Epigénesis de la personalidad

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Otro concepto que ayuda a entender estos postulados es la teoría de las interacciones genotipo-ambiente (Scarr 1993). Dicha teoría establece que los genes (genotipo) y el ambiente hacen contribuciones esenciales al desarrollo humano, sin embargo, las contribuciones relativas de cada una de las dos fuerzas al desarrollo son difíciles de establecer. Estas interacciones pueden ser de tres tipos:
# Interacciones pasivas genotipo-ambiente. Ocurren en las familias biológicas, en las cuales los padres proporcionan tanto los genes como el ambiente. Por ejemplo, un padre que ha sido muy bueno jugando al fútbol puede darle como primer regalo a su hijo una pelota de fútbol y –a lo largo de la niñez y la adolescencia– le pudo proporcionar elementos y experiencias para que juegue a este deporte llevándolo a jugar a la pelota con frecuencia; por todo lo cual, se volvió un jugador de fútbol profesional. ¿Este hecho se explica por el ambiente que le proporcionó el padre? ¿Es así? Sin embargo, el padre le dio también la mitad de sus genes. Si existe algún gen que se asocie con la habilidad deportiva, puede haberlo recibido de él y esto explicaría que jugara muy bien a la pelota.# Interacciones evocativas genes-ambientes. Las características heredadas evocan respuestas del ambiente. Así, por ejemplo, si usted tuviera un hijo que a los 4 años empieza a tocar algún instrumento musical y se interesa en dicha actividad, probablemente le compraría un instrumento musical y lo llevaría a estudiar música para desarrollar dicha aptitud en plenitud.# Interacciones activas genotipo-ambiente. La gente busca ambientes que concuerden con sus características genotípicas. Así, por ejemplo, el niño que es agresivo puede consumir juegos de video violentos, buscar hacer deportes de contacto físico o juntarse con otros niños violentos y agresivos. Esto es, la gente es atraída por ambientes que coincidan con sus características heredadas.
==El modelo neo – Allportiano de la relación Cultura - Personalidad==
Afirma que durante los dos primeros meses de vida el infante constituye activamente un sentido de sí mismo emergente, aunque no se logra todavía un sentido global del sí mismo, dado que tienen experiencias separadas y no relacionadas, sin integración. Sostiene que “el infante experimenta el proceso de la organización que emerge tanto como el resultado, y es esa experiencia de la organización emergente lo que yo llamo el sentido del sí mismo emergente. Se trata de la experiencia de un proceso tanto como la de un producto” (Stern 1996, 66).
 
 
 
 
 
 
Además, Daniel Stern señala que “el niño llega al mundo trayendo consigo formidables capacidades para establecer relaciones humanas. Se convierte inmediatamente en participante en la constitución de sus primeras y esenciales relaciones” (Stern 1998, 60). El neonato posee instrumentos sociales, capacidades perceptivas y motoras que le llevan a establecer y realizar intercambios sociales. “Al nacer, el sistema visomotor (la mirada y la vista) comienza a funcionar inmediatamente. El recién nacido, no solo puede ver, sino que está dotado ya de reflejos que le permiten seguir y fijar la mirada a un objeto. Sin disponer de ninguna experiencia previa puede seguir con sus ojos y su cabeza un objeto en movimiento y mantener su mirada fija sobre el mismo. (…) No precisan de aprendizaje alguno” (Stern 1998, 61). El neonato está dotado de la inclinación a buscar estímulos y está organizado de tal modo que tiende a ordenar sus experiencias progresivamente.
Haciendo referencia a los partidarios de la idea de que el niño llega al mundo como una página en blanco , en las la que luego se van a inscribir sus experiencias con el medio, Stern dice que “el niño llega con un caudal de predilecciones perceptivas innatamente determinadas, de pautas motoras, de tendencias cognoscitivas o correspondientes al pensamiento y de capacidades para la expresividad emocional …” (Stern 1998, 62-63). Aproximadamente a la sexta semana de vida se da un cambio en la mirada del niño que al fijar la vista a los ojos de su madre, mantiene su mirada y abre más sus ojos. De este modo la madre capta que su hijo lo está mirando realmente, que la mira a sus ojos, que existe una profunda conexión entre ambos. Así el comportamiento de la madre se hace mucho más social. Todo esto muestra que el lactante es un agente activo. La noción de epigénesis además de su importancia para comprender los factores que intervienen en el desarrollo, especialmente en los primeros años de vida, en la medida que supone la existencia de un plan constructivo de la personalidad también debe dar cuenta de cómo alcanzar la madurez en cada etapa del ciclo vital. Cabe señalar que, a diferencia de los animales, los seres humanos “somos capaces no solo de adquirir un volumen mayor de conocimientos, a una velocidad mucho mayor, sino que además hemos extendido el período de adquisición a toda nuestra vida” (Diéguez y Atencia 2014, 208). En este aspecto Erik H. Erikson (1971, 1983) ha sido un pionero en intentar brindar un modelo del desarrollo completo de la personalidad (de todo el ciclo vital) desde la perspectiva epigenética.
Aproximadamente a la sexta semana de vida se da un cambio en la mirada del niño, que al fijar la vista en los ojos de su madre, mantiene su mirada y abre más sus ojos. De este modo la madre capta que su hijo lo está mirando realmente, que la mira a sus ojos, que existe una profunda conexión entre ambos. Así el comportamiento de la madre se hace mucho más social. Todo esto muestra que el lactante es un agente activo.
'''''4La noción de epigénesis además de su importancia para comprender los factores que intervienen en el desarrollo, especialmente en los primeros años de vida, en la medida que supone la existencia de un plan constructivo de la personalidad, también debe dar cuenta de cómo alcanzar la madurez en cada etapa del ciclo vital.    '' Erik H. EriksonCabe señalar que, a diferencia de los animales, los seres humanos “somos capaces no solo de adquirir un modelo epigenético volumen mayor de las etapas del desarrollo conocimientos, a una velocidad mucho mayor, sino que además hemos extendido el período de la personalidad'''adquisición a toda nuestra vida” (Diéguez y Atencia 2014, 208).
En este aspecto, Erik H. Erikson (1971, 1983) ha sido un pionero en intentar brindar un modelo del desarrollo completo de la personalidad (de todo el ciclo vital) desde la perspectiva epigenética.
==Erik H. Erikson, un modelo epigenético de las etapas del desarrollo de la personalidad==
Erikson adhirió al principio epigenético para comprender el desarrollo de la personalidad, desarrollo que es similar al del embrión. Afirma que el principio epigenético supone que todo lo que crece posee un plan de desarrollo del que surgen las partes, cada una a su tiempo, hasta que alcanzan un estado funcional.
El aporte central de Erik H. Erikson es el modelo de las ocho edades del desarrollo de la personalidad al que denominó modelo epigenético, el cual abarca a todo el ciclo vital. R. Frager y J. Fadiman (2001) consideran que es la primera teoría psicológica que aborda y detalla todo el ciclo vital. Cada etapa se caracteriza por una crisis psicológica o conflicto y una tarea de crecimiento que debe ser resuelta para poder pasar a la etapa siguiente. Cada etapa se distingue por su propio tema de desarrollo, por su relación con las etapas anteriores y ulteriores, como también por el papel que desempeña en el plan total del ciclo vital. La crisis de desarrollo de cada etapa es universal y la situación particular se define culturalmente.
 Henri Maier señala que en este modelo epigenético hay tres variables esenciales: “primero, las leyes internas del desarrollo que, como los procesos biológicos, son irreversibles; segundo, las influencias culturales que especifican el índice deseable de desarrollo y favorecen ciertos aspectos de las leyes interiores a expensas de otros; y tercero, la reacción idiosincrásica de cada individuo y el modo particular de manejar su propio desarrollo en respuesta a los reclamos de la sociedad” (Maier 1979, 37).
Si bien Erikson en su enfoque epigenético del desarrollo de la personalidad tiene en cuenta las fases del desarrollo de la libido (pulsiones) de Freud y Abraham, al describir las primeras etapas incorpora los factores psicosociales, los cuales pasan a desempeñar un rol más importante en la medida que se alcanza la juventud, la adultez y la vejez.
Su principal aporte fue extender los estudios psicoanalíticos del desarrollo psicosexual al contexto del desarrollo psicosocial del ciclo de vida completo de la persona, atribuyendo a cada estadio una crisis dialéctica con cualidades sintónicas y distónicas de acuerdo al desarrollo psicosocial de la persona.
También reconoce la importancia de la presencia de personas significativas, como elemento cultural en la formación de vida de las personas, o bien como una representación de la jerarquización de los principios relacionados de orden social que interactúan en la formación cultural de la persona (Bordignon 2005).
Cada una de las etapas supone un conflicto entre un planteamiento adaptativo y otro desadaptativo para superar la crisis central de respectiva etapa. Así , el neonato debe adquirir sentimientos de confianza básicos para poder separarse de su madre y tolerar su ausencia. Esto supone no sólo tener certeza de la conducta materna de que no va a ser abandonado, sino también tener confianza en sí mismo. El neonato privado de su simbiosis biológica con su madre que proveía de las substancias nutricias requeridas para el desarrollo, ahora debe utilizar su capacidad congénita, heredada y madurada antes del parto, para incorporar mediante su boca alimentos en su encuentro con el pecho de su madre y con la sociedad, dispuestas ambas a brindarles alimentación y protección.
El primer logro social del bebé es controlar su ansiedad o enojo cuando su madre se aleja. La zona corporal oral se constituye en el foco de este primer vínculo con los otros, siendo el modo de acercamiento de carácter incorporativo. A medida que el bebé amplía su capacidad perceptiva y su coordinación psicomotora, “se va enfrentando a los patrones educativos de su cultura, y aprende así las modalidades básicas de la existencia humana, cada una de ellas en formas personal y culturalmente significativas”. “Obtener significa recibir y aceptar lo que nos es dado. Esta es la primera modalidad social que se aprende en la vida” (Erikson 1983, 65). El poder obtener lo que se le ha dado y conseguir que alguien realice lo que desea, permite al bebé desarrollar las bases yoicas para llegar a ser un dador, abrirse al mundo y a los otros.
Así , en la primera etapa oral se establece una regulación mutua entre el patrón infantil para la aceptación de las cosas y la manera que tiene la madre y la cultura de brindarlas. “La experiencia de una regulación mutua entre sus capacidades más receptivas y las técnicas maternales de abastecimiento, lo ayuda gradualmente a contrarrestar el malestar provocado por la inmadurez de la homeostasis con que ha nacido” (Erikson 1983, 222). Así, se forman en el niño los sentimientos básicos de confianza como también el de desconfianza. Cierto grado de desconfianza es inevitable y conveniente para la formación de la prudencia y de una actitud crítica. De la resolución positiva de la antítesis de la confianza versus desconfianza emerge la esperanza, como sentido y significado para la continuidad de la vida. La esperanza es el fundamento ontogenético que nutre la niñez de una confianza interior de que la vida tiene sentido y que puede enfrentarla.
Erikson relaciona la confianza básica con la institución social de la religión. Afirma que la confianza nacida del cuidado es la piedra de toque (aquello que permite calibrar el valor preciso de una cosa) de la realidad de una religión dada.
En la segunda etapa el niño (18 meses a 3 años) debe adquirir el sentido de autonomía, que se logra en relación a la adquisición de los hábitos de regulación y control de los esfínteres. Un autocontrol adecuado de la micción y defecación da lugar a sentimientos de autonomía, de independencia y orgullo. El no poder alcanzar el autocontrol esperado por los padres genera sentimientos de vergüenza y de duda. La maduración muscular prepara al niño para aprender estos hábitos y a experimentar las modalidades sociales de aferrar y soltar. Así aferrar puede significar retener o restringir de modo destructivo o convertirse en un patrón de cuidado, de tener y conservar. Soltar puede convertirse en liberar fuerzas destructivas, hostilidad, o bien en ‘dejar pasar’, ‘dejar vivir’. Es una edad en que experimenta el modo de posesión de las cosas y de autoposesión. La resolución positiva de este conflicto posibilita un sentimiento de control de sí mismo y de poder.
El conflicto de iniciativa versus culpa tiene lugar durante la etapa fálica freudiana (edípica) y es el característico de la tercera edad (3 a 6 años) en Erikson. En este estadio el niño tiene que aprender a controlar sus sentimientos de rivalidad por poseer a su madre y a adquirir normas sociales y responsabilidad moral. Está dispuesto a emular los prototipos ideales (padres, maestros, familiares cercanos). Así , al asumir la iniciativa apropiada para desempeñar roles sociales, al encontrar placer en actividades aprobadas social y culturalmente, como por ejemplo el juego simbólico y reglado, suma la modalidad social de conquistar, empieza a dejar su apego a los padres. La resolución positiva del conflicto de esta edad posibilita un sentimiento de intencionalidad de acción o propósito.
Con la niñez escolar empieza una cuarta edad (6 a 12 años) en la cual aprende a obtener reconocimiento mediante la producción de cosas y a ser laborioso, así gradualmente va reemplazando los caprichos y los deseos del juego. Implica hacer cosas junto a los demás. Es el período en que en las diversas culturas empieza una instrucción sistemática, el desarrollo de conocimientos y habilidades. Esta educación familiar y escolar que le provee de herramientas e instrumentos para su futura inserción al mundo adulto, lo hacen hace sentir útil y laborioso. La eficacia pasa a desempeñar un papel importante en sus sentimientos de autoestima. El fracaso en esta edad radica en caer en sentimientos de inadecuación e inferioridad, sentirse un inútil, incapaz. La resolución positiva del conflicto de esta edad posibilita un sentimiento de eficacia en la acción o competencia.
En la pubertad y la adolescencia (12 a 18 años), la atención se vuelve hacia el desarrollo de un sentido de identidad. Con el rápido crecimiento corporal y la maduración sexual, la identidad infantil entra en crisis y debe buscar nuevos sentimientos de continuidad y de mismidad. Por una parte el adolescente debe afrontar esa revolución fisiológica interior, por otra, las tareas que le aguardan en la vida adulta. La confusión de roles suele extenderse en la actualidad más allá de este período. La resolución positiva del conflicto de esta edad posibilita un sentimiento de autenticidad con uno mismo, de fidelidad.
La séptima edad es la de la adultez, del hombre maduro que precisa sentirse necesitado, de ser valorado por todo lo que ha producido y debe cuidar. La generatividad incluye la productividad y la creatividad. Si no se logra, surgen sentimientos de estancamiento y empobrecimiento. La generatividad implica orientar a la generación siguiente. Además, el adulto es el puente entre las generaciones.
Finalmente, la octava edad es la que tiene como tarea la búsqueda de la integridad que supone la seguridad acumulada del yo con respecto a su tendencia al orden y al significado. La considera un amor post narcisista del yo y un amor nuevo y distinto hacia los propios padres. Con la integridad , la muerte pierde su carácter atormentador. Por el contrario, el fracaso de la integridad lleva a la desesperación, que expresa que el tiempo que queda por vivir es corto, demasiado corto para intentar otro modo de vida o de transitar caminos alternativos.
Erikson señala, a modo de conclusión de la presentación de su modelo epigenético, que los niños no temerán a la vida, alcanzarán la confianza infantil, solo si sus mayores tienen la integridad necesaria como para no temer a la muerte.
Erikson afirma que los supuestos subyacentes al diagrama epigenético son: “1) la personalidad humana se desarrolla en principio de acuerdo con pasos predeterminados en la disposición de la persona en crecimiento a dejarse llevar hacia un radio social cada vez más amplio, a tomar conciencia de él y a interactuar con él; 2) la sociedad tiende en principio a estar constituida de tal modo que satisface y provoca esta sucesión de potencialidades para la interacción y de intentos para salvaguardar y fomentar el ritmo adecuado y la secuencia adecuada de su desenvolvimiento” (Erikson 1983, 243).
Sostiene que la paradoja de la vida humana es el poder de los hombres para crear su propio medio, un medio social humano, a pesar de que cada individuo humano nace con una vulnerabilidad que se extiende durante sus primeros años. Desvalimiento que tiene el poder de despertar el cuidado por parte de los padres y la sociedad, generando esta capacidad de apego una segunda matriz, la cual permite al nuevo ser desarrollar sus distintas cualidades en pasos sucesivos diferenciados, y las unifique unificarlas mediante una serie de crisis psicosociales.
Según Erikson tres fuerzas surgen como ejes en la vida de las personas, que emergen de los estadios cruciales de la vida humana: la esperanza, en la infancia, a partir de la antítesis entre la confianza versus desconfianza; la fidelidad y la fe, en la adolescencia, a partir de la superación de la dialéctica de la identidad y la confusión de identidad; el amor en la vida adulta, como síntesis existencial de la primacía de la generatividad sobre el estancamiento. De la eficacia de dichas fuerzas depende la calidad de vida de las personas y de la sociedad en el tiempo (Bordignon 2005, 60).
Por todo esto se considera que la noción de epigénesis es una noción clave para la comprensión de los factores del desarrollo de la personalidad y de la totalidad de las etapas del ciclo vital humano.
 
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