Metafísica analítica

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===Propiedades===
El llamado ‘problema de los universales’ es la cuestión acerca de cómo pueden diferentes objetos llegar a ser –en algún sentido– algo unificado. Se lo ha llamado, por esto, como el problema de ‘lo uno en lo múltiple’. Si dos objetos particulares son cubos perfectos, entonces parece haber algo que esos objetos comparten. Esto es, que dos objetos sean cubos perfectos parece implicar que hay una entidad de cierto tipo, a saber, ''ser un cubo perfecto''. Desde Platón se ha pensado que esto es una razón para postular características o propiedades numéricamente diferentes de los objetos que las instancien y que –por su naturaleza– pueden encontrarse ejemplificadas en diferentes objetos particulares. Una entidad de este tipo es lo que ha sido denominado tradicionalmente un ‘universal’. Durante todo el siglo pasado se siguió discutiendo acerca de los universales, pero con diferentes énfasis. El enfoque de partida fue, como es de esperar, el del compromiso ontológico. Señala D. F. Pears: <blockquote>¿Existen los universales? Esta pregunta fue debatida por tanto tiempo y con vehemencia, porque se la consideró equivocadamente como una cuestión fáctica acerca de un dominio etéreo de ser. ¿Pero por qué se cometió este error? Un diagnóstico es que los términos generales fueron asimilados tácitamente a nombres propios, y que, una vez que esta práctica es denunciada, se vuelve inocua, pero ya no hay razón para mantenerla. (Pears 1951, 44). </blockquote>La razón que existiría para justificar que hay universales sería, para Pears, un error semántico. Hay razones para postular la existencia de objetos de cierto tipo si es que tales objetos son entidades que ‘nombramos’. Si hay un nombre “''n''” que designa a tal entidad, entonces los enunciados en los que aparece tal nombre autorizan inferir –por generalización existencial en lógica de primer orden– que hay algo de lo que se hace la atribución del caso[[#1|<sup>1</sup>]]<span id=".">. Deberíamos admitir la existencia de universales si es que hubiese nombres auténticos para hacer referencia a ellos, pero no los hay –de acuerdo con Pears. Hay predicados en nuestros lenguajes que ‘dicen’ algo de algo, pero los predicados no son nombres haciendo referencia.
Habría mucho que decir sobre esta argumentación[[#2|<sup>2</sup>]]<span id="..">, pero se puede apreciar desde ya que tiene como punto de partida la constatación de nuestras prácticas lingüísticas. Se trata del enfoque del problema de los universales que cabe esperar si uno supone que la filosofía del lenguaje es filosofía primera. Si hay motivos para aceptar universales, esas razones no son diferentes de las que ha tenido Frege en su momento para postular números naturales: hay oraciones verdaderas en las que ocurren nombres propios; todo nombre propio refiere a un objeto. Luego, debe existir aquello a lo que refieren esos nombres, pues, de otro modo, tales oraciones no podrían tener un valor de verdad determinado. La controversia acerca de los universales, entonces, viene a ser la cuestión acerca de si la estructura lógico-semántica correcta de las oraciones que estimamos verdaderas trae o no consigo un compromiso ontológico con universales. Muchos filósofos sostuvieron que no hay tal compromiso –tal como Pears. Otros sostuvieron que sí lo hay (cf. Pap 1959; Jackson 1977).
===Modalidad===
La preocupación filosófica por la modalidad y las nociones afines ha existido siempre. En el siglo pasado, sin embargo, esa preocupación ha pasado por un contraste muy marcado, desde un desprestigio casi completo a un interés obsesivo. Esto se explica en buena medida por la transformación que impulsaron las ideas de Kripke y otros filósofos en la década del 70, tal como se ha indicado arriba. Los positivistas lógicos estuvieron inclinados a pensar que la necesidad de ciertas proposiciones estaba fundada simplemente en el significado que se ha convenido en otorgar a expresiones de un lenguaje. Los términos pueden tener asignado cualquier significado que queramos darle. Esto es un hecho puramente convencional. Dadas esas convenciones, habrá expresiones que, por su modo de estructuración, son verdaderas sin importar cómo sea el mundo. Otras serán falsas sin importar cómo sea el mundo –y sus negaciones, entonces, serán verdaderas sin importar cómo sea el mundo. Otras, en fin, no tendrán valores de verdad determinados por tales convenciones y la estructura semántica. Estas proposiciones serán algunas veces verdaderas, otras veces falsas de acuerdo con cómo sean los hechos. Un ejemplo muy característico de este enfoque es el de Carnap (1956). El ámbito de lo ‘necesario’ y, correlativamente, el ámbito de lo ‘imposible’ está fundado en los significados. La dilucidación de cuál sea el significado es algo que puede hacerse perfectamente a priori. Los positivistas rechazan la existencia de verdades ‘sintéticas a priori’ –tal como lo había propuesto Kant– pero no se han movido un ápice de la asimilación de la necesidad con lo que puede justificarse a priori. De acuerdo con la definición de Carnap:  <blockquote>Una oración '''G'''<sub>i</sub> es '''''L''-verdadera''' en un sistema semántico ''S'' si y sólo si '''G'''<sub>i</sub> es verdadera en ''S'' de tal modo que su verdad puede ser establecida sobre la base solamente de las reglas semánticas del sistema ''S'', sin referencia alguna a hechos (extra-lingüísticos). (Carnap 1956, 10).  </blockquote>Por definición, una oración ''L''-verdadera se da en toda ‘descripción de estado’. Una ‘descripción de estado’ es una clase de oraciones que contiene, para toda oración atómica, o bien tal oración o su negación, pero no ambas. Una oración ''L''-determinada es una oración que es, o bien ''L''-verdadera o bien ''L''-falsa. Una oración ‘fáctica’ es una oración que no es ''L''-determinada. Se puede ver, entonces, que la necesidad se identifica con la verdad y la imposibilidad con la falsedad fundadas ambas en las ‘reglas semánticas’. La contingencia, en cambio, se identifica con los casos en los que no existe verdad o falsedad fundadas en ‘reglas semánticas’. Por esto, las conexiones necesarias son todas ellas artefactos lingüísticos, cuyo fundamento es –finalmente– las convenciones por las que se ha asociado algún significado a expresiones de un lenguaje. Desde esta perspectiva no tiene sentido suponer que un objeto posee ciertas propiedades ‘necesariamente’. No tiene sentido suponer que hay algo así como una ‘esencia’ para un objeto, que sea la colección de todas las propiedades que ese objeto posee ‘necesariamente’. A un objeto se puede hacer referencia de muchas maneras. Sea una de esas formas de singularizar a un objeto la expresión ''D''. Será necesario para ''D'' ser ''F'', por ejemplo, pero esto tiene que ver no con cierta naturaleza íntima de aquello que ''D'' designa, sino que es algo que se sigue de la forma de designación. Quine hace notar que pensar cualquier otra cosa sería una ‘recaída’ en el esencialismo aristotélico (1953, 155):  Esto [el esencialismo] implica adoptar una actitud discriminatoria hacia ciertas formas de especificar únicamente a ''x'', por ejemplo (33) [que 9 = el número de los planetas], y favoreciendo otras formas, por ejemplo (32) [que 9 = 3√9], como revelando mejor de algún modo la “esencia” del objeto. Las consecuencias de (32) pueden ser vistas, desde esta perspectiva, como necesariamente verdaderas del objeto que es 9 (y que es el número de los planetas), mientras que algunas consecuencias de (32) son consideradas como todavía sólo contingentemente verdaderas de ese objeto. (Quine, 1953, 155).
Por esto, las conexiones necesarias son todas ellas artefactos lingüísticos, cuyo fundamento es –finalmente– las convenciones por las que se ha asociado algún significado a expresiones de un lenguaje. Desde esta perspectiva no tiene sentido suponer que un objeto posee ciertas propiedades ‘necesariamente’. No tiene sentido suponer que hay algo así como una ‘esencia’ para un objeto, que sea la colección de todas las propiedades que ese objeto posee ‘necesariamente’. A un objeto se puede hacer referencia de muchas maneras. Sea una de esas formas de singularizar a un objeto la expresión ''D''. Será necesario para ''D'' ser ''F'', por ejemplo, pero esto tiene que ver no con cierta naturaleza íntima de aquello que ''D'' designa, sino que es algo que se sigue de la forma de designación. Quine hace notar que pensar cualquier otra cosa sería una ‘recaída’ en el esencialismo aristotélico (1953, 155): <blockquote>Esto [el esencialismo] implica adoptar una actitud discriminatoria hacia ciertas formas de especificar únicamente a ''x'', por ejemplo (33) [que 9 = el número de los planetas], y favoreciendo otras formas, por ejemplo (32) [que 9 = 3√9], como revelando mejor de algún modo la “esencia” del objeto. Las consecuencias de (32) pueden ser vistas, desde esta perspectiva, como necesariamente verdaderas del objeto que es 9 (y que es el número de los planetas), mientras que algunas consecuencias de (32) son consideradas como todavía sólo contingentemente verdaderas de ese objeto. (Quine, 1953, 155).</blockquote>El mismo objeto –en este caso, el número 9– puede ser singularizado como el número ''x'' que es el producto de la raíz cuadrada de ''x'' por 3, pero también como el número de los planetas[[#3|<sup>3</sup>]]. Parece razonable sostener que es necesario que 9 > 7. Sucede que 9 = 3√9, pero también que 9 es el número de los planetas. Entonces, si se sustituye el término “9” por otro que tenga la misma referencia, deberíamos aceptar como una consecuencia lógica de que es necesario que 9 es mayor que 7, que es necesario también que el número de los planetas sea mayor que 7. Pero parece obvio que no hay ninguna necesidad en que los planetas hayan sido más que siete. Nada parece obstar a que hubiesen llegado a ser menos.
Este tipo de objeciones a la existencia de hechos modales metafísicos –esto es, que están fundados en nuestros mecanismos semánticos– fueron dejadas a un lado en gran medida por las ideas de Kripke acerca de los nombres propios como ‘designadores rígidos’ y la llamada “teoría de la referencia directa”, tal como se ha explicado arriba. Hay una diferencia no-arbitraria entre diferentes formas de singularizar a un objeto, porque algunas de estas formas designan al ‘mismo’ objeto en todos los mundos posibles y otras no. Con todo, aún admitiendo que hay hechos modales objetivos cuya existencia no está constreñida por la forma en que accedemos a tales hechos, debe darse una explicación acerca de cuál es su naturaleza. En algún sentido, la cuestión acerca de la naturaleza de los hechos modales se torna mucho más urgente que antes, dado que no basta hacer apelación a factores epistemológicos y semánticos para adjudicar si algo es posible o necesario. Las décadas que han seguido a la transformación kripkeana han visto una proliferación de teorías para ofrecer esta explicación.
===Causalidad===
La noción de ‘causalidad’ nunca ha dejado de ser objeto de reflexión para los filósofos en la tradición analítica debido a la importancia que la ciencia natural le asigna a la identificación de conexiones causales. Durante buena parte del siglo pasado, sin embargo, han sido prevalentes concepciones reductivistas, si es que no abiertamente eliminativistas (cf. en particular, Russell 1913). David Hume inauguró en el siglo XVIII una forma de pensar en la causalidad como algo que resulta de regularidades entre tipos de eventos –o que nuestra ‘costumbre’ proyecta desde regularidades. Esta forma de pensar fue, en gran medida, dominante para los empiristas lógicos y sus sucesores. De acuerdo a la teoría regularista de la causalidad el hecho de que el evento ''c'' –del tipo ''C''– causa el evento ''e'' –del tipo ''E''– se reduce a que: (i) ''c'' es espacio-temporalmente continuo con ''e''; (ii) ''c'' precede temporalmente a ''e''; y (iii) el hecho de que todo evento del tipo ''C'' es sucedido regularmente por un evento del tipo ''E'' (cf. Psillos 2002, 19). Ordinariamente suponemos que la existencia de relaciones causales entre eventos (debido a las propiedades universales que están instanciadas en esos eventos) es lo que funda las regularidades que podemos constatar empíricamente. Las regularidades son ontológicamente derivativas respecto de la causalidad. El punto de vista de los defensores de la teoría de la regularidad es exactamente el inverso: es la causalidad la que está fundada en regularidades o se reduce a regularidades. Últimamente, no hay ‘poderes’ o ‘potencias’ en los objetos para ‘hacer’, ‘efectuar’ o ‘producir’ algo. Los acontecimientos se suceden unos a otros del modo que lo hacen porque sí, pudiendo haberse sucedido de otro modo. Nosotros después podemos contemplar estas sucesiones ‘desde arriba’, por decirlo de algún modo, y constatar que hay tipos de eventos que ocurren regularmente. Esas regularidades son las que hemos denominado relaciones ‘causales’. Señala Ernest Nagel –en una obra clásica de filosofía de la ciencia de los años 60 del siglo pasado– cuáles son las características de una relación causal: <blockquote>En primer lugar, la relación es invariable o uniforme, en el sentido de que cuando se produce la causa aludida, también se produce el efecto aludido. Además, se hace la suposición tácita corriente de que la causa constituye una condición necesaria y suficiente para la producción del efecto. (…) En segundo lugar, la relación es válida entre sucesos espacialmente contiguos (…) En tercer lugar, la relación tiene un carácter temporal, en el sentido de que el suceso considerado como causa precede al efecto y es también “continuo” con este. (…) Y, por último, la relación es asimétrica. (Nagel 1961, 79-80). </blockquote>Se puede apreciar que no hay conexiones causales si no están ‘apoyadas’ por leyes naturales, que son, a su vez, meras regularidades entre tipos de eventos. La posición expuesta aquí por Nagel es estándar en su época (cf. por ejemplo, Popper 1959, 57-60; Braithwaite 1959, 340-346). Los requerimientos para que exista causalidad son también los requerimientos para que se pueda dar una ‘explicación’ de un hecho. La ‘explicación’ es, si se quiere, el ‘reflejo semántico’ de una relación causal. De acuerdo con la teoría nomológico-deductiva –la teoría dominante sobre la explicación en esos años– se explica el ''explanandum'' si y sólo si el enunciado del ''explanandum'' se puede deducir a partir de leyes naturales –regularidades– y el enunciado del estado inicial del sistema de que se trate (cf. Hempel 1965, 233-246). El enunciado del estado inicial del sistema en conjunción con las leyes naturales conforma el ''explanans''.  Al comienzo de la década del 70 del siglo pasado dos contribuciones produjeron una modificación profunda en el debate: la teoría contrafáctica de la causalidad de David Lewis (cf. Lewis 1973b) y la crítica de Elizabeth Anscombe a las teorías reductivistas (cf. Anscombe 1971). La teoría de Lewis se instaló como la continuación de las concepciones regularistas. Anscombe, por otro lado, formuló una posición crítica de las premisas reductivistas humeanas dominantes hasta entonces. Lewis, en primer lugar, ha explotado la semántica de los condicionales contrafácticas para ofrecer una teoría de la causalidad. En vez de apoyarse en regularidades para hacer la reducción de los hechos causales, lo hace en ‘dependencias contrafácticas’. La idea central es que un condicional contrafáctico del tipo ''si p fuese verdadero, entonces q sería verdadero'' debe ser interpretado como una implicación estricta, pero cuyo valor está limitado a los mundos posibles más ‘cercanos’ al mundo de evaluación. Los mundos posibles pueden ser ‘ordenados’ de acuerdo a su semejanza o desemejanza. Los mundos que sean más semejantes entre sí estarán más ‘cerca’ en la métrica. Los mundos que sean más desemejantes estarán más ‘lejos’ en la métrica. Una vez fijada una ‘métrica’ entre los mundos posibles, se puede definir para cada mundo posible su ‘vecindad’, la clase de los mundos más ‘cercanos’ a un mundo dado. El condicional ''si p fuese verdadero, entonces q sería verdadero'' es verdadero en el mundo posible ''w'' –el ‘mundo de evaluación’– si y sólo si en todos los mundos más ‘cercanos’ a ''w'' en que ''p'' es verdadera, ''q'' también es verdadera. Esta semántica es desarrollada por Lewis en el importante libro ''Counterfactuals'' (1973a). Ese mismo año publicó Lewis su teoría de la causalidad en ''The Journal of Philosophy'' (1973b). Hay hechos que fundan la verdad de los contrafácticos, esto es, los hechos que se dan independientemente en cada mundo posible y sus semejanzas mutuas. Estos mismos hechos son la base de reducción para los hechos causales. Para Lewis, hay ‘dependencia causal’ entre los eventos ''c'' y ''e'' si y sólo si se dan los siguientes condicionales: ''si c existiese, entonces e existiría'' y ''si c no existiese, e no existiría''. La causalidad es una generalización de la dependencia contrafáctica[[#4|<sup>4</sup>]]<span id="....">. La teoría lewisiana de la causalidad preserva la idea central de la tradición que proviene de Hume de acuerdo a la cual no hay hechos causales ontológicamente básicos. A diferencia de las concepciones regularistas, sin embargo, la base de reducción no está constituida por los hechos no causales de un único mundo posible, sino que está constituida por lo que sucede en un mundo posible y en toda su vecindad modal –esto es, todo lo que sucede en los mundos posibles más ‘cercanos’ al mundo de evaluación.<span id="....">Buena parte de la discusión filósofica posterior ha estado centrada en defender, refinar o criticar esta teoría contrafáctica (cf. por ejemplo, Collins, Hall y Paul 2004; Paul y Hall 2013). Pero esta corriente de discusión ha corrido por vías paralelas a otras tradiciones, como la concepción ‘física’ de la causalidad que la concibe como un proceso de ‘transferencia’ de magnitudes físicas conservadas (cf. en especial, Dowe 2000), la concepción ‘intervencionista’ de la que se tratará más abajo y otras concepciones no reductivistas. El trabajo de Elizabeth Anscombe ha sido una formulación muy convincente para muchos filósofos de un punto de vista contrario a la tradición humeana. Es crucial para Anscombe que la relación causal no debe ser identificada con alguna forma de ‘necesitación’.  Si ''A'' proviene de ''B'', esto no implica que toda cosa semejante a ''A'' proviene de una cosa o disposición de cosas semejante a ''B'', o que toda cosa o disposición de cosas semejante a ''B'' trae consigo una cosa semejante a ''A'' a partir de ella; o que, dado ''B'', ''A'' debe provenir de él, o que dado ''A'', debe existir ''B'' para que provenga de él. Cualquiera de estas conexiones podría ser verdadera, pero si alguna lo es, eso es un hecho adicional, que no está comprehendido en el hecho de que ''A'' proviene de ''B''. Si se toma ‘provenir de’ en el sentido de ‘viaje’, esto es perfectamente evidente. (Anscombe 1971, 92).
Al comienzo de la década del 70 del siglo pasado dos contribuciones produjeron una modificación profunda en el debate: la teoría contrafáctica de la causalidad de David Lewis (cf. Lewis 1973b) y la crítica de Elizabeth Anscombe a las teorías reductivistas (cf. Anscombe 1971). La teoría de Lewis se instaló como la continuación de las concepciones regularistas. Anscombe, por otro lado, formuló una posición crítica de las premisas reductivistas humeanas dominantes hasta entonces. Lewis, en primer lugar, ha explotado la semántica de los condicionales contrafácticas para ofrecer una teoría de la causalidad. En vez de apoyarse en regularidades para hacer la reducción de los hechos causales, lo hace en ‘dependencias contrafácticas’. La idea central es que un condicional contrafáctico del tipo ''si p fuese verdadero, entonces q sería verdadero'' debe ser interpretado como una implicación estricta, pero cuyo valor está limitado a los mundos posibles más ‘cercanos’ al mundo de evaluación. Los mundos posibles pueden ser ‘ordenados’ de acuerdo a su semejanza o desemejanza. Los mundos que sean más semejantes entre sí estarán más ‘cerca’ en la métrica. Los mundos que sean más desemejantes estarán más ‘lejos’ en la métrica. Una vez fijada una ‘métrica’ entre los mundos posibles, se puede definir para cada mundo posible su ‘vecindad’, la clase de los mundos más ‘cercanos’ a un mundo dado. El condicional ''si p fuese verdadero, entonces q sería verdadero'' es verdadero en el mundo posible ''w'' –el ‘mundo de evaluación’– si y sólo si en todos los mundos más ‘cercanos’ a ''w'' en que ''p'' es verdadera, ''q'' también es verdadera. Esta semántica es desarrollada por Lewis en el importante libro ''Counterfactuals'' (1973a). Ese mismo año publicó Lewis su teoría de la causalidad en ''The Journal of Philosophy'' (1973b). Hay hechos que fundan la verdad de los contrafácticos, esto es, los hechos que se dan independientemente en cada mundo posible y sus semejanzas mutuas. Estos mismos hechos son la base de reducción para los hechos causales. Para Lewis, hay ‘dependencia causal’ entre los eventos ''c'' y ''e'' si y sólo si se dan los siguientes condicionales: ''si c existiese, entonces e existiría'' y ''si c no existiese, e no existiría''. La causalidad es una generalización de la dependencia contrafáctica[[#4|<sup>4</sup>]]<span id="....">. La teoría lewisiana de la causalidad preserva la idea central de la tradición que proviene de Hume de acuerdo a la cual no hay hechos causales ontológicamente básicos. A diferencia de las concepciones regularistas, sin embargo, la base de reducción no está constituida por los hechos no causales de un único mundo posible, sino que está constituida por lo que sucede en un mundo posible y en toda su vecindad modal –esto es, todo lo que sucede en los mundos posibles más ‘cercanos’ al mundo de evaluación.<span id="....">Buena parte de la discusión filósofica posterior ha estado centrada en defender, refinar o criticar esta teoría contrafáctica (cf. por ejemplo, Collins, Hall y Paul 2004; Paul y Hall 2013). Pero esta corriente de discusión ha corrido por vías paralelas a otras tradiciones, como la concepción ‘física’ de la causalidad que la concibe como un proceso de ‘transferencia’ de magnitudes físicas conservadas (cf. en especial, Dowe 2000), la concepción ‘intervencionista’ de la que se tratará más abajo y otras concepciones no reductivistas. El trabajo de Elizabeth Anscombe ha sido una formulación muy convincente para muchos filósofos de un punto de vista contrario a la tradición humeana. Es crucial para Anscombe que la relación causal no debe ser identificada con alguna forma de ‘necesitación’. <blockquote>Si ''A'' proviene de ''B'', esto no implica que toda cosa semejante a ''A'' proviene de una cosa o disposición de cosas semejante a ''B'', o que toda cosa o disposición de cosas semejante a ''B'' trae consigo una cosa semejante a ''A'' a partir de ella; o que, dado ''B'', ''A'' debe provenir de él, o que dado ''A'', debe existir ''B'' para que provenga de él. Cualquiera de estas conexiones podría ser verdadera, pero si alguna lo es, eso es un hecho adicional, que no está comprehendido en el hecho de que ''A'' proviene de ''B''. Si se toma ‘provenir de’ en el sentido de ‘viaje’, esto es perfectamente evidente. (Anscombe 1971, 92).</blockquote>La conexión causal, por lo demás, puede ser percibida sensiblemente. Se trata de una conexión que comprendemos de manera ordinaria –''pace'' Hume– tal como lo documentan docenas de verbos de connotaciones causales en nuestros lenguajes ordinarios, tales como “rascar”, “empujar”, “tirar”, “traer”, “llevar”, “quemar”, “comer”, “hacer”, etc. La capacidad de usar correctamente y de comprender estos verbos presuponen las habilidades adecuadas para detectar relaciones causales.
En los últimos veinte años, han ganado mucha prevalencia los enfoques que descansan en la práctica científica y en las metodologías empíricas para detectar estructuras causales (cf. en especial, Spirtes, Glymour y Scheines 2000; Pearl 2009). Estos enfoques asumen una posición no reductivista sobre los hechos causales y surgen de la reflexión estadística acerca de las diferencias entre meras ‘correlaciones’ entre distribuciones de datos y las estructuras causales que se busca descubrir. Algunos filósofos han buscado explotar estas teorías como una forma de dilucidar el concepto de ‘causalidad’, sin buscar una reducción ontológica de los hechos causales a hechos no-causales. Esta posición ha sido denominada como ‘intervencionista’ (cf. Woodward 2003). A pesar de las connotaciones que puedan ser asociadas con esta expresión, no se busca ‘analizar’ la noción de ‘causa’ mediante la noción de ‘intervención’, sino sólo iluminar qué sea la causalidad por manipulaciones experimentales idealizadas, tal como en la práctica experimental se busca descubrir una estructura causal objetiva con ‘intervenciones’ que permitan aislar e identificar variables relevantes.
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