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La mayor parte de los estudios sobre la relación entre el futuro físico del cosmos y la escatología cristiana se centra en el tema del tiempo y su vínculo con la eternidad. Vivimos en un mundo temporal, en una estructura cósmica espacio-temporal que, como señala la cita anterior, un día terminará. El futuro escatológico, por tanto, no debe imaginarse en términos simplemente temporales (Gingerich 2002). El evento escatológico supone el ingreso del cosmos renovado en una dimensión de eternidad que no podemos imaginar. No se trata exactamente de la eternidad de Dios mismo (Galván 2001). Hablando de la eternidad escatológica que espera al hombre, Benedicto XVI en la encíclica ''Spe salvi'' señala (Benedicto XVI 2007): “Podemos (…) tratar de salir con nuestro pensamiento de la temporalidad a la que estamos sujetos y augurar de algún modo que la eternidad no sea un continuo sucederse de días del calendario, sino como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad. Sería el momento del sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tiempo –el antes y el después– ya no existe” (n. 12).
Siendo material la nueva creación, puede decirse que en ella existirá la dimensión temporal, pero transformada y asimilada a la eternidad (Polkinghorne 2005; Sanguineti 2006, 188). Ya varios Padres de la Iglesia –Ireneo y Gregorio de Nisa– hablaron de una cierta especial temporalidad en la que vive y crece el justo (O’Callaghan 2012, 226). En la misma naturaleza viviente y en el hombre observamos formas más altas de temporalidad que superan la corrupción y que no significan sin más una mera prolongación del tiempo cronométrico. La temporalidad integrada y unificada por su participación en la eternidad de Dios supone una victoria sobre la temporalidad dispersiva del puro devenir (Maldamé 1993, 255-59).
Sean como sean los aspectos concretos del cosmos físico glorificado, lo esencial es que será un cosmos en plena armonía con la vida personal de la comunidad de los bienaventurados. “La enseñanza cristiana acerca de la vuelta de Cristo en la gloria para traer el reino de Dios en su plenitud debe verse, por tanto, en un contexto plenamente cósmico. No es cuestión de que Jesús vaya a venir a este planeta desde las nubes. Es cuestión de que la entera creación encontrará un cumplimiento en una forma transfigurada de vida personal” (Ward 2002, 247).
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