor temperamental-biológico y sociocultural sobre sus conductas. Además, los individuos observan sus propias conductas y las reacciones de los demás hacia ellas cuando forman su autoconcepto y su filosofía de vida en el tiempo.

El mantener un cierto autoconcepto o el intentar alcanzar cierto autoconcepto juegan un rol importante en contener o amplificar la expresión de la personalidad (una persona que es temerosa, pero que desea llegar a ser menos temerosa, va a intentar disimular más dicho rasgo, a expresarlo más controladamente).

Allport (1973) asume que la mayoría de las personas pueden controlar conscientemente las influencias culturales sobre sus vidas. Oishi (2004) considera que la forma en que percibimos ciertos objetos y cómo reaccionamos emocionalmente ante algunos eventos están muchas veces tan profundamente arraigados y automatizados que nuestra percepción, cognición y emoción son influenciados por la cultura de modo no consciente. El modelo propuesto reconoce que las influencias culturales pueden estar más allá del propio control activo, es decir que las reacciones emocionales y comportamentales, por defecto, ante ciertos eventos y objetos son automáticas. Incluso aquellas personas que se distancian activamente de la cultura en la que conviven, a veces son influenciadas inconscientemente por ella.

6 Psicología del self y epigénesis. Unidad estructural de la personalidad desde su origen  

Con Heinz Hartmann (1958) fundador dentro del psicoanálisis de la psicología del yo, empieza a perfilarse la psicología del self. Hartmann reconocía la existencia del conflicto entre el yo y el ello, pero consideraba que hay una esfera del yo libre de conflictos. Es decir que existe un yo que es heredado, que no es generado por el conflicto entre las pulsiones del ello y el mundo externo. El yo por lo tanto tiene autonomía respecto de lo pulsional (Hartmann 1958; Liebert y Liebert 2000, 125; Kohut 1982). Así, sostiene una posición claramente epigenética del desarrollo de la personalidad, y señala que el hombre, como todo ser vivo, funciona de acuerdo a un diseño original, a un orden inteligente. Además, desde una postura personalista realista (Kohut 1959, 467), afirma que el mundo interior de la persona humana no puede ser observado mediante los órganos de los sentidos, es decir que los deseos, sentimientos y pensamientos no pueden ser vistos, oídos, olidos o tocados, pero a pesar de su no existencia en el espacio físico son reales y se pueden observar mediante la introspección y la empatía.

La realidad espiritual (inmaterial) tiene modos de observación específicos para ser captada: la introspección y la empatía. Considera que para el estudio de los fenómenos psicológicos el modo de observación siempre incluye a la introspección y la empatía como ingredientes esenciales. La personalidad como una unidad compuesta y estructurada supone la coexistencia de lo espiritual y lo corporal, por eso requiere un modo de observación integral. “El reduccionismo objetivista y el reduccionismo subjetivista mutilan la integridad de la experiencia de lo humano real” (Velasco Suárez 2003b, 29).

Para Kohut la persona es una unitas multiplex, una unidad compleja, estructurada y jerarquizada, en la cual el núcleo central está conformado por la inteligencia y la voluntad. Este núcleo hace posible a cada hombre conocerse, poseerse, determinarse libremente, comunicarse, ser agente. Ese núcleo interior es el lugar central, profundo de la personalidad y no las pulsiones. La estructura de la personalidad no surge del choque de fuerzas contrapuestas. La psicología del self pone a la experiencia del sí mismo en el centro de la visión psicológica del hombre (Roldán 2008, 94-95).

Ronald Fairbairn (1955, 1978) en su modelo relacional-estructural de la personalidad también coincide con el planteo central de Kohut. Fairbairn, por ejemplo, en cuanto al origen y desarrollo de la personalidad habla de la existencia de un Yo Central que no tiene su origen en otra estructura (el Ello, como postulaba Freud), ni es una estructura pasiva que dependa de las pulsiones. Es una estructura primaria y dinámica, de la que se derivan luego las otras estructuras mentales.

Harry Guntrip afirma que Fairbairn sostiene que “el yo está desde el comienzo en un estado de totalidad o integración primaria, y que la desintegración es un fenómeno secundario, resultante de los efectos persecutorios de las malas relaciones objetales internalizadas, es decir, de la dirección de la agresión del bebé hacia adentro, contra sí mismo” (Guntrip 1965, 311-312).

Fairbairn se manifestó en contra de las concepciones energetistas del psicoanálisis ortodoxo, así afirmó que lo que busca la libido desde el inicio no es la descarga sino al objeto; “el placer libidinoso no es más que un medio para obtener al objeto” (Fairbairn 1978, 94). Cabe señalar que este modelo tuvo una influencia significativa en la obra de John Bowlby (1969) y en particular en su teoría del apego, como también en la obra de Donald Winnicott (1958).

Otro aporte interesante de la psicología del self es el de Daniel Stern (1966) quien ha explorado la experiencia subjetiva del infante y asigna un rol central al sentido del sí mismo. “El sentido del sí mismo sirve como perspectiva subjetiva primaria que organiza la experiencia social, y en consecuencia pasa al centro del escenario como el fenómeno que domina el desarrollo social temprano” (Stern 1996, 26). Por sentido entiende una simple percatación en el nivel de la experiencia directa (no implica autorreflexión) y por “del sí mismo” entiende un patrón constante de la percatación, una forma de organización, que aparece solamente con las acciones o procesos mentales del infante. Esta experiencia subjetiva organizadora es el equivalente preverbal, existencial, del sí mismo objetivable, autorreflexivo y verbalizable.

Afirma que durante los dos primeros meses de vida el infante constituye activamente un sentido de sí mismo emergente, aunque no se logra todavía un sentido global del sí mismo, dado que tienen experiencias separadas y no relacionadas, sin integración. Sostiene que “el infante experimenta el proceso de la organización que emerge tanto como el resultado, y es esa experiencia de la organización emergente lo que yo llamo el sentido del sí mismo emergente. Se trata de la experiencia de un proceso tanto como la de un producto” (Stern 1996, 66).

Además, Daniel Stern señala que “el niño llega al mundo trayendo consigo formidables capacidades para establecer relaciones humanas. Se convierte inmediatamente en participante en la constitución de sus primeras y esenciales relaciones” (Stern 1998, 60). El neonato posee instrumentos sociales, capacidades perceptivas y motoras que le llevan a establecer y realizar intercambios sociales. “Al nacer, el sistema visomotor (la mirada y la vista) comienza a funcionar inmediatamente. El recién nacido, no solo puede ver, sino que está dotado ya de reflejos que le permiten seguir y fijar la mirada a un objeto. Sin disponer de ninguna experiencia previa puede seguir con sus ojos y su cabeza un objeto en movimiento y mantener su mirada fija sobre el mismo. (…) No precisan de aprendizaje alguno” (Stern 1998, 61). El neonato está dotado de la inclinación a buscar estímulos y está organizado de tal modo que tiende a ordenar sus experiencias progresivamente.

Haciendo referencia a los partidarios de la idea de que el niño llega al mundo como una página en blanco, en la que luego se van a inscribir sus experiencias con el medio, Stern dice que “el niño llega con un caudal de predilecciones perceptivas innatamente determinadas, de pautas motoras, de tendencias cognoscitivas o correspondientes al pensamiento y de capacidades para la expresividad emocional …” (Stern 1998, 62-63).

Aproximadamente a la sexta semana de vida se da un cambio en la mirada del niño, que al fijar la vista en los ojos de su madre, mantiene su mirada y abre más sus ojos. De este modo la madre capta que su hijo lo está mirando realmente, que la mira a sus ojos, que existe una profunda conexión entre ambos. Así el comportamiento de la madre se hace mucho más social. Todo esto muestra que el lactante es un agente activo.

La noción de epigénesis además de su importancia para comprender los factores que intervienen en el desarrollo, especialmente en los primeros años de vida, en la medida que supone la existencia de un plan constructivo de la personalidad, también debe dar cuenta de cómo alcanzar la madurez en cada etapa del ciclo vital. Cabe señalar que, a diferencia de los animales, los seres humanos “somos capaces no solo de adquirir un volumen mayor de conocimientos, a una velocidad mucho mayor, sino que además hemos extendido el período de adquisición a toda nuestra vida” (Diéguez y Atencia 2014, 208).

En este aspecto, Erik H. Erikson (1971, 1983) ha sido un pionero en intentar brindar un modelo del desarrollo completo de la personalidad (de todo el ciclo vital) desde la perspectiva epigenética.

7 Erik H. Erikson, un modelo epigenético de las etapas del desarrollo de la personalidad  

Erikson adhirió al principio epigenético para comprender el desarrollo de la personalidad, desarrollo que es similar al del embrión. Afirma que el principio epigenético supone que todo lo que crece posee un plan de desarrollo del que surgen las partes, cada una a su tiempo, hasta que alcanzan un estado funcional.

Erik H. Erikson considera que “siempre que intentemos comprender el desarrollo, conviene recordar el principio epigenético que se deriva del desarrollo de los organismos in útero. Para expresarlo de un modo algo generalizado, dicho principio afirma que todo lo que se desarrolla obedece a un plan o proyecto básico y que, a partir de este último, van surgiendo las partes, teniendo cada una de ellas su momento de eclosión, hasta que todas las partes han surgido para constituir una totalidad funcionante. Esto, evidentemente, es cierto con respecto al desarrollo fetal, donde cada parte del organismo tiene su momento crítico de aparición o de riesgo de defecto” (Erikson 1971, 79).

El principio epigenético intenta dar cuenta del despliegue de la personalidad del sujeto, de este modo afirma Erikson que “... en la secuencia de sus experiencias más personales, el niño sano, siempre que se dé una razonable cuantía de educación adecuada, obedece a leyes internas de desarrollo, leyes que crean una sucesión de potencialidades destinadas a una interacción significativa con aquellas personas que le atienden y que le responden, y con aquellas instituciones que están dispuestas para él. Mientras que tal interacción varía de una cultura a otra, ha de permanecer dentro 'del ritmo adecuado y la secuencia adecuada' que gobierna toda epigénesis. La personalidad, por tanto, puede afirmarse que se desarrolla de acuerdo con etapas predeterminadas en la disposición del organismo humano para ser 'conducido hacia', para 'darse cuenta' y para interactuar con un círculo cada vez más amplio de individuos e instituciones significativos" (Erikson 1971, 80).

El aporte central de Erik H. Erikson es el modelo de las ocho edades del desarrollo de la personalidad al que denominó modelo epigenético, el cual abarca a todo el ciclo vital. R. Frager y J. Fadiman (2001) consideran que es la primera teoría psicológica que aborda y detalla todo el ciclo vital. Cada etapa se caracteriza por una crisis psicológica o conflicto y una tarea de crecimiento que debe ser resuelta para poder pasar a la etapa siguiente. Cada etapa se distingue por su propio tema de desarrollo, por su relación con las etapas anteriores y ulteriores, como también por el papel que desempeña en el plan total del ciclo vital. La crisis de desarrollo de cada etapa es universal y la situación particular se define culturalmente.

Henri Maier señala que en este modelo epigenético hay tres variables esenciales: “primero, las leyes internas del desarrollo que, como los procesos biológicos, son irreversibles; segundo, las influencias culturales que especifican el índice deseable de desarrollo y favorecen ciertos aspectos de las leyes interiores a expensas de otros; y tercero, la reacción idiosincrásica de cada individuo y el modo particular de manejar su propio desarrollo en respuesta a los reclamos de la sociedad” (Maier 1979, 37).

Si bien Erikson en su enfoque epigenético del desarrollo de la personalidad tiene en cuenta las fases del desarrollo de la libido (pulsiones) de Freud y Abraham, al describir las primeras etapas incorpora los factores psicosociales, los cuales pasan a desempeñar un rol más importante en la medida que se alcanza la juventud, la adultez y la vejez.

Su principal aporte fue extender los estudios psicoanalíticos del desarrollo psicosexual al contexto del desarrollo psicosocial del ciclo de vida completo de la persona, atribuyendo a cada estadio una crisis dialéctica con cualidades sintónicas y distónicas de acuerdo al desarrollo psicosocial de la persona.

También reconoce la importancia de la presencia de personas significativas como elemento cultural en la formación de vida de las personas, o bien como una representación de la jerarquización de los principios relacionados de orden social que interactúan en la formación cultural de la persona (Bordignon 2005).

Cada una de las etapas supone un conflicto entre un planteamiento adaptativo y otro desadaptativo para superar la crisis central de respectiva etapa. Así, el neonato debe adquirir sentimientos de confianza básicos para poder separarse de su madre y tolerar su ausencia. Esto supone no sólo tener certeza de la conducta materna de que no va a ser abandonado, sino también tener confianza en sí mismo. El neonato privado de su simbiosis biológica con su madre que proveía de las substancias nutricias requeridas para el desarrollo, ahora debe utilizar su capacidad congénita, heredada y madurada antes del parto, para incorporar mediante su boca alimentos en su encuentro con el pecho de su madre y con la sociedad, dispuestas ambas a brindarles alimentación y protección.

El primer logro social del bebé es controlar su ansiedad o enojo cuando su madre se aleja. La zona corporal oral se constituye en el foco de este primer vínculo con los otros, siendo el modo de acercamiento de carácter incorporativo. A medida que el bebé amplía su capacidad perceptiva y su coordinación psicomotora, “se va enfrentando a los patrones educativos de su cultura, y aprende así las modalidades básicas de la existencia humana, cada una de ellas en formas personal y culturalmente significativas”. “Obtener significa recibir y aceptar lo que nos es dado. Esta es la primera modalidad social que se aprende en la vida” (Erikson 1983, 65). El poder obtener lo que se le ha dado y conseguir que alguien realice lo que desea, permite al bebé desarrollar las bases yoicas para llegar a ser un dador, abrirse al mundo y a los otros.

Así, en la primera etapa oral se establece una regulación mutua entre el patrón infantil para la aceptación de las cosas y la manera que tiene la madre y la cultura de brindarlas. “La experiencia de una regulación mutua entre sus capacidades más receptivas y las técnicas maternales de abastecimiento, lo ayuda gradualmente a contrarrestar el malestar provocado por la inmadurez de la homeostasis con que ha nacido” (Erikson 1983, 222). Así, se forman en el niño los sentimientos básicos de confianza como también el de desconfianza. Cierto grado de desconfianza es inevitable y conveniente para la formación de la prudencia y de una actitud crítica. De la resolución positiva de la antítesis de la confianza versus desconfianza emerge la esperanza, como sentido y significado para la continuidad de la vida. La esperanza es el fundamento ontogenético que nutre la niñez de una confianza interior de que la vida tiene sentido y que puede enfrentarla.

Erikson relaciona la confianza básica con la institución social de la religión. Afirma que la confianza nacida del cuidado es la piedra de toque (aquello que permite calibrar el valor preciso de una cosa) de la realidad de una religión dada.

En la segunda etapa el niño (18 meses a 3 años) debe adquirir el sentido de autonomía, que se logra en relación a la adquisición de los hábitos de regulación y control de los esfínteres. Un autocontrol adecuado de la micción y defecación da lugar a sentimientos de autonomía, de independencia y orgullo. El no poder alcanzar el autocontrol esperado por los padres genera sentimientos de vergüenza y de duda. La maduración muscular prepara al niño para aprender estos hábitos y a experimentar las modalidades sociales de aferrar y soltar. Así aferrar puede significar retener o restringir de modo destructivo o convertirse en un patrón de cuidado, de tener y conservar. Soltar puede convertirse en liberar fuerzas destructivas, hostilidad, o bien en ‘dejar pasar’, ‘dejar vivir’. Es una edad en que experimenta el modo de posesión de las cosas y de autoposesión. La resolución positiva de este conflicto posibilita un sentimiento de control de sí mismo y de poder.

El conflicto de iniciativa versus culpa tiene lugar durante la etapa fálica freudiana (edípica) y es el característico de la tercera edad (3 a 6 años) en Erikson. En este estadio el niño tiene que aprender a controlar sus sentimientos de rivalidad por poseer a su madre y a adquirir normas sociales y responsabilidad moral. Está dispuesto a emular los prototipos ideales (padres, maestros, familiares cercanos). Así, al asumir la iniciativa apropiada para desempeñar roles sociales, al encontrar placer en actividades aprobadas social y culturalmente, como por ejemplo el juego simbólico y reglado, suma la modalidad social de conquistar, empieza a dejar su apego a los padres. La resolución positiva del conflicto de esta edad posibilita un sentimiento de intencionalidad de acción o propósito.

Con la niñez escolar empieza una cuarta edad (6 a 12 años) en la cual aprende a obtener reconocimiento mediante la producción de cosas y a ser laborioso, así gradualmente va reemplazando los caprichos y los deseos del juego. Implica hacer cosas junto a los demás. Es el período en que en las diversas culturas empieza una instrucción sistemática, el desarrollo de conocimientos y habilidades. Esta educación familiar y escolar que le provee de herramientas e instrumentos para su futura inserción al mundo adulto, lo hace sentir útil y laborioso. La eficacia pasa a desempeñar un papel importante en sus sentimientos de autoestima. El fracaso en esta edad radica en caer en sentimientos de inadecuación e inferioridad, sentirse un inútil, incapaz. La resolución positiva del conflicto de esta edad posibilita un sentimiento de eficacia en la acción o competencia.

En la pubertad y la adolescencia (12 a 18 años), la atención se vuelve hacia el desarrollo de un sentido de identidad. Con el rápido crecimiento corporal y la maduración sexual, la identidad infantil entra en crisis y debe buscar nuevos sentimientos de continuidad y de mismidad. Por una parte el adolescente debe afrontar esa revolución fisiológica interior, por otra, las tareas que le aguardan en la vida adulta. La confusión de roles suele extenderse en la actualidad más allá de este período. La resolución positiva del conflicto de esta edad posibilita un sentimiento de autenticidad con uno mismo, de fidelidad.

La sexta edad, adultez joven (18 a 30 años), supone la tarea de desarrollar vínculos de intimidad, capacidad de comprometerse en una relación sin perder la propia identidad, sin caer en la confusión. La evitación de vínculos de intimidad, de compromiso, debido a un temor de pérdida del yo, lleva a sentimientos profundos de aislamiento y al distanciamiento.

La séptima edad es la de la adultez, del hombre maduro que precisa sentirse necesitado, de ser valorado por todo lo que ha producido y debe cuidar. La generatividad incluye la productividad y la creatividad. Si no se logra, surgen sentimientos de estancamiento y empobrecimiento. La generatividad implica orientar a la generación siguiente. Además, el adulto es el puente entre las generaciones.

Finalmente, la octava edad es la que tiene como tarea la búsqueda de la integridad que supone la seguridad acumulada del yo con respecto a su tendencia al orden y al significado. La considera un amor post narcisista del yo y un amor nuevo y distinto hacia los propios padres. Con la integridad, la muerte pierde su carácter atormentador. Por el contrario, el fracaso de la integridad lleva a la desesperación, que expresa que el tiempo que queda por vivir es corto, demasiado corto para intentar otro modo de vida o de transitar caminos alternativos.

Erikson señala, a modo de conclusión de la presentación de su modelo epigenético, que los niños no temerán a la vida, alcanzarán la confianza infantil, solo si sus mayores tienen la integridad necesaria como para no temer a la muerte.

Erikson afirma que los supuestos subyacentes al diagrama epigenético son: “1) la personalidad humana se desarrolla en principio de acuerdo con pasos predeterminados en la disposición de la persona en crecimiento a dejarse llevar hacia un radio social cada vez más amplio, a tomar conciencia de él y a interactuar con él; 2) la sociedad tiende en principio a estar constituida de tal modo que satisface y provoca esta sucesión de potencialidades para la interacción y de intentos para salvaguardar y fomentar el ritmo adecuado y la secuencia adecuada de su desenvolvimiento” (Erikson 1983, 243).

Sostiene que la paradoja de la vida humana es el poder de los hombres para crear su propio medio, un medio social humano, a pesar de que cada individuo humano nace con una vulnerabilidad que se extiende durante sus primeros años. Desvalimiento que tiene el poder de despertar el cuidado por parte de los padres y la sociedad, generando esta capacidad de apego una segunda matriz, la cual permite al nuevo ser desarrollar sus distintas cualidades en pasos sucesivos diferenciados, y unificarlas mediante una serie de crisis psicosociales.

Según Erikson tres fuerzas surgen como ejes en la vida de las personas, que emergen de los estadios cruciales de la vida humana: la esperanza, en la infancia, a partir de la antítesis entre la confianza versus desconfianza; la fidelidad y la fe, en la adolescencia, a partir de la superación de la dialéctica de la identidad y la confusión de identidad; el amor en la vida adulta, como síntesis existencial de la primacía de la generatividad sobre el estancamiento. De la eficacia de dichas fuerzas depende la calidad de vida de las personas y de la sociedad en el tiempo (Bordignon 2005, 60).

Por todo esto se considera que la noción de epigénesis es una noción clave para la comprensión de los factores del desarrollo de la personalidad y de la totalidad de las etapas del ciclo vital humano.

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9 Cómo Citar  

Moreno, José Eduardo. 2019. "Epigénesis de la personalidad". En Diccionario Interdisciplinar Austral, ediado por Claudia E. Vanney, Ignacio Silva y Juan F. Franck. URL=http://dia.austral.edu.ar/Epigénesis_de_la_personalidad

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