Metafísica analítica

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==== La metafísica de los padres fundadores ====
Los padres fundadores de la tradición filosófica analítica tenían en común una gran valoración de los logros de la lógica moderna y de su utilidad para la clarificación de cuestiones filosóficas, pero también tenían en común la pretensión de ofrecer una imagen global de la realidad que contrastaba con varias corrientes idealistas o psicologistas dominantes. Moore y Russell, por ejemplo, reaccionaban contra los hegelianos ingleses de fines del siglo XIX quienes, por cierto, tenían una concepción metafísica acerca de la estructura básica del mundo. Al reaccionar contra estas corrientes, sin embargo, no estaban criticando el proyecto de hacer metafísica, sino proponiendo otra diferente. Mientras los idealistas tendían a postular la dependencia de todas las entidades respecto del ‘todo’, Moore y Russell tendían a postular una ontología ‘atomista’ en la que –al contrario– las entidades ontológicamente prioritarias son independientes entre sí y es su existencia la que funda la existencia del mundo como un todo (cf. Russell 1918; Soames 2003a, 4-11, 182-193; 2014a, 133-171, 568-629). Frege, por su parte, proponía una distinción ontológica entre ‘objetos’ (''Gegenstande''), ‘funciones’ (''Funktionen'') y ‘conceptos’ (''Begriffe'') (cf. Frege 1892a, 1892b; Soames 2014a, 3-59). Un ‘concepto’ es un tipo de función que se caracteriza porque su valor es siempre un valor de verdad. Objetos y funciones son, entonces, las categorías fundamentales en la metafísica de Frege. Para efectuar esta distinción entre categorías ontológicas, sin embargo, Frege se orienta por una distinción semántica entre ‘nombres propios’ y ‘predicados’. Los predicados resultan de sustituir por variables los nombres propios que aparezcan en oraciones completas. Si se tiene la oración “Micifuz es un gato”, sustituir el nombre propio “Micifuz” por una variable libre ''x'' arroja el predicado “''x'' es un gato”. Estos constituyentes de una oración completa han de poseer un valor semántico, de manera que su estructuración genere condiciones de verdad determinadas para las oraciones que puedan ser formadas. Un ‘objeto’ es todo aquello a lo que hace referencia un nombre propio. Un ‘concepto’ es todo aquello a lo que hace referencia un predicado (cf. Frege 1892b). Un nombre propio no puede ser sustituido por un predicado, ni viceversa. Un predicado posee un carácter ‘incompleto’ o ‘insaturado’ que no posee un nombre propio. Para Frege, esta diferencia entre nombres y predicados determina una diferencia igualmente marcada entre ‘objetos’ y ‘conceptos’. De esta manera, por ejemplo, una de las razones para sostener que los números son objetos es que se hace referencia a ellos mediante nombres. Esto muestra de entrada ciertas características del enfoque ‘analítico’ de cuestiones ontológicas que fue común hasta la década del 70 del siglo pasado. Frege insiste en que para dilucidar la ontología de las matemáticas no debemos orientarnos por aquello que nos resulte evidente a nuestra percepción sensible o a nuestra intuición imaginativa. Los números no son entidades –si es que lo son– accesibles por percepción. La forma adecuada de acceder a la ontología de los números es considerar, en cambio, la ‘objetividad’ de los enunciados matemáticos (cf. Frege 1884, §§ 58-61). Si un enunciado posee un valor de verdad determinado, entonces las expresiones que conforman tal enunciado deben tener valores semánticos definidos, esto es, referencia. Si se considera una ecuación matemática como 2 + 3 = 5, parece evidente que es objetivamente verdadera. Los numerales “2”, “3” y “5”, por lo tanto, deben tener referentes. Esos referentes, para Frege, deben ser objetos.
En Russell y Wittgenstein también se puede apreciar cómo se adoptan compromisos metafísicos debido a exigencias que provienen de lo que se considera que debe ser una adecuada teoría del significado. En el ''Tractatus logico-philosophicus'', por ejemplo, Wittgenstein sostiene que deben existir objetos (''Gegenstande'') de existencia necesaria, pues de otro modo no podría haber significado determinado (cf. 1921, 2.0211; Soames 2003a, 197-213; 2014b, 3-23). Para que un enunciado posea condiciones de verdad se requiere que los nombres que ocurren en tal enunciado tengan referencia. La referencia de algunos nombres puede, tal vez, analizarse por la referencia previamente presupuesta de otros nombres, pero este procedimiento no puede seguirse al infinito. Se requieren ciertos nombres cuya referencia esté garantizada, esto es, nombres que refieren a objetos de tal naturaleza que la cuestión acerca de si existen o no carece de sentido. Estos ‘objetos tractarianos’ son de existencia necesaria (cf. 1921, 2.022, 2.023), son la ‘sustancia del mundo’ (cf. 1921, 2.021) y son las piezas fundamentales en las que debe resolverse cualquier análisis (cf. 1921, 2.0201). Nuevamente, se puede ver que no hay aquí una renuncia a hacer metafísica. Se está proponiendo una estructura ontológica fundamental para el mundo. Existe, eso sí, un giro metodológico que pone el centro de atención en las condiciones requeridas para una teoría del significado.
==== ''Horror metaphysicus'' ====
La asociación de la filosofía analítica con una postura ‘anti-metafísica’ aparece en las siguientes generaciones de filósofos que se entienden como herederos del pensamiento de Frege, Russell y el Wittgenstein del ''Tractatus''. Los neo-positivistas o empiristas lógicos son, quizás, el ejemplo más característico. Son, por una parte, continuadores de diferentes corrientes ‘positivistas’ del siglo XIX que asignan a la ciencia natural un lugar central –si es que no exclusivo– en el conocimiento humano. Son también continuadores de los programas logicistas de Frege y Russell. Frege y Russell habían pretendido reconstruir la aritmética como parte de la lógica, utilizando herramientas formales mucho más sofisticadas que las que habían estado disponibles desde Aristóteles. Estas mismas herramientas formales ofrecen la promesa de una reconstrucción semejante pero ahora de las ciencias naturales (cf. por ejemplo, Carnap 1928; Soames 2014b, 129-159). Esta reconstrucción permitiría, al mismo tiempo, mostrar cómo es que la ciencia natural se encuentra epistemológicamente justificada a partir de la experiencia y cómo las especulaciones ‘metafísicas’ carecen de sentido (cf. Carnap 1932; Ayer 1936, 13-29; Soames 2003a, 271-299; 2014b, 107-198). Es más, el adjetivo “metafísico” llega a ser usado por los neopositivistas como sinónimo de “sin sentido”. A pesar de sus declaraciones, sin embargo, nunca dejaron de hacer ontología, aunque bajo otros nombres. Los problemas acerca de cómo debían ‘traducirse’ diferentes tipos de expresiones eran problemas realmente acerca de la naturaleza de ciertas entidades. La metafísica es, además, condenada como ‘sin sentido’ mediante un criterio de significado especialmente estrecho: el principio de verificabilidad. De acuerdo con este ‘principio’ el significado de un enunciado sintético son sus condiciones de verificación empírica, esto es, el conjunto de experiencias que serían evidencia para ella. Todo enunciado no analítico que no pueda ser verificado empíricamente resulta sin significado. Este principio, sin embargo, no tardó en mostrarse como inadecuado (cf. Soames 2003a, 271-299; 2014b, 311-333). Pero, a pesar de estos problemas de la estrategia neopositivista, el ''élan'' anti-metafísico ganó aceptación y fue también acogido por otras corrientes alternativas dentro de la misma tradición filosófica analítica. Tanto los cultivadores de la filosofía del lenguaje ordinario (cf. Ryle 1932) como el segundo Wittgenstein (cf. Wittgenstein 1953, §§ 110-133) mantuvieron la idea de que los problemas tradicionales de la metafísica deberían ‘disolverse’ cuando se pudiese comprender cómo es que surgen de una inadecuada comprensión de las estructuras semánticas de nuestros lenguajes. Aún cuando la apelación a un principio como el de verificabilidad les parezca a estos filósofos una simplificación inadecuada, siguen pensando que en los enunciados acerca de los que se ha discutido tradicionalmente en la metafísica debe existir algún defecto. Debe existir algún error de construcción sintáctica o alguna expresión sin valor semántico. El descubrimiento de cuál sea ese defecto requiere una comprensión más profunda acerca de cómo funciona nuestro lenguaje natural.
Aparece, entonces, que lo que denominamos “metafísica analítica” ha surgido por la evolución histórica interna de una tradición filosófica que se ha iniciado con la pretensión de hacer una reconstrucción racional de las matemáticas y las ciencias naturales usando las herramientas de la ‘nueva’ lógica. Esta tradición ha supuesto que una comprensión adecuada de la estructura lógico-semántica de nuestros lenguajes permitiría ‘disolver’ las cuestiones metafísicas tradicionales. La constatación del fracaso de este programa, esto es, la constatación de que los problemas metafísicos no se pueden adjudicar como cuestiones lógico-semánticas ha conducido a una reapropiación de las cuestiones ontológicas sustantivas. Tal como se va a explicar más abajo, sin embargo, aunque se ha abandonado la suposición de que los problemas metafísicos sustantivos se pueden resolver mediante análisis lógico-semántico, sí hay una selección de problemas que está determinada, en buena medida, por la atención a las condiciones de verdad para tipos de enunciados y la atención a qué es lo que debería hacer verdaderos esos enunciados, cuando lo son.
=== Metodologías en metafísica analítica y algunas críticas===
Podemos distinguir al menos tres metodologías prominentes dentro de la metafísica analítica: (i) la metodología del compromiso ontológico, (ii) la metodología del ''Truthmaking'' y (iii) la metodología de la estructura y la fundación. La primera de ellas, como se anticipó en la sección §1.2, proviene del método del ‘compromiso ontológico’ propuesto por Willard V. O. Quine (cf. Quine 1948; 1969, 91-113). Esta metodología, huelga decir, tomó con el tiempo un camino propio, distante hasta cierto punto del lugar que ocupa dentro del proyecto empirista de Quine. No quisiéramos detenernos extensamente en explicar esta metodología dado el tratamiento ofrecido en §1.2, pero nos gustaría explicar su compresión de la ontología como el tratamiento de cuestiones de existencia. De acuerdo con la aproximación quineana a este tipo de problemas, expresiones como el verbo “existir” o “haber”, o expresiones cuantificacionales como “algo” o “alguno”, deben ser tratadas como expresiones que indican un cierto compromiso ontológico. De este modo, consideremos la siguiente proposición:
Una vez precisadas estas dos cuestiones, estamos ahora en una posición tal que podemos caracterizar adecuadamente a la tercera metodología empleada dentro de la tradición de la metafísica analítica, a la cual en el inicio de esta sección hemos denominado la metodología de la estructura y la fundación. De acuerdo con esta metodología, el propósito de la metafísica debiera ser establecer con precisión qué funda o fundamenta exactamente a qué (Schaffer 2009) o, dicho de otro modo, qué entidades son fundamentales y qué entidades serían no fundamentales y por tanto dependientes de entidades fundamentales. Así, las preguntas ontológicas tal como las entiende la metodología del compromiso ontológico devienen hasta cierto punto triviales para el defensor de la metodología de la estructura y de la fundación. Si acaso entonces los números existen, si acaso existe una entidad divina tal como sostiene el teísmo clásico, si acaso existen objetos materiales ordinarios como árboles o sillas, son todas preguntas que podemos eventualmente responder afirmativamente sin mayor disquisición. Lo relevante será determinar cuáles de estas entidades existen fundamentalmente y sin fundarse en la existencia de otras entidades, y cuáles existen en virtud de las relaciones de dependencia que tienen con entidades fundamentales. Se volverá a insistir sobre estos puntos más abajo (cf. § 4).
=== Temas centrales ===
En esta sección se hará una presentación sucinta de algunas áreas de discusión que han llegado a ser centrales en la metafísica analítica contemporánea. Se podrá apreciar en la consideración de estas áreas más acotadas cómo es que ha producido la evolución explicada –en términos generales– en el § 1, así como se podrán apreciar en acción las maniobras metodológicas discutidas en el § 2.
==== Propiedades ====
El llamado ‘problema de los universales’ es la cuestión acerca de cómo pueden diferentes objetos llegar a ser –en algún sentido– algo unificado. Se lo ha llamado, por esto, como el problema de ‘lo uno en lo múltiple’. Si dos objetos particulares son cubos perfectos, entonces parece haber algo que esos objetos comparten. Esto es, que dos objetos sean cubos perfectos parece implicar que hay una entidad de cierto tipo, a saber, ''ser un cubo perfecto''. Desde Platón se ha pensado que esto es una razón para postular características o propiedades numéricamente diferentes de los objetos que las instancien y que –por su naturaleza– pueden encontrarse ejemplificadas en diferentes objetos particulares. Una entidad de este tipo es lo que ha sido denominado tradicionalmente un ‘universal’. Durante todo el siglo pasado se siguió discutiendo acerca de los universales, pero con diferentes énfasis. El enfoque de partida fue, como es de esperar, el del compromiso ontológico. Señala D. F. Pears:
La razón que existiría para justificar que hay universales sería, para Pears, un error semántico. Hay razones para postular la existencia de objetos de cierto tipo si es que tales objetos son entidades que ‘nombramos’. Si hay un nombre “''n''” que designa a tal entidad, entonces los enunciados en los que aparece tal nombre autorizan inferir –por generalización existencial en lógica de primer orden– que hay algo de lo que se hace la atribución del caso[[#1|<sup>1</sup>]]<span id=".">. Deberíamos admitir la existencia de universales si es que hubiese nombres auténticos para hacer referencia a ellos, pero no los hay –de acuerdo con Pears. Hay predicados en nuestros lenguajes que ‘dicen’ algo de algo, pero los predicados no son nombres haciendo referencia.
Habría mucho que decir sobre esta argumentación[[#2|<sup>2</sup>]]<span id="..">,pero se puede apreciar desde ya que tiene como punto de partida la constatación de nuestras prácticas lingüísticas. Se trata del enfoque del problema de los universales que cabe esperar si uno supone que la filosofía del lenguaje es filosofía primera. Si hay motivos para aceptar universales, esas razones no son diferentes de las que ha tenido Frege en su momento para postular números naturales: hay oraciones verdaderas en las que ocurren nombres propios; todo nombre propio refiere a un objeto. Luego, debe existir aquello a lo que refieren esos nombres, pues, de otro modo, tales oraciones no podrían tener un valor de verdad determinado. La controversia acerca de los universales, entonces, viene a ser la cuestión acerca de si la estructura lógico-semántica correcta de las oraciones que estimamos verdaderas trae o no consigo un compromiso ontológico con universales. Muchos filósofos sostuvieron que no hay tal compromiso –tal como Pears. Otros sostuvieron que sí lo hay (cf. Pap 1959; Jackson 1977). Ya se ha indicado arriba cómo esta situación fue transformada por la contribución de David Armstrong, especialmente en su libro ''Universals and Scientific Realism'' (1978a, 1978b). La modificación central respecto de la discusión anterior es la separación del problema de los universales respecto del problema acerca de cuál sea el valor semántico de predicados y nombres generales. La justificación para los universales es la existencia de semejanzas objetivas entre objetos, el requerimiento de un fundamento para los poderes causales que estos tengan (cf. Armstrong 1978a, 22-24; 42-43; 56-57) y una ontología razonable de las leyes naturales (cf. Armstrong 1978b, 148-157; 1983). Así, por ejemplo, se puede atribuir a diferentes objetos el mismo predicado “no ser una galaxia”. No parece razonable, sin embargo, sostener que un gato y un electrón son semejantes entre sí, porque es verdad decir de ambos que ‘no son galaxias’. Tampoco sería razonable sostener que gatos y galaxias son semejantes porque es verdad decir de ambos que “son gatos o galaxias”. La justificación de los universales tiene que ver ahora con la mejor explicación de lo que nos parece mostrar nuestra ciencia natural. El hecho de que algo se pueda ‘decir’ o no de un objeto no parece ser lo que funda ontológicamente qué poderes causales tenga ese objeto, cuál sea su naturaleza intrínseca y qué leyes naturales sean las que determinan su comportamiento. El nominalismo de predicados precisamente pretende hacer que las naturalezas de las cosas estén fundadas en nuestras prácticas lingüísticas. Parece obvio que se atribuyen predicados con verdad a un objeto porque tal objeto posee cierta naturaleza y no al revés. Las alternativas a las ontologías de universales ofrecen otras entidades que pueden cumplir las mismas funciones teóricas, pero sin poner en cuestión este enfoque fundamental. El nominalismo de semejanza, por ejemplo, ha sostenido que las funciones de los universales pueden ser satisfechas por clases de objetos semejantes entre sí (cf. Lewis 1983a, 14-15; Rodriguez-Pereyra 2002). Las teorías de tropos, por otro lado, han sostenido que los universales pueden ser sustituidos por clases de tropos –esto es, propiedades particulares– semejantes entre sí (cf. Campbell 1990; Maurin 2002, 59-116), o clases naturales de tropos (cf. Ehring 2011, 175-241). En ambos casos, hay tantas propiedades como sean necesarias para determinar completamente el carácter cualitativo intrínseco de todo lo que hay, así como las relaciones externas entre lo que hay. Explícitamente, no hay clases de semejanza de objetos o de tropos para cada predicado posible. La discusión en metafísica de propiedades está más viva que nunca, pero ya no es una discusión sobre ‘compromisos ontológicos’. El debate tiene que ver con la aptitud que tengan universales, clases de semejanza de objetos o clases de tropos para satisfacer ciertas funciones teóricas que se espera que deben satisfacer los universales o lo que haga sus veces.  ====Modalidad====La preocupación filosófica por la modalidad y las nociones afines ha existido siempre. En el siglo pasado, sin embargo, esa preocupación ha pasado por un contraste muy marcado, desde un desprestigio casi completo a un interés obsesivo. Esto se explica en buena medida por la transformación que impulsaron las ideas de Kripke y otros filósofos en la década del 70, tal como se ha indicado arriba. Los positivistas lógicos estuvieron inclinados a pensar que la necesidad de ciertas proposiciones estaba fundada simplemente en el significado que se ha convenido en otorgar a expresiones de un lenguaje. Los términos pueden tener asignado cualquier significado que queramos darle. Esto es un hecho puramente convencional. Dadas esas convenciones, habrá expresiones que, por su modo de estructuración, son verdaderas sin importar cómo sea el mundo. Otras serán falsas sin importar cómo sea el mundo –y sus negaciones, entonces, serán verdaderas sin importar cómo sea el mundo. Otras, en fin, no tendrán valores de verdad determinados por tales convenciones y la estructura semántica. Estas proposiciones serán algunas veces verdaderas, otras veces falsas de acuerdo con cómo sean los hechos. Un ejemplo muy característico de este enfoque es el de Carnap (1956). El ámbito de lo ‘necesario’ y, correlativamente, el ámbito de lo ‘imposible’ está fundado en los significados. La dilucidación de cuál sea el significado es algo que puede hacerse perfectamente a priori. Los positivistas rechazan la existencia de verdades ‘sintéticas a priori’ –tal como lo había propuesto Kant– pero no se han movido un ápice de la asimilación de la necesidad con lo que puede justificarse a priori. De acuerdo con la definición de Carnap:  Una oración G<sub>i</sub> es '''''L''-verdadera''' en un sistema semántico ''S'' si y sólo si G<sub>i</sub> es verdadera en ''S'' de tal modo que su verdad puede ser establecida sobre la base solamente de las reglas semánticas del sistema ''S'', sin referencia alguna a hechos (extra-lingüísticos). (Carnap 1956, 10).  Por definición, una oración ''L''-verdadera se da en toda ‘descripción de estado’. Una ‘descripción de estado’ es una clase de oraciones que contiene, para toda oración atómica, o bien tal oración o su negación, pero no ambas. Una oración ''L''-determinada es una oración que es, o bien ''L''-verdadera o bien ''L''-falsa. Una oración ‘fáctica’ es una oración que no es ''L''-determinada. Se puede ver, entonces, que la necesidad se identifica con la verdad y la imposibilidad con la falsedad fundadas ambas en las ‘reglas semánticas’. La contingencia, en cambio, se identifica con los casos en los que no existe verdad o falsedad fundadas en ‘reglas semánticas’. Por esto, las conexiones necesarias son todas ellas artefactos lingüísticos, cuyo fundamento es –finalmente– las convenciones por las que se ha asociado algún significado a expresiones de un lenguaje. Desde esta perspectiva no tiene sentido suponer que un objeto posee ciertas propiedades ‘necesariamente’. No tiene sentido suponer que hay algo así como una ‘esencia’ para un objeto, que sea la colección de todas las propiedades que ese objeto posee ‘necesariamente’. A un objeto se puede hacer referencia de muchas maneras. Sea una de esas formas de singularizar a un objeto la expresión ''D''. Será necesario para ''D'' ser ''F'', por ejemplo, pero esto tiene que ver no con cierta naturaleza íntima de aquello que ''D'' designa, sino que es algo que se sigue de la forma de designación. Quine hace notar que pensar cualquier otra cosa sería una ‘recaída’ en el esencialismo aristotélico (1953, 155):  Esto [el esencialismo] implica adoptar una actitud discriminatoria hacia ciertas formas de especificar únicamente a ''x'', por ejemplo (33) [que 9 = el número de los planetas], y favoreciendo otras formas, por ejemplo (32) [que 9 = 3Ö9], como revelando mejor de algún modo la “esencia” del objeto. Las consecuencias de (32) pueden ser vistas, desde esta perspectiva, como necesariamente verdaderas del objeto que es 9 (y que es el número de los planetas), mientras que algunas consecuencias de (32) son consideradas como todavía sólo contingentemente verdaderas de ese objeto. (Quine, 1953, 155). El mismo objeto –en este caso, el número 9– puede ser singularizado como el número ''x'' que es el producto de la raíz cuadrada de ''x'' por 3, pero también como el número de los planetas[[#3|<sup>3</sup>]]<span id="..."> 
===Notas===
<span id="1"> 1.- Si [''Gn''] –donde “''n''” es un nombre propio– entonces [\exists<nowiki></math></nowiki>''x Gx'']. Este es una derivación característica en lógica de predicados de primer orden. Tal como se ha explicado más arriba, la lógica de primer orden fue considerada la lógica ‘canónica’ que pone de relieve los compromisos ontológicos de una teoría. [[#.|Volver al texto]]
<span id="2"> 2.-En efecto, no se trata de que los defensores de universales hayan confundido la función semántica de la predicación con la función semántica de la nominación. Los lenguajes naturales cuentan con muchos sustantivos que –''prima facie''– son nombres de universales. También se hacen múltiples cuantificaciones que parecen tener como rango universales (cf. Pap 1959; Jackson 1977). Es notorio, además, que las conclusiones restrictivas sobre el compromiso ontológico con universales se hacen suponiendo sólo lógica de primer orden, esto es, dejando a un lado expresamente la lógica de orden superior –en la que se cuantifica sobre variables en posición predicativa. [[#..|Volver al texto]]
 
<span id="3"> 3.-Por supuesto, este ejemplo fue propuesto antes de que los astrónomos hayan llegado a la conclusión de que Plutón no califica como un auténtico planeta. [[#...|Volver al texto]]
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