Epigénesis de la personalidad

José Eduardo Moreno
Universidad del Salvador

De DIA

Los interrogantes básicos de la Psicología del Desarrollo y de la Personalidad pueden sintetizarse en dos: ¿cómo las personas llegan a ser lo que son? y ¿por qué el desarrollo del psiquismo humano sigue tal dirección o curso y posee determinados ciclos o etapas? Es decir, que los diversos investigadores en psicología se plantearon la necesidad de precisar los factores que intervienen en la formación de la personalidad, como también la influencia de dichos factores en los cambios de la misma a través del tiempo, en cada una de las etapas del ciclo vital. Ellos se cuestionaron si el actuar humano depende de las estructuras anatómicas heredadas; o si las relaciones interpersonales, la convivencia con otros hombres en determinado contexto familiar, social y cultural le imponen un modo de ser; o bien si el desarrollo y la conducta humana son voluntarios y libres.

La perspectiva de la epigénesis supone la presencia de un ‘plan de desarrollo’ o ‘idea configuradora’ de la persona; así en los diversos momentos evolutivos y merced a la interacción con el medio y haciendo uso de la capacidad de autodeterminación, surgen y se actualizan las potencialidades. Es decir que el hombre como ser en devenir es un ser natural, como también un ser social y además un ser libre. Por todo esto, la noción aristotélica de epigénesis ha pasado a ser la clave para la comprensión del desarrollo de la personalidad y para responder a los interrogantes planteados.

En esta voz se considera en primer lugar la noción de personalidad, para luego abordar cómo la noción de epigénesis fue incorporada por la psicología para dar cuenta de los factores que intervienen en su formación.

Posteriormente, se presentan los nuevos aportes de la epigenética para la comprensión de la interacción genes – ambiente.

Finalmente, se incluyen las aportaciones de la psicología humanista (Allport y neoAllportianos) y de la psicología del self para la comprensión de los factores del desarrollo de la personalidad desde una perspectiva epigenética; como también el modelo epigenético de Erik H. Erikson de las etapas del desarrollo de la personalidad, para lograr una mejor comprensión de todo el ciclo vital humano.

1 El desarrollo humano y la noción de epigénesis  

Ya desde los griegos, el debate acerca de la noción de epigénesis y la preformación se fundamentó en observaciones del desarrollo del huevo en los animales ovíparos y en el crecimiento del embrión en los mamíferos. Es decir que esta noción surge de las teorías de los griegos acerca de la concepción, como también de las etapas embrionarias. La epigénesis supone la transmisión, no de un patrón morfológico como el hombre en miniatura (homúnculo), sino de un conjunto de instrucciones para desarrollar dicho patrón o plan constructivo en el tiempo. De este modo los rasgos que caracterizan a un ser vivo se modelan en el curso del desarrollo y no están preformados en el germen. Así, Aristóteles expone la noción de epigénesis al considerar que la estructura de un organismo adulto existe contenida en forma potencial, no actual, en el embrión que comienza a desarrollarse. La riqueza de conceptos tales como: forma, materia, alma, cuerpo, acto y potencia, le permitió a Aristóteles (1994), a partir de su observación de los animales ovíparos, comprender el desarrollo embrionario como un desenvolvimiento epigenético.

En el siglo XVII el fisiólogo inglés William Harvey, además de su importante descripción de la circulación sanguínea y de las propiedades de la sangre, utilizó el término epigénesis para referirse a un proceso de cambios sucesivos por el cual una cosa se desarrolla a partir de algo previo ya dado (Moreno, Resett y Schmidt 2015, 18).

La noción de epigénesis se incorpora definitivamente a la ciencia moderna con los aportes de Kaspar Friedrich Wolff en su obra Theoria Generationis (1759), en la que describe el desarrollo embriológico del pollo, donde observó que el ave adulta no preexistía bajo una forma de miniatura en el huevo sino que, por el contrario, la estructura del embrión surgía poco a poco mediante una sucesión de estadios a partir de un estadio inicial muy simple.

Los cromosomas y la célula germinal en su totalidad son la fuente potencial que guarda la información necesaria para el desarrollo epigenético del hombre. En consonancia con esta postura el biólogo Jean Rostand sostiene que: “(…) es necesario comprender que, en el germen, el hombre sólo está predeterminado en potencia. No hay en el huevo (o cigoto) parte alguna del nuevo ser, ningún órgano, aunque sólo fuera en estado rudimentario o esquemático, ni el más potente microscopio podría descubrir algo que recordara aproximadamente las formas o el aspecto de un hombre” (Rostand 1965, 8).

La noción de epigénesis, tan tenida en cuenta por los biólogos, será retomada en la psicología contemporánea por Erik H. Erikson (1983); Philip Lersch (1966) y Jean Piaget (1969), entre otros.

La perspectiva de la epigenésis supone la presencia de un ‘plan de desarrollo’, un ‘plan de construcción’ o ‘idea configuradora’ del existente vivo. De modo que, en los diversos momentos evolutivos y merced a la interacción con el medio, surgen y se actualizan las potencialidades.

El desarrollo del ser vivo implica un conjunto de modificaciones en el tiempo (Lersch 1966, 2-12). El inicio del desarrollo ofrece aspectos semejantes en todas las clases de animales: fecundación, segmentación, gastrulación, organogénesis. La sucesión cronológica de estas fases y las transformaciones que sufren, sugieren el origen común de todos los organismos animales.

Estos cambios son expresión de tendencias propias de crecimiento, de fuerzas formadoras que actúan y son dirigidas desde dentro (endógenas) y que tanto dictan su organización interior como su forma exterior. El conjunto de dichas fuerzas permiten el autodespliegue y la autoconfiguración del organismo viviente, de este modo desenvuelven el ‘plan de construcción’. Este plan es el punto de partida del desarrollo y a su vez da la dirección al mismo. Pero cabe señalar que esta unidad autoactuante necesita del mundo exterior en cuanto también integra las influencias periféricas modificadoras de su desenvolvimiento. La biología molecular contemporánea explica que la interacción de los componentes del medio, tanto interno como externo al organismo vivo, con el soporte material de la información genética (ADN), va cambiando constantemente el estado del ser viviente.

Para la biología molecular, el genoma es el elemento estructural informativo capaz de conservar información genética y de incrementarla mediante interacciones con el entorno que la amplifican. Los organismos vivos poseen información para autoorganizarse, es decir, para adquirir y regular la adquisición de nuevas conformaciones, que la nueva biología teórica llama información epigenética. Se trata de la información emergente resultante de la interacción regulativa de los componentes del medio con el soporte material de la información genética, que no está contenida en el genoma en la situación de partida (Vanney 2009, 171).

El desarrollo epigenético, según Lersch, está regido por una ley de centralización que muestra al viviente como una totalidad estructurada, organizada jerárquicamente, en la cual los miembros están integrados entre sí. En la totalidad propia del viviente, a diferencia de la mera suma o sumatoria, las partes conservan su particularidad únicamente en conexión con el todo al que pertenece, la posición no es permutable. Las partes se diferencian durante el desarrollo y se hallan a su vez asociadas al todo y se ordenan y agrupan jerárquicamente. El hablar de integración de las partes de la totalidad supone la existencia de una dependencia recíproca de dichas partes y la compenetración mutua de sus funciones. Debido a que el ser vivo es una totalidad estructurada e integrada la modificación de un componente repercute en los demás componentes, ya sea en su forma o en su función (Lersch 1966, 2-12).

De este modo, el hombre, desde la perspectiva epigenética, es una totalidad estructurada e integrada que se desarrolla a través del tiempo cumpliendo un plan, siguiendo una dirección a un fin determinado.

2 Personalidad  

El término personalidad se refiere tanto a la cualidad de ser persona como “a la diferencia individual que constituye a cada persona y la distingue de otra” (RAE 2014).

Al respecto, Ismael Quiles afirma que el estudio del ser humano comprende tanto al hombre “como universal y como individuo, es decir de aquello que nos es común a todos como hombres, y en aquello que nos es propio a cada uno de nosotros” (Quiles 1995, 1). Es decir que “cada persona humana tiene características ‘esenciales’, comunes con las demás personas humanas, pero, además, posee el privilegio de una individualidad, de ser única e irrepetible, como individuo: además del estatuto universal, la ‘persona humana’ posee el estatuto individual ‘tal persona humana’” (Quiles 1995, 4-5).

Quiles afirma que la conciencia de sí mismo, característica del hombre, opone a cada uno a los demás seres y gracias a ella uno se percibe como un individuo distinto de todo lo que es externo y de todo lo que es otro.

Pero la personalidad no es un concepto referido simplemente a diferencias individuales en el comportamiento y la reactividad, debidas a contactos accidentales e incidentales con las contingencias ambientales y a distintas disposiciones biológicas. Las diferencias que configuran a la personalidad se originan, además, en el propio tratamiento que se confiere a la persona dada su naturaleza de ser social. Desde esta perspectiva, la cualidad de ser persona, o tener personalidad, es una atribución exclusiva de los seres humanos.

La personalidad es una organización relativamente estable, cuyo desarrollo supone la interacción entre los factores hereditarios y los ambientales, también presupone que existe un núcleo que precede a cualquier tipo de relación. Ese núcleo “es la interioridad personal dotada de un dinamismo teleológico complejo” (Malo Pé 2007, 56).

Según este autor, las disposiciones hereditarias son potencialidades para recibir el influjo ambiental; de este modo existe una interioridad dinámica desde las primeras experiencias del nuevo ser. Este componente dinámico y la interacción con el mundo posibilitan estructurar los elementos orgánicos, psíquicos y espirituales como también el modo en que se producen los cambios en el tiempo; así “existe una relación entre los fenómenos orgánicos, psíquicos y espirituales que no es de causalidad ni de identidad, sino de integración” (Malo Pé 2007, 58). La interioridad personal supone el estar dotada de dinamicidad, pero también de relaciones entre los elementos que hacen posible la integración de los componentes. La personalidad está en actividad permanente para mantener su unidad y su autonomía, es decir, lograr la armonía personal y el equilibrio dinámico; posee una autonomía real, pero relativa respecto de la dotación hereditaria y de las condiciones de su ambiente vital.

La personalidad incluye componentes que son propios y distintivos de cada individuo humano, conserva rasgos fundamentales y permanentes a lo largo del ciclo vital y se mantiene en un estado de permanente evolución dinámica, es decir abierta a su constante desarrollo. Para Jean Claude Filloux (1960), la personalidad es la configuración única que toma, a lo largo de la historia de un individuo, el conjunto de los sistemas responsables de su conducta.

Una definición muy aceptada y similar de la noción de personalidad es la de Gordon W. Allport: “organización en el interior del individuo de los diversos sistemas psicofísicos que determinan su conducta y su pensamiento característicos”, es decir, que aseguran su peculiar ajuste a su ambiente (Allport 1973, 47). Esta definición nos presenta aspectos diversos de la realidad personal: el que es una organización, comprende sistemas psicofísicos, supone la interioridad, se refiere a un individuo con su singularidad y que está en diálogo con el ambiente para alcanzar un ajuste que es peculiar, por lo cual supone multiplicidad y complejidad (Velasco Suárez 2003a, 35).

Allport considera a su definición de personalidad como esencialista y afirma que la personalidad es lo que una persona es realmente, independientemente del modo en que otras perciben sus cualidades o de los métodos mediante los cuales son estudiadas. Enfatiza que la personalidad posee una estructura interna (Allport 1973, 56).

Para G. W. Allport el empirismo de los seguidores de Locke en el campo de la psicología enfatizó excesivamente que lo más temprano en el desarrollo es de mayor importancia que lo posterior, desvalorizando los logros de cada una de las etapas del ciclo vital. Además, los psicólogos empiristas también afirmaron que aquello que es pequeño y molecular (simple) es más importante que aquello que es amplio y global (complejo). Tuvieron una preferencia por lo externo más que por lo interno, el hombre es visto como un ser pasivo o reactivo más que espontáneo y activo. Por el contrario, Allport reivindica la tradición leibniziana según la cual la persona es la fuente de los actos, la conducta no es el resultado de las presiones de las estimulaciones internas o externas, sino que es intencional. Considera que la psicología de la forma (gestalt), y en menor medida las teorías cognitivas, se apoyan en la presencia de un intelecto activo (Allport 1976, 24).

Según Velasco Suárez (2003a), la personalidad se manifiesta en un triple nivel de estructuras y actividades: psicocorporales, psíquico sensibles y psicoespirituales, las cuales están unidas y jerárquicamente estructuradas.

El denominado nivel psicocorporal abarca las bases corporales de la dimensión receptivo-cognoscitiva con su estructura y dinamismos somáticos de la sensibilidad y la percepción, como también de la dimensión tendencial ejecutiva con su estructura y dinamismos somáticos de la motricidad y ejecución de actos.

El cerebro se vincula con todo el cuerpo humano mediante un sistema de redes nerviosas. Se distinguen dos grandes redes nerviosas: “la red esquelética, que inerva fundamentalmente musculatura esquelética de contracción rápida y voluntaria, y la red vegetativa, que inerva las vísceras, de fibra muscular lisa y contracción lenta e involuntaria. Ambas cuentan con sistema sensorial y motor. (…) La red vegetativa es mucho más compleja que la esquelética y es fundamental para la vida emocional, dado que las emociones tienen una base visceral central. Entre las estructuras centrales del sistema nervioso central figuran las digestivas, lo que lleva hoy a muchos a hablar de la red nerviosa digestiva como de un segundo cerebro del que forman parte un complejo conjunto de ganglios nerviosos abdominales muy significativos para el comportamiento corporal y mental” (Nogués 2016, 30-31). Así E. A. Mayer (2016) realizó un importante estudio de la conexión psiquismo – aparato digestivo, y J. F. Cryan y T. G. Dinan (2012) de la influencia de la microflora intestinal en la vida mental y en la vida emocional en particular. A su vez, las sensaciones que recibimos de nuestras vísceras y que modulan nuestros estados mentales están condicionadas por las expectativas personales acerca de dichas sensaciones.

El nivel del psiquismo sensible comprende al mundo de las emociones y de la imaginación, de los sentidos externos e internos, de la vida apetitiva y pasional, con su dinámica y sus automatismos. Este psiquismo se ubica en un nivel más periférico de la interioridad personal y es, desde un punto de vista jerárquico, inferior respecto de las instancias psicoespirituales, es decir, está subordinado a ellas.

Los sentidos internos juegan en el hombre un papel central en la integración de estos tres niveles de la personalidad; si bien son comunes al hombre y a los animales porque corresponden al nivel de la vida sensitiva, en el hombre tienen un especial desarrollo, en particular, el sentido estimativo-cogitativo. Los sentidos internos son cuatro: dos sentidos formales (sentido común e imaginación sensible) y dos sentidos intencionales (memoria sensible y estimativa).

El sentido común o conciencia sensible permite distinguir y reunir los datos de los sentidos externos, organiza los datos en objetos estructurados, en una forma superior. No solo sentimos a un objeto sino que sabemos que sentimos, nos hace conocer nuestras propias sensaciones, por ello es superior a los sentidos externos.

La imaginación sensible o fantasía permite retener y conservar las formas aprehendidas por los sentidos. Su función es representar el mundo real o crear mundos fantaseados.

La memoria sensible permite fijar y almacenar, y posee la capacidad de recordar el pasado, de reconocer lo conservado por la imaginación. Supone una apreciación del tiempo, de la temporalidad de las cosas y de las acciones.

La estimativa natural, común con los animales, permite distinguir lo útil de lo nocivo, lo amigable de lo hostil. La estimativa-cogitativa, propia del hombre, permite comparar y juzgar, evaluar las intenciones individuales o concretas, nos inclina a realizar determinadas acciones; su función es dirigir las acciones.

A la cogitativa se la considera el eje del entrecruzamiento entre lo sensible, lo pasional (afectivo) y lo espiritual (inteligencia racional y voluntad).

Los avances en neurociencias aportan a la comprensión de los sentidos internos. Existen dos sistemas que han sido estudiados en profundidad en los últimos años, con la esperanza de obtener una visión del funcionamiento global del cerebro: la percepción sensorial (unificada) y la organización neurobiológica de la emoción y su relación con la percepción y la acción. “Esa búsqueda se ha referido a las cortezas asociativas multimodales de los lóbulos temporal (información visual y auditiva), parietal (información visual y somatosensorial) o prefrontal, estas últimas para la organización de la respuesta motora ya que representa el escalón jerárquico neurobiológico más elevado para establecer los patrones de actuación futura de nuestra conducta. Hoy en día, cada vez se da más valor a la integración de estas redes corticales con otras subcorticales. Este acoplamiento, al parecer, podría jugar un gran papel en la dotación de contenido emocional a todas esas percepciones, y a su ulterior almacenamiento cerebral (Giménez Amaya 2012, 160).

Como ya señalamos, la sensibilidad requiere la capacidad de conocer realidades ausentes; sin dicha capacidad, el hombre y los animales superiores no podrían emprender movimientos de búsqueda. Además, son necesarias facultades que conserven y puedan reactualizar experiencias anteriores (Fernández Burillo 2009). “Y es aquí donde nos encontramos los sentidos internos. La sensibilidad interna elabora los datos de los sentidos externos para adquirir una información que permita una conducta compleja, estratégica y sostenible (Lombo y Giménez Amaya 2013). Ello nos permite, al menos, trabajar con un nuevo punto de vista en la búsqueda de esa unidad de la percepción y de su integración con la emoción y la memoria que se nos escapaba cuando lo hacíamos solo desde el punto de vista neurobiológico” (Giménez Amaya 2012, 161).

Desde “el punto de vista neurobiológico, los sentidos internos formales estarían muy relacionados con la percepción cortical que se establece en las cortezas sensoriales primarias, y en su ulterior procesamiento por las cortezas asociativas unimodales y multimodales. Para los sentidos internos intencionales es preciso que se pongan en juego las otras redes corticales que implican estructuras mnésicas (por ejemplo, la corteza de la formación del hipocampo del lóbulo temporal y sus redes corticales asociadas), y otras estructuras relacionadas con el ya mencionado sistema límbico y la correspondiente integración de la emoción”. (Giménez Amaya 2012,162).

Finalmente, “el nivel superior de integración está constituido por el centro personal espiritual con sus dos fuerzas, la inteligencia y la voluntad (como capacidad de libre disponibilidad de la propia vida), que gobierna a las estructuras y niveles de actividad subordinados” (Velasco Suárez 2003a, 79-80).

Estos niveles de la personalidad se desarrollan mediante un proceso de carácter epigenético.

El principio epigenético supone un plan de desarrollo de todo ser viviente, un plano de la construcción del existente vivo que le precede, pero que él cumple aun sin conocerlo; de modo que en el momento oportuno surge cada parte hasta que emerge la totalidad viva. De un modo similar se constituye la personalidad en un interjuego entre lo dado, sean leyes de desarrollo o potencialidades, y lo adquirido de diversas formas a partir del vínculo con los padres, educadores, instituciones y con la cultura en su totalidad; finalmente con la autoposesión y la autodeterminación el sujeto hace suyo libremente lo recibido materializándolo, es decir, haciéndolo propio. Se crea, en fin, un círculo interactivo cultura-persona que permite el mutuo crecimiento y desarrollo.

3 Epigénesis y los factores del desarrollo de la personalidad  

Desde una perspectiva epigenética e interaccionista moderada “Piaget e Inhelder (1969, 155) sintetizan los factores determinantes del desarrollo en cuatro” (Fernández Lópiz 2000, 82). A saber: a- el crecimiento orgánico, especialmente la maduración del sistema nervioso y endocrino; b- el ejercicio y la experiencia adquirida mediante la acción sobre los objetos (por oposición a la experiencia social). Esta experiencia permite la consolidación de los esquemas adquiridos y el extraer información de los objetos y de la propia actuación sobre los mismos; c- las interacciones y transmisiones sociales; y d- el proceso de búsqueda de equilibrio o autorregulación que organiza y coordina entre sí a los tres factores anteriores, afirma que este mecanismo interno es observable en cada construcción parcial y en cada pasaje de un estadio al siguiente. Se trata de un proceso de autorregulación que supone compensaciones activas del sujeto en respuesta a las perturbaciones exteriores y de una regulación a la vez retroactiva (feed-back) y anticipadora, que construye un sistema permanente de compensaciones.

Joseph F. Donceel sostiene que la personalidad humana es moldeada por tres factores y critica a quienes la consideran un producto de la interacción entre herencia y ambiente. Así, señala que muchos científicos sociales afirman que la personalidad está determinada solamente por “la herencia y el medio ambiente, la naturaleza y la cultura, lo biológico y lo cultural. Esta afirmación parece entender al hombre de un modo determinista y negar su libertad” (Donceel 1969, 227). De acuerdo a estas consideraciones es posible clasificar a los tres factores intervinientes en el desarrollo de la personalidad como: lo dado, lo apropiado y la autodeterminación (Griffa y Moreno 2015a, 32).

3.1 Lo dado  

Comprende la naturaleza (natura), la herencia genética y las potencialidades que madurarán. Hace referencia a lo presente desde la concepción, aunque se vaya manifestando con posterioridad. Del mismo modo alude a lo innato o connatural, es decir, lo nacido con el sujeto. Lo dado se manifiesta y se actualiza en diálogo con el mundo natural y cultural, es decir, en función de lo presentado y propuesto por ellos.

Al respecto “… podemos distinguir en el hombre la naturaleza y la persona. La naturaleza es lo que es dado al hombre, lo que tiene de sí ‘a mano’; la persona es aquél para quien esta naturaleza es dada, quien puede usarla para sus fines. Los filósofos modernos hablan, de un modo parecido, del hombre como facticidad y como proyecto” (Donceel 1969, 15).

La existencia de toda persona humana no depende de su decisión consciente y libre de existir, y de existir como tal. La existencia nos ha sido dada y con ella tenemos ciertas propiedades y límites a partir de los cuales buscamos nuestra plenitud. Las disposiciones hereditarias trazan el marco de desarrollo, el plan constitutivo del organismo.

La vida sólo proviene de la vida, es propio de los seres vivos la reproducción. El fenómeno de la herencia, es decir, de la transmisión de información de generación en generación, se da en todos los seres vivos. De modo que, cualquiera sea el tipo de reproducción de éstos, se observa una constancia en las propiedades de los individuos de la especie y se engendran nuevos individuos parecidos a los progenitores.

En la actualidad no se puede sostener la existencia de un programa genético constituido sólo por una combinación de elementos invariables, sino que se considera que en el mensaje de lo heredado también se dan influencias externas. La articulación entre lo heredado y lo adquirido o apropiado por la experiencia se inicia desde el primer instante de la vida, desde la misma fecundación. Es muy difícil distinguir y evaluar en la organización funcional del niño el lugar de lo heredado, de lo logrado a través del proceso de maduración y de lo adquirido o apropiado. Sin embargo, es posible afirmar que el papel de los procesos hereditarios y madurativos es más significativo y observable en el período del desarrollo prenatal y los primeros años de vida, como así también en los aspectos estructurales del crecimiento humano. Lo dado es un factor central del desarrollo de la personalidad en la primera infancia.

En la información genética transmitida debemos distinguir una herencia específica, una herencia racial y una herencia individual. En relación a esta distinción, Clyde Kluckhohn sostiene que en algunos aspectos cada hombre se parece a los demás hombres o a algunos hombres, y en otros a ningún otro hombre (Kluckhohn, Murray y Schneider 1977).

La ley de herencia específica es absoluta, ya que expresa que jamás un ser dará nacimiento a otro ser que no sea de su misma especie. A pesar de los cambios que se van produciendo en todas las especies vivientes, se mantienen la mayoría de las características heredadas (sobre la cuestión de las especies biológicas ver Marcos 2016).

La herencia racial nos hace semejantes a ciertos grupos humanos. La diferenciación étnica de la especie humana se produce por la frecuencia con que en un grupo determinado de personas aparecen uno o varios genes. Pero cabe señalar que las diferencias raciales están fundadas solamente en un número relativamente pequeño de genes en relación con los miles que forman el patrimonio hereditario común de la especie humana.

La herencia individual nos asemeja a nuestros padres y ascendientes, pero a su vez nos hace seres únicos, dueños de una combinación genética singular. Esto permite hablar de un carácter individual y singularizante del genoma humano.

La constitución genética de un hijo (genotipo) se fija en el momento de la concepción con el aporte por parte de cada padre de un cromosoma para cada uno de los 23 pares constituyentes y además el aporte exclusivo materno de los genes mitocondriales. Se denomina fenotipo a las características morfológicas y fisiológicas resultantes de la constitución genética (genotipo) y de su interacción con el medio. Vale decir que el genotipo y el fenotipo no coinciden, existe información heredada presente en el genotipo que no se va a manifestar en el fenotipo, e información del genotipo que se va expresar como producto de la interacción con el medio.

La perspectiva de la epigénesis supone modalidades del desarrollo como la maduración, el crecimiento y el aprendizaje. Son aspectos del desarrollo que suponen la acción conjunta con grados diversos de interacción del patrón genético y el medio.

El proceso de maduración es regulado desde el interior del organismo. Es un proceso ordenado y sujeto a normas, aunque varía según las condiciones ambientales. Así por ejemplo, la buena alimentación, el afecto materno, la estimulación temprana ayudan y aceleran la maduración del sistema nervioso.

La maduración es una capacidad plástica del potencial genético que brinda los elementos psicofísicos que se requieren para la adaptación al ambiente. La maduración del sistema nervioso y del sistema óseo-muscular durante el primer año de vida va a permitir al bebé el gateo y posteriormente el poder caminar y así explorar a su entorno de un modo activo.

Los procesos de maduración si bien se dan en su mayoría en los primeros años de vida, también son fundamentales en las etapas posteriores del desarrollo de la personalidad. Así, por ejemplo, el período adolescente comienza con los cambios puberales gracias a los procesos de maduración del sistema glandular.

El crecimiento implica procesos de cambio con un aumento progresivo del tamaño y de la cantidad de estructuras psicofísicas. Es un aspecto cuantitativo del desarrollo.

En el aprendizaje, en la apropiación de lo ambiental, el factor modificador principal del proceso de desarrollo es el ejercicio y la experiencia, que supone cambios, producto de una experiencia o una práctica específica. Este aspecto del desarrollo del organismo y de la personalidad tiene como condición previa el haber alcanzado un cierto grado de maduración de las estructuras que le permitan el ser modificado desde afuera. La estimulación precoz del caminar, por ejemplo a los 6 meses, no logra ese objetivo. Pero sí es necesaria para que se alcance entre los 11 y 14 meses de vida.

3.2 Lo apropiado  

El sujeto se va constituyendo a partir de este núcleo que denominamos ‘lo dado’ y mediante la apropiación del mundo, es decir, del no-yo. Esta apropiación hace referencia a lo aprendido, a lo adquirido, al vínculo con el ambiente, con los valores, con la cultura y también a la experiencia como factor organizador de la personalidad.

Lo ‘apropiado’ hace referencia a lo que cada persona adquiere en la relación con el mundo, por el sólo hecho de vivir y afrontar las circunstancias de la vida. ‘Propio’ etimológicamente es lo perteneciente a alguno o alguna cosa; de este vocablo se derivan los términos ‘propiedad’, ‘propietario’, entre otros (Corominas 1983). Por ejemplo, los animales luchan por lo que consideran su propiedad, ya sea su alimento, su territorio, su pareja sexual, o bien procuran proteger su prole.

El hombre no evoluciona inevitablemente ni azarosamente hacia el estado de adultez o madurez, requiere de experiencias y de un mundo natural y humano que le ayude a lograr su plenitud.

El ambiente es un factor organizador de la personalidad, el mundo es un constituyente de la misma. Este se convierte en medio, entorno o mundo, solamente en relación con un ser vivo concreto.

Romano Guardini afirma que “(...) sería inexacto considerar la personalidad y el mundo como dos realidades, existentes originariamente como tales, que entran luego en relación una con la otra. La personalidad solo existe funcionalmente en una red activa de interacciones actuales y potenciales con un mundo que, igualmente, solo existe, al nivel psicológico, gracias a esa actividad. El núcleo de la personalidad funcional es una exigencia y una potencialidad activa de ciertos tipos de interacción y de comunicación con el mundo. Se trata aquí de una ‘apertura al mundo’ activa hacia el objeto, que tiene como efecto introducir el mundo de los otros y de los objetos dentro del psiquismo personalizado. Por este motivo, conviene decir que la personalidad no está simplemente situada en un mundo y abierta a él, sino que ese mundo interviene, como elemento integrante, en la propia personalidad" (Guardini 1983, 23).

Herencia y medio son factores que colaboran en la formación de una nueva persona y se imbrican de modo tal que es difícil distinguir lo que corresponde a uno y a otro. Por eso no hay que verlos como opuestos o antagónicos, como muchas veces se los considera, sino como complementarios. De esta manera, para constituirnos como personas necesitamos tanto de una dotación genética humana, como de un medio humano. Nos diferenciamos y somos singulares tanto por nuestra peculiar combinación genética como por nuestra historia personal, producto de interacciones con una familia y una sociedad dada, como también de elecciones voluntarias libres.

Por el contrario, las concepciones ambientalistas y socioculturales del desarrollo humano, como por ejemplo la del psicólogo soviético S. L. Rubinstein (1963), consideran que la persona no se autoposee realmente, sino que es sólo portadora de las fuerzas sociales. De este modo, la vida interior es vaciada y el hombre pasa a ser fundamentalmente exterioridad, relaciones, vínculos y termina diluyéndose en lo social.

Estas concepciones ambientalistas sostienen que los seres humanos no poseen capacidades innatas que les impidan o permitan el hacer algo; de este modo, la elección de un sujeto está determinada por un conjunto de aspectos y elementos que están en el mundo social y cultural y que son interiorizados por el sujeto. La interiorización de las actividades socialmente enraizadas e históricamente desarrolladas constituye el aspecto característico de la psicología humana (Bock y Bock 2005, 6).

La personalidad pasa a ser un reflejo de lo social, sin consistencia propia, ignorando que la sociedad es siempre sociedad de seres humanos, es decir, de personas. El haber querido separar lo social de su fuente, que es la vida personal, no llevó a formas más perfectas de la sociedad, sino a su disolución en la masa (Komar 2001, 36). Donde todo es social no hay sociedad, esta es una evidencia que se desprende de la tremenda experiencia de la masificación. En la masificación lo social se llevó al extremo, produciendo la muerte social. La masa es lo antisocial por excelencia.

Se sustituyó lo natural por lo social, es decir, lo real por lo artificial, y de este modo se sometió al individuo a los imperativos meramente sociales. En las experiencias colectivistas totalitarias se sustituyeron los modelos de personas autoras de su vida, es decir, con autoridad, por la autoridad de “lo que dicen los demás”, propio del conformismo masificante.

Al respecto Emilio Komar (2001, 36) señala que el hombre es naturalmente social y lo personal es el cemento social, lo que unifica y mantiene unidos a los hombres en sociedad. Así, por ejemplo, una persona aburrida no es capaz de aglutinar a otros en torno de ella, en cambio, alrededor de una persona con cierta vitalidad y vida interior, con vida propia, la gente se reúne, se agrupa.

3.3 Autodeterminación  

Es el factor característico de la voluntad libre de la persona. La personalidad se constituye a partir de la espontaneidad natural posibilitada por ‘lo dado’ y por la elección en el marco de las oportunidades con que interactúa dicho sujeto.

Este doble marco ‘exterior’ e ‘interior’, junto con esta posibilidad de autodeterminación, va constituyendo el estilo del sujeto, su personalidad.

Además, esta clasificación nos lleva a plantearnos nuevos interrogantes que se derivan de la misma, a saber: ¿cuál es el ‘peso’ relativo de cada factor en las diferentes conductas y en cada período del desarrollo?; ¿cómo y cuál es el grado de interacción entre dichos factores?

Este enfoque permite no quedar atrapado en las redes categoriales de oposición herencia-medio, naturaleza-crianza, biología-cultura.

Además de la interacción herencia-medio señalada, debemos tener en cuenta que el hombre no es el mero resultado de disposiciones hereditarias y adquisiciones del medio, sino que posee en su cualidad de sujeto la posibilidad de adoptar una postura frente a lo heredado y al medio, y de este modo intervenir en forma libre y creativa en su accionar.

Esta capacidad de elegir también comprende la posibilidad de crear motivos propios y dejar de lado aquellos que son presentados por los impulsos o necesidades internas, o bien, por estímulos externos y valoraciones sociales provenientes del medio.

La autodeterminación conlleva una actividad deliberativa y de elección. Así, el hombre posee la capacidad de decidir por medio de un acto de autodeterminación entre motivos en conflicto.

El drama del hombre no consiste en la mera aceptación de lo que se es, en el reconocer limitaciones y condicionantes, sino en seleccionar y decidir acerca de las potencialidades que han de ser desarrolladas. Las decisiones y elecciones efectuadas en la historia personal configuran su particular individualidad y son la fuente de la diferenciación, de la singularidad. La unidad e integración natural imperfecta del hombre puede complementarse, mejorarse, mediante el buen uso de su libertad de autodeterminación.

Cada persona conduce su vida y da sentido a sus actos, es decir, es coautora de su vida. Recibe en el plan específico el sentido que debe tener su dinamismo (lo dado) pero ha incorporado una ordenación desde el afuera (lo apropiado), sin embargo mediante su inteligencia y voluntad es capaz de ordenar su accionar. Esto último implica conocer, proponer fines y medios adecuados para su accionar (Griffa y Moreno 2015b, 372).

El hombre puede pues planear, decidir, guiar y ejecutar su actividad, por eso puede autodeterminarse. La libertad psíquica reside en nuestra interioridad, en nuestra voluntad, y nos permite actuar o no actuar en determinado momento y actuar en un sentido o en otro. Implica que cada hombre se posea a sí mismo, sea dueño de sí mismo, que exista una unidad, un orden interior. Esta libertad interior es la que permite un mejor desarrollo de la personalidad, en particular, a partir de la adolescencia.

Así, por una parte, el hombre tiene naturalmente la posibilidad de autodeterminarse, pero esto no implica que la ejerza desde el principio, sino que ésta debe desarrollarse, conquistarse. Por otra parte, cabe señalar que no todos los hombres, ni en todos los momentos de nuestra vida, ejercemos esta posibilidad de autodeterminarnos.

El hombre experimenta la autonomía porque, en tanto ser espiritual, es capaz de regirse según su propia decisión. Puede autodeterminarse (Wojtyla 1982), es decir, que puede afirmar: “quiero”. Esto es posible porque el espíritu se autoposee, ya que obra por sí y para sí. Así, por ejemplo, la afirmación: “yo quiero” es también un acto de determinación, presupone la autoposesión. Sólo las cosas que son posesiones del hombre pueden estar determinadas por él, pues es él, el que las posee. De este modo, el hombre vivencia su autoposesión y autodeterminación.

En los tratados y manuales contemporáneos de psicología evolutiva (Fernández Lópiz 2000), cuando se analizan los factores que influyen en el desarrollo, en general, se tiende a omitir la referencia al hombre como ser libre que se autodetermina. Todo lo contrario a lo que se puede observar en el ámbito cultural y en los medios de comunicación, como también en las ciencias políticas y sociales, en los que se suele exaltar la libertad desde posturas muy individualistas; esto es, la libertad entendida como mera ausencia de restricciones.

Sin embargo, una lectura más profunda de los teóricos actuales de la personalidad y del desarrollo nos pone en evidencia que el tema de la autodeterminación está muy presente, incluso en autores que acentúan el papel de lo social y del medio en la configuración de la personalidad.

Un importante teórico contemporáneo de la personalidad, Albert Bandura, quien desarrolló la teoría del aprendizaje social, afirma que “una característica propia de la especie humana es la capacidad de ejercer control sobre los procesos de pensamiento, la motivación y la acción.” (Bandura 1989, 1175). Para Bandura la formación de la personalidad requiere de algo más que los mecanismos de condicionamiento clásico y condicionamiento operante, requiere también de lo que él denomina aprendizaje por observación (modelamiento). Este tipo de aprendizaje supone un proceso por el cual una persona se modifica como resultado de ser expuesto al comportamiento de otra, es decir, a un modelo. Esa presentación puede ser en vivo (observación de modelos reales, presentes físicamente), o simbólica (exposición indirecta a modelos, por ejemplo en libros, revistas, películas, etc.). El modelamiento en vivo predomina en las primeras etapas del ciclo vital y el modelamiento simbólico se incrementa paulatinamente a partir de la niñez escolar.

El aprendizaje por observación comprende una primera etapa de presenciar y prestar atención a las conductas de un modelo, una segunda etapa de adquisición (aprendizaje y memoria) y una tercera de aceptación, en la cual se utiliza las claves del modelamiento como guía de sus acciones. Pero la aceptación no es algo pasivo, se pueden elegir y adoptar formas de conducta imitativas o de contraimitación. Comportarse tal cual como el modelo, comportarse parcialmente, o en proceder de manera diferente, casi opuesta al modelo. Así, el observar que algunas personas son rechazadas o castigadas por su conducta egoísta puede llevar al observador a tratar de ser generoso.

Para Bandura, entre la adquisición y la ejecución existe una distancia que remite a la capacidad de autodeterminación.

4 Epigénesis y epigenética. Epigénesis predeterminada y probabilística  

El término epigenética fue creado por Conrad Hal Waddington en 1942, y comprende el estudio de las interacciones entre los genes y el ambiente que se producen en cada organismo vivo.



La epigenética estudia los mecanismos que regulan la expresión de los genes y establece la relación entre las influencias genéticas y ambientales que determinan el fenotipo. Estudia las reacciones químicas y los procesos que modifican la actividad del ADN, pero sin alterar su secuencia.

La llamada herencia epigenética engloba a los mecanismos de herencia no genéticos. Es decir que lo heredado incluye al expresarse a productos de la interacción con el medio.

A mayor complejidad de un sistema existen mayores posibilidades de interacción entre elementos o subsistemas, y mayores posibilidades de combinatoria entre dichos elementos. Además, la interacción no se da sólo en relación a un medio físico tangible en el presente. En el hombre, la interacción está mediada por múltiples factores. El hombre tiene la capacidad de ir más allá de la información inmediata, mediante el aprendizaje y la memoria interactuamos con objetos que tienen una significación histórica, cultural, familiar y personal. Por lo tanto, la plasticidad de la conducta en cuanto a posibilidad de variabilidad y de cambio crece y, por lo tanto, la naturaleza de la epigénesis se vuelve probabilística.

Este planteamiento se considera como un modelo válido para explicar también la función cortical en relación a los nuevos conceptos de plasticidad cerebral. Phillips, Zeki y Barlow (1984) apoyan el modelo probabilístico y sistémico para dar cuenta de la complejidad del funcionamiento cortical.

Gilbert Gottlieb (2007) fue un investigador crítico de la dicotomía genes-ambiente, que sostuvo la idea de considerar las influencias de genes y ambiente como un evento unificado y no como eventos independientes, interpretando el comportamiento como el resultado de una continua transacción, a lo largo del tiempo, entre las bases genéticas del organismo individual y su interacción con múltiples eventos ambientales. Según Gottlieb (2007), la epigénesis probabilística se caracteriza por el hecho de que el desarrollo individual se va especificando cada vez más y se evidencia así su complejidad y singularidad a través del tiempo, esto es, secuencialmente van emergiendo nuevas propiedades a partir de las interacciones del organismo con el ambiente, pero también a raíz de los intercambios entre las distintas partes del organismo. Se opone a que la maduración del organismo esté genéticamente predeterminada y que opere de un modo unidireccional (herencia genética → estructura → función). Por el contrario, sostiene que existen influencias bidireccionales dentro y entre los niveles de análisis (actividad genética ↔ actividad neural ↔ conducta ↔ medio físico-social-cultural). Desde esta perspectiva, las estructuras neurales comienzan a funcionar antes de estar completamente maduras, así la actividad neural es intrínsecamente derivada de la actividad genética (espontánea) o extrínsecamente estimulada (evocada). La noción de epigénesis probabilística implica intercambios recíprocos entre las estructuras y las funciones, hoy en día se sabe que la actividad neuronal espontánea, así como también la estimulación ambiental y conductual, juegan un papel vital en el desarrollo neuronal normal y que las influencias sensoriales y hormonales pueden desencadenar las actividades de los genes. La coordinación de las influencias formadoras de estructuras y funciones dentro de y entre los 4 niveles de análisis no es perfecta, de este modo se introduce un elemento probabilístico en todos los sistemas en desarrollo y en sus resultados (Gottlieb 2007, 1-2). Este es un modelo interaccionista “multidireccional en el que todas las variables tienen un cierto grado de dependencia y son influidas recíprocamente por otras en un proceso de interacción sucesiva” (Polaino-Lorente, Cabanyes Truffino y Pozo Armentía 2007, 315-316).

El concepto de epigénesis probabilística no es totalmente nuevo y puede ser rastreado en la teoría general de los sistemas de Bertalanffy (2006) y en los trabajos de Weiss (1969).

A este respecto, los siguientes conceptos son centrales:

- La experiencia implica un concepto mucho más amplio y es sinónimo de función e incluye actividad de las células nerviosas y sus procesos, conducción de los impulsos, secreción de hormonas, el uso de los órganos y músculos y, por supuesto, la conducta misma del organismo; por lo tanto, no es sólo un sinónimo de ambiente.

- Debido a la temprana equipotencialidad de las células y que sólo una parte pequeña del genoma se expresa en cada sujeto, lo que vemos expresado o desarrollado en el curso del desarrollo psicológico o conductual de una persona es únicamente una fracción de muchas otras posibilidades.

- Se realza la noción de equifinalidad, es decir la posibilidad de la variación en los caminos que llevan a un mismo punto del desarrollo, llegar a la misma meta o destino por diferentes rutas.

La teoría general de los sistemas de Ludwig Von Bertalanffy (2006), la cual nació del estudio de los seres vivos y de la biología, y que ha impactado en numerosas otras disciplinas, distingue varias etapas en la organización de los sistemas, sea cual fuere su naturaleza. Las etapas son las siguientes:

- Indiferenciación: es el estado del sistema en cual todas sus partes poseen las mismas funciones en el mismo nivel (equipotencialidad), aunque el sistema en su conjunto tiende a un mismo objetivo (equifinalidad), el cual puede ser alcanzado por distintos caminos.

- Diferenciación progresiva: lentamente los componentes del sistema se van diferenciando o especializando para que cada parte adquiera funciones diferentes. El sistema pierde equipotencialidad pero mantiene la equifinalidad. El sistema sigue coordinado a pesar de que cada elemento tiene una función diferente.

- Maquinización: la diferenciación paulatina culmina en una hiperespecialización de cada componente del sistema, que mecaniza sus funciones para una máxima eficacia con un mínimo coste, lo cual anula la plasticidad de los elementos.

- Centralización: una parte del sistema adquiere funciones de control y comando del sistema sobre el resto, lo cual implica una organización jerárquica porque los componentes encargados del control son superiores al resto del sistema. Esto aumenta la fragilidad del sistema por la importancia del comando control pero aumenta la eficiencia del sistema. La centralización es la etapa superior de la especialización.

- Orden jerárquico: es la etapa de máxima organización del sistema. La equipotencialidad se perdió, pero no la equifinalidad. Hay ahora distintos niveles de organización de los componentes, algunos superiores y otros inferiores. Esta etapa es la más compleja, eficaz y frágil, ya que el sistema posee propiedades emergentes.

Paul Alfred Weiss (1969) establece siete niveles de análisis en la embriología: genes, cromosomas, núcleos, citoplasma, tejidos, organismos y ambiente. Así el gen (ADN) es la última y reducida unidad de análisis que se mueve del gen al cromosoma (donde los genes pueden influirse los unos a los otros), del núcleo al citoplasma abarcando la totalidad celular, de las células al tejido; todo lo cual hace que el organismo interactué con el ambiente externo. Todo esto implica un sistema jerárquico organizado de creciente tamaño, diferenciación y complejidad, en el cual cada componente afecta y es afectado por todos los otros niveles, no sólo en los niveles más bajos sino también en los superiores.

Otro concepto que ayuda a entender estos postulados es la teoría de las interacciones genotipo-ambiente (Scarr 1993). Dicha teoría establece que los genes (genotipo) y el ambiente hacen contribuciones esenciales al desarrollo humano, sin embargo, las contribuciones relativas de cada una de las dos fuerzas al desarrollo son difíciles de establecer. Estas interacciones pueden ser de tres tipos:

a- Interacciones pasivas genotipo-ambiente. Ocurren en las familias biológicas, en las cuales los padres proporcionan tanto los genes como el ambiente. Por ejemplo, un padre que ha sido muy bueno jugando al fútbol puede darle como primer regalo a su hijo una pelota de fútbol y –a lo largo de la niñez y la adolescencia– le pudo proporcionar elementos y experiencias para que juegue a este deporte llevándolo a jugar a la pelota con frecuencia; por todo lo cual, se volvió un jugador de fútbol profesional.

¿Este hecho se explica por el ambiente que le proporcionó el padre? ¿Es así? Sin embargo, el padre le dio también la mitad de sus genes. Si existe algún gen que se asocie con la habilidad deportiva, puede haberlo recibido de él y esto explicaría que jugara muy bien a la pelota.

b- Interacciones evocativas genes-ambientes. Las características heredadas evocan respuestas del ambiente. Así, por ejemplo, si usted tuviera un hijo que a los 4 años empieza a tocar algún instrumento musical y se interesa en dicha actividad, probablemente le compraría un instrumento musical y lo llevaría a estudiar música para desarrollar dicha aptitud en plenitud.

c- Interacciones activas genotipo-ambiente. La gente busca ambientes que concuerden con sus características genotípicas. Así, por ejemplo, el niño que es agresivo puede consumir juegos de video violentos, buscar hacer deportes de contacto físico o juntarse con otros niños violentos y agresivos. Esto es, la gente es atraída por ambientes que coincidan con sus características heredadas.

5 El modelo neo – Allportiano de la relación Cultura - Personalidad  

Basado en la teoría de la personalidad de Gordon W. Allport (1973), Shigehiro Oishi (2004), presenta un modelo que delinea cómo las diferencias individuales pueden surgir aún bajo influencias culturales fuertes.